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Me Cogí a Mi Primo en Mi Cumpleaños

Hola, soy Roxana, tengo 44 años y quiero desahogarme contándoles esto que nunca le he dicho a nadie. Mido 1.64 metros, con una cabellera rizada y rubia gracias al tinte que me aplico para sentirme viva. Mi piel es blanca y suave, mis pechos son perfectos en su tamaño natural, ni demasiado grandes ni pequeños, justo lo que hace que un hombre se pierda en ellos. A pesar de mi edad, mis piernas son gruesas y tonificadas, fruto de mis rutinas de ejercicio en casa, y mi culo... Mi culo es firme y redondo, moldeado por el baile que tanto amo. Mi ano sigue siendo virgen; siempre he tenido un miedo irracional al sexo anal, pero eso no me impide fantasear de que algún día llegue el indicado. Mis pies no son mi mayor orgullo; solo los mantengo limpios y con las uñitas recortadas, aunque esa noche especial decidí darles un toque extra.
Mi marido tiene solo 30 años, pero es tan simple y aburrido... Pasa el día trabajando y sus ratos libres los dedica a ver anime, ignorándome por completo. No me da la atención que merezco. Por eso, cuando llegó mi cumpleaños número 44, decidí celebrarlo a lo grande, soltándome como nunca.

Me preparé con esmero esa noche. Elegí una tanguita rosa fucsia que se adhería a mi piel, tan diminuta que apenas cubría mi intimidad ansiosa. No me puse sostén; quería sentir la tela del vestido rozando mis pezones endurecidos. El vestido era corto, azul con flores vibrantes, ajustado a cada curva de mi cuerpo, resaltando todo mi cuerpo. Por primera vez en mucho tiempo, me pinté las uñas de los pies de un rojo apasionado y me hice una pedicura impecable, solo para lucir unas sandalias elegantes que dejaban mis pies expuestos y tentadores.
Invité a toda la familia: comimos platillos deliciosos, bebimos hasta que el alcohol nos calentaba la sangre, y reímos como si el tiempo no existiera. La música llenaba el aire, y todos bailaban con desenfreno. Entonces, mi primo Luis se acercó para invitarme a la pista. Él tiene 31 años, mide 1.74 metros, con una piel morena clara, cabello negro y un cuerpo fornido, lleno de músculos esculpidos por sus interminables sesiones de ejercicio. Sus brazos son fuertes, capaces de sostenerme como si fuera una pluma. Para mí, siempre ha sido guapo, desde que era niño, pero él es tímido y respetuoso, nunca había notado una chispa de perversión en sus ojos... hasta esa noche.

Ya tenía unos tragos encima, y el alcohol me hace audaz, me hace anhelar que los hombres me deseen. A mi edad, la gente te dice que ya estás "vieja", que no estás para "cosas de jóvenes", y eso te destroza el autoestima. Pero yo me rebelé. Bailábamos cumbia toda la noche, y me daba la vuelta deliberadamente, presionando mi trasero contra su entrepierna. Sentí cómo seguía el ritmo, su cuerpo pegado al mío, y de pronto... Sentí su miembro endureciéndose contra mí. Era obvio; lo estaba estimulando con cada movimiento delicioso de mis caderas al bailar. Mi vestido se hundía en la raja de mi culo, marcando mis nalgotas, y el calor entre nosotros crecía con cada nota de la canción.
Cuando terminó la música, nos sentamos, yo un poco ebria, con el pulso acelerado. Le pedí a Luis que me trajera otra cerveza del refrigerador, y mientras la bebía, noté cómo su mirada se desviaba una y otra vez a mis pies. Sonreí por dentro y le pregunté directamente:

"¿Te gustan mis pies, primo?".

Él enrojeció, volteó el rostro avergonzado y murmuró:

"Se ven muy bonitos, prima".

Mentí con picardía:

"Cuando termine la fiesta, me das un masaje, ¿sí? Me duelen un poco de tanto bailar".

Sus ojos se iluminaron, pero no dijo nada, solo asintió.

La fiesta terminó alrededor de la 1:30 a.m. Todos se fueron, mis dos hijos se durmieron borrachos en sus antiguas habitaciones, y mi marido salió con amigos a seguir bebiendo en otro lado. Quedamos solos Luis y yo, con el eco de la música aún en el aire y más cervezas en mano. De pronto, recordé mi "dolor" y exclamé con sorpresa fingida:

"¡Ah, sí! Quiero ese masaje, primo. Me duelen los pies de verdad".

Nos sentamos en el sofá, me quité las sandalias con lentitud, dejando que mis pies rozaran el aire, y los coloqué sobre sus piernas. Él estaba visiblemente borracho, sus manos temblaban un poco al agarrar mis pies con gentileza. Los masajeó con delicadeza, sus dedos fuertes pero suaves recorriendo la planta, los talones, cada dedo... El calor del alcohol y esa estimulación me hicieron humedecer brutalmente entre las piernas; sentía mi vagina palpitando, empapando la tanguita.

"¿Está bien así, prima?", me preguntó con voz tímida y temblorosa, sus ojos evitando los míos.

"Sí, así me gusta... Lo haces bien rico. ¡Ah!", gemí suave y lasciva, dejando que el sonido escapara de mis labios como una promesa.

Vi cómo se sonrojaba más, su rostro en llamas, porque con mi otro pie lo movía intencionalmente sobre su pene, que ya estaba duro y palpitante bajo el pantalón. Sabía que era tímido, que no daría el primer paso, así que tomé el control. 

"Pondré una balada romántica para bailar un poco más; el masaje ya me quitó el dolor", le dije, poniéndome de pie con gracia felina.

Se levantó, me agarró de la cintura y bailamos pegados, nuestros cuerpos sincronizados.

"Hueles bien rico, prima", susurró cerca de mi oído, su aliento cálido enviando escalofríos por mi espina.

"No lo creo, he sudado mucho", respondí coqueta, pero luego agregué: "Abrázame más fuerte, primo; sigue siendo mi cumpleaños, y tu eres mi mejor obsequio".

Me abrazó con más fuerza, sus manos descendiendo audazmente a mis nalgas, apretándolas con deseo contenido. Ya no aguantaba más; como una puta ansiosa, desabroché su pantalón con rapidez, metiendo una mano para acariciar su pene caliente y venoso, la otra masajeando sus testículos pesados. Él solo gimió, un sonido gutural que me encendió aún más. Me miró a los ojos y me besó en la boca, profundo y urgente, mientras me empujaba hacia el sofá.
Me acostó con cuidado pero con pasión, levantó mi vestido revelando mi tanguita empapada, y encima de ella olió profundamente, inhalando mi aroma como si fuera un elixir. "Por favor, fóllame ya", lo pensé en mi mente, sintiendo que un orgasmo se acercaba solo con eso, pero me contuve, reteniendo el placer para prolongarlo. Bajó la tanguita lentamente, quitándola de mis pies, y entonces... empezó a lamer mis dedos, chupando cada uno con devoción, bajando por la planta del pie, lamiendo mis piernas con besos húmedos hasta llegar a mi vagina rosadita, bien rasurada, con labios gruesos y grandes, pegajosa de tanta humedad. Me lamió con avidez, succionando suavemente, tragándose toda mi lubricación mientras yo me retorcía de éxtasis, mis gemidos llenando la habitación.
"Levántate y desnúdate completo", le pedí con voz de autoridad, loca de deseo. Me levanté yo también, me desnudé completamente, dejando que mis pechos se liberaran y mi cuerpo quedara expuesto ante él. Lo tiré al sofá, donde quedó sentado, mirándome asombrado, sus ojos devorando cada centímetro de mí. Me subí encima de él, posicionándome para cabalgarlo. Su pene se metió de un golpe, lubricado por mi excitación, abriendo las paredes de mi vagina en una invasión deliciosa. Estaba como loca, subiendo y bajando con ritmo frenético, sintiendo cada pulgada dentro de mí, sin pensar en nada más que en este momento prohibido.
Él acariciaba mis nalgas, las apretaba con fuerza, y de pronto sentí un dedo suyo presionando mi ano virgen. Eso me excitó tanto que exploté en un orgasmo abrumador, chorros y chorros de líquido vaginal inundando su pene duro. Descansé uno o dos minutos, jadeando sobre él, y le pregunté:

"¿Dónde quieres eyacular, primito?".

"En los pies", respondió sonrojado y sudado igual que yo.

Me senté a su lado, escupí abundante saliva en mis pies para lubricarlos, y los coloqué alrededor de su pene. Lo masturbaba con los dedos de un pie, mientras con el otro acariciaba sus testículos hinchados.

"Lléname de lechita, primito", le decía con voz sucia y seductora, observándolo excitarse más con cada palabra.

"Así, dame toda tu lechita... Quiero lechita caliente".

Pujaba como una puta con ganas de semen, y de repente soltó un chorro potente que me cayó en la boca, mientras mis dedos de los pies quedaban bañados en su semen espeso y cálido. Me limpié los pies, pero el que cayó en mi boca... ese me lo comí, saboreándolo con deleite.
Nos vestimos en silencio jajaja después del gran alboroto, exhaustos y satisfechos, y nos dormimos en el sofá como si nada hubiera pasado. Pero en mi mente, ese cumpleaños sigue ardiendo. Fin.

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