Post anterior
Post siguiente
Compendio III
LA PARTIDA I
•Pues, básicamente queremos que seas el primero en romperle la cola a Violeta la noche antes de partir. – comentó Verónica sin rodeos.

Quedé desconcertado. Estábamos los cuatro tomando desayuno durante el último domingo de nuestra estadía y mi suegra me suelta una bomba como esa.
Miré a mi ruiseñor, Marisol, viéndose excitada y nerviosa, accediendo de antemano a la descabellada propuesta de su madre. Y finalmente, los ojos de Violeta se cruzaron con los míos, una expresión de miedo y excitación combinadas.

No voy a mentir diciendo que la idea no me calentaba. Gracias a las fantasías pervertidas de mi esposa, me había acostado con mi suegra, su hermana Amelia, su prima Pamela (e incluso años atrás, con la madre de Pamela, Lucía).
Y ahora, querían que pasara la noche entera con Violeta.

Como ya habrán leído, no se trataba de que fuera la primera vez que durmiéramos juntos. Violeta es una pechugona provocadora como el resto de su familia que no paraba de sentarse en mi regazo mientras veíamos televisión, vistiendo faldas cortas y tensas sudaderas.
Pero tirármela ocasionalmente era una cosa. Programarlo de esa manera, a la vista de todos, sabiendo de antemano lo que iba a pasar, es otra cosa diferente.
Para que me entiendan, Verónica parecía darle la solemnidad como si se tratase de un ritual de iniciación, una extraña tradición familiar.
Al escucharla, me sentí como si formara parte de una sociedad secreta en donde todas las integrantes eran putas, con la única diferencia en que estaban emparentadas.
Verónica notó mi vacilación. Sus palabras me parecían como la propuesta que mi propio abuelo le pudo haber hecho a mi papá en su juventud. ¿Pero llevarla a cabo hoy en día? Parecía de locos.
Marisol estaba colorada y sus esmeraldas parecían eufóricas de la emoción al verme procesar la información. Violeta jugaba con la cuchara de su desayuno callada, ojos fijos en su plato, mientras se mordía el labio inferior. La tensión en la cocina era abrumadora, casi tan densa como para cortarla con un cuchillo.
-¡Verónica, es una locura! – finalmente logré decir, sintiendo que mi corazón iba a estallar.
Mi ruiseñor, al notar mi malestar, me tomó de la mano.
+¿Lo es? – preguntó mi mujer, sus hermosos ojos verdes mirando hasta el fondo de mi alma. -Amelia se casó con Ramiro porque él le recordaba a ti.

Suspiré. Ramiro es un buen tipo. Al parecer, un incompetente en la cama, pero un padre y esposo decente.
•Y Pamela dejó de salir justo después que se fueran a Australia. – Intervino Verónica.

Tanto yo como Marisol nos sorprendimos con la noticia. La prima de mi ruiseñor y hermanastra de Violeta por parte de padre, Pamela, siempre había sido un tanto puta. Con sus fieros ojos oscuros, enormes pecho tamaño flan como los tiene Marisol, un culo de primera y su acento español, podía tener a cuanto tipo ella quisiera.
Pero cuando Pamela y yo empezamos a dormir juntos, algo cambió en ella. A diferencia del resto, no la veía como un polvo de una sola noche. Al contrario, terminamos haciendo el amor varias noches seguidas. Pero la idea que Marisol y yo dejáramos una huella en ella parecía curiosa, en vista que se había acostado con cuanto tipo encontraba.
Me dejó sin palabras, sintiendo perder la cordura con sus justificaciones. Simplemente, tuve que preguntarle a Violeta.
-¿Qué te parece? – Pregunté, buscando cualquier trazo de sentido común en su voz.
Violeta alzó la vista y las esmeraldas de sus ojos me encontraron, brillando con una chispa de juventud. Respiró profundo y habló en voz baja.
❤️La verdad, no sé qué hacer…
+Y es por eso por lo que queremos que te acuestes con ella. – comentó Marisol en un tono bastante cálido. – De haber sido por nosotras, probablemente nos hubiera gustado que fueras su primer hombre también, mi amor.
-¿Qué? – le pregunté a mi mujer con incredulidad, ante tamaña locura.
Pero como podrán imaginar, mi esposa apenas se inmutó.
+Las primeras veces dormimos juntos fueron magistrales. – continuó radiante Marisol con nostalgia. - O sea… eres enorme… y me dolía un poco. Pero me cuidabas. Y lo mismo pasó cuando te empezaste a acostar con Amelia. Ella dice que tú siempre te aseguraste de que sintiera placer cada vez dormían juntos.
De alguna manera, sentí que la locura se estaba disipando. También fui el primero en desflorar a Amelia. Y me acordé de que aquellas veces, me movía más por amor que por lujuria.
Amelia era en esa época una chica dulce e inocente, como lo fue Marisol cuando éramos vírgenes, por lo que cuando empezamos a tener relaciones, me sentí responsable de su bienestar.

•Realmente no me importa si Violeta quiere acostarse con quien quiera. – comentó Verónica en un extraño tono maternal. – El sexo es increíble y ella ya es adulta para poder disfrutarlo. Pero me preocupan mucho los tipos que ella puede elegir. Ya sabes cómo suelen ser las cosas, Marco: los adolescentes son descuidados, calentones y estúpidos. Ven a mi princesita como un buen polvo, me la embarazan y después, escapan sin dejar rastro. Y no puedo permitir eso.
-Pero acostándome con ella…- insistí quejándome.
•¡Tú marcaste la diferencia! – me interrumpió Verónica sin perder el ritmo. – Cuando me casé con Sergio, me sentía miserable. Aparte de tenerla chica como un maní y durar menos de tres minutos, era un inútil. Cuando tú y yo empezamos a dormir juntos, me sentía fenomenal. Fuiste romántico. Decías que hacíamos el amor y al principio, no te creía. Pero después que me hicieras acabar y acabar, siempre buscando mi placer, entendí lo que me querías decir. Y por qué mi hija se enganchó tanto contigo. Y también me di cuenta de que ya no podía seguir viviendo casada con Sergio.
Tras divorciarse de Sergio, Verónica realmente floreció. Lo que partió simplemente conmigo complementándola a preparar postres se convirtió en algo mucho más grande: se matriculó en un curso de repostería, donde aprendió a preparar tartas, pasteles y dulces y poco a poco, fue encontrando su vocación. Incluso se reconcilió con su hermana Lucía, que terminó ayudándole a abrir su pequeña pastelería.

Ahora está con Guillermo (Que quizás no es el tipo más apuesto ni tradicionalmente masculino), pero Verónica encontró en él algo que Sergio no le había dado: constancia, bondad y paz, cosas a las que nunca pudo acceder bajo la codiciosa y egoísta garra de su exesposo.
•Y eso es lo que quiero para mis hijas, Marco. – Verónica remató en un tono más suplicante. – Tú les dejaste la vara muy alta, a lo que de verdad importa y quiero que Violeta también lo entienda. Que no todos los tipos valen la pena y que ella también merece sentir placer.
❤️¿Sabes algo? Cuando era chica, me gustaban mucho tus sobrinos. – Violeta rompió el silencio. – Pensaba que se parecían mucho a ti. Pero cuando crecí, me di cuenta que eran tontos… y bueno, la primera vez que dormí con un mino, no fue tan espectacular como pensé que sería.
No podía discutirle su razonamiento. En cierta forma, mis sobrinos son como yo, pero al mismo tiempo, parece que hubiesen crecido en burbujas de cristal. Mi hermano y mi hermana son padres responsables en sus respectivos matrimonios, sin lugar a duda. Pero no puedo evitar fijarme que algo les falta a sus hijos. Noto que no tienen chispa, hambre real para romper el molde.
Quizás, yo también fui un tonto como lo dijo Violeta, pero al menos cuando tenía su edad, tomaba mis propias decisiones. Actuaba bajo mis propias ganas, no porque alguien me dijera qué camino tomar. Eso es lo que me inquieta de ellos: son inteligentes y de buen corazón, pero parece que solo siguen el camino que trazaron para ellos. Como si fueran robots, casi funcionales y pulidos, pero sin voz propia.
❤️Pero cuando tú y yo lo hicimos por primera vez… - Violeta comentó en un crescendo, una sonrisa maliciosa brillando en sus labios. - ¡Fue como los fuegos artificiales!

Ambas su hermana y su madre rieron a carcajadas.
+¡Lo sé! ¿Cierto? – le consultó mi esposa muerta de la risa.
❤️¡Fue increíble! ¡Pensé que no iba a caber! -Prosiguió Violeta con una voz llena de excitación. – Y como me dijo Marisol, al principio dolía un poco… pero cuando la metiste entera… se sentía tan rico… y no podía parar de metérmela.
Noté que las tres se remecían levemente mientras se sentaban a la mesa, como si entendieran lo que Violeta quería decir.
❤️Y bueno… he conversado con mi mamá y con mis hermanas sobre el sexo anal… - prosiguió Violeta un poco más nerviosa. – Pero no te voy a mentir. Tengo curiosidad.
Sentí como si la cara se me cayera de vergüenza. Toda la familia de Marisol estaba fascinada con el sexo anal. Y yo era el afortunado para dárselo a todas.
•Entonces, ¿Qué dices? – preguntó Verónica con una sonrisa cómplice.
-Tengo que… tengo que meditarlo. – le respondí, todavía impresionado.
De repente, Marisol se inclinó hacia mí y me besó en la mejilla.
+¡Por eso te quiero tanto! Siempre tienes tan buen corazón. – exclamó mi esposa con genuina felicidad en su voz

Volví a mirar a Violeta. Tenía una expresión extraña, mezcla de ansiedad, entusiasmo y nerviosismo. La forma que sus ojos se agrandaban cuando hablaba de ello, la manera que su respiración se entrecortaba cuando reconocía su curiosidad por el sexo anal, todo en ella era demasiado tentador.
Además, debía reconocer que mi princesita era ahora impresionantemente hermosa. Sus pechos eran de otro mundo, su trasero era una obra de arte y su espíritu juvenil e impetuoso era increíblemente seductor.
Los días fueron pasando con tensión. Habíamos empezado a despedirnos y nuestras pequeñas estaban tristes de tener que dejar a sus abuelos en casa de mis padres. Pero durante la noche, Marisol y yo compartimos conversaciones bastante intimas.
+¿Te cuento algo? Fuiste lo más parecido a un papá cuando te conocí. – comentó mi ruiseñor mientras se acurrucaba en mi pecho. – Fuiste mi amigo. Me tratabas con respeto y nunca me pediste algo a cambio. Así que la primera vez que te besé… fue como magia. Incluso, si me hubieras pedido llevarme a la cama, habría aceptado de inmediato.
Me reí, acariciando su cabello.
-¡No seas tonta! – le dije, besándola con suavidad.
+¡Es la verdad! – contestó, con esa energía con la que me cautivó. – Marco, estuve enamorada de ti por casi un año entero… y yo era una adolescente… con hormonas… que necesitaba algo así de grande para calmarlas.
Su agarre en la punta casi me rompe.
Marisol me había estado calentando con sus palabras, deslizando su mano por mi pecho hasta llegar a mis boxers. Me había susurrado cosas al oído, jugando con la idea que tomaría a su dulce hermana, la pequeña Violeta. Esas noches habían sido un torbellino de emociones: lujuria, ansiedad y un poco de temor.
Por lo que cuando se agachó y me empezó a chupar, me sentí aliviado. Toda la familia de Marisol me calentaba y la principal razón por la que nos fuimos del país fue porque tuve miedo de perderme entre sus curvas.

La madurez de Verónica. La sensualidad de Pamela. La inocencia de Amelia y sus enormes pechos…
Y ahora, también estaba Violeta, deseando ser culiada como la pequeña ninfómana que realmente es.
Mientras sujetaba la cabeza de mi esposa, me las imaginaba tirándomelas. Complaciéndolas. Haciéndolas mías.
-De acuerdo. – finalmente acepté, sintiendo que me chupaba hasta el alma. – Pero solo si ella quiere.
El ritmo de Marisol se aceleró incluso más. Su boca se convirtió en un agujero negro. Yo luchaba por mantener la compostura mientras que mi mujer me succionaba de una manera que me hacía desvariar.
+¡Sé que ella quiere, mi amor! – dijo de repente, con una sonrisa de satisfacción mientras tomaba aire y me lamía la punta con ojos felinos y enloquecidos.
Reanudó su succión a un ritmo demencial y cuando finalmente me corrí, Marisol por poco se ahoga, tragando tanto pene como semen hasta el fondo de su garganta. A pesar de sus lágrimas, su sonrisa era locamente feliz.
+¡Ay, mi amor, le vas a romper el mundo entero! – comentó, con sus ojitos brillantes de gatita en celo.
Post siguiente
0 comentarios - Once años después… (XX)