Eran muchos los motivos por los que hubiera sido preferible que me guardara la polla en vez de entregársela a Jimena, la madre de mi nuevo compañero de equipo y supuesto amigo, pero me quedé con los pocos que tenía para sí hacerlo. La principal era que me apetecía, que esa mujer había conseguido calentarme lo suficiente y despertar mi curiosidad.
Pero no era lo que más me movía. Aunque me podría haber contenido, por el equipo, por ganar ese torneo que hasta hacía unos días parecía imposible, Juanje me había eclipsado, estaba disfrutando de un protagonismo que me pertenecía, y eso no lo podía pasar por alto. No se me ocurría mejor venganza que darle a la guarra de su madre lo que estaba pidiendo a gritos.
Jimena tenía mi rabo entre sus manos y esperaba ansioso a que se la metiera, quería saber qué tal trotaba una cuarentona. Pensaba que era lo que iba a hacer, por su evidente excitación, pero se la llevó a la boca. Acostumbrado a las mamadas de las niñatas, fue en ese momento cuando comencé a valorar la experiencia como merecía.
Me incorporé un poco para sentarme en la cama, quedando recostado sobre el cabecero. Desde esa posición contemplé el espectáculo, además de sentirlo en mis propias carnes. No solo la chupaba de vicio, sino que Jimena no dejaba de mirarme a los ojos, para provocarme, para que me pusiera aún más cachondo viendo cómo repasaba mi miembro con su lengua.
Pensé que sería algo momentáneo, que no tardaría en follarme, pero me la siguió comiendo. A ratos paraba porque necesitaba coger aire, y aprovechaba para pajearme a dos manos, sin perder el contacto visual y repitiéndome que la tenía enorme. Yo, que presumía de tener un aguante bestial, estaba empezando a flaquear.
Era cierto que la tenía grande, a proporción con el resto de mi cuerpo, pero eso no le impedía a Jimena metérsela entera en la boca. Sus manos y su lengua se coordinaron para llevarme hasta un punto en el que jamás había estado, sentía que se avecinaba algo inmenso. La agarré con fuerza del pelo, no quería que su barbilla se separara de mis huevos.
Justo enfrente de la cama había un espejo que me permitía ver su retaguardia. Jimena meneaba las caderas con el culo bien abierto y el coño empapado, no veía la hora de introducirme también en esos agujeros. Aquellos pensamientos me tenían como una moto, así que el placer vino a mí y me corrí en su boca, sin avisarla. Escupió parte del semen, pero no parecía que le hubiese molestado.
- Chico, qué potencia.
- Y eso que todavía no me has dejado hacer nada.
- ¿Qué quieres hacerme?
- Follarte hasta que grites tan fuerte que se entere tu hijo.
- A Juan Jesús no lo cabrees que te interesa tenerlo a tope en la cancha.
- No lo necesito para ganar el torneo.
- Soy tu mayor fan, Andoni, pero en eso te equivocas.
- ¿Y si dejas ya de hablar y te abres de piernas?
- Hoy no.
- ¿Cómo dices?
- Te dejaré que me la metas si mañana os clasificáis para la final.
- Eso me lo tendrías que haber dicho antes.
- Primero quería saber cómo de grande la tenías.
- Pues ya lo sabes, monta.
- No estás acostumbrado a que te digan que no, ¿verdad?
- Las desesperadas como tú no, eso seguro.
- Más te vale ganar el partido.
No me lo esperaba, tenía el convencimiento de que estaba a mi merced, pero no me vino del todo mal. Jimena me dio un motivo más para salir al día siguiente a por todas. Aunque se merecía que pasara de ella por haber jugado conmigo, a mí no se me escapaba ninguna, ya me había propuesto follármela y tenía que suceder.
Después de una buena corrida siempre dormía como un bendito, y esa noche no fue la excepción. Me ponía a mí mismo mucha presión para ganar, para lucirme delante de todo el mundo, pero estaba tan seguro de mí mismo que eso no me quitaba el sueño. Me quedé dormido con una sonrisa en la boca, pensando en qué diría Juanje si supiera que su esfuerzo me colocaba más cerca de tirarme a su madre.
Amanecí lleno de energía (es lo que tiene que te la coman sin que tú tengas que hacer nada) y con ganas de volver a lucirme. Como todos los días, desde primera hora el equipo se reunió para los entrenamientos, las charlas tácticas y para fortalecer los lazos entre nosotros. O entre ellos, porque ya sabían que yo pasaba de esas cosas.
Las victorias acumuladas hacían que la moral estuviese por las nubes, incluso entre esos que a duras penas sabían botar la pelota. Me daba rabia que siendo tan malos empezasen a creerse alguien solo por mi esfuerzo. Curiosamente, Juanje, el único que tenía algún motivo para sacar pecho, aunque me jodiera, parecía tener los pies en el suelo.
- Están muy confiados, ¿no?
- Son idiotas, ya te lo dije.
- Andoni, ¿crees que vamos a ganar?
- Si no lo creyera ni siquiera me presentaría en el partido.
- Mi madre también lo cree.
- ¿Tu madre?
- Sí, creo que es tu fan número uno.
- Al fin alguien que valora mi talento.
- Yo también, tío, creo que todavía estás a tiempo de ser profesional.
- Pues demuéstramelo pasándome la pelota, no con palabras.
- ¿No te sentó bien lo de ayer?
- Ni un poquito, pero vamos a centrarnos en lo que tenemos por delante.
Lo de fingir no iba conmigo, era mejor que Juanje supiera que le convenía tenerme contento, y que para eso lo mejor que podía hacer era no robarme el protagonismo. Puestos a ser sinceros, también le podría haber contado lo bien que la chupaba su madre, pero cualquier posible conflicto era preferible aplazarlo para después del torneo.
Antes de nuestro partido se jugaba la otra semifinal, y todo el equipo la estuvimos viendo. Fue una victoria cómoda para el equipo que ejercía de anfitrión, pero no consiguieron impresionarme. De hecho, acabé riendo bastante, porque iban tan sobrados que a final sacaron a un jugador que no debía de pasar por mucho el metro y medio.
Ya me veía campeón. Solo teníamos que ganar esa tarde y al día siguiente el equipo del enano no tendría que hacer nada contra nosotros, no si yo jugaba concentrado. Como he dicho, antes tendríamos que ganar nuestra semifinal, tarea que no iba a ser, ni mucho menos, sencilla. Volvía a tener la oportunidad de lucirme.
Mi fama se había extendido tanto que aquel día me defendieron como a una auténtica estrella. Eso me ponía cachondo. Cuanto más se esforzaban en anularme, más cómodo me sentía en la cancha y metía una canasta tras otra. Era capaz de jugar y a la vez distinguir los gritos de Jimena desde la grada, animándome a mí más que a su hijo.
En esa ocasión, incluso Juanje hizo un partido discreto, lo que me colocó a mí como único salvador cuando el partido terminó. Ganamos por muy poco, pero lo importante era que estábamos en la final, y que Jimena tenía algo pendiente conmigo que pensaba cobrarme cuanto antes. Ya no me iban a valer excusas.
- Andoni, ¿dónde vas?
- A mi habitación.
- Pero si ni siquiera hemos cenado.
- Pediré que me suban algo.
- No seas así, ven a celebrar con nosotros, hombre.
- ¿Qué vais a celebrar exactamente, Juanje?
- Que hemos ganado, claro está.
- ¿Crees que os merecéis la celebración?
- Bueno, yo...
- Habéis hecho todos un partido lamentable.
- Sin nosotros no hubieras podido ganar.
- Eso no lo tengo tan claro.
- Ya sabemos que eres el mejor, no hace falta que lo recuerdes todo el rato.
- Tu madre me anima a mí más que a ti, tendría que darte vergüenza.
- Hoy las cosas no me han salido, pero estoy haciendo un buen torneo.
- Si tú lo dices...
Daba igual que acabase de firmar una gran actuación, estaba claro que aún no le había perdonado lo del partido anterior. Mientras ellos celebraban como si hubiesen sido algo más que testigos de excepción de mi prodigiosa actuación, yo me fui a la habitación, pedí que me subieran algo para cenar y esperé a que Jimena se presentara ante mi puerta.
No tenía intención de presentarme de nuevo en su habitación, tenía que ser ella la que viniera, rogando que un campeón como yo le dedicara un poco de su tiempo. Aunque esa mujer se excitaba conmigo, iba detrás de mí desde el principio sin disimulo, parecía que le gustaba jugar con mi paciencia, creer que tenía algo de control sobre mí.
En contra de mis propios principios, esperé pacientemente. Entendí que primero tenía que cenar y que quizás quería asearse para recibirme como me merecía. Estaba agotado, los párpados comenzaban a pesarme y eso me hacía sentir furioso, porque ninguna tía era digna de robarme el sueño... y menos la madre de ese engreído.
Se merecía que pasara de ella, o que la dejara en ridículo de algún modo, pero antes me la tenía que follar, me iba el orgullo en ello. Enfadado, salí de mi habitación, directo hacia la suya. Quería una explicación y el polvo que me pertenecía. Al llegar, llamé a la puerta y me recibió totalmente desnuda. Me hizo un gesto para que la siguiera hasta la ducha.
- ¿Se puede saber de qué vas?
- No te entiendo, Andoni.
- ¿Por qué me haces perseguirte? Tú eras la interesada.
- Iba a ir ahora a tu habitación.
- Me estaba quedando dormido.
- A los hombres hay que haceros esperar.
- No me trates como si fuera uno más.
- ¿Y qué se supone que eres?
- Un joven con un futuro prometedor, no una señora caduca.
- ¿Así es como me ves?
- Ahora mismo sí.
- Sin embargo, has venido hasta mi puerta arrastrándote.
- Me voy.
- Cálmate, solo quería que me tuvieras ganas, porque sé que eres superior.
- Vamos a la cama.
- Quiero que primero te des una ducha conmigo.
- Joder... está bien.
Lo único que me apetecía era tumbarme en la cama y que ella me montara hasta sacarme la última gota de leche, pero se había propuesto que me impacientara y lo estaba consiguiendo. No es que no me pareciese morboso darme una ducha con una madura cachonda, sabía que sería muy erótico. El problema era que no llevaba nada bien que me arrebataran la iniciativa.
Entré en la ducha a regañadientes, dispuesto a demostrarle que yo era el que mandaba. Antes de poder hacer nada, Jimena me rodeó con sus brazos y comenzó a comerme la boca. Eso me ponía muy cachondo, lógicamente, pero, debido a la diferencia de estatura entre nosotros, no era una posición demasiado cómoda para mí.
Aun así, nos estuvimos besando durante mucho rato. Entendí que quizás necesitaba calentarse antes de pasar a la acción, porque debido a su edad no se mojaba con rapidez. Era una opción, lo otro que se me pasaba por la cabeza era que seguía jugando conmigo, aunque era inútil, porque no se iba a escapar de esa ducha sin ser follada.
Mi polla palpitaba contra su vientre mientras le sujetaba el culo a dos manos, preguntándome cómo reaccionaría si le deslizaba un dedo hacia dentro. Me despertaba curiosidad y morbo, pero no era demasiado partidario de hurgar ese tipo de orificios, no si la tía no era de mi entera confianza, y Jimena aún no se había ganado eso.
Harto de estar encorvado para poder meter la lengua en la boca de esa mujer, la levanté para ponerla a mi altura. La madre de Juanje me rodeó la cintura con sus piernas sin dejar de besarme. En esa ocasión, era su sexo, caliente y viscoso, en que quedaba apoyado en mi abdomen. Mis dedos cada vez se acercaban más a su ano.
No quería introducirle un dedo en el culo, pero lo de besarnos, aunque fuera excitante, comenzaba a aburrirme y la mente me retaba de ese modo, pidiéndome que sometiera a Jimena. Ella estaba muy cachonda, lo notaba tanto en su coño como en lo duros que tenía los pezones. Para ver si al menos así reaccionaba, me decidí a explorar su trasero.
- ¿Qué haces?
- Meterte un dedo por el culo.
- ¿Sin preguntarme antes?
- Aquí se hace lo que yo quiero.
- Eso no es así, Andoni.
- Si quieres decidir, fóllate a uno de tu edad.
- Pero a mí me gustas tú.
- Entonces deja que te la meta de una vez, no me gustan tus jueguecitos.
- ¿Por qué tanta prisa?
- Joder, porque estoy caliente y porque me lo he ganado.
- Permíteme seguir besándote un poco más, por favor... me encantan tus labios.
- Vale, pero tú me tienes que dejar meterte el dedo.
- Con cuidado, mi ano es casi virgen.
Me extrañaba mucho que a lo largo de su extensa vida Jimena no se hubiera metido ya un sinfín de trancas por el culo, viendo lo viciosa que era, pero igualmente no tenía intención de ser brusco, al menos al principio. Ella volvió a meterme la lengua en la boca mientras yo la sujetaba de nuevo por las nalgas.
Le di varias vueltas, porque no lo acababa de tener claro, pero le acabé metiendo la punta de un dedo. Reaccionó con un respingo que no le impidió seguir sellada a mi boca. Fue una sensación extraña, como si su ano, aún más estrecho de lo que imaginaba, me succionara. Moví el dedo con sutileza, ganando milímetros en su interior.
Pese a mis reservas, el rabo se me puso todavía más duro al perforar su culo con mi dedo. Empezaba a preguntarme cómo sería follarle ese agujero, si gritaría de dolor o me perdería que no parase. Le tenía ganas a su coño, pero darle por detrás sería la prueba definitiva de mi dominio sobre ella. Parecía que Jimena me estaba leyendo la mente.
- Mi culo ya ha tenido suficiente por hoy.
- ¿Podemos ir a la cama de una puñetera vez?
- No, hoy me apetece hacerlo todo en la ducha.
- Follar aquí tiene que ser muy incómodo, me puedo resbalar.
- Tranquilo, Andoni, nadie está hablando de follar.
- ¿Cómo que no?
- Sabes que me gusta ir con calma.
- Date la vuelta, que te la meto aunque sea aquí.
- No.
- ¿Perdona?
- Cómeme el coño.
- Tú lo flipas.
- Me debes ese favor, yo lo hice ayer.
- Esto no va de favores, aquí soy yo la estrella y me tienes que complacer.
- Y lo haré, pero si me lio con un niñato es porque también quiero mi parte.
- ¿Te parece poco placer el que te puedo dar con esta?
- Por si acaso, empieza arrodillándote.
- No soy un sumiso, y menos con una señora que podía ser mi madre.
- Entonces es mejor que vuelvas a tu habitación.
- ¿Me vas a dejar con el calentón?
- No es lo que quiero, pero si te niegas a darme placer...
Pensaba que la tenía dominada, que yo era un lujo para ella y haría todo lo que le pidiera para no perderme, pero Jimena resultó ser un hueso duro de roer. Por primera vez en mi vida, me veía obligado a hacer cosas que no quería para que una tía me permitiera follármela. Aunque en otras circunstancias me hubiese plantado, allí no tenía mucha donde elegir y necesitaba desahogarme.
Teniéndome que tragar la rabia, me arrodillé en la ducha. Jimena abrió las piernas y me acercó el coño a la boca. Empecé metiéndole un dedo, comprobando que estaba tan caliente como yo, pero ni así pude lograr que cediera. No tenía nada en contra de comer rajas, no si era por voluntad propia y se trataba de una muchacha de carne prieta y joven.
Aunque pasaba ya de los cuarenta años, puede que incluso llegara a los cincuenta, el coño de Jimena no era muy distinto a los que estaba acostumbrado. No lo tenía dado de sí, ni le colgaban los labios vaginales. Cuando mi lengua entró en contacto con su entrepierna, recibí una gran cantidad de fluidos. En eso, en el sabor, sí que noté diferencias con las jovencitas.
Jimena me agarró con fuerza del pelo y se aseguró de que mi boca no se separara ni un poco de su sexo. Durante un instante, disfruté de esa especie de sometimiento, de convertirme en una máquina de dar placer, o eso me parecía por sus gemidos. No duró mucho, porque mi propia excitación me pedía metérsela cuanto antes, donde fuera.
Seguí amorrado a su maduro coño, ya succionándole el clítoris y con dos dedos entrando y saliendo de su resbaladiza intimidad. Jimena gemía cada vez más alto, como si fuera la primera vez que alguien la complacía, cosa que no era cierta. En cierto modo, aquello también era como una competición, el reto de lograr ser el que más placer le diera.
Tragué una gran cantidad de sus jugos, pero me daba igual, porque para entonces ya estaba en modo competitivo. Cuando sus gemidos ya eran tan altos que temía que se escucharan por todo el hotel, le volví a agarrar el culo a dos manos, le lamí el coño de arriba a abajo y absorbí con fuerza hasta llevarla al orgasmo. Las piernas le flaquearon y tuve que sujetarla para que no se golpeara.
- Mi héroe.
- He hecho que te corras y te he librado de un buen golpe.
- Eso merece una recompensa.
- Sí, pero en la cama, que estoy hasta los cojones de tanta agua.
- Así se será, no te preocupes.
- Pues vamos, que me va a reventar la chorra.
- Hoy no.
- ¿Cómo dices?
- Tienes que descasar, Andoni.
- ¿Te estás quedando conmigo?
- Te juro que mañana te echo el mejor polvo de tu vida.
- Si ganamos el torneo, ¿no?
- No, iré a tu habitación durante el descanso de después de comer.
- No me jodas, Jimena, no me puedo quedar tan caliente.
- Tendrás que hacerte una paja.
- Házmela tú.
- No.
- Estás jugando conmigo, vieja zorra.
- Tienes la boca muy sucia, y no por lo que te acabas de comer.
- Como no cumplas con tu palabra...
- Tranquilo, mañana será un día grande.
- El torneo lo voy a ganar seguro, jugamos contra un equipo que tiene un enano.
- Por si acaso, no te confíes.
- Los voy a machacar yo solito, dile a tu hijo que se puede quedar en la cama.
Respecto a la final del día siguiente no tenía ninguna duda, estaba convencido de que iba a ganar sin necesitar la ayuda de nadie, ni siquiera de Juanje. Sin embargo, con Jimena no lo tenía tan claro, pensaba que me la volvería a jugar. Esa noche me acosté pensando en formas de vengarme si no cumplía, todas pasaban por hacer que su hijo se enterara de lo puta que era.
Continuará...
Pero no era lo que más me movía. Aunque me podría haber contenido, por el equipo, por ganar ese torneo que hasta hacía unos días parecía imposible, Juanje me había eclipsado, estaba disfrutando de un protagonismo que me pertenecía, y eso no lo podía pasar por alto. No se me ocurría mejor venganza que darle a la guarra de su madre lo que estaba pidiendo a gritos.
Jimena tenía mi rabo entre sus manos y esperaba ansioso a que se la metiera, quería saber qué tal trotaba una cuarentona. Pensaba que era lo que iba a hacer, por su evidente excitación, pero se la llevó a la boca. Acostumbrado a las mamadas de las niñatas, fue en ese momento cuando comencé a valorar la experiencia como merecía.
Me incorporé un poco para sentarme en la cama, quedando recostado sobre el cabecero. Desde esa posición contemplé el espectáculo, además de sentirlo en mis propias carnes. No solo la chupaba de vicio, sino que Jimena no dejaba de mirarme a los ojos, para provocarme, para que me pusiera aún más cachondo viendo cómo repasaba mi miembro con su lengua.
Pensé que sería algo momentáneo, que no tardaría en follarme, pero me la siguió comiendo. A ratos paraba porque necesitaba coger aire, y aprovechaba para pajearme a dos manos, sin perder el contacto visual y repitiéndome que la tenía enorme. Yo, que presumía de tener un aguante bestial, estaba empezando a flaquear.
Era cierto que la tenía grande, a proporción con el resto de mi cuerpo, pero eso no le impedía a Jimena metérsela entera en la boca. Sus manos y su lengua se coordinaron para llevarme hasta un punto en el que jamás había estado, sentía que se avecinaba algo inmenso. La agarré con fuerza del pelo, no quería que su barbilla se separara de mis huevos.
Justo enfrente de la cama había un espejo que me permitía ver su retaguardia. Jimena meneaba las caderas con el culo bien abierto y el coño empapado, no veía la hora de introducirme también en esos agujeros. Aquellos pensamientos me tenían como una moto, así que el placer vino a mí y me corrí en su boca, sin avisarla. Escupió parte del semen, pero no parecía que le hubiese molestado.
- Chico, qué potencia.
- Y eso que todavía no me has dejado hacer nada.
- ¿Qué quieres hacerme?
- Follarte hasta que grites tan fuerte que se entere tu hijo.
- A Juan Jesús no lo cabrees que te interesa tenerlo a tope en la cancha.
- No lo necesito para ganar el torneo.
- Soy tu mayor fan, Andoni, pero en eso te equivocas.
- ¿Y si dejas ya de hablar y te abres de piernas?
- Hoy no.
- ¿Cómo dices?
- Te dejaré que me la metas si mañana os clasificáis para la final.
- Eso me lo tendrías que haber dicho antes.
- Primero quería saber cómo de grande la tenías.
- Pues ya lo sabes, monta.
- No estás acostumbrado a que te digan que no, ¿verdad?
- Las desesperadas como tú no, eso seguro.
- Más te vale ganar el partido.
No me lo esperaba, tenía el convencimiento de que estaba a mi merced, pero no me vino del todo mal. Jimena me dio un motivo más para salir al día siguiente a por todas. Aunque se merecía que pasara de ella por haber jugado conmigo, a mí no se me escapaba ninguna, ya me había propuesto follármela y tenía que suceder.
Después de una buena corrida siempre dormía como un bendito, y esa noche no fue la excepción. Me ponía a mí mismo mucha presión para ganar, para lucirme delante de todo el mundo, pero estaba tan seguro de mí mismo que eso no me quitaba el sueño. Me quedé dormido con una sonrisa en la boca, pensando en qué diría Juanje si supiera que su esfuerzo me colocaba más cerca de tirarme a su madre.
Amanecí lleno de energía (es lo que tiene que te la coman sin que tú tengas que hacer nada) y con ganas de volver a lucirme. Como todos los días, desde primera hora el equipo se reunió para los entrenamientos, las charlas tácticas y para fortalecer los lazos entre nosotros. O entre ellos, porque ya sabían que yo pasaba de esas cosas.
Las victorias acumuladas hacían que la moral estuviese por las nubes, incluso entre esos que a duras penas sabían botar la pelota. Me daba rabia que siendo tan malos empezasen a creerse alguien solo por mi esfuerzo. Curiosamente, Juanje, el único que tenía algún motivo para sacar pecho, aunque me jodiera, parecía tener los pies en el suelo.
- Están muy confiados, ¿no?
- Son idiotas, ya te lo dije.
- Andoni, ¿crees que vamos a ganar?
- Si no lo creyera ni siquiera me presentaría en el partido.
- Mi madre también lo cree.
- ¿Tu madre?
- Sí, creo que es tu fan número uno.
- Al fin alguien que valora mi talento.
- Yo también, tío, creo que todavía estás a tiempo de ser profesional.
- Pues demuéstramelo pasándome la pelota, no con palabras.
- ¿No te sentó bien lo de ayer?
- Ni un poquito, pero vamos a centrarnos en lo que tenemos por delante.
Lo de fingir no iba conmigo, era mejor que Juanje supiera que le convenía tenerme contento, y que para eso lo mejor que podía hacer era no robarme el protagonismo. Puestos a ser sinceros, también le podría haber contado lo bien que la chupaba su madre, pero cualquier posible conflicto era preferible aplazarlo para después del torneo.
Antes de nuestro partido se jugaba la otra semifinal, y todo el equipo la estuvimos viendo. Fue una victoria cómoda para el equipo que ejercía de anfitrión, pero no consiguieron impresionarme. De hecho, acabé riendo bastante, porque iban tan sobrados que a final sacaron a un jugador que no debía de pasar por mucho el metro y medio.
Ya me veía campeón. Solo teníamos que ganar esa tarde y al día siguiente el equipo del enano no tendría que hacer nada contra nosotros, no si yo jugaba concentrado. Como he dicho, antes tendríamos que ganar nuestra semifinal, tarea que no iba a ser, ni mucho menos, sencilla. Volvía a tener la oportunidad de lucirme.
Mi fama se había extendido tanto que aquel día me defendieron como a una auténtica estrella. Eso me ponía cachondo. Cuanto más se esforzaban en anularme, más cómodo me sentía en la cancha y metía una canasta tras otra. Era capaz de jugar y a la vez distinguir los gritos de Jimena desde la grada, animándome a mí más que a su hijo.
En esa ocasión, incluso Juanje hizo un partido discreto, lo que me colocó a mí como único salvador cuando el partido terminó. Ganamos por muy poco, pero lo importante era que estábamos en la final, y que Jimena tenía algo pendiente conmigo que pensaba cobrarme cuanto antes. Ya no me iban a valer excusas.
- Andoni, ¿dónde vas?
- A mi habitación.
- Pero si ni siquiera hemos cenado.
- Pediré que me suban algo.
- No seas así, ven a celebrar con nosotros, hombre.
- ¿Qué vais a celebrar exactamente, Juanje?
- Que hemos ganado, claro está.
- ¿Crees que os merecéis la celebración?
- Bueno, yo...
- Habéis hecho todos un partido lamentable.
- Sin nosotros no hubieras podido ganar.
- Eso no lo tengo tan claro.
- Ya sabemos que eres el mejor, no hace falta que lo recuerdes todo el rato.
- Tu madre me anima a mí más que a ti, tendría que darte vergüenza.
- Hoy las cosas no me han salido, pero estoy haciendo un buen torneo.
- Si tú lo dices...
Daba igual que acabase de firmar una gran actuación, estaba claro que aún no le había perdonado lo del partido anterior. Mientras ellos celebraban como si hubiesen sido algo más que testigos de excepción de mi prodigiosa actuación, yo me fui a la habitación, pedí que me subieran algo para cenar y esperé a que Jimena se presentara ante mi puerta.
No tenía intención de presentarme de nuevo en su habitación, tenía que ser ella la que viniera, rogando que un campeón como yo le dedicara un poco de su tiempo. Aunque esa mujer se excitaba conmigo, iba detrás de mí desde el principio sin disimulo, parecía que le gustaba jugar con mi paciencia, creer que tenía algo de control sobre mí.
En contra de mis propios principios, esperé pacientemente. Entendí que primero tenía que cenar y que quizás quería asearse para recibirme como me merecía. Estaba agotado, los párpados comenzaban a pesarme y eso me hacía sentir furioso, porque ninguna tía era digna de robarme el sueño... y menos la madre de ese engreído.
Se merecía que pasara de ella, o que la dejara en ridículo de algún modo, pero antes me la tenía que follar, me iba el orgullo en ello. Enfadado, salí de mi habitación, directo hacia la suya. Quería una explicación y el polvo que me pertenecía. Al llegar, llamé a la puerta y me recibió totalmente desnuda. Me hizo un gesto para que la siguiera hasta la ducha.
- ¿Se puede saber de qué vas?
- No te entiendo, Andoni.
- ¿Por qué me haces perseguirte? Tú eras la interesada.
- Iba a ir ahora a tu habitación.
- Me estaba quedando dormido.
- A los hombres hay que haceros esperar.
- No me trates como si fuera uno más.
- ¿Y qué se supone que eres?
- Un joven con un futuro prometedor, no una señora caduca.
- ¿Así es como me ves?
- Ahora mismo sí.
- Sin embargo, has venido hasta mi puerta arrastrándote.
- Me voy.
- Cálmate, solo quería que me tuvieras ganas, porque sé que eres superior.
- Vamos a la cama.
- Quiero que primero te des una ducha conmigo.
- Joder... está bien.
Lo único que me apetecía era tumbarme en la cama y que ella me montara hasta sacarme la última gota de leche, pero se había propuesto que me impacientara y lo estaba consiguiendo. No es que no me pareciese morboso darme una ducha con una madura cachonda, sabía que sería muy erótico. El problema era que no llevaba nada bien que me arrebataran la iniciativa.
Entré en la ducha a regañadientes, dispuesto a demostrarle que yo era el que mandaba. Antes de poder hacer nada, Jimena me rodeó con sus brazos y comenzó a comerme la boca. Eso me ponía muy cachondo, lógicamente, pero, debido a la diferencia de estatura entre nosotros, no era una posición demasiado cómoda para mí.
Aun así, nos estuvimos besando durante mucho rato. Entendí que quizás necesitaba calentarse antes de pasar a la acción, porque debido a su edad no se mojaba con rapidez. Era una opción, lo otro que se me pasaba por la cabeza era que seguía jugando conmigo, aunque era inútil, porque no se iba a escapar de esa ducha sin ser follada.
Mi polla palpitaba contra su vientre mientras le sujetaba el culo a dos manos, preguntándome cómo reaccionaría si le deslizaba un dedo hacia dentro. Me despertaba curiosidad y morbo, pero no era demasiado partidario de hurgar ese tipo de orificios, no si la tía no era de mi entera confianza, y Jimena aún no se había ganado eso.
Harto de estar encorvado para poder meter la lengua en la boca de esa mujer, la levanté para ponerla a mi altura. La madre de Juanje me rodeó la cintura con sus piernas sin dejar de besarme. En esa ocasión, era su sexo, caliente y viscoso, en que quedaba apoyado en mi abdomen. Mis dedos cada vez se acercaban más a su ano.
No quería introducirle un dedo en el culo, pero lo de besarnos, aunque fuera excitante, comenzaba a aburrirme y la mente me retaba de ese modo, pidiéndome que sometiera a Jimena. Ella estaba muy cachonda, lo notaba tanto en su coño como en lo duros que tenía los pezones. Para ver si al menos así reaccionaba, me decidí a explorar su trasero.
- ¿Qué haces?
- Meterte un dedo por el culo.
- ¿Sin preguntarme antes?
- Aquí se hace lo que yo quiero.
- Eso no es así, Andoni.
- Si quieres decidir, fóllate a uno de tu edad.
- Pero a mí me gustas tú.
- Entonces deja que te la meta de una vez, no me gustan tus jueguecitos.
- ¿Por qué tanta prisa?
- Joder, porque estoy caliente y porque me lo he ganado.
- Permíteme seguir besándote un poco más, por favor... me encantan tus labios.
- Vale, pero tú me tienes que dejar meterte el dedo.
- Con cuidado, mi ano es casi virgen.
Me extrañaba mucho que a lo largo de su extensa vida Jimena no se hubiera metido ya un sinfín de trancas por el culo, viendo lo viciosa que era, pero igualmente no tenía intención de ser brusco, al menos al principio. Ella volvió a meterme la lengua en la boca mientras yo la sujetaba de nuevo por las nalgas.
Le di varias vueltas, porque no lo acababa de tener claro, pero le acabé metiendo la punta de un dedo. Reaccionó con un respingo que no le impidió seguir sellada a mi boca. Fue una sensación extraña, como si su ano, aún más estrecho de lo que imaginaba, me succionara. Moví el dedo con sutileza, ganando milímetros en su interior.
Pese a mis reservas, el rabo se me puso todavía más duro al perforar su culo con mi dedo. Empezaba a preguntarme cómo sería follarle ese agujero, si gritaría de dolor o me perdería que no parase. Le tenía ganas a su coño, pero darle por detrás sería la prueba definitiva de mi dominio sobre ella. Parecía que Jimena me estaba leyendo la mente.
- Mi culo ya ha tenido suficiente por hoy.
- ¿Podemos ir a la cama de una puñetera vez?
- No, hoy me apetece hacerlo todo en la ducha.
- Follar aquí tiene que ser muy incómodo, me puedo resbalar.
- Tranquilo, Andoni, nadie está hablando de follar.
- ¿Cómo que no?
- Sabes que me gusta ir con calma.
- Date la vuelta, que te la meto aunque sea aquí.
- No.
- ¿Perdona?
- Cómeme el coño.
- Tú lo flipas.
- Me debes ese favor, yo lo hice ayer.
- Esto no va de favores, aquí soy yo la estrella y me tienes que complacer.
- Y lo haré, pero si me lio con un niñato es porque también quiero mi parte.
- ¿Te parece poco placer el que te puedo dar con esta?
- Por si acaso, empieza arrodillándote.
- No soy un sumiso, y menos con una señora que podía ser mi madre.
- Entonces es mejor que vuelvas a tu habitación.
- ¿Me vas a dejar con el calentón?
- No es lo que quiero, pero si te niegas a darme placer...
Pensaba que la tenía dominada, que yo era un lujo para ella y haría todo lo que le pidiera para no perderme, pero Jimena resultó ser un hueso duro de roer. Por primera vez en mi vida, me veía obligado a hacer cosas que no quería para que una tía me permitiera follármela. Aunque en otras circunstancias me hubiese plantado, allí no tenía mucha donde elegir y necesitaba desahogarme.
Teniéndome que tragar la rabia, me arrodillé en la ducha. Jimena abrió las piernas y me acercó el coño a la boca. Empecé metiéndole un dedo, comprobando que estaba tan caliente como yo, pero ni así pude lograr que cediera. No tenía nada en contra de comer rajas, no si era por voluntad propia y se trataba de una muchacha de carne prieta y joven.
Aunque pasaba ya de los cuarenta años, puede que incluso llegara a los cincuenta, el coño de Jimena no era muy distinto a los que estaba acostumbrado. No lo tenía dado de sí, ni le colgaban los labios vaginales. Cuando mi lengua entró en contacto con su entrepierna, recibí una gran cantidad de fluidos. En eso, en el sabor, sí que noté diferencias con las jovencitas.
Jimena me agarró con fuerza del pelo y se aseguró de que mi boca no se separara ni un poco de su sexo. Durante un instante, disfruté de esa especie de sometimiento, de convertirme en una máquina de dar placer, o eso me parecía por sus gemidos. No duró mucho, porque mi propia excitación me pedía metérsela cuanto antes, donde fuera.
Seguí amorrado a su maduro coño, ya succionándole el clítoris y con dos dedos entrando y saliendo de su resbaladiza intimidad. Jimena gemía cada vez más alto, como si fuera la primera vez que alguien la complacía, cosa que no era cierta. En cierto modo, aquello también era como una competición, el reto de lograr ser el que más placer le diera.
Tragué una gran cantidad de sus jugos, pero me daba igual, porque para entonces ya estaba en modo competitivo. Cuando sus gemidos ya eran tan altos que temía que se escucharan por todo el hotel, le volví a agarrar el culo a dos manos, le lamí el coño de arriba a abajo y absorbí con fuerza hasta llevarla al orgasmo. Las piernas le flaquearon y tuve que sujetarla para que no se golpeara.
- Mi héroe.
- He hecho que te corras y te he librado de un buen golpe.
- Eso merece una recompensa.
- Sí, pero en la cama, que estoy hasta los cojones de tanta agua.
- Así se será, no te preocupes.
- Pues vamos, que me va a reventar la chorra.
- Hoy no.
- ¿Cómo dices?
- Tienes que descasar, Andoni.
- ¿Te estás quedando conmigo?
- Te juro que mañana te echo el mejor polvo de tu vida.
- Si ganamos el torneo, ¿no?
- No, iré a tu habitación durante el descanso de después de comer.
- No me jodas, Jimena, no me puedo quedar tan caliente.
- Tendrás que hacerte una paja.
- Házmela tú.
- No.
- Estás jugando conmigo, vieja zorra.
- Tienes la boca muy sucia, y no por lo que te acabas de comer.
- Como no cumplas con tu palabra...
- Tranquilo, mañana será un día grande.
- El torneo lo voy a ganar seguro, jugamos contra un equipo que tiene un enano.
- Por si acaso, no te confíes.
- Los voy a machacar yo solito, dile a tu hijo que se puede quedar en la cama.
Respecto a la final del día siguiente no tenía ninguna duda, estaba convencido de que iba a ganar sin necesitar la ayuda de nadie, ni siquiera de Juanje. Sin embargo, con Jimena no lo tenía tan claro, pensaba que me la volvería a jugar. Esa noche me acosté pensando en formas de vengarme si no cumplía, todas pasaban por hacer que su hijo se enterara de lo puta que era.
Continuará...
0 comentarios - La madre de mi compañero de equipo (2)