Son muchos los factores que pueden hacer que una persona, especialmente una muy joven, como yo era en aquella época, se convierta en una arrogante. La juventud de por sí ya trae algo de eso, te crees que lo sabes todo, cuando en realidad no tienes ni idea de nada. Si eso se combina con una belleza por encima de la media y talento para algún deporte, tienes a todas las papeletas para convertirte en el perfecto imbécil.
El verano en que cumplí la mayoría de edad estaba insoportable, yo mismo lo reconozco. Las notas que había sacado no daban para tener el ego tan inflado, ya que había aprobado todo por los pelos, pero sí los coños que me había comido ese curso. También me ayudaba a ser así de soberbio todas las canastas anotadas.
Efectivamente, era el baloncesto el deporte que tanto me hacía destacar entre los comunes mortales. No tanto como para pensar en una carrera como profesional, pero sí para dejar con la boca abierta a todos los pringados del equipo del barrio, que era donde jugaba, y de paso a los familiares que semanalmente acudían a los partidos.
En realidad, el baloncesto nunca fue mi pasión, pero sacarle una cabeza de estatura a todos mis compañeros de clase a la tierna edad de doce años hizo que me decantara por ese deporte. La falta de talento, al menos de ese que distingue a los aficionados de los auténticos elegidos, hizo que me quedara en eso, en la figura de un equipo más que mediocre.
Tampoco ayudó demasiado mis problemas de disciplina. No era un mal chico, nunca lo fui, pero, además de alto, era muy guapo. Que todas se quieran acostar contigo te convierte irremediablemente en un cretino. Empiezas saltándote un entrenamiento para ir a morrearte con una y acabas pasando de un partido por echar un polvo.
Tendrían que haberme expulsado del equipo en infinidad de ocasiones, yo lo hubiera hecho, si hubiese dependido de mí, pero sabían que si prescindían de mis servicios se hundían en la miseria. Yo era consciente de eso y lo aprovechaba, de lo contrario, jamás me hubiesen permitido participar en el torneo que se iba a disputar ese verano.
No es que me entusiasmara la idea de dejarme ver fuera del barrio con esos matados, pero se trataba de un torneo en la otra punta del país, con una semana de hotel incluida. Las posibilidades de sexo con nuevas hembras eran infinitas, al menos en mi cabeza, aunque también sabía que íbamos a hacer el ridículo. No solo yo era consciente de eso.
- Andoni, ¿estás seguro de que quieres participar en el torneo?
- Te he dicho mil veces que sí.
- Es un viaje demasiado largo para que os machaquen a la primera de cambio.
- Qué poca fe tienes en mí.
- Si tú seguro que metes cuarenta puntos, como siempre, pero los demás...
- El entrenador dice que hemos fichado a un chaval nuevo.
- No será tan bueno como mi chico, ni tan guapo.
- Cuando dices esas cosas me avergüenzas, mamá.
- Pero sabes que es verdad.
- Solo quiero hacer algo distinto. Tú también deberías venir.
- No nos lo podemos permitir, cielo, ya hago un gran sacrificio permitiéndote ir.
- Después de verano me pondré a trabajar, te lo prometo.
- De eso nada, irás a la universidad como hemos hablado.
- Ya lo veremos.
Mi idea no era aceptar cualquier trabajo, pero tampoco estudiar cualquier carrera por el mero hecho de llegar a ser universitario. Estaba convencido de que algo surgiría, un empleo a la altura de alguien con mis cualidades físicas. Aunque eso era algo de lo que me preocuparía más adelante, la inminente era el torneo.
A falta de una semana para el torneo nos presentaron al flamante fichaje. Dicen que no hay que juzgar a un libro por su portada, pero, sin necesidad de verlo jugar ni un solo segundo, me parecía que mejoraba notablemente al resto de mis compañeros. Sin llegar a tener mi porte, ni mucho menos, tenía un aura distinta.
En cuanto lo vi con una pelota en sus manos supe que no me equivocaba. Los otros ni siquiera sabían botar el balón en condiciones, pero el nuevo demostraba tener bastante destreza, demasiada, para un equipo como el nuestro. Estaba satisfecho con la adquisición, y lo seguiría estando, siempre que no acaparara los focos que eran míos por derecho propio.
Como líder indiscutido que era, me correspondía a mí darle la bienvenida, pero no tenía intención de ponérselo tan fácil, quería que supiera que yo no iba detrás de nadie. Me limité a observarlo, quería estar seguro de que era bueno de verdad, de que no me había dejado llevar solo por lo rematadamente malos que eran los demás en comparación.
- Así que tú eres Juan Jesús.
- Juanje, por favor.
- Yo Andoni. ¿Qué te trae por este barrio de mala muerte?
- Mis padres se han separado y me he venido con mi madre a casa de mis abuelos.
- Qué faena, los míos tampoco están juntos.
- Supongo que estaré por aquí poco tiempo.
- Pero suficiente para participar en el torneo.
- Sí, eso seguro.
- He visto que te manejas bastante bien con la pelota.
- No se me da mal, espero poder ayudar al equipo.
- Harás más que eso, porque aquí son todos malísimos.
- ¿En serio? No me ha dicho eso el entrenador.
- Me temo que te ha contado una trola para ficharte.
- O sea, que vamos a hacer el ridículo en el torneo, ¿no?
- Salvo que tú y yo nos entendamos bien en la cancha.
- ¿Eres el único que sabe jugar o algo así?
- Algo así no, es literalmente lo que soy. O lo que era, según parece.
- Creo que nos vamos a entender.
- Más nos vale.
Reconocía en Juanje una parte de mi chulería, aunque no me llegaba, al menos en ese sentido y seguramente en todos los demás, ni a la suela de las zapatillas. Que no intentara ponerse a mi altura le sirvió para que le diera una oportunidad, no solo como jugador de nuestro equipo, también como algo parecido a un amigo.
Tenía colegas, pero no dentro de la plantilla. Principalmente, porque no me despertaba ningún interés el relacionarme con esos pringados. Ellos tampoco me veían a mí con demasiados buenos ojos, y no los culpaba, porque yo les había puesto los motes con los que se les conocía dentro del vestuario y, en algunos casos, también fuera.
No quería ser malo con ellos, pero si no tienes un compañero que no ve la pelota hasta que la tiene delante de las narices lo normal es apodarlo Topo. Y si hay otro que pierde todo balón que pasa por sus manos la lógica dicta que todo el mundo lo llame Manazas. Como solía decir mi abuelo, con esos bueyes tenía que arar.
La mañana que subimos al autocar rumbo al torneo me sentía esperanzado, por lo menos bastante más de lo que me hubiese sentido se Juanje no viniera con nosotros. Iba sentado a mi lado, privilegio que solo le concedía a él, para ir diseñando algunas estrategias. Al día siguiente viajarían los familiares, aunque no los míos.
- Quedan cinco segundos y perdemos de un punto, ¿a quién se la pasas?
- Obviamente a ti, Andoni.
- Muy bien. Y no solo cuando perdamos, siempre que te la pida.
- Pero...
- Hazme caso, estoy acostumbrado a lidiar con la presión.
- De acuerdo.
- En el barrio la gente viene para verme jugar a mí, sobre todo a las chicas.
- Allí no te va a conocer nadie.
- En cuanto me vean me convertiré en el centro de atención.
- Me dejarás meter alguna canasta, ¿no?
- Por supuesto, si te lo ganas.
- Ya que mi madre se va a cruzar el país entero para verme...
- No te preocupes, tu mami se sentirá orgullosa.
- Es que no lo ha pasado muy bien últimamente.
- Ese tipo de confesiones ya nos las haremos cuando ganemos algún partido.
Ya tenía demasiados dramas en mi vida como para escuchar los de alguien, siendo cierto que parecía buen chaval, acababa de conocer. A la madre de Juanje la conocí al día siguiente. Era más joven que mi madre, también bastante más atractiva, pero no consiguió deslumbrarme. No me iban las maduras, y tenía compañeros con madres más potentes.
Lo primero que hicimos al llegar fue repartirnos las habitaciones de hotel. Se suponía que dormiríamos por parejas, pero éramos impares, así que alguien tendría la suerte de dormir solo. Ninguno se atrevió a reclamar ese privilegio, sabían que si yo lo deseaba no tenían nada que hacer. A mí me venía bien, por si acababa ligando como era costumbre.
Los entrenamientos confirmaron lo que yo ya intuía: Juanje y yo teníamos mucha química en la cancha. Si seguíamos por ese camino y trasladábamos esas buenas sensaciones a los partidos, no era una locura pensar que podíamos obtener alguna victoria. Ganar partidos era lo único que me faltaba para agrandar mi leyenda.
Puede que mis compañeros no me aparecieran demasiado, y menos sin una pelota de por medio, pero sus familiares me adoraban, sobre toda las mujeres. Primas, hermanas e incluso madres, se deshacían en elogios hacia mí después de los partidos, solo para captar mi atención. Aunque resultaba halagador, nunca me planteé relacionarme con la familia de esos perdedores.
A partir del segundo día todo comenzó a ir muy deprisa. Teníamos el primero partido, que era muy importante, pero nos podíamos permitir un único traspiés sin que todavía estuviera en peligro la clasificación. Antes de debutar en el torneo estaba tenso, quería dejar buena impresión también allí, que supieran quien era.
- ¿Los ves calentar? Podemos ganarles.
- No lo sé, Andoni, hay un par muy buenos.
- Pues igual que en nuestro equipo.
- ¿Te refieres a nosotros?
- Evidentemente.
- No quiero ser cabrón, pero tenías razón, los demás son muy malos.
- Pásamela solo a mí, Juanje, y yo confiaré solo en ti.
- Vamos, tío.... ¡Podemos!
Cabía esperar que si a nosotros nos habían invitado a ese torneo, los demás equipos no iban a ser precisamente de aspirantes a la liga americana, pero me sorprendió la facilidad con la que ganamos. Aunque Juanje estuvo bien, mejor incluso de lo que esperaba, fue un alivio comprobar que yo seguía siendo el gallo de ese corral.
Casi de la nada, comencé a fantasear con la idea de ganar el torneo, y digo más, con la posibilidad de que me estuviera viendo algún ojeador que resucitara mi viejo sueño de dedicarme al baloncesto de forma profesional. Las opciones eran mínimas, pero tenía por delante unos cuantos partidos, sobre todo si seguíamos ganando, para demostrarme valía.
Eché de menos que mi madre no estuviese allí para verme, aunque lo entendía, nuestra situación económica no le permitía saltarse ni un solo día de trabajo. Mis compañeros recibieron las felicitaciones de sus familias, pero, curiosamente, la de Juanje, que era la única que tenía motivos para sentirse orgullosa de su hijo, centró la atención en mí.
- Has hecho un partidazo, Andoni.
- Gracias, señora.
- ¿Cómo que señora? A mí llámame Jimena.
- Claro, como quieras.
- Juan Jesús está encantado contigo.
- Y yo con él, es la primera vez que tengo un compañero competente.
- Es verdad que los demás flojean, pero tú eres muy bueno... y muy guapo.
- Eso dicen, sí.
- Eres de los que piensan que modestia es un país de Asia, ¿no?
- ¿No era de África?
- Y encima tienes sentido del humor. Creo que nos vamos a llevar bien.
- No veo por qué no.
- Si te aburres, pásate por mi habitación, que yo también tengo una individual.
Me habían hecho ese tipo de proposición unas cuantas veces, y sabía lo que significaba, pero no creía que me estuviera insinuando lo que parecía. Aunque me veía capaz de atraer a mujeres maduras, a madres, no podía ser que Jimena, sabiendo que era amigo de su hijo, me tirara los trastos de una forma tan descarada.
No es que mi ego lo necesitara, ya lo tenía por las nubes, pero era otra medalla más que me podía colocar. Fuese cierto o no lo que parecía, la verdad era que no tenía ninguna intención de, por decirlo finamente, intimar con ella. Me daba igual que fuese la madre de Juanje, podía romper una amistad por menos, lo que no quería era entregar mis casi dos metros de juventud a una señora ya en declive.
Tal y como sucedía siempre, lo normal era que ya hubiese unas cuantas tías deseando hacerlo conmigo tras haber visto el partido. Era lo que sucedía siempre, pero en esa ocasión resultaba más difícil comprobarlo, porque apenas teníamos tiempo libre, cualquier cosa que hiciéramos fuera del hotel o de las pistas de entrenamiento era un grupo.
Al menos eso nos generaba una especie de química como equipo que nos vino de perlas en el segundo partido. De nuevo volvimos a hacerlo todo Juanje y yo, pero con eso bastó para ganar. Mis estadísticas fueron todavía mejores, me sentía el puto amo. Todos corrieron a felicitarme, aunque nadie con tanto énfasis como Jimena.
- Tendrías que estar jugando en un equipo de verdad.
- Demasiada disciplina para mí.
- ¿Eres un chico malo?
- Cuando tengo que serlo.
- Me gustaría ver esa faceta tuya.
- La verás cuando las cosas se tuerzan.
- Quiero decir fuera de la cancha.
- No sé sí a tu hijo le gustaría.
- Yo no me meto en sus cosas y él no se mete en las mías.
- Voy a darme un baño relajante, que estoy reventado.
- ¿Necesitas ayuda?
- Creo que podré solo.
- Lo dicho, Andoni, pásate por mi habitación cuando quieras.
Ese ofrecimiento tan descarado empezaba a despertarme curiosidad. Me dediqué a observar a Jimena más detenidamente. Tenía pocas tetas, por ahí no iba a conseguir atraerme, pero el culo, si no me engañaban los pantalones cortos que llevaba, parecía estar bastante bien. Por lo menos daba para pensárselo, en otras circunstancias.
En cualquier caso, yo seguía concentrado en el torneo, más concretamente, en ganarlo, y para eso necesitaba a Juanje a pleno rendimiento, cosa que dudaba que pudiese suceder si me follaba a su madre. El problema era que esa señora no dejaba de provocarme, incluso con la mirada. No parecía que le estuviese sentando nada bien el divorcio.
El día del tercer partido, el que iba a sellar nuestra clasificación entre los cuatro primeros, estaba más confiado que nunca. Podíamos permitirnos perder, siempre que no fuese por demasiada diferencia, así que mi idea era salir a divertirme y a hacer que el público disfrutara. Jimena me lanzaba besos desde la grada, sin ningún disimulo.
Aquel fue el encuentro más igualado de todos, pero la clasificación no corrió peligro en ningún momento. Me dediqué a divertirme, a meter canastas imposibles, a dar pases espectaculares. Tenía al público encandilado, hasta que, en el último segundo, con el partido igualado, Juanje decidió lanzar desde la mitad de la cancha en vez de pasármela a mí, que estaba mejor colocado.
La metió y ganamos el partido, pero la rabia que sentí en ese momento es imposible de describir. No solo se pasó por el forro la orden de pasarme el balón para que yo lanzara el último tiro, sino que se llevó todas las felicitaciones, algo que me pertenecía. Había hecho mucho mejor partido que él, no era justo que se convirtiera en el centro de atención por una sola canasta.
Mientras todos celebraban, yo me fui directo al vestuario, con un enfado considerable encima. Como me conocían, los demás compañeros no se atrevieron a acercarse a mí, pero Juanje me preguntó si estaba bien. Preferí no responderle, todavía quedaba torneo, aunque ya ajustaríamos cuentas más adelante. Sin embargo, su madre sí que supo valorar quién era allí el héroe.
- Has estado espectacular, Andoni.
- Díselo a todos esos lameculos.
- Se quedan con la última jugada, pero el mejor has sido tú.
- Tiene huevos que solo sepa verlo la madre del usurpador.
- Adoro a mi hijo, pero ha sido un golpe de suerte, entra una de cada cien.
- Eso mismo pienso yo.
- Si luego sigues de mal humor, ven a mi habitación, haré que se te pase.
Horas después, estirado en mi cama sin ser capaz de pegar ojo, repetía en mi mente una y otra vez esas últimas palabras de Jimena. ¿Y si lo hacía? ¿Si me daba el homenaje que me merecía y encima me vengaba de Juanje por robarme la atención que me merecía? Necesitaba relajarme, eso seguro, y era muy probable que la experiencia de esa mujer me ayudara a conseguirlo.
Harto de pensarme las cosas mil veces cuando tenía todo el derecho a reclamar lo que me pertenecía, salí de la habitación, para ir en busca de Jimena. Por lo visto, ella había pensado exactamente lo mismo que yo, porque nos encontramos a mitad de camino. Estuvo a punto de abrir la boca para decir algo, pero se la tapé con la mía, era mejor prescindir de palabras.
Allí mismo, en mitad del pasillo, nos dimos un morreo que hubiera escandalizado a cualquiera que nos viese. Acto seguido, me agarró la mano y me llevó a su habitación. Nada más abrir la puerta la cogí en brazos para colocarla a mi altura, en ese momento sí que le pude meter bien la lengua en la boca. No besaba como las de mi edad, eso seguro.
Agarrado a su culo, me dejé caer sobre la cama, quedando ella encima de mí. Enseguida se quitó la camiseta y pude ver que no llevaba sujetador, aunque ya lo sabía, sus pezones marcados la habían delatado. Colmé mis grandes manos con sus menudos pechos, toda una experiencia, teniendo en cuenta que yo siempre me había decantado por las tetonas.
Jimena no dejaba de menearse mientras me besaba, endureciendo mi polla con los movimientos de su inquieta entrepierna. Metí una mano por debajo de su pantalón y de la goma del tanga para tocarle el culo, suave y carnoso, como a mí me gustaban. Ella misma se deshizo de la ropa que aún llevaba encima, quedando totalmente desnuda.
Los ojos se me fueron directos al coño de la madre de mi nuevo compañero, del supuesto amigo, del usurpador. Lo llevaba depilado, seguramente porque sabía que acabaría cayendo en sus redes. Intenté tocárselo, pero me apartó la mano y siguió haciendo esos movimientos que tan dura me la ponían. Si quería juego, lo iba a tener.
Estaba a punto de volver a levantarla por los Aires para ponerla a cuatro patas cuando me metió la mano bajo el pantalón y me agarró la polla. Con eso me desactivó. Me quedé quieto, para ver las intenciones de sus pequeñas y cálidas manos, de esos dedos tan traviesos. Deseaba que me la chupara, que se abriera de piernas, que me entregara su culo... lo quería todo y lo quería ya.
- ¿Estás listo, campeón?
- ¿Qué me vas a hacer?
- Por eso no te preocupes, déjame a mí.
- Yo siempre llevo la iniciativa.
- Porque nunca has estado con una mujer como yo.
- Eso seguro.
- Confía en mí, las vas a meter todas.
Continuará
El verano en que cumplí la mayoría de edad estaba insoportable, yo mismo lo reconozco. Las notas que había sacado no daban para tener el ego tan inflado, ya que había aprobado todo por los pelos, pero sí los coños que me había comido ese curso. También me ayudaba a ser así de soberbio todas las canastas anotadas.
Efectivamente, era el baloncesto el deporte que tanto me hacía destacar entre los comunes mortales. No tanto como para pensar en una carrera como profesional, pero sí para dejar con la boca abierta a todos los pringados del equipo del barrio, que era donde jugaba, y de paso a los familiares que semanalmente acudían a los partidos.
En realidad, el baloncesto nunca fue mi pasión, pero sacarle una cabeza de estatura a todos mis compañeros de clase a la tierna edad de doce años hizo que me decantara por ese deporte. La falta de talento, al menos de ese que distingue a los aficionados de los auténticos elegidos, hizo que me quedara en eso, en la figura de un equipo más que mediocre.
Tampoco ayudó demasiado mis problemas de disciplina. No era un mal chico, nunca lo fui, pero, además de alto, era muy guapo. Que todas se quieran acostar contigo te convierte irremediablemente en un cretino. Empiezas saltándote un entrenamiento para ir a morrearte con una y acabas pasando de un partido por echar un polvo.
Tendrían que haberme expulsado del equipo en infinidad de ocasiones, yo lo hubiera hecho, si hubiese dependido de mí, pero sabían que si prescindían de mis servicios se hundían en la miseria. Yo era consciente de eso y lo aprovechaba, de lo contrario, jamás me hubiesen permitido participar en el torneo que se iba a disputar ese verano.
No es que me entusiasmara la idea de dejarme ver fuera del barrio con esos matados, pero se trataba de un torneo en la otra punta del país, con una semana de hotel incluida. Las posibilidades de sexo con nuevas hembras eran infinitas, al menos en mi cabeza, aunque también sabía que íbamos a hacer el ridículo. No solo yo era consciente de eso.
- Andoni, ¿estás seguro de que quieres participar en el torneo?
- Te he dicho mil veces que sí.
- Es un viaje demasiado largo para que os machaquen a la primera de cambio.
- Qué poca fe tienes en mí.
- Si tú seguro que metes cuarenta puntos, como siempre, pero los demás...
- El entrenador dice que hemos fichado a un chaval nuevo.
- No será tan bueno como mi chico, ni tan guapo.
- Cuando dices esas cosas me avergüenzas, mamá.
- Pero sabes que es verdad.
- Solo quiero hacer algo distinto. Tú también deberías venir.
- No nos lo podemos permitir, cielo, ya hago un gran sacrificio permitiéndote ir.
- Después de verano me pondré a trabajar, te lo prometo.
- De eso nada, irás a la universidad como hemos hablado.
- Ya lo veremos.
Mi idea no era aceptar cualquier trabajo, pero tampoco estudiar cualquier carrera por el mero hecho de llegar a ser universitario. Estaba convencido de que algo surgiría, un empleo a la altura de alguien con mis cualidades físicas. Aunque eso era algo de lo que me preocuparía más adelante, la inminente era el torneo.
A falta de una semana para el torneo nos presentaron al flamante fichaje. Dicen que no hay que juzgar a un libro por su portada, pero, sin necesidad de verlo jugar ni un solo segundo, me parecía que mejoraba notablemente al resto de mis compañeros. Sin llegar a tener mi porte, ni mucho menos, tenía un aura distinta.
En cuanto lo vi con una pelota en sus manos supe que no me equivocaba. Los otros ni siquiera sabían botar el balón en condiciones, pero el nuevo demostraba tener bastante destreza, demasiada, para un equipo como el nuestro. Estaba satisfecho con la adquisición, y lo seguiría estando, siempre que no acaparara los focos que eran míos por derecho propio.
Como líder indiscutido que era, me correspondía a mí darle la bienvenida, pero no tenía intención de ponérselo tan fácil, quería que supiera que yo no iba detrás de nadie. Me limité a observarlo, quería estar seguro de que era bueno de verdad, de que no me había dejado llevar solo por lo rematadamente malos que eran los demás en comparación.
- Así que tú eres Juan Jesús.
- Juanje, por favor.
- Yo Andoni. ¿Qué te trae por este barrio de mala muerte?
- Mis padres se han separado y me he venido con mi madre a casa de mis abuelos.
- Qué faena, los míos tampoco están juntos.
- Supongo que estaré por aquí poco tiempo.
- Pero suficiente para participar en el torneo.
- Sí, eso seguro.
- He visto que te manejas bastante bien con la pelota.
- No se me da mal, espero poder ayudar al equipo.
- Harás más que eso, porque aquí son todos malísimos.
- ¿En serio? No me ha dicho eso el entrenador.
- Me temo que te ha contado una trola para ficharte.
- O sea, que vamos a hacer el ridículo en el torneo, ¿no?
- Salvo que tú y yo nos entendamos bien en la cancha.
- ¿Eres el único que sabe jugar o algo así?
- Algo así no, es literalmente lo que soy. O lo que era, según parece.
- Creo que nos vamos a entender.
- Más nos vale.
Reconocía en Juanje una parte de mi chulería, aunque no me llegaba, al menos en ese sentido y seguramente en todos los demás, ni a la suela de las zapatillas. Que no intentara ponerse a mi altura le sirvió para que le diera una oportunidad, no solo como jugador de nuestro equipo, también como algo parecido a un amigo.
Tenía colegas, pero no dentro de la plantilla. Principalmente, porque no me despertaba ningún interés el relacionarme con esos pringados. Ellos tampoco me veían a mí con demasiados buenos ojos, y no los culpaba, porque yo les había puesto los motes con los que se les conocía dentro del vestuario y, en algunos casos, también fuera.
No quería ser malo con ellos, pero si no tienes un compañero que no ve la pelota hasta que la tiene delante de las narices lo normal es apodarlo Topo. Y si hay otro que pierde todo balón que pasa por sus manos la lógica dicta que todo el mundo lo llame Manazas. Como solía decir mi abuelo, con esos bueyes tenía que arar.
La mañana que subimos al autocar rumbo al torneo me sentía esperanzado, por lo menos bastante más de lo que me hubiese sentido se Juanje no viniera con nosotros. Iba sentado a mi lado, privilegio que solo le concedía a él, para ir diseñando algunas estrategias. Al día siguiente viajarían los familiares, aunque no los míos.
- Quedan cinco segundos y perdemos de un punto, ¿a quién se la pasas?
- Obviamente a ti, Andoni.
- Muy bien. Y no solo cuando perdamos, siempre que te la pida.
- Pero...
- Hazme caso, estoy acostumbrado a lidiar con la presión.
- De acuerdo.
- En el barrio la gente viene para verme jugar a mí, sobre todo a las chicas.
- Allí no te va a conocer nadie.
- En cuanto me vean me convertiré en el centro de atención.
- Me dejarás meter alguna canasta, ¿no?
- Por supuesto, si te lo ganas.
- Ya que mi madre se va a cruzar el país entero para verme...
- No te preocupes, tu mami se sentirá orgullosa.
- Es que no lo ha pasado muy bien últimamente.
- Ese tipo de confesiones ya nos las haremos cuando ganemos algún partido.
Ya tenía demasiados dramas en mi vida como para escuchar los de alguien, siendo cierto que parecía buen chaval, acababa de conocer. A la madre de Juanje la conocí al día siguiente. Era más joven que mi madre, también bastante más atractiva, pero no consiguió deslumbrarme. No me iban las maduras, y tenía compañeros con madres más potentes.
Lo primero que hicimos al llegar fue repartirnos las habitaciones de hotel. Se suponía que dormiríamos por parejas, pero éramos impares, así que alguien tendría la suerte de dormir solo. Ninguno se atrevió a reclamar ese privilegio, sabían que si yo lo deseaba no tenían nada que hacer. A mí me venía bien, por si acababa ligando como era costumbre.
Los entrenamientos confirmaron lo que yo ya intuía: Juanje y yo teníamos mucha química en la cancha. Si seguíamos por ese camino y trasladábamos esas buenas sensaciones a los partidos, no era una locura pensar que podíamos obtener alguna victoria. Ganar partidos era lo único que me faltaba para agrandar mi leyenda.
Puede que mis compañeros no me aparecieran demasiado, y menos sin una pelota de por medio, pero sus familiares me adoraban, sobre toda las mujeres. Primas, hermanas e incluso madres, se deshacían en elogios hacia mí después de los partidos, solo para captar mi atención. Aunque resultaba halagador, nunca me planteé relacionarme con la familia de esos perdedores.
A partir del segundo día todo comenzó a ir muy deprisa. Teníamos el primero partido, que era muy importante, pero nos podíamos permitir un único traspiés sin que todavía estuviera en peligro la clasificación. Antes de debutar en el torneo estaba tenso, quería dejar buena impresión también allí, que supieran quien era.
- ¿Los ves calentar? Podemos ganarles.
- No lo sé, Andoni, hay un par muy buenos.
- Pues igual que en nuestro equipo.
- ¿Te refieres a nosotros?
- Evidentemente.
- No quiero ser cabrón, pero tenías razón, los demás son muy malos.
- Pásamela solo a mí, Juanje, y yo confiaré solo en ti.
- Vamos, tío.... ¡Podemos!
Cabía esperar que si a nosotros nos habían invitado a ese torneo, los demás equipos no iban a ser precisamente de aspirantes a la liga americana, pero me sorprendió la facilidad con la que ganamos. Aunque Juanje estuvo bien, mejor incluso de lo que esperaba, fue un alivio comprobar que yo seguía siendo el gallo de ese corral.
Casi de la nada, comencé a fantasear con la idea de ganar el torneo, y digo más, con la posibilidad de que me estuviera viendo algún ojeador que resucitara mi viejo sueño de dedicarme al baloncesto de forma profesional. Las opciones eran mínimas, pero tenía por delante unos cuantos partidos, sobre todo si seguíamos ganando, para demostrarme valía.
Eché de menos que mi madre no estuviese allí para verme, aunque lo entendía, nuestra situación económica no le permitía saltarse ni un solo día de trabajo. Mis compañeros recibieron las felicitaciones de sus familias, pero, curiosamente, la de Juanje, que era la única que tenía motivos para sentirse orgullosa de su hijo, centró la atención en mí.
- Has hecho un partidazo, Andoni.
- Gracias, señora.
- ¿Cómo que señora? A mí llámame Jimena.
- Claro, como quieras.
- Juan Jesús está encantado contigo.
- Y yo con él, es la primera vez que tengo un compañero competente.
- Es verdad que los demás flojean, pero tú eres muy bueno... y muy guapo.
- Eso dicen, sí.
- Eres de los que piensan que modestia es un país de Asia, ¿no?
- ¿No era de África?
- Y encima tienes sentido del humor. Creo que nos vamos a llevar bien.
- No veo por qué no.
- Si te aburres, pásate por mi habitación, que yo también tengo una individual.
Me habían hecho ese tipo de proposición unas cuantas veces, y sabía lo que significaba, pero no creía que me estuviera insinuando lo que parecía. Aunque me veía capaz de atraer a mujeres maduras, a madres, no podía ser que Jimena, sabiendo que era amigo de su hijo, me tirara los trastos de una forma tan descarada.
No es que mi ego lo necesitara, ya lo tenía por las nubes, pero era otra medalla más que me podía colocar. Fuese cierto o no lo que parecía, la verdad era que no tenía ninguna intención de, por decirlo finamente, intimar con ella. Me daba igual que fuese la madre de Juanje, podía romper una amistad por menos, lo que no quería era entregar mis casi dos metros de juventud a una señora ya en declive.
Tal y como sucedía siempre, lo normal era que ya hubiese unas cuantas tías deseando hacerlo conmigo tras haber visto el partido. Era lo que sucedía siempre, pero en esa ocasión resultaba más difícil comprobarlo, porque apenas teníamos tiempo libre, cualquier cosa que hiciéramos fuera del hotel o de las pistas de entrenamiento era un grupo.
Al menos eso nos generaba una especie de química como equipo que nos vino de perlas en el segundo partido. De nuevo volvimos a hacerlo todo Juanje y yo, pero con eso bastó para ganar. Mis estadísticas fueron todavía mejores, me sentía el puto amo. Todos corrieron a felicitarme, aunque nadie con tanto énfasis como Jimena.
- Tendrías que estar jugando en un equipo de verdad.
- Demasiada disciplina para mí.
- ¿Eres un chico malo?
- Cuando tengo que serlo.
- Me gustaría ver esa faceta tuya.
- La verás cuando las cosas se tuerzan.
- Quiero decir fuera de la cancha.
- No sé sí a tu hijo le gustaría.
- Yo no me meto en sus cosas y él no se mete en las mías.
- Voy a darme un baño relajante, que estoy reventado.
- ¿Necesitas ayuda?
- Creo que podré solo.
- Lo dicho, Andoni, pásate por mi habitación cuando quieras.
Ese ofrecimiento tan descarado empezaba a despertarme curiosidad. Me dediqué a observar a Jimena más detenidamente. Tenía pocas tetas, por ahí no iba a conseguir atraerme, pero el culo, si no me engañaban los pantalones cortos que llevaba, parecía estar bastante bien. Por lo menos daba para pensárselo, en otras circunstancias.
En cualquier caso, yo seguía concentrado en el torneo, más concretamente, en ganarlo, y para eso necesitaba a Juanje a pleno rendimiento, cosa que dudaba que pudiese suceder si me follaba a su madre. El problema era que esa señora no dejaba de provocarme, incluso con la mirada. No parecía que le estuviese sentando nada bien el divorcio.
El día del tercer partido, el que iba a sellar nuestra clasificación entre los cuatro primeros, estaba más confiado que nunca. Podíamos permitirnos perder, siempre que no fuese por demasiada diferencia, así que mi idea era salir a divertirme y a hacer que el público disfrutara. Jimena me lanzaba besos desde la grada, sin ningún disimulo.
Aquel fue el encuentro más igualado de todos, pero la clasificación no corrió peligro en ningún momento. Me dediqué a divertirme, a meter canastas imposibles, a dar pases espectaculares. Tenía al público encandilado, hasta que, en el último segundo, con el partido igualado, Juanje decidió lanzar desde la mitad de la cancha en vez de pasármela a mí, que estaba mejor colocado.
La metió y ganamos el partido, pero la rabia que sentí en ese momento es imposible de describir. No solo se pasó por el forro la orden de pasarme el balón para que yo lanzara el último tiro, sino que se llevó todas las felicitaciones, algo que me pertenecía. Había hecho mucho mejor partido que él, no era justo que se convirtiera en el centro de atención por una sola canasta.
Mientras todos celebraban, yo me fui directo al vestuario, con un enfado considerable encima. Como me conocían, los demás compañeros no se atrevieron a acercarse a mí, pero Juanje me preguntó si estaba bien. Preferí no responderle, todavía quedaba torneo, aunque ya ajustaríamos cuentas más adelante. Sin embargo, su madre sí que supo valorar quién era allí el héroe.
- Has estado espectacular, Andoni.
- Díselo a todos esos lameculos.
- Se quedan con la última jugada, pero el mejor has sido tú.
- Tiene huevos que solo sepa verlo la madre del usurpador.
- Adoro a mi hijo, pero ha sido un golpe de suerte, entra una de cada cien.
- Eso mismo pienso yo.
- Si luego sigues de mal humor, ven a mi habitación, haré que se te pase.
Horas después, estirado en mi cama sin ser capaz de pegar ojo, repetía en mi mente una y otra vez esas últimas palabras de Jimena. ¿Y si lo hacía? ¿Si me daba el homenaje que me merecía y encima me vengaba de Juanje por robarme la atención que me merecía? Necesitaba relajarme, eso seguro, y era muy probable que la experiencia de esa mujer me ayudara a conseguirlo.
Harto de pensarme las cosas mil veces cuando tenía todo el derecho a reclamar lo que me pertenecía, salí de la habitación, para ir en busca de Jimena. Por lo visto, ella había pensado exactamente lo mismo que yo, porque nos encontramos a mitad de camino. Estuvo a punto de abrir la boca para decir algo, pero se la tapé con la mía, era mejor prescindir de palabras.
Allí mismo, en mitad del pasillo, nos dimos un morreo que hubiera escandalizado a cualquiera que nos viese. Acto seguido, me agarró la mano y me llevó a su habitación. Nada más abrir la puerta la cogí en brazos para colocarla a mi altura, en ese momento sí que le pude meter bien la lengua en la boca. No besaba como las de mi edad, eso seguro.
Agarrado a su culo, me dejé caer sobre la cama, quedando ella encima de mí. Enseguida se quitó la camiseta y pude ver que no llevaba sujetador, aunque ya lo sabía, sus pezones marcados la habían delatado. Colmé mis grandes manos con sus menudos pechos, toda una experiencia, teniendo en cuenta que yo siempre me había decantado por las tetonas.
Jimena no dejaba de menearse mientras me besaba, endureciendo mi polla con los movimientos de su inquieta entrepierna. Metí una mano por debajo de su pantalón y de la goma del tanga para tocarle el culo, suave y carnoso, como a mí me gustaban. Ella misma se deshizo de la ropa que aún llevaba encima, quedando totalmente desnuda.
Los ojos se me fueron directos al coño de la madre de mi nuevo compañero, del supuesto amigo, del usurpador. Lo llevaba depilado, seguramente porque sabía que acabaría cayendo en sus redes. Intenté tocárselo, pero me apartó la mano y siguió haciendo esos movimientos que tan dura me la ponían. Si quería juego, lo iba a tener.
Estaba a punto de volver a levantarla por los Aires para ponerla a cuatro patas cuando me metió la mano bajo el pantalón y me agarró la polla. Con eso me desactivó. Me quedé quieto, para ver las intenciones de sus pequeñas y cálidas manos, de esos dedos tan traviesos. Deseaba que me la chupara, que se abriera de piernas, que me entregara su culo... lo quería todo y lo quería ya.
- ¿Estás listo, campeón?
- ¿Qué me vas a hacer?
- Por eso no te preocupes, déjame a mí.
- Yo siempre llevo la iniciativa.
- Porque nunca has estado con una mujer como yo.
- Eso seguro.
- Confía en mí, las vas a meter todas.
Continuará
1 comentarios - La madre de mi compañero de equipo (I)