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soy adicta al sexo y me entrego a un taxista

Entré a mi casa y mi madre me gritó:

— Lucía, otra vez andabas de guarra con tu novio, mírate, pareces puta. ¿Qué van a decir los vecinos de las condiciones en las que llegas?

— Mamá, no es lo que piensas...

— Jovencita me das vergüenza, yo no crié a una puta — dijo y en sus ojos noté como me desaprobaba.

No dije nada y me metí a mi cuarto. Comencé a llorar por la experiencia que acababa de tener, incluso mi propia madre me llamaba puta. Me metí al cuarto de baño y pude verme desnuda en el espejo de cuerpo completo. Estaba toda sucia y mis pechos y culo tenían marcas. Abrí mis nalgas y vi por el espejo el estado de mi ano. Estaba muy rojo y todavía abierto por la penetración. De mi coño seguían saliendo una mezcla de semen y mis propios jugos.

Me culpé a mí misma por disfrutarlo y decidí que no iba a hablar de ello con nadie. Terminé con mi novio por teléfono, quien solo me llamó zorra y colgó. Esa semana me aislé en mi cuarto, en la superficie me sentía como una víctima, pero en el fondo seguía fantaseando con aquella vez. Soñé varias veces que volvía a suceder y me despertaba muy intranquila, con una sensación extraña.

Al tercer día mis sueños sobre aquella experiencia eran tan repetitivos que no podía dormir. Así que me levanté y fui a la ducha. En la ducha, estaba lavando mis partes íntimas cuando el chorro de agua hizo que me estremeciera. Me senté en la ducha y comencé a masturbarme con el chorro pensando en el hombre follándome por el culo. Después de esa noche, supe que la única forma de volver a dormir después de esos sueños, era masturbándome hasta no poder más.

Mi excitación creció más y más, solo podía pensar en lo que ese hombre me había hecho. También sentía culpa por disfrutarlo, cada vez que me venía, me venían unos sentimientos de remordimiento. Pero después me sentía tan vacía que quería volver a sentir lo que ese hombre me había hecho sentir.

Después de esa semana comencé a salir de nuevo, mi último semestre de colegio comenzaba y debía comprar los útiles escolares. Fui al centro a comprar y se me hizo de noche, así que de regreso pedí un taxi. El taxista era un hombre alto y fornido, pero lo que más me llamó la atención fueron sus tatuajes. No pude evitar excitarme al verlo y pensar en el parecido que tenía con el hombre que me violó. Iba en el asiento de copiloto, yo vestía un vestido veraniego. Desde que me subí, el hombre no paraba de ver mis pezones que se marcaban, se veía que también era un cerdo.

El camino a mi casa llevaba unos 20 minutos pero vi que el hombre tomó un camino más largo sin avisarme.

— ¿Qué viene haciendo por aquí, señorita?

— Comprando útiles escolares — dije inocentemente.

— No debe andar vestida así de noche, puede provocar a algunas personas — dijo viéndome de arriba a abajo.

— Tal vez me guste provocar a ciertas personas — dije mientras alzaba un poco más mi vestido, dejando ver más mis muslos.

El hombre solo me vió con lujuria y rió. No podía creerlo, estaba coqueteando con el taxista. Sentí mi coño humedecerse y sin pensarlo más, levanté mi vestido dejando ver mi tanga. Puse mi mano entre mis piernas y comencé a mover mi cadera para frotar mi coño en mi mano. Sentí mis jugos inundar mi tanguita. Volteé a ver al taxista con ojos de necesitada y entendió lo que quería. Se orilló en una calle oscura y cambió su tono:

— Al asiento trasero — dijo de forma demandante.

Hice caso y me recosté en el asiento trasero con las piernas abiertas. Él salió del auto y entró por la puerta trasera. Yo tenía mis piernas abiertas y seguía tocándome por encima de la braga. Estaba lista para él, pero el hombre se sacó su cinturón y me golpeó con él.

— ¿Quieres saber lo que se merecen las putas? — dijo violentamente y me golpeó con el cinturón en las piernas, haciendo que me asustara.

— No tienes derecho a sentir placer a menos que un hombre te lo dé, ¿entiendes, putita? — soltó otro cinturonazo.

— Sí, señor, lo siento… no lo pensé bien. ¿Puede llevarme a casa?— no esperaba que el hombre fuera a golpearme.

— Cuando termine contigo irás a casa.

Tomó el cinturón y sin mucho problema amarró mis brazos a los costados de mi cuerpo. Con los brazos atados y una mezcla de miedo y excitación recorriendo mi cuerpo, supe que de nuevo estaba a merced de un hombre.

— Eres una putita muy caliente, ¿verdad? — dijo el taxista — te gusta que te traten como una zorra, ¿no es así?

Con una mano hizo a un lado mi tanga y comenzó a introducir su dedo en mi coño. Mientras tanto, con su otra mano bajó mi vestido, dejando mis pechos a la vista y comenzó a pellizcar fuertemente mis pezones. Se sentía tan rico y me dejé llevar, cerré mis ojos y en el momento menos esperado sentí una fuerte estocada en mi vagina.

— Aah — chillé de dolor.

Su polla era muy gruesa y sentí como abría mucho mi vagina. Dolía más de lo que recordaba y empecé a arrepentirme de todo. Pero pronto el dolor se convirtió en placer y comencé a gemir.

— Mmmm… aaah siii — gemía y gemía de placer.

— Así es, putita, grita para mí — dijo, aumentando la velocidad de sus movimientos.

Estaba muy cerca del clímax cuando se detuvo y me colocó boca abajo. Mi cabeza sobre el asiento y mi culo estaba parado. Estaba tan caliente, solo quería más. Algo se apoderó de mí y sin pensarlo, con mis manos que estaban atadas abrí mis nalgas y le dije:

— Rómpame el culo, por favor — las palabras salieron de mi boca y me arrepentí inmediatamente después de decirlo.

Sentí entonces la punta de su polla en la entrada de mi culo y cómo con un movimiento rápido y brutal, el taxista me penetró, llenándome por completo. Esto llevó mi mente a la anterior vez que había sido utilizada y solo pude volver a gemir y mi cuerpo se convulsionaba con cada embestida. Mi ano completamente abierto abrazando la polla del hombre, al mismo tiempo intentaba abrir más mis nalgas para sentirlo más profundo.

— Te gusta, ¿verdad, zorra? — jadeó, su voz llena de lujuria. — Te gusta que te follen como a una perra.

De nuevo estaba al borde del orgasmo y sentí al hombre entrar y salir de mí más rápidamente. Con un último empujón el taxista se vino dentro de mí y al sentir su leche en mi interior tuve un fuerte orgasmo que me dejó temblando.  Oleadas de sentimientos vinieron a mí, no podía creer que hubiera hecho eso.

El taxista me dijo que saliera del auto y me dejó en esa calle. Antes de que se fuera, me quité la tanga rápidamente y se la di.

— Gracias, putita. Cuando quieras que te traten como mereces, llámame — dijo dándome a cambio una tarjeta.

El taxista, con una sonrisa satisfecha, se retiró y yo me fui caminando a casa. Llegando a mi cuarto, me desnudé y con mi cámara tomé evidencias de cómo se veía mi cuerpo después de ser utilizado, haciendo hincapié en mi culo de puta, rojo, abierto y usado. La sensación de satisfacción fue la misma que en la anterior experiencia y no se comparaba a la del sexo normal o mis sesiones de masturbación. Sin darme cuenta, me había vuelto adicta a ser una puta.


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