
Lucas vivía solo en su departamento del cuarto piso desde hacía dos años. Diseñador gráfico, teletrabajo, vida tranquila. Hasta que un sábado escuchó ruidos en el piso de arriba: cajas, muebles, voces.
Curioso, subió con la excusa de ofrecer ayuda.
Fue ella quien abrió la puerta: piel canela, cabello negro lacio hasta la cintura, curvas perfectas bajo una camiseta ajustada y unos leggins que no dejaban nada a la imaginación.
—Hola… soy Lucas, vivo abajo. ¿Necesitás ayuda?
—¡Hola! Qué amable. Yo soy Rocío. Acabo de mudarme. La verdad sí, si no te molesta cargar algunas cajas…
Él aceptó encantado.
Durante la tarde hubo risas, cervezas, miradas. Ella se agachaba seguido, sin pudor, y él no podía evitar mirar ese culo perfecto marcándose bajo la ropa.
En un momento, Rocío se acercó más de la cuenta para alcanzarle una caja.
—Tenés lindos ojos —le dijo, sin disimulo.
Lucas tragó saliva.
—Gracias… vos también… todo.
Ella rió. Se mordió el labio.
—¿Querés una cerveza más… o mejor algo más fuerte?
La noche cayó. La charla fluyó. Y cuando él se levantó para irse, Rocío lo agarró del cinturón.
—¿Tan pronto? ¿Y si te invito a quedarte un rato más… y me ayudás con otra cosa?
—¿Otra caja?
—No exactamente.
Le bajó el pantalón con una sola mano, mirándolo a los ojos. Se arrodilló sin decir más y comenzó a chuparle la pija con hambre, lenta, profunda, salvaje. Lucas gimió. Ella lo agarró de las nalgas y lo guió hasta el fondo de su garganta.
—Me encantás —le dijo con la boca húmeda—. Y eso que recién nos conocemos.
Lo empujó hacia el sofá, se quitó la ropa sin vergüenza, y se subió encima, hundiéndo su concha en la pija él de una sola vez, mojada, caliente, desesperada.
—Desde que te vi, supe que quería esto —le susurró, cabalgando con fuerza—. Y no pienso parar hasta que me llenes por dentro.
El polvo fue largo, ruidoso, desinhibido. Terminaron sudados, entre risas, envueltos en una nube de feromonas.
Antes de dormir, Rocío le dijo:
—No me gustan las relaciones… pero sí los beneficios. Si te portás bien, puedo tocarte la puerta cada vez que me den ganas.
Lucas sonrió.
—Espero que te den ganas muy seguido.
Y así empezó todo.

Lucas estaba en la cocina preparando algo rápido para cenar cuando escuchó los golpes en la puerta. Cortos, precisos. Ya sabía quién era.
Abrió. Rocío estaba allí con una sudadera ancha, sin sostén, con los pezones marcándose bajo la tela fina. Descalza, labios rojos.
—¿Estás ocupado?
—Un poco…
Ella entró sin pedir permiso.
—Ahora estás más ocupado.
Lo besó de golpe. Cálido, húmedo, profundo. Lo empujó hacia atrás, hasta que su espalda chocó con la pared. Le bajó los pantalones mientras lo seguía besando, agachándose en el pasillo, sonriendo como si fuera un juego.
—No puedo dejar de pensar en tu pija. Y empezó a mamárselo, como si llevara semanas deseándolo. Lucas apoyó la cabeza contra la pared. Ella lo succionaba fuerte, con la lengua danzando alrededor, rítmica, salvaje.
—Te voy a volver adicto a mí —murmuró, mirándolo desde abajo.
Se levantó, se quitó la sudadera: nada debajo. Cuerpo perfecto, cintura estrecha, tetas erguidas, piel caliente.
—Mostrame el departamento —ordenó con voz dulce pero firme.
Lucas la llevó al dormitorio.
—Lindo lugar. Aunque lo prefiero… revuelto.
Lo empujó en la cama, se subió a él y se sentó sobre su cara.
—Comeme la concha, Lucas. Despacito… sin dejar de mirarme.
Ella gemía, se agarraba del cabecero de la cama, cabalgando su boca con desesperación. Mojada, intensa, salvaje.
Cuando sintió que iba a correrse, bajó y montó su pene.
—Ahora sí, dame lo que es mío —le dijo—. Y esta vez… acabás donde yo te diga.
Cabalgó con fuerza. Lo abofeteó suave. Le mordió el cuello. Lucas ya no pensaba, solo obedecía. Y cuando sintió que iba a acabar, ella se bajó de un salto, se giró de espaldas y se inclinó sobre la cama.
—¿Querés metérmelo por el culo ?
Lucas dudó. Ella no.
—Me encanta —le susurró—. Hacelo.
La tomó por las caderas. Entró lento, caliente, apretado. Rocío gritó de placer.
—Más fuerte, Luuucas… más profundo… quiero sentirlo todo.
Y así, entre jadeos, embestidas y uñas marcando espaldas, acabaron los dos. Exhaustos. Casi animalmente.

Después del sexo, Rocío se puso una camiseta suya.
—¿Sabés? Me gusta más este piso que el mío.
—Podés venir cuando quieras.
Ella lo miró, seria, mientras jugaba con un mechón de su pelo.
—¿Y si te dijera que no me mudé aquí por casualidad?
Lucas frunció el ceño.
—¿Cómo?
—Shhh… otro día te cuento. Por ahora… dormí. O recuperate. Porque esta noche todavía no terminó.
La mañana siguiente, Lucas despertó solo. Rocío ya no estaba. Sobre la mesa, una nota escrita con letra apurada:
> "Nos vemos pronto, vecino lindo. Me hacés temblar las piernas.
PD: no revises mi bolso ;)"
Él sonrió, pero la frase final lo dejó inquieto. ¿Broma? ¿Provocación?
La curiosidad pudo más.
Subió hasta el quinto piso. Golpeó. Nada. La puerta estaba apenas entornada. Entró.
El departamento estaba en silencio. Y demasiado ordenado, como si nadie viviera realmente ahí.
En la cocina, nada en la heladera. Ni platos. Ni sillas usadas. Todo parecía… montado.
Hasta que notó una carpeta negra sobre la mesita de luz.
La abrió. Fotos.
De él. Caminando. Corriendo. En el balcón. En el supermercado.
Fechadas desde hacía tres meses.
—¿Qué carajo es esto…?
También había una hoja impresa con su nombre completo, DNI, redes sociales, incluso el número de su madre. Era un perfil completo, como si alguien lo hubiese investigado profesionalmente.
Entonces escuchó la puerta cerrarse detrás de él.
—Sabía que no ibas a resistirte —dijo Rocío, apoyada contra la pared, en ropa interior negra, una bata abierta, y una sonrisa oscura.
Lucas no supo qué decir.
—¿Me seguiste antes de mudarte?
—Digamos que… te vi por redes, por casualidad —respondió—. Después vi que vivías solo. Hice un par de averiguaciones. Me gustó tu cara. Tu energía. Tu cuerpo. Y pensé: ¿por qué no vivir cerca?
—Eso no es normal, Rocío.
—Tampoco es normal lo que gemís cuando me lo metes hasta el fondo, pero no te quejás de eso —dijo, acercándose, poniéndole una mano en el pecho—. No estoy loca, Lucas. Solo sé lo que quiero. Y cuando algo me gusta… lo tomo.
Él retrocedió un paso, confundido, excitado.
—¿Y por qué yo?
Rocío le clavó la mirada. Se acercó hasta quedar nariz con nariz.
—Porque necesitás algo que ni sabés que te falta. Porque yo voy a abrir partes tuyas que ni vos sabés que existen.
Y bajó lentamente, desabrochando su cinturón, hundiendo la boca sobre su pene sin dejar de mirarlo con ojos intensos.
—Y porque nadie te va a coger como yo. Ni ahora… ni nunca.
Lucas acabó con una mezcla de placer y miedo. Pero no se resistió.
La deseaba. La temía.
Y ella… parecía tenerlo todo planeado.
Lucas se sentó al borde de la cama, aún sin camiseta, mientras Rocío jugaba con los cordones de su bata, descalza, con una sonrisa serena pero cargada de misterio.
—¿Querés saber la verdad? —preguntó ella, con voz suave.
Él asintió. Necesitaba entender por qué todo había sido tan directo, tan intenso… tan fuera de lo común.
—No fue casualidad que me mudara justo arriba tuyo —dijo ella—. Lo hice a propósito.
—¿Por qué?
Rocío dio un paso adelante. Luego otro. Se agachó frente a él, tomó sus manos y las colocó sobre su cintura.
—Porque siempre me gustaste, Lucas.
Él la miró, confundido.
—¿Cómo es posible?
—Te vi hace casi un año, en una conferencia. Eras uno de los oradores. Yo no tenía ni idea de quién eras, pero desde que entraste, no pude dejar de mirarte. Tu voz. Tu forma de moverte. Tu sonrisa. Algo en vos me atrapó.
—¿Y después?
—Después investigué. No como una loca, eh —se rió—, pero quería saber si estabas solo. Dónde vivías. Si eras… como te imaginaba.
Lucas la miraba con otra intensidad ahora. No había rencor. Solo deseo. Y una historia inesperada.
—Me encantaste desde antes de hablarte, ¿sabés? Pero quería hacer que el primer encuentro fuera… especial. Que no me vieras como una chica más. Y cuando te conocí en el ascensor, supe que el juego había comenzado.
Ella se subió sobre él, montándolo suavemente, sin quitarse la bata. Solo moviéndola para rozar su piel contra la de él.
—Y no me equivoqué —susurró—. Sos incluso mejor de lo que imaginé.
Comenzó a moverse lentamente sobre él, frotándose contra su pene aún semiduro, haciéndolo despertar de nuevo con cada roce, cada suspiro.
—Yo no planeé enamorarme —dijo ella, mirándolo a los ojos—. Pero ya es tarde.
Lucas no dijo nada. Solo la sostuvo de la cintura, guiándola hacia abajo, sintiendo cómo su concha lo recibía caliente y suave, mojada, entregada.
La cogió con ternura al principio. Pero sus cuerpos pedían más.
Y ella se lo dio.
Se inclinó hacia adelante, besándole el cuello, el pecho, mordiéndolo suave mientras cabalgaba más rápido, gimiendo sin pudor, marcándolo con uñas y jadeos.

—Siempre fuiste vos —dijo entre gemidos—. Y ahora no pienso dejarte ir.
Lucas la abrazó con fuerza. Y se dejó llevar.
Por el deseo. Por el amor. Por el fuego de una mujer que había cruzado una ciudad para estar cerca suyo… solo porque lo deseaba de verdad.
Cuando terminaron, ella quedó dormida sobre su pecho.
Lucas la miró y sonrió.
Quizá el destino no era tan loco, después de todo.


1 comentarios - La Inquilina del Piso 5 -Parte 1