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Compendio III
LA JUNTA 02: LA TARJETA
Estaba en lo mío, con un dolor de cabeza que me partía el cráneo, revisando un desorden de mantención de la costa oeste, cuando me interrumpió una llamada telefónica.
❤️ ¿Señor Marco? – dijo una voz desconocida, pero dulce. – Soy Abigail, de RH.
Me eché para atrás, dándome un respiro.
-¿En qué le puedo ayudar, Abigail? – consulté cordial.
❤️ Bueno, hay una señorita acá que dice conocerlo. – empezó a contarme con un poco de curiosidad en su voz. – Tiene su tarjeta de negocios e insiste que ya lo ha conocido antes. ¿La dejo pasar?
Antes de que todo este problema de que me nombraran miembro de la junta, mi buena amiga Sonia me aconsejó imprimir tarjetas de presentación. Como muchos, las entregaba a contactos laborales, probablemente para no volver a escuchar de ellos. Aun así, la voz de Abby picó mi curiosidad:
Hubo esta chica…
-¿Dices que tiene una de mis tarjetas? ¡Bajaré de inmediato! – le respondí, alegre de tener una excusa para escapar del enredo en mi escritorio.
El ascensor sonó al llegar al cuarto piso y allí estaba Abby, prácticamente esperándome como un resorte.
❤️ ¡Disculpe por molestarlo, señor! – me dijo luego de saltarme encima, sonando compungida, pero a la vez, un poco curiosa. – Esta chica está postulando a finanzas. Le dije que no tenemos vacantes, pero insistió que le diera esta tarjeta.
Tomé la tarjeta de su mano. Sin duda, era mía, de las antiguas. Mi corazón dio un salto…
Mientras Abigail me guiaba, no pude evitar fijarme en ella.

Debe tener unos 30 años, con ojos color avellana, pelo castaño hasta los hombros enmarcando su rostro ovalado en ondas suaves, un pecho prominente, una cintura delgada y un trasero modesto pero firme a la vez, que proyectaban una apariencia atractiva, pero digna de confianza a la vez.
Sus tacones chasqueaban por el pasillo, el sonido resonando sobre el piso reluciente. Daba pasos elegantes, moviendo las caderas lo suficiente para llamar la atención sin ser abiertamente sexual. Me impresionó su modesta profesionalidad, aunque seguía pensando que, cuando yo tenía su edad, ella era demasiado linda para mí.

Sin embargo, la ambición de Madeleine se le estaba pegando. Tenía ese aire de “Lista para pisotear a las nuevas” que ya había visto antes.
❤️ Ella le está esperando aquí. – Me dijo Abigail, abriendo la puerta, señalando a la mujer como si la hubiese pillado robando.
¡No podía creer lo que veían mis ojos! ¡Era Nicole!

Estaba vestida para impresionar con un elegante traje azul marino que se ajustaba perfectamente a sus curvas. Levantó la vista y nuestros ojos se encontraron…
Por un momento, el tiempo se congeló entre nosotros: El bar, las bebidas que compartimos, aquella mágica noche en el Hyatt… todo volvió a mi memoria.
Esa noche de viernes dos años atrás, cuando Marisol y las niñas estaban de vuelta en nuestro país y yo mataba el aburrimiento en un bar fue donde conocí a Nicole, que estaba trabajando de escort.

Al igual que ahora, seguía viéndose como una deliciosa mujer de ahora 25 años, con el pelo rizado ligeramente en un tono cobrizo que se esparcía alborotadamente, brindándole un aire un tanto exótico y desenfrenado; unos ojos vivaces de color azul claro, una nariz menuda y coqueta, labios delgados, pechos de tamaño modesto, una cintura fina, nalgas redondeadas y lo que más me llamó la atención esa noche: sus piernas largas y estilizadas.
Arrendé sus servicios por un día entero. Esa noche y el día siguiente fueron increíbles, porque pude disipar mi calentura acumulada por la partida de mi esposa y lo que más me marcó fue su comentario que quería dejar de putear, puesto que los servicios en línea estaban destrozando el mercado.
Esa frase me hizo gracia, pero también se me grabó. Incluso en ese mundo, esta mujer pensaba como financista. Era algo que ella llevaba en la sangre.
También me reconoció al instante. Juraría que sus lindos ojos me sonrieron de vuelta.
-Nic… - alcancé a decir.
Pero tras soltar la primera sílaba, sus ojos se abrieron de par en par con genuino pánico.
•Me llamo Genevieve, señor Marco. – me corrigió, con una voz dulce y melódica, una combinación refrescante de confianza y nervios. – Pero mis amigos me llaman Ginny.
Mi corazón dio otro salto. Ginny no solo era inteligente, pero también logró surgir manteniéndose firme a sus convicciones: incluso cuando trabajaba de acompañante, ya se visualizaba a sí misma trabajando para una empresa, donde tendría que enterrar su humilde pasado. No pude evitar sonreírle todavía más.
-¡Muy bien! ¡Perdona! Creo que te confundí con otra persona. – Intenté disimular, pero me fijé que Abigail se ponía rígida junto a mí.
No lo compraba. Sus ojos color avellana se achinaron levemente, no por celos, pero por darse cuenta de que algo inusual estaba pasando en su presencia.
Tampoco ayudó la respuesta de Ginny…
•Bueno… - comentó, poniéndose un poco colorada. – Tampoco pensé que le encontraría aquí. Me dio esta tarjeta hace dos años, después de una noche juntos.
(Well, I didn’t think I’d find you here either. You gave me this card two years ago, after one night together)
Aquel comentario cándido y bien intencionado cayó como un martillo. Las cejas de Abigail se enarcaron levemente, pero sus labios se cerraron. No hizo comentarios, solo nos miró, su silencio más pesado que las palabras.
-Entonces… ¿Terminaste tus estudios de finanzas? – le pregunté, tratando de recuperar el control revisando su currículum.
•Sí. El año pasado. – respondió con el pecho henchido de orgullo, aunque todavía seguía nerviosa al revisar su documentación.
Se largó en una confesión acelerada y atolondrada, casi contándome todos sus sacrificios: las noches sin dormir, los trabajos con los que hacía malabares, la forma que siguió luchando y superando rechazo tras rechazo…
Para calmar un poco sus nervios, levanté la mano y pregunté:
-¿Magna cum laude?
Entonces, su mirada y sus mejillas se encendieron, mostrando una increíble confianza y por una breve fracción de segundo, creería que brilló…
•Summa. – me corrigió, con una voz más suave y tierna.
Como si me hubiese ofrecido un regalo secreto…

Mi corazón volvió a saltar. Summa cum laude es la más alta distinción. Esta chica no era solo una cara y un cuerpo bonito. Era una fuerza de la naturaleza…
El recuerdo de aquella noche tras dejarla fuera de su campus me pegó con más fuerza todavía: Ginny llevaba una pasión por las finanzas en la sangre…
Fue por esto por lo que no pude controlarme…
-Abby. - ordené sin siquiera cuestionarlo. – Quiero que contraten a la señorita Ginny en el acto.
Los ojos de Abigail no podían creerlo, su boca abriéndose y cerrándose como pez tratando de respirar. Miró a Ginny que irradiaba esperanza y luego a mí, que estaba estático con euforia, contemplándome no deslumbrada, pero sorprendida, como si estuviera presenciando la ruptura del campo gravitacional.

Su formación empresarial le gritaba fuerte que yo estaba rompiendo todo protocolo. Pero a la vez, su silencio me decía que también se había dado cuenta: No estaba contratando a Ginny con los ojos.
Yo lo estaba demandando…
❤️ Señor Marco, no estoy segura de que eso sea el protocolo… y la Srta. Madeleine… - trató de excusarse, pero le interrumpí.
-¡Lo sé! ¡Maddie me va a matar! – exclamé, soltando un suspiro de resignación. – Horatio no va a ser muy diferente, tampoco. Pero marcharé a la oficina de Edith si es necesario. Si este puesto de porquería en la junta vale algo, es que al menos pueda contratar a la gente adecuada.
Y ahora reconozco que debí medir mejor mis palabras. Si me hubiera manejado mejor con Abigail durante la entrevista, los chismes no habrían crecido desmesuradamente y las otras empleadas no me estarían bombardeando el escritorio con galletas y muffins todos los días, pero no me quiero adelantar...
Ginny me recordaba a Charlie, cuando encontró el billete dorado para entrar a la Fábrica de Chocolate de Willy Wonka. Sus ojitos celestes brillaban de esperanza y anticipación.
Pero lo que era Abby, estaba estática: Acababa de decirle que mi puesto en la junta era una porquería.
•¡Gracias, señor Marco! – Me agradeció Ginny, con una mezcla de gratitud e incredulidad.

La cafetería queda a unos tres pasos del edificio corporativo. Está encajonada entre dos edificios viejos de piedra, en una esquina donde los tranvías chirrean pasando cada cuatro minutos, aproximadamente. Había mesas en la vereda, bajo la sombra de sombrillas a rayas. El aire olía a café de calidad, mezclado con el constante parloteo de la apresurada clientela tratando de conseguir almuerzo.

Ginny y yo nos sentamos afuera, en una de esas mesas donde tienes que meter las rodillas para que la gente no te pase a llevar mientras camina. Ella pidió un café solo y yo, para variar, un vaso de jugo de durazno.

•¿Sabes? – comentó, con la mirada extraviada en el café delante de ella. – Por poco y me doy por vencida tras tantos rechazos.
Su voz tenía un mayor peso de sinceridad y confianza que cuando estábamos en la entrevista. Aquí no había ninguna Abigail para mantener la formalidad, ningún currículum entre nosotros, solo el tono desarmado de alguien que ha estado esperando demasiado por una oportunidad.
Asentí con la cabeza y bebí un poco de mi jugo, dándole una sonrisa.
-Pero tu título es impresionante, Ginny. – reconocí con admiración. – No estoy seguro si habré conocido a alguien más con un reconocimiento como el tuyo.
Sonrió enternecida y cautivada, pero luego la ahogó, negando con la cabeza.
•Las notas no siempre importan. – reflexionó, volviendo a concentrarse en su taza. – Cada vez que me presentaba, la gente se fijaba en una cosa: de dónde venía o quiénes eran mis contactos. Después de un tiempo, me pregunté si había perdido mi tiempo estudiando todas esas noches, si pude haber obtenido dinero…
Sus palabras se interrumpieron, pero entendí a lo que se refería: La vida, sin lugar a duda, habría sido más fácil si hubiese seguido puteando, pero a la vez, pagando otro tipo de precio. Una y otra vez, su frustración porque el mercado de ser una escort se hundía gracias a las “Sugar babies” y plataformas digitales como OF me retumbaba el cerebro, porque me daba cuenta de que, en esos momentos, Ginny/Nicole estaba en una encrucijada: tomar el camino fácil o el difícil. Y lamentablemente, el difícil era mezquino con las recompensas…
Le tomé la mano para calmarla.
-Pero no perdiste esas noches. – le aseguré, mirándole a los ojos. – Por eso aposté por ti esta mañana.
Ginny se sonrojó todavía más…
•No estaba segura si te ibas a acordar de mí… ni siquiera sabía si seguías trabajando ahí… - admitió con una sonrisa nerviosa, pero al instante, se enternecieron. – Esa noche… en el hotel, tal vez no fue nada para ti… pero para mí, fue la mejor noche de mi vida… me dejaste pensando que… tal vez… si me esforzaba, podía cambiar las cosas por mí misma.
Bebió un poco de café para calmarse, notando el leve temblor en sus manos. Sentí que me estaba probando, como si esperase que esto se convirtiera en algo más.
-Ginny. – Le dije, retirando mi mano de la suya. – Te contraté por tus calificaciones. No por lo que pasó entre nosotros esa noche.
Sus labios se entreabrieron brevemente, para volver a cerrarse en resignación, como si hubiese estado esperando otra frase y yo la corté sin darme cuenta. Un destello de frustración y molestia cruzó sus ojos, pero luego, se suavizó en algo más. Comprensión, seguramente. Porque mientras todos los hombres la deseaban por su belleza, yo simplemente apostaba mi reputación por su astucia.
•No lo haces fácil, ¿Sabes? – Exhaló, casi riendo, como si contuviera un par de lágrimas.
Me reí para bajarle el perfil.
-Tú tampoco. ¿Summa cum laude? Tal vez, debería haber considerado cuánto piensas cobrarnos.
Esta vez, soltó una carcajada ligera, desprevenida y genuina.
•¡Sí, tienes razón! – Reconoció, para luego volver a mirarme como lo hizo aquella noche. – Aunque si hubiese sido por ti… te habría propuesto un precio especial.
Justo en esos momentos, esquivó la mirada fijándose en un tranvía, sus ojos cobrando vida con el reflejo del sol. Se notaban aliviados, tranquilos. El tipo de calma de cuando sientes que la tormenta ya pasó y se avecina la bonanza.
Y me sentí bien conmigo mismo: Ginny se merecía esta oportunidad. Por muchos problemas que esto me acarrease, cualquier rumor que saliera de esto, cualquier chisme que Abby pudiese esparcir, Ginny encajaba en la compañía.
Sus ojos volvieron a mirarme y, por un momento, vi un atisbo de decepción. Era como si hubiese esperado un reencuentro diferente, en una cama y no en una sala de entrevistas.
Pero se resignó y me dio una pequeña sonrisa.
•Lo sé… y le agradezco, señor Marco. – comentó, sintiéndose incómoda. – Es solo que… me habría gustado darle las gracias… de una forma que le dejase claro lo mucho que esto significa para mí.
El café se mantenía en silencio, el murmullo variopinto de las conversaciones de otros clientes con el tintineo indiferente de las tazas y las cucharas. Contemplé el rostro de Ginny, sus ojos azul claro mostrando una determinación y seguridad que no me había fijado antes. Tenía cierto encanto que era difícil de ignorar, y era claro que no iba a dejar que su pasado definiera su futuro.
-Tu pasado es tu pasado, Ginny. – le dije, apretando su mano una vez más. – Lo que debe importante es qué harás con esta oportunidad.
Su sonrisa se volvió más genuina, su decepción desapareciendo.
•No le voy a decepcionar. Se lo prometo. – me aseguró.
Y de repente, sentí sus tibios, suaves labios sobre los míos. Estaba desesperados, apasionados. Agradecidos. No me resistí, sintiendo la emoción crecer en mí.

Su lengua se deslizó en mi boca y yo le respondí, devolviéndole el beso. El sabor del café mentolado mezclado con la dulzura de su boca era sorprendentemente agradable. Besaba bien, eso estaba claro.
Y me sentí excitado. Creo que ella también lo notó. O a lo mejor lo buscaba ¿Quién sabe?
Pero tan rápido como empezó, el beso terminó.
Los dos lo sentimos. Habíamos liberado algo que no podía ser contenido. Pagué nuestras bebidas y la llevé a mi camioneta.
No recuerdo nuestro viaje hasta el motel. Nuestras manos recorrían nuestros cuerpos con un hambre desesperada.
La habitación del motel era pequeña y básica, pero tenía una enorme cama que parecía más tentadora que la suite del mismo Hyatt. Apenas cruzamos la puerta, nuestra ropa empezó a volar.

Su falda cayó primero, revelando lencería de encaje azul marino que hacía juego tanto con su ropa como con sus ojos.

No pude evitar sonreír ante la ironía: Ginny había venido preparada para algo más que el nuevo empleo.
Ginny no me quitaba las manos de encima, desabrochándome la camisa y rasguñando mi pecho con sus uñas. Podía sentir el calor de su piel y la forma en la que me miraba hacía que el corazón se desbocara en mi pecho. Sus ojos se veían como una tormenta de deseo y sabía que ella me deseaba tanto como yo a ella.
Caímos sobre la cama, nuestros cuerpos enredándose como nudos. Me rodeó con las piernas y me acercó, apretando sus caderas sobre las mías. El olor de su perfume llenaba la habitación, un aroma dulce que me hacía girar la cabeza.
Cuando me bajé los pantalones, ella jadeó. Noté cómo se retorcía de excitación y se alegraba tanto por mi tamaño como por mi grosor.
•¡Sabía que tenías grandes talentos ocultos! – susurró, con los ojos brillando en picardía.
Traté de alcanzar uno de los condones en el velador, pero ella no me dejó.
•¡Permíteme mostrarte lo agradecida que estoy! – me dijo con una sonrisa.
Su mano envolvió mi pene, acariciándolo suavemente. Pude sentir la tibieza de su mano mientras ella tomaba el mando, sus movimientos acelerándose a medida que ella observaba mi reacción.

•¿Te gusta? – preguntó con una sonrisa seductora en los labios, pareciendo que lo disfrutaba tanto como yo mientras me observaba.
-¡Sí! – gemí cerrando los ojos del puro gusto.
Su agarre se hizo más fuerte y empezó a bombearme más rápido, mientras que su otra mano estimulaba mis testículos. La sensación era intensa y sentía que me faltaba poco para acabar.

Pero yo tenía otros planes.
-No. – le detuve, retomando el control. – No nos apuremos. Quiero disfrutar cada momento.
Su mirada brilló con deseo y accedió, entendiendo mi necesidad de ir más lento. Me incliné sobre ella y le fui besando el cuello, sintiendo cómo se le ponía la piel de gallina mientras bajaba hasta su pecho.
Sus pechos fueron una deliciosa sorpresa, no muy grandes pero con una firmeza perfecta que me llenaba las manos.
Me llevé uno de sus pezones a la boca, pasándolo entre la lengua y los dientes, haciendo que ella liberase un leve quejido. Su mano se aferró a mi espalda, sus uñas clavándose en la carne mientras la chupaba. Su cuerpo se dobló hacia mí, pidiendo más, pero me tomé mi tiempo para saborear su piel.
La mano de Ginny tomó nuevamente mi erección, con el pulgar girando sobre la punta mientras la besaba y le mordía el vientre.
Cuando llegué al borde de su calzón, me detuve suspirando y la miré para pedir permiso. Ella asintió, con la respiración acelerada y yo enganche mis pulgares bajo el elástico, bajándoselas con lentitud.
Su sexo estaba lampiño, una delgada línea de vello enmarcaba sus labios húmedos y rosados. Ya estaba excitada y la visión de su sexo hacía palpitar a mi pene. Besé su muslo, el aroma a su excitación llenando mis pulmones. Cuando llegué a vagina, me tomé el tiempo de apreciar la vista, sus pliegues turgentes brillando con anticipación.

Mi lengua trazó una lenta línea a través de su hendidura y ella suspiró, sus manos apretándose sobre las sábanas. Acaricié su clítoris, lamiéndole levemente antes de deslizar mi lengua en sus profundidades. Las piernas de Ginny se tensaron sobre mi cabeza y empezó a mecer las caderas, su respiración viniendo en cortos suspiros agitados. Yo sabía que le faltaba poco, por lo que chupé con más fuerza, percibiendo cómo su botón se hinchaba contra mi boca.
Pero yo ya no podía aguantar más. Necesitaba sentirla y mi pene estaba dolorosamente hinchado.
-Te deseo. – le confesé contra su muslo, mi aliento quemándole la piel.
Ginny tenía los ojos entrecerrados por el deseo y asintió con el pecho agitado.
•Tómeme, Sr. Marco. – me suplicó en una voz suave y tierna.
Una vez más, busqué un condón, pero de nuevo, ella me detuvo.
•No lo necesitas. - Susurró, su mano deslizándose sobre mi pene. - Estoy tomando la píldora. Y me he hecho exámenes. Quiero sentirte... sentirte entero.
(You don't need that. I'm on the pill. And I've been tested. I want you... all of you.)
Me reí levemente.
-¿Lo tenías pensado para tu entrevista? – bromeé con ella.
•Siempre he estado lista para ti. - Contestó con una sonrisa tímida en los labios.
Sin decir nada más, me coloqué entre sus piernas, con la punta del glande acariciando su entrada. Los ojos de Ginny me contemplaban fijos mientras empujaba, centímetro a centímetro, sintiendo cómo me envolvía su calor.

Sus ojos se estremecieron ligeramente. La sentía apretada, caliente y húmeda.
Empujé con mayor profundidad, sintiendo que la resistencia daba paso a la aceptación. Ginny respiró entrecortadamente y susurró mi nombre, rodeándome la cintura con las piernas.
•Se siente muy bien, Sr. Marco - dijo con una voz bien baja.
Me reí enternecido, sintiendo cómo cambiaba la dinámica de poder entre nosotros.
-¡Solo dime Marco! – le corregí. - ¡Ahora no estamos en la oficina!
Pero mis palabras me hicieron acelerar el paso. Aunque era miembro de la junta, encuentros como éste no formaban parte de las ventajas.
Los gemidos de Ginny se hicieron más fuertes y pude sentir cómo su cuerpo se tensaba a mi alrededor mientras yo empujaba con más fuerza. El sonido del roce de nuestras pieles llenaba el dormitorio, interrumpido por el chirrido ocasional de la cama.
Me clavó las uñas en la espalda y me rodeó la cintura con las piernas mientras tiraba de mí con más fuerza. Me perdí en el momento, impulsado por la pasión que había ido creciendo entre nosotros desde aquella fatídica noche años atrás.
Nuestros cuerpos se movían al unísono, con un ritmo cada vez más intenso a medida que nos acercábamos al clímax. La respiración de Ginny se entrecortó y echó la cabeza hacia atrás, dejándome al descubierto su cuello. No pude resistir la tentación: me incliné hacia ella y la mordí suavemente, lo suficiente para hacerla jadear.
Sus manos se deslizaron hasta mis glúteos, empujándome más profundamente dentro de ella. La sensación era agobiante y sabía que estaba a punto. Pero no quería que terminara todavía. Quería asegurarme de que se viniera conmigo. Metí la mano entre los dos, mi pulgar encontró su clítoris y aplicó la presión justa mientras seguía metiéndola.
Sus caderas se agitaron para encontrarse con las mías y soltó un grito agudo.
•¡Marco! – jadeó desesperada. - ¡Voy a correrme!
Sus palabras fueron como un catalizador que encendió el fuego en mí. Aumenté la velocidad y mi pulgar trabajó su clítoris en círculos firmes y rápidos. Su cuerpo se tensó y pude notar cómo aumentaba su orgasmo. Entonces, con un gemido estrangulado, se corrió y su sexo se apretó contra mí en espasmos de placer.
Verla perder el control me llevó al límite. Mi propio orgasmo se apoderó de mí y mi pene palpitó en su interior mientras me vaciaba. Me desplomé sobre ella, respirando agitadamente, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.
Permanecimos así un rato. Parece que no muchos hombres se hinchan dentro de sus amantes como lo hago yo.

Su pecho subía y bajaba rápidamente, sus senos presionando mi pecho.
-Ginny. - susurré en su oído. - Ha sido increíble.
Su risa sincera me estremeció.
•He tenido dos años para planearlo. - admitió, acariciándome la espalda. - Pero nunca imaginé que volvería a ocurrir así.
-¿Fue como esperabas? - le pregunté, realmente preocupado por ella.
Sus mejillas se sonrojaron y asintió.
•Mejor. Mucho mejor. – Ginny susurró, con voz llena de auténtica satisfacción.

Teníamos que vestirnos. Noté que sus ojos miraban fijamente mi pene, que aún podía dar un par de vueltas más.
Pero los negocios eran los negocios.
Sorprendentemente, incluso después de vestirme, seguía echando miradas a mi entrepierna.
-¡Déjame llevarte a la oficina! - Le dije, intentando mantener la voz firme. - Mañana me ocuparé de las formalidades.
•Hmm... - murmuró, todavía indecisa y sin dejar de mirarme la entrepierna mientras le conducía de vuelta. - ¿Crees que... tal vez podamos hacerlo de nuevo?
Me reí entre dientes.
-No soy tu jefe directo, Ginny. Y no es apropiado. - Le dije, rompiendo su burbuja.
Pero tenía razón. La actuación de ese día le había hecho ganar algo más que un trabajo.
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