



Título: "Agua turbia, deseo limpio"
Ante todo te debo confesar que somos una pareja corriente. Trabajamos ocho horas , comemos rápidamente y muchas veces de menú o compramos en un día, un lidel, o cualquier supermercado ,y vemos series.
De hecho ahora estamos viendo la serie argentina "El encargado" (Tremenda)
Vemos porno cuando podemos y fantaseamos con ser actor y actriz porno
Nos masturbamos fuera de la relación en privado, y discutimos como todas las parejas .
Es decir, somos como tú.
Seguramente por eso soñábamos con grabarnos una porno y poner a mil a los que nos lean y vean dibujados, en foto o vídeo, porque, no nos engañemos, follar te hace poderoso frente al resto que no lo hacen .
Está sociedad apática, enfadada, y llena de prejuicios, nos empequeñece, y muchas veces nos hace replantearnos si queremos estar en el lado oscuro de los y las que follan y tienen poder, o en el que nos toca vivir en mitad de una ciudad que no se para a salvarnos.
Por eso el porno mola. Sexo anal, en trio, orgias, parejas, follar en el campo, provocar, molestar, excitar a otros con ser nosotros... Eso es la hostia.
Así que dicho todo esto, desnúdate mujer u hombre, y siéntate a disfrutar del poder de creer estar viviendo está historia.
Ah, en t legram subimos más cosas que aquí no sé pueden.
Ven a vernos.
El calor en el pantano era pegajoso, casi irrespirable. El aire olía a barro caliente, a pino quemado por el sol, y a algo más: sudor, lubricante y tensión. Las cámaras ya estaban montadas cuando ella bajó la cresta del camino, caminando descalza por la tierra agrietada. Nerea. Morena, pelo largo hasta el culo, mirada insolente. El corazón de picas en la espalda brillaba con una capa de sudor. No decía una palabra. No necesitaba.
Los tres chicos ya estaban esperándola junto a las cámaras. Los tres tatuados, sin camiseta. Uno llevaba un tigre en el pecho y una calavera mexicana en el cuello. Otro, unas alas negras abiertas en toda la espalda y la palabra “culpable” cruzándole el vientre. El tercero era más callado, con los brazos repletos de tinta negra, letras japonesas, dagas, símbolos. Todos la miraban igual: como quien está a punto de comerse un pecado.
Nerea se arrodilló en la roca mojada sin que nadie se lo dijera. Su piel morena relucía bajo el sol sucio de agosto. Miró a cámara, se mordió el labio, y se llevó las manos a las tetas, empapándolas con agua del pantano. Las apretó, las acarició, y luego se metió dos dedos a la boca, despacio, chupándolos con la lengua suelta, provocadora.
—Grabando —dijo el cámara.
El chico de las alas se acercó el primero. Le empujó la cabeza con dulzura hacia su cintura. Ella lo entendió. Bajó la cremallera con la boca, sin usar las manos. El miembro le saltó caliente, grueso, y ella lo engulló con hambre, dejando que la baba le chorreara por la comisura. Uno de los otros chicos se colocó detrás. Le abrió las piernas y le metió dos dedos, directo, sin preguntar, sabiendo que el cuerpo de Nerea ya estaba preparado para lo que viniera.
—Más fuerte —le dijo ella sin dejar de chupar.
El chico obedeció. Los dedos entraban y salían, mojados, mientras el tercero le agarraba el pelo y se lo enroscaba en la mano como una cuerda. La boca de Nerea se movía rápido, profunda. Gemía ahogada, con la polla entera en la garganta, mientras el corazón de picas se le contraía en la espalda con cada embestida.
Cuando se tumbó boca abajo en la roca, uno se la metió desde atrás. La penetración fue directa, ruda. Ella soltó un grito salvaje y arqueó la espalda. Otro se puso frente a ella y la empujó para que se la tragara de nuevo. Estaba atrapada entre los dos, tragando y recibiendo, mojada por el agua del pantano y por los chorros de sudor que le caían de los cuerpos tatuados.
El tercero la sujetó de la cintura, le abrió el culo con las manos y empezó a lamerle el ano, profundo, lento, mientras el otro la taladraba con fuerza desde dentro. Nerea jadeaba, se corría, y gritaba nombres que no recordaba. El corazón de picas temblaba como una señal maldita.
Cuando el último se la metió por el culo, ella ya tenía el coño tan empapado que resbalaba. Los tres la turnaban, la agarraban, la montaban. Le sujetaban los brazos, le mordían el cuello, la llenaban por todos lados. Y ella, en lugar de rendirse, abría más las piernas.
Cuando se corrieron, lo hicieron sobre su espalda, marcando con semen caliente el tatuaje de picas como una firma. Ella no se limpió. Se quedó tendida, respirando fuerte, con una sonrisa sucia y satisfecha. Miró a cámara y dijo:
—¿Lo subimos sin cortes?
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