Lo que menos quiero con este relato es asustar a los cornudos que me candidatean diariamente para cogerme a su mujeres. Tampoco quiero dar una imagen de reviente, ni quedar como un zarpado frente al público presente. Pero este pendejo se lo buscó. Esto que les cuento pasó hace muchos años, bue, tampoco tantos, habrá sido 2015 o 2016.
No recuerdo cual fue la página que nos unió, puede haber sido ésta, o la otra, no hay muchas. El caso es que el pendejo ya se puso insoportable en la primera de cambio. Me puso a prueba como si yo debiera rendir un examen en una universidad en la que el era el rector. Su principal preocupación era que yo supiera humillarlo mientras me cogía a su noviecita. La pendeja era un infarto, tendría unos 22 años, no mucho más. Yo tenía treinta y largos y enseguida temí que me pudieran rechazar por la diferencia de edad. Pero ella era una verdadera reina de picas, y ellas saben (Y A VER SI SE LO APRENDEN LAS APRENDICES DE PUTA) que para el cuckold, siempre tipos grandes, los pendejos no sirven para nada.
Me pasé quince días franeleando al pendejo para que me abriera las puertas de su reino, la piba ya había dado el ok hace rato y el seguía dudando. Insistía con lo de la humillación extrema y yo le dije (aún sin saber que podría hacerle), que se quedara tranquilo, que yo lo iba a humillar de una manera inolvidable.
Llegó el día, finalmente me invitaron a su casa en lo mas cheto de San Isidro. El pendejo no había laburado en su vida y ya tenía casa propia. Me recibieron con cierta amabilidad y me sirvieron unos tragos bastante desabridos. La charla fue divertida, la mocosa no paraba de reir y la muy puta me mostraba la bombacha cada vez que abría las piernas para hacer un movimiento. Cuando ya no daba para más, el pendejo hizo un comentario medio ganso y ella se arrodilló frente a mis piernas. La típica, manotazo en el bulto, apertura de cierre, y a comerse la poronga como si no hubiese un mañana. Divina como chupaba la verga, divina, estuve a punto de largarle toda la leche en las amígdalas, era imposible aguantar. Pero aguanté, porque quería cogerla. El pendejo se pajeaba como un oligofrénico y me empezaba a hacer unas señas inentendibles.
Al rato comprendí, reclamaba sus ansiadas humillaciones.
Lo primero que hice fue insultarlo, y se puso como loco, visiblemente excitado. Pero lo mejor fue la reacción de ella, entró en trance, le provocaba mucho placer que yo lo bardeara al pelotudo del noviecito.
Entonces todo se nos fue de las manos, y el pendejo empezó a ponerse insoportable, mala onda , a pedir ser el centro de atención, que yo le había prometido algo especial, que si no lo estaba cagando, y no se cuantas boludeces más. Si, así de choto se puso el clima, mientras la pendeja no paraba de saltarme en la poronga y lo puteaba para humillarlo ella también. Pero el pendejo estaba hecho una puta y ya empezaba a querer llevarse la pelota y suspender el partido.
Entonces la vi.
Fue un instante de iluminación. Dudé, no era mi estilo, pensé que todo aquello podría terminar para el carajo, pero dije lo que digo muchas veces: ma seee. Me paré y fui en busca de mi varita mágica. Era perfecta, parecía estar ahí colgada a la espera de un milagro. Mi varita no era otra cosa que una escoba, colgada de un soporte muy coqueto en un costado de un pequeño lavadero. Abandoné la escena y regresé con ese insólito adminículo. Los pibes me miraron. El pendejo puso una cara de pánico que a la vez se deformaba en la expresión de una lujuria demencial.
–ponete en cuatro y bajate los calzones, pendejo de mierda. Le dije.
En pibito dudó un instante, se bajó los pantalones y para sorpresa de la novia, se puso en cuatro con el orto al norte. A ella le di la misma indicación, pero con mucha más cordialidad. En segundos los tuve a los dos en cuatro, en fila, el pibe adelante y ella atrás, mirándole el orto al novio desde muy cerca. La escena era imposible, me detuve un instante a apreciar esa postal casi surrealista. Poco después, me puse detrás de ella, le metí la verga en la concha, y con el palo de escoba le empecé a romper el orto al novio que gritaba como si le hubieran asesinado a su familia.
Me genera cierta culpa reconocer que sentí un placer demencial por el curioso devenir de los acontecimientos. No se por que, fue todo tan intenso, bizarro, y extremo, que nos vimos los tres enmarañados en una extraña ceremonia de grotesco salvajismo. En el momento indicado, la novia del pendejo tuvo un acto de lucidez y demostró ser una experta, se le colgó de la verga al pobre pibe y mientras el palo de la escoba le reventaba el ojete, lo deslechó con una maniobra idéntica al ordeñe de una vaca.
En ese mismo instante, acabé dentro de su hermosa concha.
Nunca más supe de ellos.
No recuerdo cual fue la página que nos unió, puede haber sido ésta, o la otra, no hay muchas. El caso es que el pendejo ya se puso insoportable en la primera de cambio. Me puso a prueba como si yo debiera rendir un examen en una universidad en la que el era el rector. Su principal preocupación era que yo supiera humillarlo mientras me cogía a su noviecita. La pendeja era un infarto, tendría unos 22 años, no mucho más. Yo tenía treinta y largos y enseguida temí que me pudieran rechazar por la diferencia de edad. Pero ella era una verdadera reina de picas, y ellas saben (Y A VER SI SE LO APRENDEN LAS APRENDICES DE PUTA) que para el cuckold, siempre tipos grandes, los pendejos no sirven para nada.
Me pasé quince días franeleando al pendejo para que me abriera las puertas de su reino, la piba ya había dado el ok hace rato y el seguía dudando. Insistía con lo de la humillación extrema y yo le dije (aún sin saber que podría hacerle), que se quedara tranquilo, que yo lo iba a humillar de una manera inolvidable.
Llegó el día, finalmente me invitaron a su casa en lo mas cheto de San Isidro. El pendejo no había laburado en su vida y ya tenía casa propia. Me recibieron con cierta amabilidad y me sirvieron unos tragos bastante desabridos. La charla fue divertida, la mocosa no paraba de reir y la muy puta me mostraba la bombacha cada vez que abría las piernas para hacer un movimiento. Cuando ya no daba para más, el pendejo hizo un comentario medio ganso y ella se arrodilló frente a mis piernas. La típica, manotazo en el bulto, apertura de cierre, y a comerse la poronga como si no hubiese un mañana. Divina como chupaba la verga, divina, estuve a punto de largarle toda la leche en las amígdalas, era imposible aguantar. Pero aguanté, porque quería cogerla. El pendejo se pajeaba como un oligofrénico y me empezaba a hacer unas señas inentendibles.
Al rato comprendí, reclamaba sus ansiadas humillaciones.
Lo primero que hice fue insultarlo, y se puso como loco, visiblemente excitado. Pero lo mejor fue la reacción de ella, entró en trance, le provocaba mucho placer que yo lo bardeara al pelotudo del noviecito.
Entonces todo se nos fue de las manos, y el pendejo empezó a ponerse insoportable, mala onda , a pedir ser el centro de atención, que yo le había prometido algo especial, que si no lo estaba cagando, y no se cuantas boludeces más. Si, así de choto se puso el clima, mientras la pendeja no paraba de saltarme en la poronga y lo puteaba para humillarlo ella también. Pero el pendejo estaba hecho una puta y ya empezaba a querer llevarse la pelota y suspender el partido.
Entonces la vi.
Fue un instante de iluminación. Dudé, no era mi estilo, pensé que todo aquello podría terminar para el carajo, pero dije lo que digo muchas veces: ma seee. Me paré y fui en busca de mi varita mágica. Era perfecta, parecía estar ahí colgada a la espera de un milagro. Mi varita no era otra cosa que una escoba, colgada de un soporte muy coqueto en un costado de un pequeño lavadero. Abandoné la escena y regresé con ese insólito adminículo. Los pibes me miraron. El pendejo puso una cara de pánico que a la vez se deformaba en la expresión de una lujuria demencial.
–ponete en cuatro y bajate los calzones, pendejo de mierda. Le dije.
En pibito dudó un instante, se bajó los pantalones y para sorpresa de la novia, se puso en cuatro con el orto al norte. A ella le di la misma indicación, pero con mucha más cordialidad. En segundos los tuve a los dos en cuatro, en fila, el pibe adelante y ella atrás, mirándole el orto al novio desde muy cerca. La escena era imposible, me detuve un instante a apreciar esa postal casi surrealista. Poco después, me puse detrás de ella, le metí la verga en la concha, y con el palo de escoba le empecé a romper el orto al novio que gritaba como si le hubieran asesinado a su familia.
Me genera cierta culpa reconocer que sentí un placer demencial por el curioso devenir de los acontecimientos. No se por que, fue todo tan intenso, bizarro, y extremo, que nos vimos los tres enmarañados en una extraña ceremonia de grotesco salvajismo. En el momento indicado, la novia del pendejo tuvo un acto de lucidez y demostró ser una experta, se le colgó de la verga al pobre pibe y mientras el palo de la escoba le reventaba el ojete, lo deslechó con una maniobra idéntica al ordeñe de una vaca.
En ese mismo instante, acabé dentro de su hermosa concha.
Nunca más supe de ellos.
2 comentarios - Cornudo humillado Arg.
Le diste lo que queria