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La puta de mi Novia y mi Romi 4

La mesa estaba servida.
Los tres platos frente a ellos. El aroma de la comida llenando el ambiente.
Todo parecía normal… excepto por la atmósfera densa y eléctrica que se sentía entre esos tres cuerpos.
Carlos se sentó en un extremo de la mesa, como siempre. Pero esta vez, Julián no se ubicó en el lado opuesto. Se sentó justo al lado de Valeria, pegado a ella, tan cerca que sus rodillas se rozaban.
Valeria, con esa falda diminuta y el top ajustado que él mismo le había sugerido, se acomodó a su lado con naturalidad. Cruzó las piernas, dejando que la falda subiera aún más, y sonrió como si nada.
Carlos intentó concentrarse en el plato, pero su vista inevitablemente se desviaba hacia ellos.
Al principio, solo eran miradas cómplices. Sonrisas. Pequeños roces de brazos.
Pero luego… la verdadera provocación comenzó.
Julián deslizó una mano bajo la mesa, fuera de la vista directa de Carlos. Valeria soltó un leve suspiro, disimulando mientras llevaba el tenedor a la boca.
Carlos frunció el ceño.
Movió la mirada hacia abajo, hacia las piernas de Valeria.
Entonces lo notó.
La mano de Julián estaba sobre sus entrepiernas acariciándola con lentitud, sus dedos subiendo y bajando, peligrosamente cerca del borde de la diminuta falda.
Valeria sostenía el tenedor, masticando con calma, pero sus mejillas enrojecidas, su respiración acelerada y la mordida nerviosa en su labio inferior la delataban.
Carlos apretó el cubierto, los celos ardiendo.
Pero no pudo apartar la vista.
Julián siguió. Su mano ascendió, sus dedos colándose apenas bajo la falda, jugando en el límite.
Valeria contuvo un leve gemido, inclinándose un poco hacia adelante, como si nada.
—¿Está buena la comida? —preguntó Julián en voz baja, con esa sonrisa perversa, sin retirar la mano.
Valeria asintió, tragando saliva, su rostro enrojecido.
—Mucho —susurró, sin mirarlo, pero dejando que su pierna se abriera sutilmente, dándole más acceso.
Carlos sentía el pecho arder, los dientes apretados, el estómago encogido… pero no dijo nada.
No podía.
El morbo… la perversión… lo dominaban.
La comida continuó.
Los susurros, las caricias bajo la mesa… también.
Y Carlos, atrapado en esa espiral de celos y deseo, solo podía mirar… y aceptar que ya no tenía el control de nada.
La puta de mi Novia y mi Romi 4

La noche cayó sobre el departamento, pero el ambiente ya llevaba horas cargado de algo mucho más denso que el simple cansancio del día.
Carlos salió de la ducha, secándose el cabello, y encontró a Julián y Valeria en la sala.
La escena hablaba pggor sí sola.
Julián, recostado en el sillón, con el control remoto en la mano. Valeria, sentada entre sus piernas, su cuerpo relajado, su diminuta falda y su top blanco dejando muy poco a la imaginación, su cabello suelto, los labios ligeramente mordidos, la piel erizada.
El control… ya no lo tenía él.
Lo tenía Julián.
Y Julián lo sabía.
—¿Listos para un nuevo juego? —preguntó Julián con una sonrisa ladeada, esa que combinaba arrogancia y desafío.
Carlos lo miró, tenso.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó, a pesar de todo, incapaz de negarse, atrapado en la perversión que se respiraba en el aire.
Julián se incorporó levemente, su mano acariciando la pierna de Valeria con naturalidad.
—Es simple. Una ronda de "verdad o reto", pero con una sola regla… —hizo una pausa, su mirada fija en Carlos—. Si alguien elige "reto", yo decido… y los retos pueden ser… interesantes.
Valeria rió suave, mordiéndose el labio.
Carlos tragó saliva. El estómago le dio un vuelco.
—¿Y si elegimos "verdad"? —preguntó, su voz áspera.
Julián sonrió, su dedo jugueteando en el muslo de Valeria.
—Las verdades… también serán incómodas —dijo, divertido.
Valeria no protestó. Al contrario, asintió, su cuerpo claramente cómodo en ese juego retorcido, su mirada brillante, su actitud provocativa… y sumisa.
El juego comenzó.
Los primeros turnos fueron simples, pero Julián no tardó en elevar la temperatura.
Cuando le tocó a Valeria, sin dudarlo, eligió "reto".
Julián la miró con esa mezcla de autoridad y perversión que lo caracterizaba.
—Quítate la falda—ordenó, sin titubear.
Carlos se tensó. El aire se congeló.
Valeria sonrió… y obedeció.
Lentamente, deslizó la falda por sus caderas, revelando su ropa interior negra, diminuta, de encaje, que apenas cubría lo necesario. Sus piernas largas, perfectas, quedaron completamente expuestas.
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El corazón de Carlos latía con fuerza, su cuerpo ardiendo entre el morbo y los celos.
Sabía que la noche no haría más que empeorar.
O… volverse aún más adictiva.

El ambiente en la sala estaba cargado, espeso, casi irrespirable.
Valeria, sentada entre las piernas de Julián, solo en ropa interior y ese diminuto top blanco, jugueteaba con un mechón de su cabello, su respiración entrecortada, el rostro sonrojado… pero en sus ojos brillaba esa chispa peligrosa de provocación.
Carlos no podía apartar la vista.
El juego continuó.
Cuando le tocó a Julián, eligió "verdad", solo para calentar el ambiente.
Carlos, con la voz tensa, preguntó:
—¿Desde cuándo… planeas dominar todo esto?
Julián sonrió con tranquilidad, su mano subiendo descaradamente por la cintura de Valeria.
—Desde que noté que me dejaban —respondió, directo, sus ojos fijos en Carlos, como si el reto ya no fuera solo con Valeria… sino con él.
El siguiente turno fue de Valeria de nuevo.
Eligió "reto".
Julián no dudó.
—Quítate el top… —ordenó en voz baja, casi como un susurro, pero con una seguridad imposible de ignorar.
Carlos se quedó helado.
Valeria bajó la mirada por un segundo… y luego, sonriendo, obedeció.
Lentamente, deslizó el top por su cuerpo, revelando sus pechos perfectos, firmes, sin pudor, sus pezones endurecidos por el frío… o por la excitación.
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Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda, el estómago encogido, los dientes apretados… pero su cuerpo, maldito traidor, ardía de deseo.
Julián acarició el costado de Valeria con calma, su mirada satisfecha.
—Perfecta —dijo, sin apartar la vista de ella, ignorando por completo la presencia de Carlos.
Los retos siguieron.
Cada uno más atrevido.
Más oscuro.
Más humillante para Carlos.
Pero Valeria no se resistía.
Al contrario.
Cada gesto, cada suspiro, cada mirada, la delataban.
Estaba sumisa… pero provocando.
Y Carlos, incapaz de intervenir, atrapado entre los celos y el morbo, solo podía observar cómo la noche se hundía en un juego del que ninguno de los tres saldría ileso.

El silencio en la sala se volvió insoportable.
Valeria, prácticamente desnuda, sentada entre las piernas de Julián, su cuerpo expuesto, su mirada brillante de provocación y sumisión. Julián, relajado, su mano acariciándola sin disimulo, su sonrisa segura, arrogante.
Y Carlos… atrapado en su propio infierno de celos y morbo, sin poder apartar la vista, sin poder hacer nada.
Fue entonces cuando Julián, con esa tranquilidad peligrosa, lanzó el reto.
—Tengo un desafío final para cerrar la noche —dijo, su voz grave, la mirada fija en Carlos—. Y esta vez… es para ti.
Carlos frunció el ceño, la mandíbula tensa.
—¿Para mí?
Julián asintió, su mano subiendo descaradamente por el costado de Valeria.
—Una simple apuesta… si aceptas, claro. Intercambiamos habitaciones… solo por una semana. Yo me quedo en la tuya… tú en la mía.
Carlos sintió un nudo en el estómago.
Sabía lo que significaba.
Su habitación.
Su cama.
Su espacio… con Valeria.
Durante una semana… en manos de Julián.
La propuesta no era inocente.
No se trataba solo de un cambio de lugar.
Era una declaración de dominio.
Valeria no dijo nada. Pero su cuerpo se tensó levemente, su respiración se aceleró, y sus mejillas enrojecieron aún más. No protestó. No se opuso.
Carlos tragó saliva.
Los celos lo quemaban.
Pero la perversión… el morbo… la curiosidad retorcida… lo mantenían congelado.
—¿Y si no acepto? —preguntó Carlos, su voz áspera.
Julián sonrió, ladeando la cabeza.
—Entonces sabré que el juego se te quedó grande —respondió sin titubear—. Pero si aceptas… bueno… supongo que descubrirás hasta dónde puede llegar tu propio morbo.
El silencio se hizo pesado.
Carlos sentía los latidos de su corazón retumbar en las sienes.
Sabía que no debía aceptar.
Pero sabía que ya no podía evitarlo.
La noche… el juego… la provocación…
Todo ya lo había superado.


El silencio se alargó.
El corazón de Carlos latía con tanta fuerza que sentía el eco en los oídos. Frente a él, Julián lo miraba con esa expresión desafiante, seguro de que tenía el control. Valeria, entre sus piernas, casi desnuda, jugueteaba con un mechón de su cabello, sin disimular la excitación que le provocaba la situación… y el poder que, poco a poco, Julián ejercía sobre ella.
Carlos tragó saliva.
Sabía que aceptar era ceder.
Sabía que aceptar era perder terreno, abrir la puerta a algo mucho más oscuro, mucho más perverso.
Pero también sabía que no podía resistirse.
Su propio morbo… su adicción al peligro… ya lo tenían atrapado.
—Está bien… —dijo finalmente, su voz tensa, áspera—. Acepto.
Una sonrisa lenta y peligrosa se dibujó en el rostro de Julián.
—Perfecto —respondió, satisfecho, acariciando la pierna de Valeria, como si acabara de ganar mucho más que un simple cambio de habitación.
Carlos se levantó, su cuerpo tenso, su orgullo herido, pero incapaz de retroceder.
Esa noche, las maletas se intercambiaron.
Carlos se instaló en la habitación de Julián… una habitación vacía, fría, sin rastro de Valeria, sin el aroma de su cuerpo, sin su ropa, sin su presencia.
Y Julián… se acomodó en la de Carlos.
Con Valeria.
Con su cama.
Con su intimidad.
Carlos se recostó en el colchón desconocido, mirando al techo, los celos devorándolo por dentro… pero el morbo, ese fuego maldito, seguía ardiendo.
Sabía que las cámaras seguían grabando.
Sabía que, en la habitación que antes era suya, esta misma noche… algo pasaría.
Y lo peor… o lo mejor… era que no iba a poder apartarse de la pantalla.
La apuesta estaba hecha.
El juego… apenas comenzaba.


Carlos estaba acostado en la cama de Julián, pero su cuerpo no encontraba descanso. El colchón era incómodo, el ambiente frío… pero nada de eso importaba. Su atención estaba completamente enfocada en la pantalla de su celular.
Las cámaras escondidas seguían activas.
La habitación que antes era suya… ahora pertenecía a Julián.
Y a Valeria.
El corazón de Carlos latía con violencia en el pecho cuando la imagen comenzó a cargarse.
La habitación estaba iluminada solo por la lámpara de noche, creando sombras suaves sobre las paredes. El espacio que conocía tan bien —la cama, las sábanas, el espejo, el armario— todo estaba igual… pero ahora, la escena era completamente diferente.
Julián estaba sentado al borde de la cama, con total seguridad. Su torso desnudo, el pantalón deportivo suelto, su mirada relajada, pero con ese brillo de dominio que Carlos ya no podía ignorar.
Valeria estaba frente a él.
Y su apariencia hizo que el estómago de Carlos se contrajera.
Ella llevaba un conjunto diminuto de lencería negra, de encaje, que apenas cubría lo necesario. La tela se pegaba a su piel, delineando sus curvas de forma descarada. Sus pechos, firmes, marcados bajo la fina tela. La parte inferior, un conjunto de tiras que dejaban ver la perfección de sus caderas y la extensión interminable de sus piernas.
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Caminaba descalza, su cabello suelto, su expresión… sumisa, provocativa, completamente entregada al juego.
—Ven aquí —ordenó Julián, su voz grave, calmada, como si ni siquiera fuera un desafío.
Valeria obedeció sin dudar.
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Carlos apretó los dientes.
Su novia… su Valeria… acercándose a Julián, con esa actitud dócil, esos pasos lentos, sensuales, su mirada baja… pero sus labios entreabiertos, sus mejillas encendidas, su respiración acelerada.
Julián la tomó de la muñeca y la hizo sentarse en sus piernas, como si ya fuera su lugar natural.
Las manos de él se deslizaron por la cintura de Valeria, subiendo por su espalda, recorriendo su piel. Ella cerró los ojos un segundo, mordiéndose el labio.
—¿Te sientes cómoda en mi habitación? —preguntó Julián, con esa seguridad perturbadora.
Valeria asintió, su voz apenas un susurro.
—Mucho…
Carlos tragó saliva, su cuerpo tenso, incapaz de apartar la vista de la pantalla.
Las manos de Julián siguieron explorando, subiendo hasta su cuello, bajando por su espalda baja, deteniéndose en el borde de la diminuta prenda de encaje.
Valeria no se resistía.
Se dejaba guiar.
Disfrutaba.
Su cuerpo, su lenguaje, todo gritaba sumisión y provocación.
Carlos sintió los celos arderle en la garganta.
Pero el maldito morbo… el perverso deseo… era aún más fuerte.
Sabía que esa noche… no dormiría.
Sabía que esas imágenes… esas caricias… esa complicidad entre ellos…
Lo destruirían.
Y, al mismo tiempo, lo enloquecerían.
El juego… apenas empezaba.


—¿Lista? —preguntó en voz baja, su tono oscuro, dominante, casi perverso.
Valeria asintió sin protestar, con esa mezcla de sumisión y deseo tan evidente que hizo que a Carlos se le secara la boca.
La imagen de la cámara se detuvo justo cuando Julián la guiaba suavemente hacia la cama, reclamando el espacio que antes le pertenecía a Carlos.
La última imagen que vio fue el rostro de Valeria, los ojos cerrados, los labios entreabiertos, su cuerpo entregado, y Julián dominando cada centímetro de esa habitación.
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Carlos apagó la pantalla, incapaz de seguir mirando… pero también incapaz de apartarse del todo.
Sabía que esa noche no dormiría.
Sabía que, al aceptar ese reto, había abierto la puerta a algo mucho más retorcido, perverso y oscuro… y ya no podía detenerlo.
La cama ya no era suya.
Ni la habitación.
Ni Valeria.
El juego… estaba en marcha.
Y lo peor… es que quería seguir jugando.

El sol entraba suavemente por las persianas, pero en el departamento el ambiente seguía cargado de tensión y algo más oscuro, algo que no se disipó con la noche… al contrario, parecía haberse intensificado.
Carlos salió de la habitación de Julián temprano, apenas había dormido. Las imágenes de la cámara seguían frescas en su mente. La ducha. La cama. Los susurros. Las caricias. Todo lo que Julián y Valeria compartieron… en su habitación… en su cama.
El departamento estaba en silencio.
Pero no por mucho.
Minutos después, Valeria apareció por el pasillo, recién salida de la habitación.
Su apariencia le cortó el aliento.
Llevaba una diminuta camiseta blanca, tan ajustada y delgada que dejaba entrever perfectamente la forma de sus pechos, sin sujetador, los pezones marcados de forma descarada. Abajo, un short deportivo gris, diminuto, que apenas cubría lo justo, marcando la curva perfecta de sus caderas y dejando sus piernas largas completamente expuestas.
La puta de mi Novia y mi Romi 4

Iba descalza, su cabello suelto, todavía algo húmedo, y su expresión… una mezcla peligrosa de provocación y docilidad.
Carlos apretó los puños, sintiendo los celos escalar por su garganta… pero al mismo tiempo, su cuerpo reaccionaba de la peor —o mejor— manera posible.
Valeria se acercó a la cocina, sin mirarlo directamente, como si ya no tuviera que rendirle cuentas, como si su cuerpo, su ropa, su actitud… ya no fueran decisión suya.
Minutos después, Julián salió también, caminando tranquilo, seguro, su sonrisa ladeada y arrogante, esa que dejaba claro que ya no se sentía un simple invitado… se sentía el dueño del lugar.
—¿Dormiste bien? —preguntó Julián a Carlos, como si todo fuera normal.
Carlos tragó saliva, su mandíbula tensa.
—Lo suficiente —respondió, con un tono áspero.
Julián sonrió, su mano apoyándose en la cintura de Valeria de forma descarada mientras ella servía el café, sin apartarse ni protestar, al contrario, inclinándose levemente, permitiéndole el contacto, la sumisión evidente en cada gesto.
El día apenas comenzaba.
Y Carlos ya sabía que sería largo.
Muy largo.
La ropa de Valeria.
Su actitud.
El dominio de Julián.
Todo seguía… y cada vez era más difícil resistirse.
O escapar.

El aroma a café y pan tostado llenaba el departamento, pero el ambiente estaba lejos de ser acogedor.
Carlos seguía en la mesa, su mirada perdida, los celos ardiendo como un veneno lento, el recuerdo de la noche anterior aún retumbando en su mente.
Entonces, Julián, con esa actitud segura y perversa, decidió ir un paso más allá.
—Ey, Valeria —llamó, mientras ella terminaba de preparar el desayuno, vestida de forma casi indecente con esa diminuta camiseta blanca y el short que parecía más una provocación que una prenda—, ¿por qué no te pones algo más cómodo para el desayuno? Algo… más tú.
Carlos frunció el ceño.
Valeria se giró hacia Julián, sonriendo, esa chispa peligrosa en sus ojos, y asintió sin dudar.
—¿Algo más cómodo… o más atrevido? —preguntó, jugueteando con la punta de su camiseta.
—¿Ves que ya lo entendiste? —respondió Julián, divertido.
Carlos observó en silencio, su estómago retorciéndose, los celos ardiendo… pero sus ojos fijos en ella, incapaz de apartarse.
Minutos después, Valeria reapareció.
Su atuendo lo dejó sin aliento.
Un diminuto bikini negro, de esos que solo usaba para ocasiones especiales, que apenas cubría lo esencial. La parte superior tan pequeña que sus pechos parecían a punto de desbordarse, los tirantes finos apenas sostenían la tela. Abajo, un bikini de corte altísimo, marcando de forma descarada sus caderas y dejando al descubierto gran parte de su piel. Encima, solo una camisa blanca abierta, que no hacía nada por disimular.
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Caminaba descalza, con total naturalidad, como si ese fuera su estado habitual en casa.
—Así está mejor —dijo Julián, cruzándose de brazos, admirándola.
Valeria rió suave, acomodándose en la silla, cruzando las piernas con deliberada provocación.
Carlos no pudo decir nada.
Su novia, vestida como si estuviera en la playa, a merced de las miradas de Julián… y lo peor… sin siquiera mirarlo a él, como si su opinión ya no contara.
Y entonces, Julián fue por más.
—Carlos —dijo en tono casual, pero con esa malicia en la voz—, ¿puedes traerme el café? Quiero seguir admirando esta… vista.
Carlos se quedó congelado.
Su estómago se retorció de impotencia.
El mensaje era claro.
Él, sirviendo.
Julián, dominando.
Valeria, provocando… y disfrutando.
Carlos tragó saliva, los dientes apretados… pero se levantó.
Sabía que el juego no había terminado.
Sabía que solo estaba empezando.

Hasta aquí la parte 3 espero les guste
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2 comentarios - La puta de mi Novia y mi Romi 4

Dellner113
Ah esta es la segunda?
Dellner113
Ah no es la parte 3, confunden los números pero la historia es demasiado buena jajajaj