Había conocido a Cristian en Badoo después de tres días de charla intrascendente: memes, algún que otro comentario sobre política (él era de esos que decían *"yo no soy ni de izquierda ni de derecha"*, lo que siempre es señal de alarma) y fotos de su perro. Cuando propuso vernos, dije que sí más por aburrimiento que por interés real.
El bar era uno de esos típicos lugares de Palermo con luces tenues y tragos caros. Yo llevaba un vestido verde esmeralda, sin corpiño (mis tetas chicas no lo necesitan) y una tanga negra de encaje que compré especialmente para la ocasión. Él llegó puntual, con un jean ajustado y una remera negra que intentaba (y fallaba) en disimular su panza de oficinista.
La conversación fue tan emocionante como leer los términos y condiciones de un contrato. Habló de su trabajo en una empresa de seguros, de su obsesión por el gimnasio (aunque su físico no lo demostraba) y de cómo las feministas *"habíamos arruinado el romance"*. Para cuando terminé mi segunda copa, ya estaba lo suficientemente ebria (y aburrida) como para sugerir:
—*¿Vamos a un telo?*
Su cara de alivio fue casi patética.
**El telo era clásico:** luces rojas, espejos en el techo y una cama con sábanas que crujían como si nunca las hubieran lavado. Nos tiramos encima, y mientras él me besaba con la urgencia de un adolescente, yo ya estaba mojada (más por el alcohol y la fantasía de lo que podría pasar que por él en sí).
Le bajé el pantalón con impaciencia, y ahí estaba: **un pitito de 8 cm, tieso y rosadito como un champiñón.**
—*Ay, qué lindo... ¿es de mentira?* —me burlé, incapaz de contener la risa
-Mirá cómo se te aplasta ese culo de vaca al sentarte... ¿Cuántos tipos te habrán dicho que sos una gorda puta desesperada para que ahora vengas a rogarle a un pito de 8 cm? Patética.
Chupar un pito tan chico es un arte, tenés que usar los labios, la lengua, incluso las manos para compensar lo que falta en longitud. Lo lamí desde la base hasta la punta, jugué con sus huevos (también pequeños, pero al menos simétricos), y cuando lo metí entero en mi boca, él gimió como si le hubiera dado el mejor sexo oral de su vida.
—*Sos una puta... una re puta* —jadeó, mientras yo movía la cabeza arriba y abajo, exagerando los sonidos para hacerlo sentir como si tuviera un pene de tamaño normal.
Después de unos minutos (él ya estaba al borde), me subí encima, corrí mi tanga a un costado y lo guié dentro de mí. **Era tan chico que apenas lo sentí.**
—*Montame, gorda puta* —me dijo, mientras yo me movía arriba de el.
Él no duró ni dos minutos.
—*¡Ah, gorda puta!* —gritó al venir, mientras me daba unos chirlos en el culo que sonaron más a desesperación que a placer.
Cuando terminó, me bajé, me limpié con una toalla del baño (que espero que hayan lavado) y me vestí en silencio. Él seguía tirado en la cama, sudando como si hubiera corrido un maratón.
—*Bueno, nos vemos* —dije, agarrando mi cartera.
—*¿No te quedás un rato?* —preguntó, con voz débil.
—*No, tengo cosas mejores que hacer* —mentí.
Nunca más le respondí los mensajes.
[PD: A la semana, me mandó un audio diciendo que *"nadie lo había hecho sentir tan hombre como yo"*. Lo dejé en visto. **Y después lo bloqueé.**]
El bar era uno de esos típicos lugares de Palermo con luces tenues y tragos caros. Yo llevaba un vestido verde esmeralda, sin corpiño (mis tetas chicas no lo necesitan) y una tanga negra de encaje que compré especialmente para la ocasión. Él llegó puntual, con un jean ajustado y una remera negra que intentaba (y fallaba) en disimular su panza de oficinista.
La conversación fue tan emocionante como leer los términos y condiciones de un contrato. Habló de su trabajo en una empresa de seguros, de su obsesión por el gimnasio (aunque su físico no lo demostraba) y de cómo las feministas *"habíamos arruinado el romance"*. Para cuando terminé mi segunda copa, ya estaba lo suficientemente ebria (y aburrida) como para sugerir:
—*¿Vamos a un telo?*
Su cara de alivio fue casi patética.
**El telo era clásico:** luces rojas, espejos en el techo y una cama con sábanas que crujían como si nunca las hubieran lavado. Nos tiramos encima, y mientras él me besaba con la urgencia de un adolescente, yo ya estaba mojada (más por el alcohol y la fantasía de lo que podría pasar que por él en sí).
Le bajé el pantalón con impaciencia, y ahí estaba: **un pitito de 8 cm, tieso y rosadito como un champiñón.**
—*Ay, qué lindo... ¿es de mentira?* —me burlé, incapaz de contener la risa
-Mirá cómo se te aplasta ese culo de vaca al sentarte... ¿Cuántos tipos te habrán dicho que sos una gorda puta desesperada para que ahora vengas a rogarle a un pito de 8 cm? Patética.
Chupar un pito tan chico es un arte, tenés que usar los labios, la lengua, incluso las manos para compensar lo que falta en longitud. Lo lamí desde la base hasta la punta, jugué con sus huevos (también pequeños, pero al menos simétricos), y cuando lo metí entero en mi boca, él gimió como si le hubiera dado el mejor sexo oral de su vida.
—*Sos una puta... una re puta* —jadeó, mientras yo movía la cabeza arriba y abajo, exagerando los sonidos para hacerlo sentir como si tuviera un pene de tamaño normal.
Después de unos minutos (él ya estaba al borde), me subí encima, corrí mi tanga a un costado y lo guié dentro de mí. **Era tan chico que apenas lo sentí.**
—*Montame, gorda puta* —me dijo, mientras yo me movía arriba de el.
Él no duró ni dos minutos.
—*¡Ah, gorda puta!* —gritó al venir, mientras me daba unos chirlos en el culo que sonaron más a desesperación que a placer.
Cuando terminó, me bajé, me limpié con una toalla del baño (que espero que hayan lavado) y me vestí en silencio. Él seguía tirado en la cama, sudando como si hubiera corrido un maratón.
—*Bueno, nos vemos* —dije, agarrando mi cartera.
—*¿No te quedás un rato?* —preguntó, con voz débil.
—*No, tengo cosas mejores que hacer* —mentí.
Nunca más le respondí los mensajes.
[PD: A la semana, me mandó un audio diciendo que *"nadie lo había hecho sentir tan hombre como yo"*. Lo dejé en visto. **Y después lo bloqueé.**]
11 comentarios - Micropene de badoo
me gusto tu relato, lamento la mala experiencia ! jaja