Mi nombre es Lore y tengo 34 años. Soy de Buenos Aires, Argentina.
Desde que Renata, mi hija, empezó a traer a su novio, Alexis, a quedarse a dormir de vez en cuando, la dinámica de la casa cambió un montón. Al principio, era algo extraño tener a alguien más, alguien que no fuera de la familia, pero me fui acostumbrando. Entendía que era parte de que ella creciera y tuviera sus propias experiencias.
Lo que sí me tomó un poco por sorpresa, y para ser honesta, todavía me genera un nudo en el estómago, es cuando los escucho. A veces, de noche, cuando ya todos estamos supuestamente dormidos, los ruidos empiezan. Primero en la ducha, después en su pieza. Son esos ruidos que uno sabe lo que significan, por más que intente ignorarlos o fingir que no los escucha.
Los escucho. A Renata decir: "Dale, Alex, más fuerte". O "Así, justo ahí". Pero después, entre jadeos, también la he escuchado decir cosas que me revuelven el estómago. Cosas como: "Soy tuya, tu perra, tu puta", o "Hacé conmigo lo que quieras, no sirvo para otra cosa". Una vez, escuché claramente: "Quiero un dedito en la cola, papi". Y la noche siguiente, mi corazón se encogió cuando la oí pedir: "Eyaculame en la boca, papi, quiero sentir todo".
Y no solo eso. También la he escuchado pedir, con la voz entrecortada: "Poneme de perrito, Alexis, así me gusta". Esa frase, tan explícita, se me grabó a fuego. Y es que, para ser sincera, no puedo evitar que se me venga a la mente mi propia juventud. Hubo un tiempo, cuando yo era más joven y traía a algún hombre a casa, que también decía cosas parecidas. Recuerdo haber dicho: "Poneme en 4, como una perrita". Y ahora, escuchar a mi hija... es como un espejo, y me hace sentir una mezcla aún más compleja de emociones. De hecho, es tan fuerte la conexión, tan arraigada esa frase en mí, que cuando la escucho decirla, automáticamente, sin siquiera pensarlo, mi cuerpo reacciona. Aunque esté sola, aunque no esté con nadie, me encuentro a mí misma poniéndome en esa posición, me doy un chirlo en la cola, saco la lengua y empiezo a babear. Es mi frase, y escucharla en boca de ella me golpea de una manera que no puedo explicar.
Y para colmo, cuando deja la ropa para lavar, sus tangas están ahí, todas húmedas. No hay que ser un genio para darse cuenta de que las usó para tener sexo. Se nota en el tacto, en la humedad, y sí, hasta en ese olorcito rico que desprenden. Es el aroma de su intimidad, de su vida sexual, y está ahí, tan tangible en la canasta de la ropa sucia.
Es una mezcla rara de emociones.
La Dualidad de Escucharla
Y es que, en el fondo, por más que intente convencerme de lo contrario, tengo que admitirlo: me gusta escucharla. No de una manera pervertida, no es eso. Es... es como revivir algo en mí. Cuando la oigo, cuando sus gemidos y sus palabras llenan el silencio de la casa, siento una excitación que creía olvidada. No es mi cuerpo el que está en ese momento, pero de alguna manera, es como si una parte de mí lo experimentara a través de ella. Es como si el eco de mi propia juventud, de mis propias exploraciones, resonara en la habitación contigua. Me hace recordar lo que es la pasión desenfrenada, la entrega total, esa libertad sexual que una va perdiendo con los años, con las responsabilidades, con la rutina.
Me genera una punzada de nostalgia, sí, pero también una especie de morbosa fascinación. Me pregunto qué más hará, qué más dirá, hasta dónde llegará en esa exploración de su placer. Hay una parte de mí que se siente cómplice, a pesar de la vergüenza inicial. Es como si en cada uno de sus suspiros, en cada petición audaz, se liberara también una parte de mi propio deseo, guardado y quizás reprimido. Me gusta la audacia, la desinhibición con la que se entrega. Me hace sentir viva, aunque sea solo como oyente, como espectadora de su intimidad. Y sí, ese olorcito de sus tangas, que en un primer momento me incomodaba, ahora... ahora me trae una extraña sensación de cercanía, de una intimidad compartida en el aire, una prueba tangible de esa vida que ella está viviendo con tanta intensidad. Es perturbador, lo sé, pero es lo que siento.
Supongo que son cosas de ser madre y ver a los hijos crecer, ¿no?
Desde que Renata, mi hija, empezó a traer a su novio, Alexis, a quedarse a dormir de vez en cuando, la dinámica de la casa cambió un montón. Al principio, era algo extraño tener a alguien más, alguien que no fuera de la familia, pero me fui acostumbrando. Entendía que era parte de que ella creciera y tuviera sus propias experiencias.
Lo que sí me tomó un poco por sorpresa, y para ser honesta, todavía me genera un nudo en el estómago, es cuando los escucho. A veces, de noche, cuando ya todos estamos supuestamente dormidos, los ruidos empiezan. Primero en la ducha, después en su pieza. Son esos ruidos que uno sabe lo que significan, por más que intente ignorarlos o fingir que no los escucha.
Los escucho. A Renata decir: "Dale, Alex, más fuerte". O "Así, justo ahí". Pero después, entre jadeos, también la he escuchado decir cosas que me revuelven el estómago. Cosas como: "Soy tuya, tu perra, tu puta", o "Hacé conmigo lo que quieras, no sirvo para otra cosa". Una vez, escuché claramente: "Quiero un dedito en la cola, papi". Y la noche siguiente, mi corazón se encogió cuando la oí pedir: "Eyaculame en la boca, papi, quiero sentir todo".
Y no solo eso. También la he escuchado pedir, con la voz entrecortada: "Poneme de perrito, Alexis, así me gusta". Esa frase, tan explícita, se me grabó a fuego. Y es que, para ser sincera, no puedo evitar que se me venga a la mente mi propia juventud. Hubo un tiempo, cuando yo era más joven y traía a algún hombre a casa, que también decía cosas parecidas. Recuerdo haber dicho: "Poneme en 4, como una perrita". Y ahora, escuchar a mi hija... es como un espejo, y me hace sentir una mezcla aún más compleja de emociones. De hecho, es tan fuerte la conexión, tan arraigada esa frase en mí, que cuando la escucho decirla, automáticamente, sin siquiera pensarlo, mi cuerpo reacciona. Aunque esté sola, aunque no esté con nadie, me encuentro a mí misma poniéndome en esa posición, me doy un chirlo en la cola, saco la lengua y empiezo a babear. Es mi frase, y escucharla en boca de ella me golpea de una manera que no puedo explicar.
Y para colmo, cuando deja la ropa para lavar, sus tangas están ahí, todas húmedas. No hay que ser un genio para darse cuenta de que las usó para tener sexo. Se nota en el tacto, en la humedad, y sí, hasta en ese olorcito rico que desprenden. Es el aroma de su intimidad, de su vida sexual, y está ahí, tan tangible en la canasta de la ropa sucia.
Es una mezcla rara de emociones.
La Dualidad de Escucharla
Y es que, en el fondo, por más que intente convencerme de lo contrario, tengo que admitirlo: me gusta escucharla. No de una manera pervertida, no es eso. Es... es como revivir algo en mí. Cuando la oigo, cuando sus gemidos y sus palabras llenan el silencio de la casa, siento una excitación que creía olvidada. No es mi cuerpo el que está en ese momento, pero de alguna manera, es como si una parte de mí lo experimentara a través de ella. Es como si el eco de mi propia juventud, de mis propias exploraciones, resonara en la habitación contigua. Me hace recordar lo que es la pasión desenfrenada, la entrega total, esa libertad sexual que una va perdiendo con los años, con las responsabilidades, con la rutina.
Me genera una punzada de nostalgia, sí, pero también una especie de morbosa fascinación. Me pregunto qué más hará, qué más dirá, hasta dónde llegará en esa exploración de su placer. Hay una parte de mí que se siente cómplice, a pesar de la vergüenza inicial. Es como si en cada uno de sus suspiros, en cada petición audaz, se liberara también una parte de mi propio deseo, guardado y quizás reprimido. Me gusta la audacia, la desinhibición con la que se entrega. Me hace sentir viva, aunque sea solo como oyente, como espectadora de su intimidad. Y sí, ese olorcito de sus tangas, que en un primer momento me incomodaba, ahora... ahora me trae una extraña sensación de cercanía, de una intimidad compartida en el aire, una prueba tangible de esa vida que ella está viviendo con tanta intensidad. Es perturbador, lo sé, pero es lo que siento.
Supongo que son cosas de ser madre y ver a los hijos crecer, ¿no?
2 comentarios - Mi hija Y su Novio