Primera experiencia cuckold en pareja parte 2

El baño estaba oscuro, con la luz tenue de los espejos reflejando apenas los bordes del deseo. Mi marido abrió la puerta con cautela. Pero no me encontró sola.
La escena duró segundos. Suficientes para que sus ojos captaran lo que su imaginación no se atrevía a construir del todo. Yo de espaldas al lavamanos, con la respiración agitada y el rostro encendido de adrenalina. El desconocido, torpe y nervioso, se subía el cierre mientras murmuraba algo apenas audible, confundido, y salió sin atreverse a mirar atrás.
Yo me quedé ahí, con la tanga corrida, la mini en la cintura, la piel tibia y un brillo en mis ojos que mi marido reconoció al instante. No hubo reproches. Solo silencio.
Él se acercó despacio, me dio vuelta y me rodeó por detrás, me susurró al oído, con su voz grave y contenida:
—¿Lo hiciste?
No le respond´nada. Solo asentí, con una mezcla de culpa dulce y fuego en la garganta. Él me giró suavemente para mirarme a los ojos. No necesitaba más pruebas. La tensión se volvió eléctrica. El estaba, como loco, descontrolado.
—Contáme —me ordenó, casi suplicando—. Cada detalle.
Yo tragué saliva, mucha saliva, aun con el gusto al miembro de ese tipo, Fer bajó la mirada apenas y comenzó a hablar, en voz baja, como si confesara un pecado que, lejos de separarnos, nos fundía en algo más intenso. Le conté lo que el había visto, cómo me había seguido al baño, cómo yo le había permitido avanzar hasta donde quiso. Y cómo todo el tiempo, en el fondo de mi mente, solo pensaba en mi marido mirándome, deseándome, esperándome.
Fer tembló. No de rabia, sino de excitación.
—Sos mía —dijo, y me besó  con fuerza—. Siempre lo fuiste.
Me apoyó contra la pared del baño, como si necesitara marcar su lugar, sellar el pacto secreto que nos unía en esa oscuridad compartida. Sabe que siempre seré su putita.