Primera experiencia cuckold en pareja

La noche había comenzado como cualquier otra, pero el juego ya estaba pactado desde casa. Yo llevaba ese conjunto ajustado que apenas escondía lo suficiente. Una blusa suelta, sin sostén, y una tanga que asomaba apenas por encima de la mini, como un secreto que pedía ser descubierto.
Él, mi marido, ahora era mi cómplice, me había dejado entrar sola al bar, mientras me observaba desde la esquina más oscura, con un trago en la mano y el deseo ardiendo en la mirada.
Traté de moverme con naturalidad, pero cada gesto tenía intención. Me senté en la barra, crucé las piernas con lentitud y dejé que mi blusa deslizara solo lo justo. El barman no tardó en notarlo. Otro cliente, a su izquierda, disimuló mal sus ojos cuando ella me agaché a recoger la servilleta que había dejado caer a propósito. Sabía que era observada. Y nos encantaba.
Mi marido, desde lejos, apretaba la copa con fuerza. Verme jugar así lo encendía como nada más. No había celos. Solo esa mezcla peligrosa entre deseo, orgullo y ansiedad. Yo no le pertenezco a nadie más, pero estaba ahí, tentándolo todo.
En un momento, vi alguien que se levantó. Caminó con paso lento hacia los baños, lo miré de reojo y mi hombre me seguia con la mirada. El lo había notado también.
Justo antes de animarme a desaparecer tras la puerta, giré brevemente la cabeza y le sostuve la mirada. Le dí na orden silenciosa: esperame.
Comenzamos una nueva forma de vivir nuestra sexualidad esa noche.

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