Tu bull favorito (parte 1)

Me llamo Nico, tengo 32 años. Soy directo, dominante, bien plantado. No necesito levantar la voz ni mostrar nada: ya con entrar en una habitación sé que tengo el control. En este mundo, el mundo del cuckold, soy el bull. El toro. El que entra cuando el otro no puede. El que despierta lo que estaba dormido. El que la hace temblar de verdad.
Estoy bien dotado. No me jacto, simplemente es así. Y eso, en este juego, importa. Porque hay algo en ese contraste entre cuerpos, entre lo que ella tiene y lo que de pronto descubre que podría tener, que las vuelve locas. Y a ellos también.
No sabés la cantidad de tipos que me escriben. Tipos con novias, con esposas hermosas. Me hablan bajito, como si tuvieran miedo de decir en voz alta lo que los calienta. Pero ahí están, todos con lo mismo: quieren verme cogerse a sus mujeres. Quieren que yo las haga acabar como ellos nunca pudieron.
Y yo, encantado.
Pero no soy de los que entran, se la cogen y se van. No. A mí me gusta el ritual. Me gusta orquestar la entrega, convertirla en algo simbólico. Porque esto no es solo sexo, es poder, es posición. Quiero que ella sienta lo que es ser tomada por un macho de verdad, sí… pero también quiero que él lo vea, que lo sienta, que entienda que no hay vuelta atrás. Que acepte que me necesita.
Como Julián.
Treinta y seis años, oficinista, perfil bajo, buen tipo. Me escribió por Twitter. Me mandó fotos de su novia, Luli. Un fuego. Cuerpo natural, piel blanca, una mirada entre tímida y picante que me hizo sonreír. Me contó que ella siempre se quedaba a medio camino, que él no lograba llevarla al final. Que se moría de ganas de verla con alguien como yo.
—Quiero verla rendida. Quiero que no te olvide más —me dijo.
—Entonces vos también vas a ser parte. Vos se la vas a entregar. Con tus manos —le contesté.
Silencio. Después, el mensaje llegó:
—Sí. Quiero eso.
Nos vimos en un hotel boutique de zona norte. Iluminación tenue, sábanas blancas gruesas, un aire denso de deseo contenido. Ella entró con una campera larga, que apenas disimulaba la lencería negra. Él detrás, nervioso, como si supiera que todo lo que iba a pasar ya estaba escrito.
Yo no tenía apuro. Me senté. Ellos también. Los miré. Ella no me quitaba los ojos de encima. El ambiente ya estaba cargado.
—Mostrale, Julián —dije, sacándome el jean—. Mostrale lo que le vas a regalar hoy.
Me bajé el calzoncillo. Mi pija colgaba, semi dura. Pesada. Imponente.
Julián se arrodilló frente a mí. Me la agarró con las dos manos, temblando. Sentía el calor, la dureza creciendo. La ofrecía como quien ofrece un objeto sagrado.
—Es toda tuya, amor —le dijo a Luli—. Quiero que la sientas. Quiero que disfrutes lo que yo nunca pude darte.
Ella se arrodilló también. Me la chupó como si fuera su única fuente de aire. Lo hacía con hambre, con entrega. Y Julián, al lado, miraba cómo su novia se ahogaba con la pija de otro. Con mi pija.
Después vino lo inevitable.
La tiré en la cama, le abrí las piernas, y la cogí como ninguna vez la habían cogido antes. Firme. Profundo. Sin pedir permiso. Ella gemía fuerte, me rasguñaba, se entregaba completamente. Cada embestida era una sentencia. Y él lo miraba todo. Con la boca abierta. La respiración cortada. El pantalón abultado.
—Mirá lo que necesitaba, Julián —le dije sin dejar de cogérmela—. Esto… esto es lo que le faltaba.
—Sí… sí… —repetía él, con los ojos llenos de lágrimas y la pija dura—. Gracias, Nico.
Hice que ella lo mirara mientras la tenía adentro.
—Decile. Decile quién te hace acabar.
—¡Él! —gritó—. ¡Él me llena… me está llenando toda!
Cuando acabé, la dejé tirada, desarmada, abierta, jadeando como después de una batalla.
Julián se acercó, la besó. Ella no respondió. Todavía estaba en otro plano.
Yo me puse el jean.
Los miré.
Sonreí.
Uno más.
Y sé que no va a ser el último.




AGREGO UN FRAGMENTO DE UNA CONVERSACION CON UN CORNUDO POR TELEGRAM: