Con la verga del ladrón en el culo😰🥒🍑

Relato Ficcional🍑🔥



Sintió el filo frío del cuchillo contra su cuello antes de abrir los ojos por completo. El ladrón estaba ahí, con una campera negra, la capucha hasta la frente y un pañuelo cubriéndole la boca. Respiraba agitado, casi temblando de adrenalina.

—Quieto —le ordenó con voz ronca.

Él tragó saliva, con el corazón martillándole las costillas. Podía oler su transpiración mezclada con un leve perfume barato. Sus miradas se cruzaron. Había algo oscuro y poderoso en esos ojos negros bajo la capucha. Un segundo bastó para decidir: no iba a dejar que lo roben, pero tampoco iba a resistirse de la manera que el ladrón esperaba.

Deslizó su mano, temblorosa pero decidida, hasta el pantalón del otro. Rozó la tela áspera con la yema de los dedos, sintiendo la dureza oculta detrás de esa barrera. El ladrón dio un respingo, sorprendido, y bajó el cuchillo, mirándolo como si no entendiera nada.

—¿Qué… qué hacés? —preguntó, con un temblor en la voz que no era miedo, sino algo más.



Él respiró profundo, con la boca apenas abierta, dejando que su pecho subiera y bajara con lentitud. Estaba aterrado, pero una corriente ardiente le recorría el cuerpo. Se sentó en la cama, de frente a él, y, sin apartar la vista de esos ojos cargados de peligro, bajó despacio su propio pantalón, quedando con su ropa interior ceñida a su piel, marcándole todo.



El ladrón lo observaba en silencio, tragando saliva bajo el pañuelo. Su respiración se aceleró. Bajó el cuchillo y se quitó la capucha con un movimiento rápido, revelando un rostro joven, de mandíbula firme y barba rala, con una mirada oscura que lo quemaba.

—No digas nada —susurró, dejando caer la campera al piso. Se acercó hasta rozar su torso con el de él. El arma quedó en el suelo, olvidada. Solo existía el calor de sus cuerpos, la tensión eléctrica entre sus respiraciones y la cercanía de esos labios que amenazaban con romperlo todo.

Él sintió su dureza chocar contra su muslo, mientras sus propias piernas se estremecían. Con las manos temblorosas, le alzó la remera al ladrón. Vio ese abdomen firme, marcado y tenso, subiendo y bajando con cada inhalación pesada. Sus ojos no podían despegarse de su piel morena y caliente.

Sin decir palabra, el ladrón empujó su frente contra la suya. Se miraron a centímetros, sus respiraciones mezclándose, sus corazones retumbando como tambores de guerra. Fue un momento brutalmente íntimo, un silencio cargado de peligro, deseo y algo parecido a entrega.

Él, todavía con los pantalones bajados y la respiración entrecortada, sintió cómo el ladrón lo sujetaba de la nuca y pegaba su cuerpo al suyo, como si ya no existiera el robo, como si el único botín posible fuera el calor prohibido de su víctima.

Y, en ese instante, supo que nada volvería a ser igual.

El ladrón bajó su mano hasta su cintura, acariciándole la piel con rudeza contenida,mo si no supiera si debía tocarlo o huir. Sus dedos le recorrieron el vientre desnudo, haciendo que se le erizara cada milímetro de piel. Sus respiraciones eran lo único que se escuchaba en la habitación. Él temblaba, pero no de miedo; sentía un fuego lento crecerle en el pecho, bajándole hasta los muslos, hasta la punta de los pies, haciéndolo apretar los dedos contra las sábanas. El ladrón le pasó los labios por el cuello, apenas rozándolo con su respiración caliente, y el cuerpo entero le vibró con un estremecimiento que casi le sacó un gemido.





Se miraron una vez más, sus bocas a un suspiro de distancia. El ladrón lo empujó suavemente contra la cama, quedando encima, con su pantalón suelto y la dureza marcándole la entrepierna. Apoyó su frente en la de él y, sin moverse más, dejaron que sus cuerpos se sintieran, piel contra piel, respiración contra respiración. Un momento suspendido en el tiempo, tan cargado de deseo que dolía. Sin prisa, sin palabras, solo un calor que ardía entre sus vientres y un silencio brutalmente íntimo, como si se hubieran desnudado mucho más allá de la ropa.