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2. El Chongo de mi Novia - La Previa

Era sábado por la noche y diluviaba como la concha de la lora. Una tormenta eléctrica rajaba el cielo, como si el universo supiera la bomba que estaba por explotar adentro de casa. Por fin había llegado el día. Guido ya estaba con nosotros, tomando un fernet, relajado, esa sonrisa sobradora que lo caracteriza.

La noche arrancó tranqui, tragos, risas, buena onda entre los tres. Todo fluía perfecto, como si nos conociéramos de toda la vida. A medida que el alcohol hacía lo suyo, nos íbamos desinhibiendo más y más, hasta que tiré la idea de jugar al juego de cartas picantes que teníamos guardado… como quien no quiere la cosa.

Nos sentamos los tres en el sillón. Flor en el medio, por supuesto. Jugábamos a “verdad o consecuencia”. Todo era complicidad. Risas que escondían ganas. Preguntas que parecían inocentes, pero iban llenas de segundas intenciones. En cada consigna, el ambiente subía unos grados más.

Flor no dejaba de mirarlo a él. Esa mirada de zorra disimulada, de puta que sabe lo que quiere. Pero también me miraba a mí, chequeando mi reacción, buscando esa luz verde que ya tenía, y lo sabía. Y yo estaba al palo, tan caliente como ella. O más.

En una ronda, le tocó sacarse una prenda. Se paró delante de nosotros, se agachó lento, dejando ver ese culo perfecto entangado, mientras nos regalaba una sonrisa pícara. Esa que avisa que el horno ya está prendido y el pan está por entrar.

Las prendas empezaron a desaparecer una a una. Primero los zapatos, luego una remera, el cinturón de Guido, mis medias. Jugábamos a medias con las reglas, todos queríamos que el otro perdiera para verlo sacarse algo. Guido se sacó el jean, yo la remera. Flor se quedó en su tanga negra diminuta con moñito, ese moño que parecía un regalo... y claramente era para ser desenvuelto. El corpiño todavía lo tenía, pero apenas aguantaba el peso de esas tetas hermosas.

Flor me besa, se me monta encima por un segundo y tantea mi bulto, notando lo erecto que estaba. Yo estaba en boxer, igual que Guido. Los tres al borde. El juego ya no era un juego: era el preámbulo de una película porno que estaba a punto de empezar.

Guido entendió perfectamente a lo que estábamos jugando esa noche. Y mejor aún, entendió su papel.

Saca una carta que decía: “decí qué es lo que más te gusta de otro participante”. Se queda mirando a Flor, tranquilo, seguro:

—Su boca… —y después de un silencio picante, remata— …y todo lo que hace con ella.

Flor se mordió el labio, sonrió. Yo no me aguanté:

—¿Y por qué no se dan un beso, entonces?

Se miraron. Se acercaron lento. Se dieron ese primer beso como si fuera una escena de película. Lento, húmedo, con lengua. Las bocas jugando. Las respiraciones mezclándose. Yo los miraba prendido fuego. Al fin los veía besarse. Mi pija latía fuerte bajo el boxer.

Cuando terminaron, quise aportar mi parte:

—A mí lo que más me gusta también es su culo. A ver amor… ¿nos mostrás un poquito?

Flor se paró, se dio vuelta y levantó la pollerita negra que apenas le cubría las nalgas. Ahí estaba ese culo perfecto, dueño de todas mis fantasías, entangado, con esa tanga de encaje que le quedaba pintada.

—Pueden tocar si quieren —dice Flor, provocadora, disfrutando.

Ni lo dudamos. En un segundo tenía mi mano en una nalga y la de Guido en la otra, apretando, explorando. Ese culo no era de este planeta.

—Qué bien que comés —tiró Guido, firme.

Flor saca otra carta: “decí tu posición favorita”. Se ríe, nos mira sabiendo que lo tiene pensado.

—Creo que ustedes ya saben esa respuesta…

—Dale, Flor. Tenés que responder —le digo, con sonrisa cómplice.

Ella me mira fijo, sabiendo lo que está provocando:

—Me encanta que me cojan en cuatro —dice con esa voz que mezcla ternura y putería a la perfección.

Estaba totalmente desatada. Nos comía con la mirada. Especialmente a Guido. Y él, con la pija marcadísima en el boxer, la miraba como se mira a una presa lista para ser devorada.

Flor, sentada a su lado, le apoya la mano en la pierna. Lo acaricia suave, casi como si no se diera cuenta. Pero yo la conozco. Sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sus dedos suben despacio por el muslo, buscando ese bulto marcado. Antes de llegar, me mira. Yo ya estoy con la pija dura como una barra de acero. Le sonrío. Tiene mi aprobación.

Su otra mano viene hacia mí, y empieza a frotarme el bulto también, jugando con las dos pijas a la vez, tanteando como si eligiera con cuál arrancar primero. La muy atrevida.

Me besa, suave, provocadora, mientras le acaricia el paquete a Guido. Nos calienta a los dos al mismo tiempo. Yo me dejo llevar, y después le digo a Flor:

—No lo dejemos afuera al invitado..

Flor entiende todo. Le acaricia el bulto a Guido con más decisión. Él la mira, entiende también, y sonríe.

Y yo, con la cabeza a punto de explotar, solo pensaba:

“Cogételo ya… hacelo… quiero verte...”

Como si me leyera la mente, Flor me mira, con esos ojos llenos de lujuria, nos sigue frotando a los dos y me susurra:

—¿Y vos… de qué tenés ganas esta noche?

Respiré hondo. Ya no había vuelta atrás. Estaba todo servido. La noche estaba por explotar. Así que le dije, liberado, sin miedo:

—Verte a vos, amor… chupándole la pija a Guido.

Y ahí… se prendió fuego todo.

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