El mensaje había llegado en la madrugada:
“Esta noche. Hotel Mirador. Habitación 812. Ve como te enseñé. Él estará allí antes que tú. Yo miraré todo.”
Ella no necesitó preguntar más. Conocía el juego, aunque esta vez una nueva pieza se agregaba al tablero: un desconocido cómplice del Amo. Alguien elegido, guiado, instruido para participar. No como dueño. No como amante. Solo como herramienta. Como testigo táctil.
Eligió su ropa con precisión: un vestido rojo ajustado, sin ropa interior, con la piel perfumada y húmeda desde horas antes. El piercing en su clítoris respondía con una vibración sorda, como si supiera lo que estaba por venir. Cada paso era un roce que le recordaba su lugar, su entrega.
Subió al piso 8 con el corazón latiendo como un tambor ritual. Al entrar a la habitación, no encontró a su Amo. Pero sí al otro hombre. Joven. Elegante. En silencio. Sentado en un sofá frente a la cama. Había una cámara encendida. Una luz roja. El ojo del Amo.
Ella bajó la mirada, sonrió y se acercó. Se detuvo a pocos pasos de él.
—¿Estás preparado? —susurró, como si se lo preguntara a sí misma.
El hombre no respondió. Solo asintió. Con respeto. Con una mezcla de reverencia y deseo contenido.
Ella se giró, subió lentamente el vestido y mostró su piel desnuda a la cámara. Sus nalgas redondas, abiertas levemente. El piercing captaba la luz artificial como una joya sagrada. Se sentó en el borde de la cama, abrió las piernas y dejó que la tela cayera a los lados. Toda ella era una flor ofrecida.
La pantalla del móvil junto al sofá se encendió. Un mensaje del Amo:
“Que él toque. Solo donde yo indique. Tú guiarás su mano. Y le enseñarás que tu cuerpo no le pertenece. Solo es testigo. Solo es instrumento.”
Ella obedeció. Tomó la mano del joven y la colocó con suavidad sobre su vientre. Luego la deslizó hacia abajo, hasta rozar la zona húmeda que palpitaba bajo el piercing. Apenas un contacto. Su piel se erizó.
Él temblaba. Ella también.
—Solo aquí. Con cuidado. Como si tus dedos fueran los del Amo —dijo.
La mano del joven se movía con respeto. Ella sentía su deseo, su tensión, su contención. Cada caricia era lenta, marcada por el ritmo invisible del ojo que los observaba.
Cuando el piercing vibró al máximo, ella abrió la boca, cerró los ojos y gimió suavemente.
—Ahora —murmuró, guiada por otro mensaje—. Dame tu ofrenda.
El joven obedeció. Se puso de pie, bajó la cremallera y dejó salir su deseo contenido. Ella se arrodilló frente a él, tomó su miembro con ambas manos y lo frotó lentamente. Su aliento caliente y su lengua rozaron la punta con devoción. No era placer. Era ritual.
Cuando la ofrenda brotó, ella extendió la palma para recibirla. Pero no fue suficiente. El chorro caliente salpicó su pecho, su cuello, su vientre. Ella jadeó, sonrió, y con la otra mano recogió parte del néctar mezclado con su propio flujo.
Miró a la cámara. Llevó los dedos a su boca. Degustó lentamente, cerrando los ojos.
—Para ti, Amo. Solo para ti.
El joven bajó la mirada, se vistió sin hablar. Sabía que su rol había terminado. Había sido útil. Nada más. Y eso lo llenaba de paz.
Ella se tendió sobre la cama. Desnuda. Brillante. Humedecida. En la pantalla, un nuevo mensaje:
“Pronto tú y yo volveremos a unir nuestras esencias. Esta fue solo una ofrenda anticipada. Yo sigo observando. Siempre.”
Ella se quedó dormida abrazando la almohada, con los labios aún húmedos de entrega.
“Esta noche. Hotel Mirador. Habitación 812. Ve como te enseñé. Él estará allí antes que tú. Yo miraré todo.”
Ella no necesitó preguntar más. Conocía el juego, aunque esta vez una nueva pieza se agregaba al tablero: un desconocido cómplice del Amo. Alguien elegido, guiado, instruido para participar. No como dueño. No como amante. Solo como herramienta. Como testigo táctil.
Eligió su ropa con precisión: un vestido rojo ajustado, sin ropa interior, con la piel perfumada y húmeda desde horas antes. El piercing en su clítoris respondía con una vibración sorda, como si supiera lo que estaba por venir. Cada paso era un roce que le recordaba su lugar, su entrega.
Subió al piso 8 con el corazón latiendo como un tambor ritual. Al entrar a la habitación, no encontró a su Amo. Pero sí al otro hombre. Joven. Elegante. En silencio. Sentado en un sofá frente a la cama. Había una cámara encendida. Una luz roja. El ojo del Amo.
Ella bajó la mirada, sonrió y se acercó. Se detuvo a pocos pasos de él.
—¿Estás preparado? —susurró, como si se lo preguntara a sí misma.
El hombre no respondió. Solo asintió. Con respeto. Con una mezcla de reverencia y deseo contenido.
Ella se giró, subió lentamente el vestido y mostró su piel desnuda a la cámara. Sus nalgas redondas, abiertas levemente. El piercing captaba la luz artificial como una joya sagrada. Se sentó en el borde de la cama, abrió las piernas y dejó que la tela cayera a los lados. Toda ella era una flor ofrecida.
La pantalla del móvil junto al sofá se encendió. Un mensaje del Amo:
“Que él toque. Solo donde yo indique. Tú guiarás su mano. Y le enseñarás que tu cuerpo no le pertenece. Solo es testigo. Solo es instrumento.”
Ella obedeció. Tomó la mano del joven y la colocó con suavidad sobre su vientre. Luego la deslizó hacia abajo, hasta rozar la zona húmeda que palpitaba bajo el piercing. Apenas un contacto. Su piel se erizó.
Él temblaba. Ella también.
—Solo aquí. Con cuidado. Como si tus dedos fueran los del Amo —dijo.
La mano del joven se movía con respeto. Ella sentía su deseo, su tensión, su contención. Cada caricia era lenta, marcada por el ritmo invisible del ojo que los observaba.
Cuando el piercing vibró al máximo, ella abrió la boca, cerró los ojos y gimió suavemente.
—Ahora —murmuró, guiada por otro mensaje—. Dame tu ofrenda.
El joven obedeció. Se puso de pie, bajó la cremallera y dejó salir su deseo contenido. Ella se arrodilló frente a él, tomó su miembro con ambas manos y lo frotó lentamente. Su aliento caliente y su lengua rozaron la punta con devoción. No era placer. Era ritual.
Cuando la ofrenda brotó, ella extendió la palma para recibirla. Pero no fue suficiente. El chorro caliente salpicó su pecho, su cuello, su vientre. Ella jadeó, sonrió, y con la otra mano recogió parte del néctar mezclado con su propio flujo.
Miró a la cámara. Llevó los dedos a su boca. Degustó lentamente, cerrando los ojos.
—Para ti, Amo. Solo para ti.
El joven bajó la mirada, se vistió sin hablar. Sabía que su rol había terminado. Había sido útil. Nada más. Y eso lo llenaba de paz.
Ella se tendió sobre la cama. Desnuda. Brillante. Humedecida. En la pantalla, un nuevo mensaje:
“Pronto tú y yo volveremos a unir nuestras esencias. Esta fue solo una ofrenda anticipada. Yo sigo observando. Siempre.”
Ella se quedó dormida abrazando la almohada, con los labios aún húmedos de entrega.
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