You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Yoga con la mami del jardín (5)

Parte 1
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html

parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html

parte 3
http://m.poringa.net/posts/relatos/5951102/Yoga-con-la-mami-del-jardin-3.html

parte 4

http://m.poringa.net/posts/relatos/5952002/Yoga-con-la-mami-del-jardin-4.html

Yoga con la mami del jardín (5)


El pasillo estaba apenas iluminado por la luz tibia que venía del living. Clara caminaba descalza sobre la madera fría. Fabián la tomó de la mano con una suavidad que la desarmó. No había apuro en su gesto, pero sí una certeza: la de quien sabe exactamente hacia dónde va.
Ella lo seguía, un paso atrás, sintiendo cómo el cuerpo le temblaba por dentro. El vino, el deseo, lo que acababa de ver. Todo se mezclaba. Marco y Agustina seguían en su cabeza. Esa imagen no la abandonaba. Pero ahora, lo que tenía delante —lo que venía— era otra cosa. Algo más oscuro, más físico, más real. Y desconocido.
Fabián abrió la puerta con una sola mano, sin soltarla. La habitación estaba en penumbras, apenas encendida por una lámpara baja en la mesa de luz. Clara entró. Se detuvo. Respiró hondo. Fabián cerró la puerta detrás de ellos. El mundo quedó afuera.
La puerta se cerró con un clic suave, y el sonido, leve como fue, pareció retumbar en la cabeza de Clara. Fabián la guiaba con firmeza, una mano en la base de su espalda, como si le indicara no solo el camino, sino también que ya no había marcha atrás. Ella se dio vuelta para mirarlo. No dijo nada. Fabián tampoco. Solo la observó, con esa mirada suya que parecía desnudarla sin apuro. Esa pausa la excitaba. Sentía el pulso desbocado en las muñecas, en el cuello, entre las piernas. Clara sintió un calor que le subía desde el estómago. 
Fabián pensó: Es mía. Pero no como posesión. No como conquista. Mía en el sentido más profundo: es ahora, es conmigo, la mami divina y atenta, la que había mirado con lujuria disimulada tantas veces en la puerta del jardín, por fin se le brindaba.

puta

Le acarició la mejilla. Clara cerró los ojos.
—¿Estás segura? —preguntó él, muy cerca.
Ella asintió, apenas.
—No es fácil esto, solo estuve con Marco, sabes —susurró, casi sin aire—
Fabián sintió que algo se encendía en su pecho. No era solo deseo. Era hambre. Fascinación. El orgullo feroz de ser el segundo. El que la iba a desordenar. El que iba a enseñarle algo que no sabía que podía desear.
Le corrió un mechón de pelo y le besó la sien. Clara se estremeció. No era un beso de ternura. Era un aviso.
—Entonces vamos despacio —dijo él, pero su voz tenía filo—. Aunque no prometo ser suave todo el tiempo.
Clara rió nerviosa, tragando saliva. Se sentía chica. Expuesta. Pero también poderosa. Deseada. Como nunca antes.
Fabián la tomó de la cintura, la acercó. Su cuerpo era distinto al de Marco. Más grande. Más duro. Más invasivo. Clara sintió su bulto contra ella, entero, y jadeó.
—Quiero verte sucumbir —le dijo él, apenas en el oído—. Quiero ser el responsable.
Fabián le levantó la barbilla con dos dedos.
—Sos tan hermosa así. Temblando. Dudando. Mojada.
Clara tragó saliva. No sabía cómo lo sabía, pero sí, lo estaba. Como nunca.
Él la besó sin advertencia, profundo, con una lengua tibia, dominante, que la hizo gemir desde el primer contacto. La sujetó de la nuca con una mano mientras con la otra le recorría la espalda, bajando lento, atrapando cada curva, apretándola contra su pija, caliente. Clara sintió su erección, prominente, enorme, más de lo que conocía. Mucho más. Su cuerpo reaccionó con un espasmo suave. Las bocas se encontraron con hambre contenida, y ella se aferró a sus hombros, como si tuviera miedo de caerse. La lengua de Fabián era más torpe que la de Marco, pero más segura, como si supiera exactamente qué hacer para sacudirla.. Sus manos la exploraron como si ya la conocieran. Clara tenía un fuego que le nacía desde abajo y subía, violento, cálido, eléctrico.  
Ella tembló.
Él la guió hacia la cama sin soltarla. Cada paso era una rendición. Clara sentía que algo en ella se estaba abriendo. Algo que no sabía que existía. La sentó en el borde de la cama y se arrodilló frente a ella. Le tomó los tobillos con firmeza y deslizó lentamente sus manos por las pantorrillas, los muslos, hasta detenerse justo antes de tocar el borde del vestido. Clara contuvo el aire. Fabián levantó la tela con ambas manos y la fue desnudando como si desenvolviera algo sagrado. Ella no dijo nada. Solo levantó los brazos. Lo dejó hacer. Quedó desnuda con el calor pegado a la piel, el corazón acelerado, los pezones duros por el contraste entre el aire y el deseo. Su ropa interior estaba húmeda. Olió la tanga con un gesto, sin dejar de mirarla. Fabián la besó en la cara interna del muslo. Una vez. Dos. Muy cerca de su concha. Clara se arqueó apenas, apretó los muslos un segundo, pero luego los relajó separándolos como una ofrenda.
Le chupó la concha por encima de la tanga como un beso hambriento. Lento, profundo, sin piedad. Clara tiró la cabeza hacia atrás y se llevó las manos a los pechos, sin pensarlo. Gritó ahogadamente, con un sonido animal. Él la sostenía de las caderas, guiándola al borde. Fabián la lamió corriendo apenas la tanga, como si no tuviera apuro. Y no lo tenía. Le murmuraba cosas que ella apenas entendía, palabras sobre su cuerpo, sobre cómo sabía que era la primera vez que alguien distinto le chupaba la concha así. Él era tan distinto a Marco. Más oscuro en sus movimientos. Más pausado. La miraba desde abajo mientras la chupaba, y Clara sentía que ese contacto tenía otra intención: no solo hacerla gozar, sino marcarla. Desarmarla.
–¿Te gusta esto?
–Me estas volviendo loca.
Clara se arqueó con un gemido roto, descoordinado. Fue un orgasmo largo, feroz, húmedo. Uno que Marco nunca había provocado con la lengua. Uno que la partió en dos.
Cuando Fabián se alzó sobre ella y se quitó lo último de ropa, Clara lo vio completo. Portentoso. Pesado. Su pija enorme se erguía como un tótem. La comparación fue instantánea. Era de un tamaño exuberante. Venosa, ancha. El glande brilloso apuntaba orgulloso hacia arriba imponiendo respeto. 
Su cuerpo reaccionó solo, con una mezcla de miedo y deseo. La quería dentro. La quería dentro porque necesitaba saber cómo se sentía tener esa pija majestuosa dentro suyo.
Cuando él la empujó suavemente hacia atrás sobre la cama, cuando subió sobre ella y le besó la boca con hambre, Clara dejó de pensar. Dejó de medir. Dejó de ser la Clara que conocía.
Fabián la cubría con su cuerpo, más ancho, más pesado, más firme que el de Marco. Había algo casi abrumador en su manera de tocarla: no la pedía, la tomaba. No buscaba permiso, buscaba profundidad. La besó despacio, con una lengua segura, dominante, mientras una de sus manos bajaba por el costado del cuerpo de Clara hasta atrapar su cadera con fuerza.
Ella respondió con un gemido bajo, involuntario, como si su cuerpo hablara antes que su mente. Le envolvió la nuca, los muslos se abrieron por reflejo. Sentía la piel encendida. El contacto de su bulto duro sobre su pubis la enloquecía. Todo era distinto: la textura, el ritmo, la intensidad.
Fabián deslizaba su mano por debajo de su tanga que había quedado prolijamente enrollada hacia un lado, sin prisa, sintiéndola. Cuando la tocó, Clara jadeó. Lo miró con sus ojos redondos y negros, húmedos, brillosos, como si en ese instante entendiera que finalmente estaba sucediendo. Que lo que estaba haciendo iba a cambiarlo todo. Que él ya la estaba marcando.
Fabián finalmente le apartó la bombacha con un solo dedo y deslizó la punta de su pija contra sus labios húmedos en un vaivén, como buscándose paso.
Él la penetró lento. Primero apenas el glande, la humedeció más. La fue abriendo con paciencia. Y cuando al fin entró toda, todo en ella cambió. La forma de su respiración. La tensión en sus músculos. El temblor de su vientre. Era más grande, más profundo. La llenaba de otra manera . La habitaba distinto. Esa concha cambiaba de forma. Se rompía el viejo molde con la estructura exacta del miembro de su esposo. Se estiraba. Se abría a un nuevo mundo. Las paredes tibias, sin bien húmedas parecían estrechas, apretadas, aferradas a esa pija monumental que se abría paso. Hasta el fondo.
—Fabián…
—Decime que te gusta —le pidió, moviéndose lento, profundo, empujando cada vez con más facilidad.
—Me… me estás partiendo —gimió ella, entre lágrimas de placer y shock—
Él la besó con fuerza, con orgullo. La tomó de la cintura y comenzó a embestirla con ritmo firme. Cada entrada era un nuevo estallido. Clara se aferraba a las sábanas, a su cuello, a su voz, a lo que fuera que la mantuviera a flote. Fabián gemía contra su cuello mientras la embestía con fuerza, con ritmo. No era ternura. Era algo más crudo. Más animal. Pero también más íntimo. Porque él sabía. Sabía lo que estaba haciendo. Que estaba escribiendo una página nueva en su cuerpo. Y eso lo excitaba.
Fabián la hizo darse vuelta. Le levantó la cadera. La tomó por detrás con brutal ternura. En esa posición, Clara gritó. Sintió cómo todo su cuerpo se abría. Nunca nadie la había cogido así. Sintió que ahora le tocaba a ella, que estaba recibiendo lo que había visto en Agustina, incluso más. Nunca nadie la había hecho sentir tan… usada. Y tan viva.
—Ahora sí —le dijo él— Asi te quería– Ella se giró un momento y alcanzó a mirarlo. Fabian estaba poseído, deleitado.
–¿Si? Sos un zarpado, Fabian. Me estás re cogiendo.
—Mirá lo puta que resultaste —le dijo cuando ella volvía a estar al borde—
Y Clara, en lugar de negarlo, lo confirmó con otro orgasmo, uno más tosco, más urgente, más escandaloso. Gritó su nombre, aunque intentó no hacerlo. Se dejó arrasar. Se dejó ir. Se abandonó al ritmo de él, al dolor placentero, a la vergüenza que ardía como una brasa dulce. Se corrió con un grito. Y otra vez. Y otra. Hasta que ya no supo cuántas veces. Fabián acabó dentro de ella con un rugido grave, salvaje, agarrándola como si fuera suya.
Cuando todo terminó, quedaron enredados, jadeando, sudados. Clara no podía hablar. Fabián le acarició el pelo y le besó la nuca.
—Sos muy hermosa—le dijo, sonriendo contra su piel— Siempre, pero así, desarmada, más.
Y ella no pudo negarlo. Porque ya no era la misma.


LOS QUE ME CRITICABAN POR ESCRIBIR “DEMASIADA LITERATURA” ACÁ TIENEN UN CAPÍTULO ENTERO DE SOLO SEXO.

DISFRUTEN.

Ps: Esta saga podría terminar acá. O no. Depende de ustedes.

COMENTEN, YA SABEN.

5 comentarios - Yoga con la mami del jardín (5)

nukissy3539
🍓Aquí puedes desnudar a cualquier chica y verla desnuda) Por favor, puntúala ➤ https://da.gd/erotys
tigregesell +1
Nooooooo. Queremos más no puede terminar aca
Sermar933
Siendo lector habitual de relatos y libros de hace años lo tuyo está a un nivelazo. Es lo mejor que vi en poringa en 10 años. ¡Me atrevería a decir que estás para un libro!
Seguí así y no le des bola a los que critican.
elprofematy
Queremoooosss massss !!!tremenda saga!!!!