parte 1 http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html
parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html
Marco volvió a casa aún con el cuerpo vibrando. Era una energía diferente: no había ansiedad. Se sentía como descargado. Clara estaba acostando a su hija. La escuchó desde el pasillo, contándole un cuento con voz suave.
Fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua. Se lo bebió de un trago, mirando por la ventana sin ver nada.
Minutos después, Clara apareció. Llevaba un buzo ancho, el pelo suelto, los pies descalzos. Se apoyó en el marco de la puerta.
—¿Volviste hace mucho?
—No, recién.
—¿Estuvo bien?
Marco dudó un segundo.
—Sí… fue intensa. Más corporal. Como si… no sé, como si ella supiera lo que mi cuerpo y mi mente necesitaban .
Clara se le acercó despacio. Le tocó la nuca, le bajó la camisa con cuidado. Miró su espalda, notó una leve marca en la piel.
—¿Te hizo masajes otra vez?
—Sí… más o menos.
Clara no preguntó más. Se apoyó en él, lo abrazó por detrás. Sintió el calor, la tensión.
—Estás raro —murmuró—. No mal. Solo distinto.
—Puede ser —dijo él, sin girarse.
Se quedaron en silencio.
Clara apoyó la cabeza en su espalda, muy quieta. Y con voz baja, cargada de algo difícil de nombrar, dijo:
—La otra noche… sentí que metimos a Agustina en nuestra cama. Y… me encantó.
Marco tragó saliva. No supo qué responder. El deseo le latía todavía entre las costillas.
—Sí —dijo—hacía tiempo que no cogíamos así. Fue increíble. Como si las sesiones de Yoga tuvieran un efecto no solo en mi, si no también en nosotros.
Clara no se movió. Lo abrazó un poco más fuerte.
—Me gusta eso. Me asusta también . Sentí tus ganas de estar con ella. Pero lo loco fue que no me molestó, ni me dió celos, al contrario. Me encendió a full.
Él giró apenas el rostro.
—¿Y entonces? ¿Qué queres decir?
Clara sonrió, sin que él pudiera verla.
—Últimamente… no paro de pensar en esto. En Agustina… y también en Fabián ¿Será que es momento de ampliar horizontes?¿Seremos capaces o será sólo una fantasía? ¿Valdrá la pena? Tengo miedo de que no sobrevivamos.
—¿Cuál es tu idea, Clara? ¿En qué estás pensando tanto?
—En muchas cosas. Siento que me a mi me faltaron hacer cosas. Que llegué hasta acá y estoy contenta conmigo, ojo, pero lo que no hice de más joven me está jugando en contra.
Y entonces, sin decir nada más, se dió media vuelta y se fue. Caminó hacia el cuarto, despacio.
Marco quedó solo. Con una pregunta que no se animaba a hacer.
Y una certeza: lo que estaba empezando a pasar… ya no le pertenecía del todo.
El bar tenía luces cálidas, copas vacías acumuladas en la mesa y una playlist de los 2000 que Verónica cantaba a los gritos. Estaban todos: las cinco parejas, vestidos con más producción que de costumbre, liberados por la falta de niños y el fluir constante de tragos.
Verónica, en su centro, radiante y un poco pasada de alcohol, levantó su copa:
—¡A mis 40! ¡A esta hermandad improbable que armamos por culpa de nuestros hijos y que ahora no quiero perder nunca!
—¡Salud! ¡Feliz cumple, Vero! —gritaron, chocando copas.
Risas, abrazos, fotos. Después llegó el momento de la sobremesa. Estaban distendidos, rozando ese punto donde las inhibiciones se diluyen sin que nadie lo decida del todo. Damián contaba una anécdota de su juventud con una novia rolinga que tenía y eso le sirvió a Marcela como disparador para preguntar:
—Bueno —dijo, tomando un sorbo de gin—, ya que estamos hablando de anécdotas de la juventud, ¿alguno más tuvo una vida salvaje antes de ser padre?
—Yo sí —dijo Fabián con una sonrisa torcida—. Pero no se puede contar todo…tengo una imagen de padre de familia que mantener.
Risas.
—Che —tiró Damián, entornando los ojos con picardía—Todos tuvimos una vida antes de ser esta versión civilizada con hijos, cochecito y grupo de WhatsApp.
—¿Civilizada? —saltó Sofía—. ¡Yo era una diosa en mi otra vida! Ahora soy un desastre jaja
—Yo tenía dreadlocks —dijo Martín—. Literal. Busquen en Facebook.
—Buoh—ahora todos tuvieron vidas de novela, me van a hacer sentir mal—dijo Verónica y, buscando complicidad, se refirió a Clara mirándola:
—¿Vos, Clari? —preguntó, girándose hacia ella—. Siempre sos tan correcta. Decime qué sos un poco como yo..
Clara se sonrojó. Miró a Marco, luego al resto.
— ¿Yo? La verdad... Siempre fui bastante convencional. Escuela, facultad, Marco… y eso fue todo. Nunca estuve con nadie más.
Hubo un pequeño silencio. No de juicio, sino de sorpresa. Se sintió como si todos intentaran calcular lo que eso significaba. Clara se sentía con la confianza para sincerarse frente al grupo. No tenía por qué ser otra.
—¿Ni una aventura? —preguntó Caro, incrédula.
Clara negó con una sonrisa tímida.
—No. Marco fue… es mi único amor. Nunca necesité buscar nada afuera. Por lo menos hasta ahora… y sonrío nerviosa.
Esa última frase cayó con cierto peso. Marco miró el vaso como si le costara tragar. Fabián y Agustina se cruzaron una mirada rápida. El clima se tensó apenas.
—Yo la entiendo —intervino Agustina, con un tono sereno—. Antes de estar con Fabián, también llevaba una vida bastante… previsible. Todo muy correcto, muy cuidado. Pero bueno, él… me abrió otras puertas.
—¿Qué tipo de puertas? —saltó Marcela, con picardía.
Todos se rieron. Agustina se encogió de hombros.
—Experiencias distintas. Lugares, gente… dinámicas. Aprendí a soltar. A probar.
—¿Qué tipo de dinámicas? —insistió Verónica con una ceja levantada—. ¿Estamos hablando de qué exactamente?
Fabián se rió, incómodo. Tomó su copa. La giró en la mano.
—Bueno… una vez probamos el intercambio de parejas —dijo, rápido, casi como si se lo sacara de encima—. Fue algo puntual. Un experimento.
Silencio. Algunos abrieron los ojos. Otros miraron alrededor buscando pistas de si habían entendido bien.
—¡Mentira!
—¡Posta lo dice en joda!
—¡Ay por favor!
—¿Con quién? ¿Los conocemos?
—No, no, tranqui —dijo Fabián—. Gente random. Fue hace mil años.
—¡A mí no me das nombres no te creo! —dijo Martín.
—¡Igual los re banco! —agregó Sofía, alzando su copa—. ¡Aguante la confianza!
—ah, es en serio entonces—dijo Caro con asombro.
Fabián asintió con una mueca, como si no estuviera seguro de haber hecho bien en confesarlo.
—Sí. Real. Consensuado. Una vez. No lo hicimos más, pero… fue interesante.
Clara bajó la mirada. Marco se tensó en la silla. Agustina simplemente sonrió, como quien guarda un secreto dulce en la boca.
—Guau —dijo Marcela, fascinada—. Nunca los hubiera imaginado.
—Justamente por eso funciona —agregó Agustina, con tranquilidad—. Porque nadie se lo imagina. Y miró a Marco con suspicacia.
Verónica alzó la copa con una carcajada.
—¡Bueno! Por los que se animan y por los que no. ¡Salud!
Todos rieron y brindaron. Pero debajo de esa capa de alcohol y bromas, algo nuevo se había movido. Algo que no tenía nombre, pero sí peso.
La puerta se cerró detrás de ellos con un clic suave. Fabián acaba de despedir a la niñera. La casa estaba en penumbras, los chicos dormían desde hacía horas. Fabián se quitó los zapatos sin hablar. Agustina fue a la cocina, sacó una botella de vino abierta y sirvió dos copas.
—¿De verdad necesitás más alcohol? —dijo él, sonriendo.
—No —respondió ella, alcanzándole una—. Pero me gusta cerrar la noche con vos. Cuando ya no hay ruido.
Se sentaron en el sillón, descalzos, con las piernas entrelazadas. La casa olía a madera y lavanda. Afuera lloviznaba. Un silencio incómodo los envolvía.
—¿Te diste cuenta de cómo se tensó el aire cuando tiraste lo del intercambio? —dijo Agustina, divertida.
—Sí. sobre todo Clara ¿no? se congeló. Marco... ¿Te miró?
—Sí. Raro. Como si no supiera si reírse o salir corriendo.
Fabián tomó un sorbo, pensativo. La miró.
—A veces pienso que cruzamos una línea demasiado peligrosa pero bueno, ya estamos jugando.
Agustina lo observó en silencio. Esa frase flotó unos segundos entre ambos.
—¿Vos jugás? —preguntó, suave.
Fabián se encogió de hombros. Pero sus ojos estaban serios. Agustina se levantó como escapando de la conversación y se metió en el baño.

El vapor de la ducha seguía flotando en el aire cuando Agustina salió del baño con la piel aún húmeda y la bata abierta, apenas sujetada por el lazo flojo en la cintura. Caminó descalza por el pasillo hasta la habitación. Fabián estaba ahí, esperándola. Había bajado las luces, encendido una vela en la cómoda, y tenía un cigarro medio consumido entre los dedos. La música suave envolvía la escena, pero el verdadero ruido era el que no se decía.
—¿Y? —preguntó ella, desafiante, deteniéndose en la puerta—. ¿Me vas a decir algo o vas a quedarte ahí mirándome?
Fabián levantó la mirada. La recorrió de arriba abajo con lentitud. Su mujer era realmente una diosa. En otro tiempo, civilizaciones enteras la hubieran adorado y sucumbido solo por su belleza. Su pelo rizado, su figura esbelta, sus pechos, pero sobre todo, su porte, su paso provocativo y desafiante.

—Ya lo sé —dijo Fabián simplemente.
Agustina no fingió sorpresa. Se acercó, se sentó a horcajadas sobre él y le quitó el cigarro de la mano para llevarlo a su propia boca.
—¿Y qué sabés exactamente?
—Vos y Marco. Los vi.
Ella exhaló el humo hacia un costado. Lo miró directo a los ojos, esta vez sin huir, sin negarlo.
—¿Y?
—supongo que es parte de nuestro trato, no voy a hacerte una escena.
—¿No?
—No. Además me calienta un montón.
Hubo un silencio eléctrico. La bata de Agustina cayó al suelo. Apagó el cigarrillo sobre el cenicero de la mesa de Luz con una actitud desafiante. Estaba completamente desnuda sobre él, sintiendo cómo crecía su excitación bajo su cuerpo. Se montó sobre él, a horcajadas. Se besaron con hambre. Y cuando ella empezó a menear la cadera, él soltó de pronto:
—Clara.
Agustina se detuvo apenas. Lo miró a los ojos, sorprendida.
—¿Clara?
Fabián asintió, con una sonrisa torcida.
—Nunca estuvo con otro que no sea Marco. ¿Sabías?
Agustina se mordió el labio inferior.
—Lo dijo en el bar.
—Veinte años con el mismo hombre. Mismo cuerpo. Mismos movimientos. Mismo ritmo. La misma forma de acabar…
El tono de voz de Fabián era grave, lento, casi hipnótico. Agustina se encendía con cada palabra.
—¿Y te calienta eso?
—Me vuelve loco.
La besó fuerte, con desesperación. Le apretó las nalgas con ambas manos y la empujó contra su pelvis.
—¿Sabés lo que debe ser romperle esa rutina? ¿Sentirla temblar con algo nuevo? Conmigo. Viéndola descubrirse de nuevo. Escuchar cómo gime sin saber qué hacer con lo que siente. No puedo creer que Marco sea su primer hombre.
—Agustina sonrió con malicia, bajando la cabeza hasta su cuello para susurrarle:
—Querés ser vos el segundo veo…
Fabián soltó una carcajada baja, gutural. La tumbó de espaldas, la sujetó de las muñecas contra el colchón y comenzó a besarle los pechos con desesperación.
—Quiero verla rendida. Abierta. Sintiéndome… quiero que me mire y se vuelva loca por mi pija.
—¿está pija? Dijo Agustina bajándole el pantalón y agarrándola con ambas manos—
Fabián se tumbó de espaldas sobre el colchón ofreciéndole todo su miembro erguido. La imagen desde su perspectiva era realmente impresionante, Agustina había quedado de rodillas con la cara paralela al tronco rugoso de Fabián que le cubría casi todo el rostro. Lo miró con su cara perfecta de puta y le dijo:
—esta tremenda poronga es como un plato abundante, se puede compartir— y le pasó la lengua tensa y húmeda por el frenillo suavemente hasta introducir todo el glande dentro de la boca.
—mmm, qué hija de puta. Está pija es toda tuya, pero la podes prestar, ya lo sabes—dijo Fabián embelezado de placer.
—si—contestó Agustina con un beboteo—se la vamos a prestar un ratito a Clarita ¿queres? Para que conozca una pija diferente, pobrecita—y luego succionó con un chasquido antes de metersela otra vez en la boca.
—Sos mala, eh.—dijo Fabián.
Agustina incrementó el ritmo y empezó a chuparla con desesperación. Le manoseaba los huevos, sorbía, subía y bajaba, solo apaciguaba un momento el pulso para meterse la pija de Fabián hasta el fondo y sacarla completamente humedecida con un hilo de baba tendiendo de su boca. Lo hacía con maestría envuelta en un frenesí de lujuria.
—vení— le dijo finalmente Agustina usando sus brazos para atraerlo hacia él mientras se tumbaba hacia atrás sobre el pie de la cama. Fabián quedó prisionero entre sus piernas.
—mostrame cómo te la vas a coger a Clarita—
Fabián, en un arrebato, se acomodó sobre ella y la penetró de golpe. Ella gritó. Él se movía con rabia, con deseo real, como poseído. La sujetaba de las muñecas, la miraba directo a los ojos. El choque de los cuerpos sonaba como un chasquido intermitente cada vez más preciso y prolongado.
——Dios, Fabián… —jadeó ella—estoy seguro que nadie nunca se la cogió así—
Fabián la cogía con fuerza, con pasión cruda. Agustina estaba extasiada, fuera de sí.
—¡Sí! Cógeme así, hijo de puta.
El cuerpo de Agustina se arqueaba bajo el suyo, húmeda, caliente, absolutamente rendida. Pero había algo más que los sostenía en ese espiral de deseo: las imágenes que flotaban, sin ser dichas, pero que encendían la escena con más intensidad.
—Cómo te pusiste con esta pendeja—murmuró ella, ronca, con la respiración entrecortada.
Fabián no respondió enseguida. Apretó los dientes y la sujetó con sus dos manos en el culo, marcando el ritmo con una brutalidad deliciosa.
—Decime Clara, si queres—insistió ella—yo sé que tu cabeza está con ella ahora.
Fabián soltó una sonrisa oscura, afilada
—sos mala—dijo como un mantra—
Agustina no respondió con palabras esta vez. Se retorció, buscándolo más, perdida, entregada. El cuerpo le pedía más.No había ternura esa noche. Solo deseo, hambre, un fuego que no nacía solo entre ellos, sino de las imágenes que flotaban en la oscuridad de la habitación

—date vuelta—le ordenó Fabián con seriedad.
Agustina obedeció dejando expuesto su redondo y perfecto culo apoyando su cabeza contra el colchón. Fabián la penetró por detrás tomándola de los dos brazos. El miembro generoso de Fabián entraba y salía en un rebote fenomenal.
—ay! Si, hijo de puta, así— Agustina gritó, quebrada, sin resistencia. El orgasmo le sacudió el cuerpo como una descarga brutal. Fabián no paró. Quería más. Quería romperla de placer, y romper algo más: la imagen de Clara. La posibilidad. El deseo oculto que se había despertado y veía ahora como real.
—mas, mas—siguió Agustina hasta que ya no le salieron más palabras y fue solo gemido, un chirrido agudo y constante. Intenso. Duradero.
Fabián sintió que el placer lo desbordaba y retuvo por un momento y todo lo que pudo el orgasmo. Saco la pija, la apoyo pesada sobre el culo parado de su mujer y con espasmos y gruñidos guturales, escupió toda la leche en cantidades cuantiosas formando un río blanco que le llegó hasta la espada.
Cuando todo pasó, quedaron en silencio. El cuarto olía a sexo y a algo más peligroso: a decisión.
DEJEN PUNTOS Y COMENTEN, SUS COMENTARIOS ME MOTIVAN A SEGUIR ESCRIBIENDO.
Parte 4
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952002/Yoga-con-la-mami-del-jardin-4.html
parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html
Marco volvió a casa aún con el cuerpo vibrando. Era una energía diferente: no había ansiedad. Se sentía como descargado. Clara estaba acostando a su hija. La escuchó desde el pasillo, contándole un cuento con voz suave.
Fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua. Se lo bebió de un trago, mirando por la ventana sin ver nada.
Minutos después, Clara apareció. Llevaba un buzo ancho, el pelo suelto, los pies descalzos. Se apoyó en el marco de la puerta.
—¿Volviste hace mucho?
—No, recién.
—¿Estuvo bien?
Marco dudó un segundo.
—Sí… fue intensa. Más corporal. Como si… no sé, como si ella supiera lo que mi cuerpo y mi mente necesitaban .
Clara se le acercó despacio. Le tocó la nuca, le bajó la camisa con cuidado. Miró su espalda, notó una leve marca en la piel.
—¿Te hizo masajes otra vez?
—Sí… más o menos.
Clara no preguntó más. Se apoyó en él, lo abrazó por detrás. Sintió el calor, la tensión.
—Estás raro —murmuró—. No mal. Solo distinto.
—Puede ser —dijo él, sin girarse.
Se quedaron en silencio.
Clara apoyó la cabeza en su espalda, muy quieta. Y con voz baja, cargada de algo difícil de nombrar, dijo:
—La otra noche… sentí que metimos a Agustina en nuestra cama. Y… me encantó.
Marco tragó saliva. No supo qué responder. El deseo le latía todavía entre las costillas.
—Sí —dijo—hacía tiempo que no cogíamos así. Fue increíble. Como si las sesiones de Yoga tuvieran un efecto no solo en mi, si no también en nosotros.
Clara no se movió. Lo abrazó un poco más fuerte.
—Me gusta eso. Me asusta también . Sentí tus ganas de estar con ella. Pero lo loco fue que no me molestó, ni me dió celos, al contrario. Me encendió a full.
Él giró apenas el rostro.
—¿Y entonces? ¿Qué queres decir?
Clara sonrió, sin que él pudiera verla.
—Últimamente… no paro de pensar en esto. En Agustina… y también en Fabián ¿Será que es momento de ampliar horizontes?¿Seremos capaces o será sólo una fantasía? ¿Valdrá la pena? Tengo miedo de que no sobrevivamos.
—¿Cuál es tu idea, Clara? ¿En qué estás pensando tanto?
—En muchas cosas. Siento que me a mi me faltaron hacer cosas. Que llegué hasta acá y estoy contenta conmigo, ojo, pero lo que no hice de más joven me está jugando en contra.
Y entonces, sin decir nada más, se dió media vuelta y se fue. Caminó hacia el cuarto, despacio.
Marco quedó solo. Con una pregunta que no se animaba a hacer.
Y una certeza: lo que estaba empezando a pasar… ya no le pertenecía del todo.
El bar tenía luces cálidas, copas vacías acumuladas en la mesa y una playlist de los 2000 que Verónica cantaba a los gritos. Estaban todos: las cinco parejas, vestidos con más producción que de costumbre, liberados por la falta de niños y el fluir constante de tragos.
Verónica, en su centro, radiante y un poco pasada de alcohol, levantó su copa:
—¡A mis 40! ¡A esta hermandad improbable que armamos por culpa de nuestros hijos y que ahora no quiero perder nunca!
—¡Salud! ¡Feliz cumple, Vero! —gritaron, chocando copas.
Risas, abrazos, fotos. Después llegó el momento de la sobremesa. Estaban distendidos, rozando ese punto donde las inhibiciones se diluyen sin que nadie lo decida del todo. Damián contaba una anécdota de su juventud con una novia rolinga que tenía y eso le sirvió a Marcela como disparador para preguntar:
—Bueno —dijo, tomando un sorbo de gin—, ya que estamos hablando de anécdotas de la juventud, ¿alguno más tuvo una vida salvaje antes de ser padre?
—Yo sí —dijo Fabián con una sonrisa torcida—. Pero no se puede contar todo…tengo una imagen de padre de familia que mantener.
Risas.
—Che —tiró Damián, entornando los ojos con picardía—Todos tuvimos una vida antes de ser esta versión civilizada con hijos, cochecito y grupo de WhatsApp.
—¿Civilizada? —saltó Sofía—. ¡Yo era una diosa en mi otra vida! Ahora soy un desastre jaja
—Yo tenía dreadlocks —dijo Martín—. Literal. Busquen en Facebook.
—Buoh—ahora todos tuvieron vidas de novela, me van a hacer sentir mal—dijo Verónica y, buscando complicidad, se refirió a Clara mirándola:
—¿Vos, Clari? —preguntó, girándose hacia ella—. Siempre sos tan correcta. Decime qué sos un poco como yo..
Clara se sonrojó. Miró a Marco, luego al resto.
— ¿Yo? La verdad... Siempre fui bastante convencional. Escuela, facultad, Marco… y eso fue todo. Nunca estuve con nadie más.
Hubo un pequeño silencio. No de juicio, sino de sorpresa. Se sintió como si todos intentaran calcular lo que eso significaba. Clara se sentía con la confianza para sincerarse frente al grupo. No tenía por qué ser otra.
—¿Ni una aventura? —preguntó Caro, incrédula.
Clara negó con una sonrisa tímida.
—No. Marco fue… es mi único amor. Nunca necesité buscar nada afuera. Por lo menos hasta ahora… y sonrío nerviosa.
Esa última frase cayó con cierto peso. Marco miró el vaso como si le costara tragar. Fabián y Agustina se cruzaron una mirada rápida. El clima se tensó apenas.
—Yo la entiendo —intervino Agustina, con un tono sereno—. Antes de estar con Fabián, también llevaba una vida bastante… previsible. Todo muy correcto, muy cuidado. Pero bueno, él… me abrió otras puertas.
—¿Qué tipo de puertas? —saltó Marcela, con picardía.
Todos se rieron. Agustina se encogió de hombros.
—Experiencias distintas. Lugares, gente… dinámicas. Aprendí a soltar. A probar.
—¿Qué tipo de dinámicas? —insistió Verónica con una ceja levantada—. ¿Estamos hablando de qué exactamente?
Fabián se rió, incómodo. Tomó su copa. La giró en la mano.
—Bueno… una vez probamos el intercambio de parejas —dijo, rápido, casi como si se lo sacara de encima—. Fue algo puntual. Un experimento.
Silencio. Algunos abrieron los ojos. Otros miraron alrededor buscando pistas de si habían entendido bien.
—¡Mentira!
—¡Posta lo dice en joda!
—¡Ay por favor!
—¿Con quién? ¿Los conocemos?
—No, no, tranqui —dijo Fabián—. Gente random. Fue hace mil años.
—¡A mí no me das nombres no te creo! —dijo Martín.
—¡Igual los re banco! —agregó Sofía, alzando su copa—. ¡Aguante la confianza!
—ah, es en serio entonces—dijo Caro con asombro.
Fabián asintió con una mueca, como si no estuviera seguro de haber hecho bien en confesarlo.
—Sí. Real. Consensuado. Una vez. No lo hicimos más, pero… fue interesante.
Clara bajó la mirada. Marco se tensó en la silla. Agustina simplemente sonrió, como quien guarda un secreto dulce en la boca.
—Guau —dijo Marcela, fascinada—. Nunca los hubiera imaginado.
—Justamente por eso funciona —agregó Agustina, con tranquilidad—. Porque nadie se lo imagina. Y miró a Marco con suspicacia.
Verónica alzó la copa con una carcajada.
—¡Bueno! Por los que se animan y por los que no. ¡Salud!
Todos rieron y brindaron. Pero debajo de esa capa de alcohol y bromas, algo nuevo se había movido. Algo que no tenía nombre, pero sí peso.
La puerta se cerró detrás de ellos con un clic suave. Fabián acaba de despedir a la niñera. La casa estaba en penumbras, los chicos dormían desde hacía horas. Fabián se quitó los zapatos sin hablar. Agustina fue a la cocina, sacó una botella de vino abierta y sirvió dos copas.
—¿De verdad necesitás más alcohol? —dijo él, sonriendo.
—No —respondió ella, alcanzándole una—. Pero me gusta cerrar la noche con vos. Cuando ya no hay ruido.
Se sentaron en el sillón, descalzos, con las piernas entrelazadas. La casa olía a madera y lavanda. Afuera lloviznaba. Un silencio incómodo los envolvía.
—¿Te diste cuenta de cómo se tensó el aire cuando tiraste lo del intercambio? —dijo Agustina, divertida.
—Sí. sobre todo Clara ¿no? se congeló. Marco... ¿Te miró?
—Sí. Raro. Como si no supiera si reírse o salir corriendo.
Fabián tomó un sorbo, pensativo. La miró.
—A veces pienso que cruzamos una línea demasiado peligrosa pero bueno, ya estamos jugando.
Agustina lo observó en silencio. Esa frase flotó unos segundos entre ambos.
—¿Vos jugás? —preguntó, suave.
Fabián se encogió de hombros. Pero sus ojos estaban serios. Agustina se levantó como escapando de la conversación y se metió en el baño.

El vapor de la ducha seguía flotando en el aire cuando Agustina salió del baño con la piel aún húmeda y la bata abierta, apenas sujetada por el lazo flojo en la cintura. Caminó descalza por el pasillo hasta la habitación. Fabián estaba ahí, esperándola. Había bajado las luces, encendido una vela en la cómoda, y tenía un cigarro medio consumido entre los dedos. La música suave envolvía la escena, pero el verdadero ruido era el que no se decía.
—¿Y? —preguntó ella, desafiante, deteniéndose en la puerta—. ¿Me vas a decir algo o vas a quedarte ahí mirándome?
Fabián levantó la mirada. La recorrió de arriba abajo con lentitud. Su mujer era realmente una diosa. En otro tiempo, civilizaciones enteras la hubieran adorado y sucumbido solo por su belleza. Su pelo rizado, su figura esbelta, sus pechos, pero sobre todo, su porte, su paso provocativo y desafiante.

—Ya lo sé —dijo Fabián simplemente.
Agustina no fingió sorpresa. Se acercó, se sentó a horcajadas sobre él y le quitó el cigarro de la mano para llevarlo a su propia boca.
—¿Y qué sabés exactamente?
—Vos y Marco. Los vi.
Ella exhaló el humo hacia un costado. Lo miró directo a los ojos, esta vez sin huir, sin negarlo.
—¿Y?
—supongo que es parte de nuestro trato, no voy a hacerte una escena.
—¿No?
—No. Además me calienta un montón.
Hubo un silencio eléctrico. La bata de Agustina cayó al suelo. Apagó el cigarrillo sobre el cenicero de la mesa de Luz con una actitud desafiante. Estaba completamente desnuda sobre él, sintiendo cómo crecía su excitación bajo su cuerpo. Se montó sobre él, a horcajadas. Se besaron con hambre. Y cuando ella empezó a menear la cadera, él soltó de pronto:
—Clara.
Agustina se detuvo apenas. Lo miró a los ojos, sorprendida.
—¿Clara?
Fabián asintió, con una sonrisa torcida.
—Nunca estuvo con otro que no sea Marco. ¿Sabías?
Agustina se mordió el labio inferior.
—Lo dijo en el bar.
—Veinte años con el mismo hombre. Mismo cuerpo. Mismos movimientos. Mismo ritmo. La misma forma de acabar…
El tono de voz de Fabián era grave, lento, casi hipnótico. Agustina se encendía con cada palabra.
—¿Y te calienta eso?
—Me vuelve loco.
La besó fuerte, con desesperación. Le apretó las nalgas con ambas manos y la empujó contra su pelvis.
—¿Sabés lo que debe ser romperle esa rutina? ¿Sentirla temblar con algo nuevo? Conmigo. Viéndola descubrirse de nuevo. Escuchar cómo gime sin saber qué hacer con lo que siente. No puedo creer que Marco sea su primer hombre.
—Agustina sonrió con malicia, bajando la cabeza hasta su cuello para susurrarle:
—Querés ser vos el segundo veo…
Fabián soltó una carcajada baja, gutural. La tumbó de espaldas, la sujetó de las muñecas contra el colchón y comenzó a besarle los pechos con desesperación.
—Quiero verla rendida. Abierta. Sintiéndome… quiero que me mire y se vuelva loca por mi pija.
—¿está pija? Dijo Agustina bajándole el pantalón y agarrándola con ambas manos—
Fabián se tumbó de espaldas sobre el colchón ofreciéndole todo su miembro erguido. La imagen desde su perspectiva era realmente impresionante, Agustina había quedado de rodillas con la cara paralela al tronco rugoso de Fabián que le cubría casi todo el rostro. Lo miró con su cara perfecta de puta y le dijo:
—esta tremenda poronga es como un plato abundante, se puede compartir— y le pasó la lengua tensa y húmeda por el frenillo suavemente hasta introducir todo el glande dentro de la boca.
—mmm, qué hija de puta. Está pija es toda tuya, pero la podes prestar, ya lo sabes—dijo Fabián embelezado de placer.
—si—contestó Agustina con un beboteo—se la vamos a prestar un ratito a Clarita ¿queres? Para que conozca una pija diferente, pobrecita—y luego succionó con un chasquido antes de metersela otra vez en la boca.
—Sos mala, eh.—dijo Fabián.
Agustina incrementó el ritmo y empezó a chuparla con desesperación. Le manoseaba los huevos, sorbía, subía y bajaba, solo apaciguaba un momento el pulso para meterse la pija de Fabián hasta el fondo y sacarla completamente humedecida con un hilo de baba tendiendo de su boca. Lo hacía con maestría envuelta en un frenesí de lujuria.
—vení— le dijo finalmente Agustina usando sus brazos para atraerlo hacia él mientras se tumbaba hacia atrás sobre el pie de la cama. Fabián quedó prisionero entre sus piernas.
—mostrame cómo te la vas a coger a Clarita—
Fabián, en un arrebato, se acomodó sobre ella y la penetró de golpe. Ella gritó. Él se movía con rabia, con deseo real, como poseído. La sujetaba de las muñecas, la miraba directo a los ojos. El choque de los cuerpos sonaba como un chasquido intermitente cada vez más preciso y prolongado.
——Dios, Fabián… —jadeó ella—estoy seguro que nadie nunca se la cogió así—
Fabián la cogía con fuerza, con pasión cruda. Agustina estaba extasiada, fuera de sí.
—¡Sí! Cógeme así, hijo de puta.
El cuerpo de Agustina se arqueaba bajo el suyo, húmeda, caliente, absolutamente rendida. Pero había algo más que los sostenía en ese espiral de deseo: las imágenes que flotaban, sin ser dichas, pero que encendían la escena con más intensidad.
—Cómo te pusiste con esta pendeja—murmuró ella, ronca, con la respiración entrecortada.
Fabián no respondió enseguida. Apretó los dientes y la sujetó con sus dos manos en el culo, marcando el ritmo con una brutalidad deliciosa.
—Decime Clara, si queres—insistió ella—yo sé que tu cabeza está con ella ahora.
Fabián soltó una sonrisa oscura, afilada
—sos mala—dijo como un mantra—
Agustina no respondió con palabras esta vez. Se retorció, buscándolo más, perdida, entregada. El cuerpo le pedía más.No había ternura esa noche. Solo deseo, hambre, un fuego que no nacía solo entre ellos, sino de las imágenes que flotaban en la oscuridad de la habitación

—date vuelta—le ordenó Fabián con seriedad.
Agustina obedeció dejando expuesto su redondo y perfecto culo apoyando su cabeza contra el colchón. Fabián la penetró por detrás tomándola de los dos brazos. El miembro generoso de Fabián entraba y salía en un rebote fenomenal.
—ay! Si, hijo de puta, así— Agustina gritó, quebrada, sin resistencia. El orgasmo le sacudió el cuerpo como una descarga brutal. Fabián no paró. Quería más. Quería romperla de placer, y romper algo más: la imagen de Clara. La posibilidad. El deseo oculto que se había despertado y veía ahora como real.
—mas, mas—siguió Agustina hasta que ya no le salieron más palabras y fue solo gemido, un chirrido agudo y constante. Intenso. Duradero.
Fabián sintió que el placer lo desbordaba y retuvo por un momento y todo lo que pudo el orgasmo. Saco la pija, la apoyo pesada sobre el culo parado de su mujer y con espasmos y gruñidos guturales, escupió toda la leche en cantidades cuantiosas formando un río blanco que le llegó hasta la espada.
Cuando todo pasó, quedaron en silencio. El cuarto olía a sexo y a algo más peligroso: a decisión.
DEJEN PUNTOS Y COMENTEN, SUS COMENTARIOS ME MOTIVAN A SEGUIR ESCRIBIENDO.
Parte 4
http://m.poringa.net/posts/relatos/5952002/Yoga-con-la-mami-del-jardin-4.html
6 comentarios - Yoga con la mami del jardín (3)
+ 10
Se ha vuelto muy vulgar. Bajo, con una escritura menospreciado.
Excelente lo suyo!