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Yoga con la mami del jardín (2)

Primera parte http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html

Viernes por la noche. El living de Verónica y Martín estaba cálido, lleno de risas y olor a muzzarella. Las cajas de pizza se acumulaban en la mesa ratona, las copas de vino medio llenas, y los chicos jugaban a oscuras en uno de los cuartos, entre almohadas y linternas. Era uno de esos encuentros que ya se habían vuelto ritual: cómodos, alegres, con una confianza construida en años.
Marco estaba más relajado que de costumbre. El vino, tal vez. O el eco todavía presente de la noche anterior con Clara. Agustina estaba sentada cerca, en el piso, con las piernas cruzadas y una copa en la mano. Llevaba un pantalón de lino y una remera ajustada que se le pegaba como una segunda piel. Se reía con los demás, suelta, brillante.
En un momento, entre risas, Fabián —la pareja de Agustina se levantó a buscar más hielo, y Verónica, chismosa, aprovechó el hueco:
—Che Marco, ¿qué onda tu sesión de yoga con Agus? ¿Te acomodó la espalda, y la psiquis?
Todos se rieron. Marco sonrió sin mostrar los dientes, como hacía siempre que tenía que hablar de sí mismo. Pero esta vez respondió con una soltura inesperada.
—Fue más de lo que esperaba. Agustina es una genia. Tiene una forma de estar… muy precisa. No solo te enseña yoga. Te hace escuchar lo que no querés oír. Sin decir una palabra de más.
El silencio fue breve, pero denso. Agustina bajó la mirada apenas, como quien recibe un elogio que no quiere aceptar del todo.
—Ay, no exageres —dijo sonriendo—. Marco tiene mucha sensibilidad, así como lo ven, aunque se haga el duro. Fue una sesión muy especial para mí también. Hay personas que te permiten entrar… sin defenderse. Eso no es tan común.
El comentario flotó. Se miraron por un segundo más largo de lo necesario.
Y entonces Damián, medio pasado de copas, tiró en chiste:
—Dale, chicos, no se hagan los boludos. ¿No solo te enseña yoga? Yo vi un par de películas que empiezan así…
Hubo carcajadas. Incluso Fabián, que acababa de volver con el hielo, se rió como si no hubiese escuchado bien. Agustina se rió. Marco también, con una mueca.
Pero Clara, no. 
Clara se quedó callada. Sonriendo apenas, con los labios, mientras su mirada se clavaba en la copa de vino que giraba entre sus dedos.
Nadie lo notó. O nadie quiso notarlo.
Pero desde su rincón del sillón, Clara sintió que el suelo le cambiaba un poco la forma. No por lo que se dijo. Sino por lo que no se dijo. Por lo que se rió demasiado fuerte. Por lo que no hacía falta aclarar.
La casa estaba viva de voces, risas lejanas y el retumbar de pasos infantiles por el pasillo. Marco salió de la cocina en busca del baño y dobló en la esquina justo cuando Agustina venía de frente. Se encontraron en ese espacio estrecho, donde apenas entraban los dos cuerpos sin tocarse.
Ella sonrió, bajito, como si supiera algo que él todavía no.
—Quería decirte… me gustó mucho lo que dijiste. Del yoga. De mí.
Marco sostuvo la mirada. Había un brillo nuevo en sus ojos, una suavidad poco habitual.
—No dije nada que no sintiera. Sos muy genia, en serio. Me ayudaste.
Agustina bajó la mirada un segundo, como si esas palabras la tocaran más de lo que quería admitir. Luego volvió a mirarlo, ya sin sonrisa.
Hubo unos segundos de quietud densa. Los sonidos de la casa parecieron apagarse. Solo ellos dos, el pasillo, y esa electricidad flotando entre ambos.
—Te espero el martes para otra sesión —dijo ella, con la voz más baja, casi un secreto.
Y justo entonces, Clara apareció al fondo, con una copa en la mano y una expresión neutra.
—¿Está ocupado el baño?
Marco se giró, sobresaltado. Agustina dio un paso al costado, como si se disolviera.
—No —dijo Marco rápido—. Pasá.
Agustina sin pedir permiso aprovechó la estrechez del pasillo y se atropelló sobre Marco haciéndole sentir la firmeza de sus pechos sobre la espalda. Clara vio ese gesto, lo registró, lo guardó.
Y aunque nadie dijo nada más, los tres supieron que algo había pasado. Algo que ya no se podía deshacer.
Marco llegó puntual, como la vez anterior. Tocó el timbre con cierta seguridad forzada, como si ya conociera el terreno. Pero cuando la puerta se abrió, la sorpresa fue total.
Fabián.
—¡Eh, Marco! —dijo con una sonrisa franca, apenas un poco forzada—. Agus está terminando una clase online, pasa, pasa.
Marco dudó medio segundo, pero entró. La casa tenía aroma a incienso suave y la misma música instrumental flotando en el ambiente.
—¿Querés algo? ¿Agua? Tengo un jugo de apio y naranja que es muy bueno…
—No, gracias. Estoy bien —respondió Marco, incómodo, parado en el living.
Fabián se fue a la cocina. Se escuchó una puerta corrediza. Estaba ahí, pero no del todo. Presente de fondo.
Unos minutos después apareció Agustina. Leggings negros, top deportivo oscuro, el pelo recogido en un rodete suelto. La piel húmeda todavía del esfuerzo. Y ese cuerpo que parecía una contradicción: voluptuoso, flexible, sólido. Imposible no mirarla.
Yoga con la mami del jardín (2)


—Perdón la demora —dijo, acercándose sin apuro—. Vamos al estudio, ¿sí?
Marco la siguió. En la habitación ambientada como un pequeño santuario, la luz era tenue. Velas encendidas, alfombra, colchonetas. La puerta quedó entornada.
—Hoy vamos a trabajar el eje —dijo Agustina, sin más. Pero su voz tenía un tono más bajo, casi íntimo—. Fuerza interna. Activación del centro. Energía libidinal contenida.
Marco no dijo nada. Solo asintió.
La clase fue más exigente. Posturas más físicas, respiraciones más intensas. Agustina se acercaba más, lo corregía con las manos, con el cuerpo. 
Como en la primera sesión, Marco notó varias veces una cercanía con Agustina que para él no era natural pero que sin embargo parecía rutinaria en ella. Agustina lo sostenía con el cuerpo, le apoyaba sus senos, lo rozaba con los labios apenas en el oído y le susurraba en el cuello cómo debía pararse, le indicaba con la palma de la mano tibia sobre su abdomen, cómo debía hacer la fuerza, lo ablandaba, lo envolvía como un hechizo.
En una torsión le sostuvo la cadera con firmeza mientras que el interior de su muslo se coló en su entrepierna. Todavía nada explícito, nada indebido. Pero todo cargado. Cada roce, cada silencio. El cuerpo de ella tan cerca, la voz susurrada. Marco no sabía bien qué pensar; ¿Era eso normal?¿sería así ella o lo estaba insinuando? ¿Sería así con todos sus alumnos?
La respuesta a sus interrogantes no tardó en llega r.
puta

 
—Me voy a tomar algunas licencias con vos, Marco, porque hay confianza. Estás muy tenso—dijo Agustina con una seriedad profesional.
—sacate la remera, vamos a aflojarte —Marco obedeció—Hoy vamos a trabajar más el centro. Respiración, control… y entrega.
 Con un gesto Agustina le indicó que se ubicara en la mat frente a ella.
—Cerrá los ojos. Soltá. Yo me ocupo del resto. 
Agustina dirigía la sesión con voz suave, casi hipnótica. Sus correcciones físicas eran más prolongadas ahora. Cuando Marco estiraba los brazos, ella se acercaba por detrás y deslizaba sus manos por sus dorsales, bajando lentamente por sus costillas. Susurrando, pegada a su oído, le decía:
—Estás tenso… pero también expectante. Lo siento en todos tus músculos.
 Ella se movía alrededor suyo como un felino. Lo observaba con deleite contenido. En una torsión, aprovechó para tomar su brazo, guiarlo desde atrás, y apoyar su pechos contra su espalda.
Marco sientió la firmeza de sus pechos y la tensión de sus timbres carnosos sobre su espalda. Estaba excitadamente confundido. Adrenalínico. Como una presa. 
En esa posición y con su aliento en la nuca de Marco, Agustina siguió con su conjuro:
—El cuerpo no miente, Marco. Vos tampoco.
Marco cerró los ojos. Agustina estaba detrás, sus pechos tersos sobre su espalda desnuda. La música sonando. El incienso quemando lento. Marco no reaccionaba, se dejaba hacer, su respiración se agitaba cada vez más. De repente, Agustina empezó a teclear suavemente sus dedos firmes sobre su abdomen:
—Quiero que respires profundo… ahí… conmigo. Sentilo.
Marco tragó saliva. No pudo evitar que un leve gemido se le escape cuando ella se inclinó sobre él para corregir la postura de la pelvis. Sus caderas se rozaron. Agustina le hablaba con una voz cada vez menos profesional, era pura provocación. Entonces le dijo con voz de puta:
—No te resistas. Es solo energía… ¿verdad?
Marco la miró por primera vez directamente a los ojos. Agustina le sostuvo la mirada, profunda, desafiante. 
—Esta sesión no se va a olvidar fácil—el tono provocador estremeció a Marco que respiraba agitado, sin moverse. Con la voz entrecortada se animó a decir:
—¿quién dijo que quiero olvidarla?
Ella esbozó una sonrisa apenas visible, entre cómplice y peligrosa. Lentamente, se incorporó y le ofreció la mano para ayudarlo a levantarse. Marco la tomó de la mano y cuando se puso de pie, intentó soltarla pero Agustina no lo dejó.
—Si no querés que pase… tenés que pedírmelo ahora—dijo con los labios rozándole la mejilla.
Marco tragó saliva. Hubo silencio. Su mano todavía continuaba en la de ella.
Atónito por las palabras de Agustina a Marco no le salía la voz de la excitación. Solo alcanzó a decir casi languideciendo:
—es como dijiste, solo energía.
Entonces ella lo besó apenas. Corto. Furtivo. Como una chispa intermitente pero lo suficientemente explosiva para encender el horno emocional que era Marco en ese momento.
La erección era evidente en el pantalón de jogging que llevaba. Unas gotas preseminales lo habían manchado y recubrían brillosas todo su glande fibroso.
Ella se incorporó con movimientos lentos, como si aún dirigiera una coreografía invisible. Pasó detrás de él, rozándole la espalda con las manos, como corrigiendo una postura inexistente. Volvió a teclear su abdomen trabajado con las puntas de sus dedos pero esta vez descendió hasta su pubis introduciendo las manos dentro de su jogging.
—¿ves que estás tenso? pero no es el cuerpo—Agustina hizo una pausa cargada
—es esto— dijo mientras tomaba con su mano experta su pija dura.
Agustina empezó a pajearlo desde atrás con maestría. Bajaba suavemente hasta el fondo y aprovechaba el glande húmedo para dibujar círculos con el pulgar. 
Marco giró el rostro, buscando otra vez sus labios y esta vez el beso fue profundo y largo. Agustina continuaba pajeándolo con movimientos cada vez más firmes mientras lo besaba. Lo recorría con su lengua húmeda y tibia. Marco se apuró a darse vuelta y el beso continuó en el cuello primero y luego se tomó un segundo para contemplar aquel escote que lo había fascinado todo este tiempo. Por fin pudo tomar con sus manos las tetas turgentes de Agustina, y descubrirlas del velo negro que era el top de yoga que llevaba. Se tomó otro instante para contemplar los pezones rosados y perfectos, y luego inconscientemente repitió el juego que días atrás había hecho con Clara, su mujer:
—¿qué queres? Le dijo Agustina con su voz de puta.
—dame una teta—y esta vez la voz de Marco resonó grave y dominante.
Agustina dejó de pajearlo un momento, tomó su pecho, y se lo acercó a la boca como una ofrenda.
Marco notó enseguida que no le entraba ni la mitad de la teta en la boca, el pecho turgente de Agustina doblaba en tamaño al de su mujer y se desbordaba. Era imposible contenerlo con los labios. Cuando Marco estaba dispuesto a ir por más, Agustina lo cortó en seco, se alejó apenas, y otra vez con su voz profesional le dijo:
—Vamos a elongar. Boca arriba, brazos a los costados.
Marco obedeció. Agustina entonces se posó sobre él con sus piernas a ambos lados y en un solo movimiento las estiró sobre su abdomen con una flexibilidad envidiable. 
—¿Sentís cómo se abre el cuerpo?—le dijo—Hay que soltar también lo que está atrapado adentro. Marco entendió la indirecta y levantó su pelvis para bajarse el jogging y el calzón. En seguida quedó al descubierto su miembro durísimo y sintió él fresco de la sala en su glande brillante y mojado. Su abdomen chocó con la vulva de Agustina y sintió la humedad a través la calza. Ella aprovechó el contacto y comenzó a frotar su vulva sobre el abdomen trabajado y firme de Marco. Se arqueaba hacia atrás exhibiendo sus tetas en un rebote perfecto. Marco la miró fijo:
—me estás volviendo loco, Agustina.
Agustina le devolvió la mirada.
—No me mires así— dijo Marco.  
—¿así cómo?—le replicó Agustina—soltate, Marco. Decime qué queres. Qué deseas. 
—te deseo. Desde siempre. Desde que te ví el primer día en la puerta del jardín—¿si?—Agustina estaba dispuesta a llevarlo al límite y mientras se seguía frotando le dijo —mirate, Marco. Te vas a coger a la mami sexi del jardín.
Esa frase retumbó como una bomba libidinosa en el cuerpo de Marco que se moría ya por penetrarla. Tomó su calza con ambas manos e intentó deslizarla hacia abajo con torpeza. 
—tranquilo—le dijo Agustina y se paró lo suficiente como para liberarse del atuendo y quedar completamente desnuda frente a él.
—No me dijiste que queres, Marco. Déjate fluir.
—quiero que me cojas, ya. Por favor. Metela.
Agustina tomó con su mano la pija y se sentó sobre sus cuclillas de manera de que el glande apoyara sobre su cocha jugosa. Pero no la introducía aún:
—quiero que sientas como se abre Marco, que seas consiente en este momento.
Agustina demoraba a propósito todo lo que podía el coito con una lontananza que dolía de placer. 
En ese momento a Marco le pareció que alguien mas los espiaba, quizás Fabián detrás de la puerta entornada pero no le importó. La calentura que tenía no lo dejaba razonar.
—metela de una vez, hija de puta—rogó—esa concha quiere pija.
Fue entonces que Agustina se dignó a bajar recorriendo lentamente con sus labios vaginales todo el tronco venoso de Marco. Finalmente, la metió. Suave. Hasta el fondo. Se quedó quieta unos segundos y él sintió toda la profundidad de su sexo. Comenzó a marcar el ritmo. El compás de sus pechos rebotando coincidan con un gemido sordo y seco. Agustina se movía como una fiera. Y empezando a perder el control le dijo:
—mira como come pija esta concha. ¿Esto querías, Marco?
Los movimientos de Agustina eran cada vez más veloces e intensos y ambos entraron en un clímax descomunal.
—más, no te guardes nada. Acábame toda, hijo de puta.
Esas palabras fueron demasiado para el extasis de Marco que acabó como nunca. Largo y espeso dentro de Agustina que acompañó con embestidas firmes y quedándose un momento en cada eyaculación guiándose por el latido de la pija de Marco en su interior. 

Luego Agustina se levantó y fue buscar una manta que colgaba en un perchero de madera. Marco no se podía mover, exhausto, recostado sobre la mat con los brazos y piernas abiertos todavía respiraba agitado y disfrutaba los resabios del mejor orgasmo que jamás había tenido.
Agustina lo tapó con la manta. 
—turno del Shavasana—le dijo. Y salió de la habitación.
Cuando se pudo recuperar, Marco se vistió y salió del estudio. Recorrió el pasillo que lo llevaba directo a la puerta principal. Agustina había desaparecido.
—Agus…—la llamó. Pero el que apareció bajando la escalera fue Fabián.
—Marco, pensé que ya te habías ido.
—creo que me quedé dormido en el shavasana.
—veo que finalmente Agustina logró que te relajaras jaja—soltó Fabián con un tono que no parecía inocente.
—así parece—contestó Marco
—Vení, yo te abro.


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4 comentarios - Yoga con la mami del jardín (2)

kokiCD +1
Excelente la historia y muy bien contada y escrita
+ 10
mjbian
Gracias!
tigregesell
muy buena historias, muy detallista y excitante
Aceby2
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