Estaba en la oficina, terminando de revisar unas pólizas, cuando veo que entra Juan, ¿se acuerdan?, el socio de Villa Celina, al que le habían robado el taxi y que como compensación, recibió un beneficio muy especial de mi parte.
Vino a asegurar la nueva unidad. Sabía que estaba por venir, porque habíamos recibido el certificado de no rodamiento de la concesionaria, aún así no esperaba cruzármelo, ya saben, lo que pasa fuera de la oficina, queda afuera de la oficina...
Sin embargo me gustó que aunque vió que estaba desocupada, no vino a buscarme, sino que fue hacia otro escritorio.
Si hubiera venido directamente hacia mí, lo habría derivado para que lo atienda alguien más, como para marcarle el terreno.
Me acerco entonces dónde lo están atendiendo, lo saludo, lo felicito por el nuevo vehículo, y entonces le digo a mi compañera, que yo me encargo de asegurarlo.
-¿Venís conmigo, por favor?- le digo entonces a Juan, caminando a propósito delante suyo, tentándolo con el movimiento de mis caderas.
En mi escritorio todo normal, como con cualquier otro socio. En ningún momento me tira alguna indirecta respecto a lo que pasó entre nosotros, se comporta correctamente, y eso es lo que me termina de convencer, que tenga códigos. Quién nos viese ahí charlando, jamás podría imaginarse que ése hombre me había dejado el culo bostezando por varios días. Ya solo por eso, se merecía una ampliación de sus beneficios...
-¿Vamos a ver la unidad?- le digo, para así poder hacer la inspección y también estar a solas.
Salimos de la oficina, transitando juntos esa media cuadra que nos separa del garaje en dónde estacionan nuestros clientes.
Hago la revisión de rutina, tomo las fotos correspondientes, y entonces le suelto:
-Supongo que me vas a llevar a dar una vuelta, ¿no? Para estrenarlo...-
-Obvio...- responde.
Subimos al taxi, salimos del estacionamiento y empezamos a recorrer las bulliciosas calles porteñas.
-Gracias por volver a confiar en nosotros después de... bueno, de lo que pasó con tu anterior vehículo...- le digo mientras damos unas vueltas sin alejarnos demasiado de la oficina.
Si no leyeron el relato, les cuento brevemente que le habían robado un primer coche, por el cuál la Compañía le pagó mucho menos de lo que correspondía. Yo estaba de licencia por maternidad, por lo que no pude hacer nada. Pero para cuando le robaron el segundo coche, y teniendo en cuenta ese antecedente, me ocupé yo misma de que le hicieran el mejor pago posible, aparte de algunos beneficios extras, claro está.
-La verdad es que manejaste muy bien lo del último robo, así que ... aquí estoy...- me responde.
-Con respecto a eso, me olvidaba de comentarte que tenemos un nuevo plan, para socios tan fieles como vos...- le digo, aprovechando que paramos en un semáforo.
-¿Ah sí? ¿Y qué incluye?- pregunta interesado.
-Bueno, algunos beneficios creo que ya los conocés...- le contesto, agarrándole el bulto y dándole un apretón.
Aún por sobre el pantalón alcanzo a percibir el calor y la turgencia.
Separo levemente las piernas para que él también meta una mano por debajo de mi falda y me acaricie la concha. Eludiendo el elástico de la tanga, se humedece los dedos en el caldo de mi sexo, y llevándolos hacia su boca, se los chupa con suma delectación.
-¡Uuuufffffff...! Creo que ya me está interesando ese nuevo plan...- exclama.
-Si haces dos cuadras más y doblás a la derecha, te puedo mostrar de todo lo que podés gozar...- le digo.
Siguiendo mis indicaciones, llegamos al telo que recordaba teníamos más cerca. Entramos por la cochera, y ya en la habitación, nos trenzamos en un intenso y enardecido beso, abrazados, tratando de recorrer con nuestras posesivas manos cada centímetro del cuerpo del otro.
Se baja el pantalón, y se tira en la cama, la pija bien parada, goteando de excitación. Con la ropa todavía puesta, me echo entre sus piernas y me pongo a chupársela, ávida, intensamente, degustando cada porción.
Junto saliva, se la escupo en las bolas, y con labios y lengua, la arrastro a lo largo de todo el tronco, dejándosela bien mojadita con mis babas.
Me levanto y me empiezo a desvestir, revoleándole por la cara cada una de mis prendas. Él las agarra, las huele y las deja a un costado.
Le saco los zapatos y el pantalón, dejándolo desnudo de la cintura para abajo.
-Uno de los beneficios de los que podés disfrutar, es de una argolla muy, pero muy caliente...- le digo, metiéndome yo misma los dedos en la concha, y revolviéndolos, para mostrarle el jugo que me sale de adentro.
Él ya se está poniendo un forro, así que me subo a la cama, me pongo encima suyo, y dejándome caer me la meto toda de una sola sentada. En cuclillas empiezo a subir y bajar, disfrutando de toda su longitud.
De a ratos la dejo salir, me vuelvo a meter los dedos, y mojándolos en mi flujo, se los doy para que me los chupe.
-¡Mmmhhhh... qué rico...!- exclama, saboreando la miel de mi interior.
-Ese es otro de los beneficios...- le digo, y corriéndome hacia adelante, le pongo la concha en la cara, para que me la chupe.
¡Y que chupada, por Dios...! Me dan hasta calambres del gusto.
Vuelvo a clavarme la pija, y lo sigo montando, golpeándome contra su pelvis con cada clavada.
Ya puedo sentir el retumbar del orgasmo que se aproxima, pero lo retengo, conteniéndolo entre las paredes de mi vientre, esperando el momento para que la explosión sea más intensa.
Dejo que la pija se salga de nuevo, se la agarro, pero en vez de volver a encajarla en el mismo lugar, me la meto por el culo, o al menos lo intento, ya que la tiene tan hinchada que no me entra a la primera.
Me levanto, y echándome boca abajo, pongo la cola en pompa para que sea él quien me agrande el agujero. Me chorrea la concha cuando siento que me mete los dedos y la lengua.
-¡Dale, rompeme el culo...!- le reclamo jadeante, desesperada.
Me escupe varias veces justo en el centro, esparciendo la saliva toda en derredor, y lo próximo que siento es la pija, gorda, cargada, imponente, punteándome la entrada. La sensación de apertura, de rompimiento, de desgarro, es de lo más gratificante. Ya lo dije varias veces, pero que te cojan el culo es el acto de posesión más completo y absoluto que puede ejercer un hombre sobre una mujer. Si me culeaste soy tuya, para siempre.
Cuando me empieza a bombear, revolviéndome todo por dentro, mis gritos se intensifican, evidenciando la intensidad de la culeada.
Brutal pero exquisita...!!!
Frotándome desesperada el clítoris, como si estuviera rasgando la cuerda de una guitarra, siento que se me viene todo encima, y que ya no voy a poder contenerlo.
Unas cuantas enculadas más y el orgasmo más intenso, explosivo y devastador me envuelve con sus extremas sensaciones. Me quedo como en un limbo, no sé durante cuanto tiempo. Al reaccionar, él me sigue culeando, alzado sobre sus piernas, dejándome el orto todo enrojecido y maltratado de tantos pijazos.
Cuando acaba, se queda dentro mío, disfrutando esa sensación de vaciamiento, tan gustosa y reconfortante. Luego sale, se saca el forro, y manteniendo las puntas apretadas, para no derramar el semen, me lo acerca, dándome, sin decirme nada, la opción de aceptar o no lo que me está ofreciendo.
Sin decir nada tampoco, le sonrío y abro la boca para que vierta en mi garganta el contenido de sus huevos. Me causa gracia cuando, después de haberme tragado prácticamente todo, se pone a exprimir el preservativo, para que no se escape ni una sol gota.
-¡Estos beneficios son cada vez mejores!- exclama complacido, mientras yo sigo degustando la esencia de su virilidad.
Nos damos una ducha rápida, salimos del telo, y volvemos a la oficina para terminar el trámite de su nueva póliza. Póliza que, sin duda alguna, seguirá gozando de aquellos beneficios tan especiales...
Vino a asegurar la nueva unidad. Sabía que estaba por venir, porque habíamos recibido el certificado de no rodamiento de la concesionaria, aún así no esperaba cruzármelo, ya saben, lo que pasa fuera de la oficina, queda afuera de la oficina...
Sin embargo me gustó que aunque vió que estaba desocupada, no vino a buscarme, sino que fue hacia otro escritorio.
Si hubiera venido directamente hacia mí, lo habría derivado para que lo atienda alguien más, como para marcarle el terreno.
Me acerco entonces dónde lo están atendiendo, lo saludo, lo felicito por el nuevo vehículo, y entonces le digo a mi compañera, que yo me encargo de asegurarlo.
-¿Venís conmigo, por favor?- le digo entonces a Juan, caminando a propósito delante suyo, tentándolo con el movimiento de mis caderas.
En mi escritorio todo normal, como con cualquier otro socio. En ningún momento me tira alguna indirecta respecto a lo que pasó entre nosotros, se comporta correctamente, y eso es lo que me termina de convencer, que tenga códigos. Quién nos viese ahí charlando, jamás podría imaginarse que ése hombre me había dejado el culo bostezando por varios días. Ya solo por eso, se merecía una ampliación de sus beneficios...
-¿Vamos a ver la unidad?- le digo, para así poder hacer la inspección y también estar a solas.
Salimos de la oficina, transitando juntos esa media cuadra que nos separa del garaje en dónde estacionan nuestros clientes.
Hago la revisión de rutina, tomo las fotos correspondientes, y entonces le suelto:
-Supongo que me vas a llevar a dar una vuelta, ¿no? Para estrenarlo...-
-Obvio...- responde.
Subimos al taxi, salimos del estacionamiento y empezamos a recorrer las bulliciosas calles porteñas.
-Gracias por volver a confiar en nosotros después de... bueno, de lo que pasó con tu anterior vehículo...- le digo mientras damos unas vueltas sin alejarnos demasiado de la oficina.
Si no leyeron el relato, les cuento brevemente que le habían robado un primer coche, por el cuál la Compañía le pagó mucho menos de lo que correspondía. Yo estaba de licencia por maternidad, por lo que no pude hacer nada. Pero para cuando le robaron el segundo coche, y teniendo en cuenta ese antecedente, me ocupé yo misma de que le hicieran el mejor pago posible, aparte de algunos beneficios extras, claro está.
-La verdad es que manejaste muy bien lo del último robo, así que ... aquí estoy...- me responde.
-Con respecto a eso, me olvidaba de comentarte que tenemos un nuevo plan, para socios tan fieles como vos...- le digo, aprovechando que paramos en un semáforo.
-¿Ah sí? ¿Y qué incluye?- pregunta interesado.
-Bueno, algunos beneficios creo que ya los conocés...- le contesto, agarrándole el bulto y dándole un apretón.
Aún por sobre el pantalón alcanzo a percibir el calor y la turgencia.
Separo levemente las piernas para que él también meta una mano por debajo de mi falda y me acaricie la concha. Eludiendo el elástico de la tanga, se humedece los dedos en el caldo de mi sexo, y llevándolos hacia su boca, se los chupa con suma delectación.
-¡Uuuufffffff...! Creo que ya me está interesando ese nuevo plan...- exclama.
-Si haces dos cuadras más y doblás a la derecha, te puedo mostrar de todo lo que podés gozar...- le digo.
Siguiendo mis indicaciones, llegamos al telo que recordaba teníamos más cerca. Entramos por la cochera, y ya en la habitación, nos trenzamos en un intenso y enardecido beso, abrazados, tratando de recorrer con nuestras posesivas manos cada centímetro del cuerpo del otro.
Se baja el pantalón, y se tira en la cama, la pija bien parada, goteando de excitación. Con la ropa todavía puesta, me echo entre sus piernas y me pongo a chupársela, ávida, intensamente, degustando cada porción.
Junto saliva, se la escupo en las bolas, y con labios y lengua, la arrastro a lo largo de todo el tronco, dejándosela bien mojadita con mis babas.
Me levanto y me empiezo a desvestir, revoleándole por la cara cada una de mis prendas. Él las agarra, las huele y las deja a un costado.
Le saco los zapatos y el pantalón, dejándolo desnudo de la cintura para abajo.
-Uno de los beneficios de los que podés disfrutar, es de una argolla muy, pero muy caliente...- le digo, metiéndome yo misma los dedos en la concha, y revolviéndolos, para mostrarle el jugo que me sale de adentro.
Él ya se está poniendo un forro, así que me subo a la cama, me pongo encima suyo, y dejándome caer me la meto toda de una sola sentada. En cuclillas empiezo a subir y bajar, disfrutando de toda su longitud.
De a ratos la dejo salir, me vuelvo a meter los dedos, y mojándolos en mi flujo, se los doy para que me los chupe.
-¡Mmmhhhh... qué rico...!- exclama, saboreando la miel de mi interior.
-Ese es otro de los beneficios...- le digo, y corriéndome hacia adelante, le pongo la concha en la cara, para que me la chupe.
¡Y que chupada, por Dios...! Me dan hasta calambres del gusto.
Vuelvo a clavarme la pija, y lo sigo montando, golpeándome contra su pelvis con cada clavada.
Ya puedo sentir el retumbar del orgasmo que se aproxima, pero lo retengo, conteniéndolo entre las paredes de mi vientre, esperando el momento para que la explosión sea más intensa.
Dejo que la pija se salga de nuevo, se la agarro, pero en vez de volver a encajarla en el mismo lugar, me la meto por el culo, o al menos lo intento, ya que la tiene tan hinchada que no me entra a la primera.
Me levanto, y echándome boca abajo, pongo la cola en pompa para que sea él quien me agrande el agujero. Me chorrea la concha cuando siento que me mete los dedos y la lengua.
-¡Dale, rompeme el culo...!- le reclamo jadeante, desesperada.
Me escupe varias veces justo en el centro, esparciendo la saliva toda en derredor, y lo próximo que siento es la pija, gorda, cargada, imponente, punteándome la entrada. La sensación de apertura, de rompimiento, de desgarro, es de lo más gratificante. Ya lo dije varias veces, pero que te cojan el culo es el acto de posesión más completo y absoluto que puede ejercer un hombre sobre una mujer. Si me culeaste soy tuya, para siempre.
Cuando me empieza a bombear, revolviéndome todo por dentro, mis gritos se intensifican, evidenciando la intensidad de la culeada.
Brutal pero exquisita...!!!
Frotándome desesperada el clítoris, como si estuviera rasgando la cuerda de una guitarra, siento que se me viene todo encima, y que ya no voy a poder contenerlo.
Unas cuantas enculadas más y el orgasmo más intenso, explosivo y devastador me envuelve con sus extremas sensaciones. Me quedo como en un limbo, no sé durante cuanto tiempo. Al reaccionar, él me sigue culeando, alzado sobre sus piernas, dejándome el orto todo enrojecido y maltratado de tantos pijazos.
Cuando acaba, se queda dentro mío, disfrutando esa sensación de vaciamiento, tan gustosa y reconfortante. Luego sale, se saca el forro, y manteniendo las puntas apretadas, para no derramar el semen, me lo acerca, dándome, sin decirme nada, la opción de aceptar o no lo que me está ofreciendo.
Sin decir nada tampoco, le sonrío y abro la boca para que vierta en mi garganta el contenido de sus huevos. Me causa gracia cuando, después de haberme tragado prácticamente todo, se pone a exprimir el preservativo, para que no se escape ni una sol gota.
-¡Estos beneficios son cada vez mejores!- exclama complacido, mientras yo sigo degustando la esencia de su virilidad.
Nos damos una ducha rápida, salimos del telo, y volvemos a la oficina para terminar el trámite de su nueva póliza. Póliza que, sin duda alguna, seguirá gozando de aquellos beneficios tan especiales...

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