Capítulo 36: Cogiendome a Mati
El 3 de enero, después de esa mañana tocándome en mi cuarto, estaba caliente, pero caliente de verdad, como si la conchita fuera un volcán a punto de hacer erupción. Nico y yo nos mandábamos mensajes zarpados toda la mañana, cosas como “te voy a coger toda cuando vuelva” y “quiero chupartela hasta que me bañes la cara de leche”, pero él estaba lejos, de vacaciones con sus padres, y yo necesitaba pija, ya, sin vueltas, como si mi vida dependiera de eso. No era solo querer, era una urgencia que me comía viva, un hambre que me hacía temblar de pies a cabeza. La culpa, que antes me aplastaba como una patada en el pecho, ahora era un susurro que la calentura se tragaba sin piedad. Amaba a Nico, posta, con todo el alma. Nuestra relación era una divina: cogíamos como animales, su familia me quería, la mía lo adoraba como a un hijo, pero eso no frenaba esta locura que me quemaba las entrañas. Quería cogerme a Nico, a Matías, a Diego, o al primero que me cruzara, siempre que me prendiera, que me mojara la conchita hasta dejarla chorreando como una cascada desbocada.
Decidí ir al gimnasio esa tarde, con la cabeza en llamas y la conchita palpitando como un tambor. Si Diego me tiraba una, una sola, me lo garchaba todo, no me importaba dónde: en el baño, en el auto, en su casa, lo que pintara. Estaba tan caliente que mi cuerpo era una bomba a punto de estallar, como si fuera una loba salida de cacería. Me puse un top deportivo negro que me apretaba las tetas, haciéndolas parecer dos melones listos para reventar, calzas ajustadas que me marcaban el culo, y una tanga negra que apenas cubría, porque, posta, iba lista. Hice pesas, cada levantada mandando un flash a la conchita, como si el esfuerzo me la mojara más, corrí en la cinta, el sudor corriendo por mi piel como una invitación, pero el hijo de puta de Diego no apareció. Salí del gimnasio más caliente que nunca, con bronca, la conchita empapada, la tanga pegada, y un humor que me hacía querer romper algo. “Boludo, ¿dónde carajo estás cuando te necesito?”, murmuré, pensando en su pija llenándome la boca esa noche bajo la lluvia, el sabor de su leche todavía sintiendolo en la lengua.
En el camino, sudada, con el pelo pegado a la nuca y la conchita gritándome, saqué el celular. Matías era mi otra carta, y no iba a buscar un nuevo quilombo con un desconocido cuando este flaco ya me volvía loca. Le escribí, sin dar vueltas, con la calentura a flor de piel: “Matías, ¿querés que nos veamos? Estoy que me muero por pija”. No sé si el flaco captó la desesperación jaja obviamente se afilaria los colmillos, respondió al toque: “Emmita, ¿tan directa? Venite, putita, te espero con la pija al palo”. La conchita me dio un vuelco, como si alguien hubiera tirado nafta al fuego. “Voy, para ahi”, escribí, y arranqué, con el corazón a mil, el sudor mezclado con la calentura, y la cabeza en una sola cosa: garchar hasta quedar seca.
Llegué a lo de Matías, y él abrió la puerta en short y remera, con una sonrisa de depredador que me hacía temblar desde el dia de la boda. “Emmita, estás a full, ¿qué te dieron?”, dijo, comiéndome con los ojos, el culo en las calzas y las tetas a punto de reventar el top. “Matías, vine porque quiero pija, no me hagas hablar boludeces”, dije, entrando como un huracán, la conchita re humeda tanto que sentía la tanga empapada, pegándose a los labios como si fuera parte de mí. Él se rió, con cara de no creerlo: Que paso Emmita no te esta cogiendo tu novio ?. “Callate le dijeí, empujándolo al sillón con una mano, mientras con la otra me arrancaba el top, dejando las tetas al aire, los pezones duros como balas, brillando con el sudor que me corría por el cuerpo.
Lo senté, me arrodillé entre sus piernas, le baje el short y el boxer, casi arrancándole la pija, que ya estaba dura, gruesa, esa que me volvía loca desde la primera vez que se la chupe. “Te voy a dar el pete de tu vida, , dije, mirándolo a los ojos, con una sonrisa de putita que sabía lo que valía. Escupí en la punta, dejando que la saliva chorreara, y lamí despacio, saboreandola, chupándola como si fuera un manjar. “Uff, Emmita, como estas”, dijó, y yo me la metí entera, chupando profundo, casi atragantandome con la pija, llenándome la garganta hasta las arcadas. Lamí desde los huevos, chupándolos uno por uno, subí por la pija, volví a meterla, y aceleré, con ritmo, una mano pajeandolo, la otra en mi conchita, metiéndome los dedos por debajo de la ropa, tocándome el clítoris empapado, hinchado, listo para explotar. Él me agarró el pelo, tirando fuerte, y yo gemí más, chupando como si quisiera sacarle el alma, la pija palpitándome en la boca, hasta que sentí que temblaba. “Para, putita, quiero cogerte”, dijo, pero yo lo frené, sacándome la pija de la boca con un pop húmedo, saliva colgándome de los labios: “No, yo te voy a coger, quedate quieto”.
Me saqué las calzas y la tanga de un tirón, quedándome desnuda, sudada, las tetas brillando, la conchita chorreando como un río. Lo empujé al sillón, sentándome encima suyo, y me metí su pija de una, gimiendo fuerte mientras me llenaba, la conchita apretándolo como si quisiera tragárselo entero. “Asi te gusta, Matías”, dije, rebotando rápido, dominándolo, las tetas saltando en su cara, mientras él me agarraba el culo, dándome nalgadas que resonaban como latigazos, cada una haciéndome gritar, la conchita palpitando con cada golpe, “que putita hermosa sos”, me decia, y yo aceleré, cogiéndomelo como si fuera mi esclavo, la pija rozándome justo donde me hacía temblar, el clítoris hinchado, a punto de estallar.
Quería más, Me puse en cuatro en el piso, el culo en pompa, las tetas rozando el suelo, y le dije: “Garchame,hdp”. Él se puso atrás, embistiéndome con fuerza, la pija llenándome hasta el fondo, cada pijazo un golpe que me hacía gritar, el chapoteo de mi conchita chorreando resonando, sus manos dándome nalgadas que me dejaban el culo rojo, cada una mandándome un flash de placer que me nublaba. “Dame más, Matías, cogeme”, gemí, arqueando la espalda, empujando el culo contra él, la conchita apretándose. Cambié,con el en sillón, y me senté encima, de espaldas, metiéndomela lento, gimiendo mientras me abría, mis manos en sus muslos, clavándole las uñas, controlando el ritmo, rebotando como si quisiera sacarle la leche a pura fuerza. “Tocame, haceme acabar”, gemí, y él frotó mi clítoris con los dedos, en círculos rápidos que me hicieron gritar, la conchita chorreando más, el placer subiéndome como un tsunami.
Mi cuerpo rebotando, las tetas saltando, la conchita tragándose su pija, el culo rojo de las nalgadas. “Quiero acabarte en la cara, Emma, y yo, perdida en el fuego, dije: “ llename la cara de leche, quiero todo”. Me puse de rodillas, él se paró, pajeándose rápido, y yo abrí la boca, mirándolo, las tetas al aire, sudada, con la conchita temblando. “sos tremenda”, dijo, y soltó una acabada brutal, chorros de leche caliente y espesa salpicándome la cara, corriendo por mis mejillas, mi barbilla, goteando en mis tetas, llenándome la boca, la lengua saboreándola como si fuera un postre. Gemí, chupándome los dedos, lamiendo la leche, mientras él temblaba, riendo: “Boluda, sos una reina, me dejaste seco, no me queda nada”.
Me desplomé en el sillón, la conchita sensible, desnuda, la cara y las tetas llenas de leche, el cuerpo sudado brillando, la respiración agitada como si hubiera corrido una maratón. Me limpié con un poco con los dedos, pero no me fui. “Matías, esto no puede seguir”, dije, pero mi voz era puro teatro, y él lo sabía. Se rió, sentándose a mi lado, y me pasó una cerveza. “Quedate, Emmita, relajá un toque”, dijo, y me quedé, tirada en el sillón, charlando pavadas, riendo, como si el mundo fuera nuestro. Hablamos de boludeces, de boliches, de cómo él también estaba caliente todo el día, y hasta me confesó que se había pajeado pensando en mí después de la videollamada de Nochebuena. Pero la culpa, aunque más chica, seguía ahí, como un pinchazo que no se iba. Sofi me había dicho que tuviera cuidado, que esto era una ruleta rusa, pero no pude parar. Esa tarde, cogiéndome a Matías, pidiéndole que me mas, marcó algo en mí. No era solo la calentura; era como si hubiera abrazado la putita que llevaba adentro, una Emma que no se frenaba, que se comía el mundo, y eso me daba miedo y me excitaba a la vez.
El 3 de enero, después de esa mañana tocándome en mi cuarto, estaba caliente, pero caliente de verdad, como si la conchita fuera un volcán a punto de hacer erupción. Nico y yo nos mandábamos mensajes zarpados toda la mañana, cosas como “te voy a coger toda cuando vuelva” y “quiero chupartela hasta que me bañes la cara de leche”, pero él estaba lejos, de vacaciones con sus padres, y yo necesitaba pija, ya, sin vueltas, como si mi vida dependiera de eso. No era solo querer, era una urgencia que me comía viva, un hambre que me hacía temblar de pies a cabeza. La culpa, que antes me aplastaba como una patada en el pecho, ahora era un susurro que la calentura se tragaba sin piedad. Amaba a Nico, posta, con todo el alma. Nuestra relación era una divina: cogíamos como animales, su familia me quería, la mía lo adoraba como a un hijo, pero eso no frenaba esta locura que me quemaba las entrañas. Quería cogerme a Nico, a Matías, a Diego, o al primero que me cruzara, siempre que me prendiera, que me mojara la conchita hasta dejarla chorreando como una cascada desbocada.
Decidí ir al gimnasio esa tarde, con la cabeza en llamas y la conchita palpitando como un tambor. Si Diego me tiraba una, una sola, me lo garchaba todo, no me importaba dónde: en el baño, en el auto, en su casa, lo que pintara. Estaba tan caliente que mi cuerpo era una bomba a punto de estallar, como si fuera una loba salida de cacería. Me puse un top deportivo negro que me apretaba las tetas, haciéndolas parecer dos melones listos para reventar, calzas ajustadas que me marcaban el culo, y una tanga negra que apenas cubría, porque, posta, iba lista. Hice pesas, cada levantada mandando un flash a la conchita, como si el esfuerzo me la mojara más, corrí en la cinta, el sudor corriendo por mi piel como una invitación, pero el hijo de puta de Diego no apareció. Salí del gimnasio más caliente que nunca, con bronca, la conchita empapada, la tanga pegada, y un humor que me hacía querer romper algo. “Boludo, ¿dónde carajo estás cuando te necesito?”, murmuré, pensando en su pija llenándome la boca esa noche bajo la lluvia, el sabor de su leche todavía sintiendolo en la lengua.
En el camino, sudada, con el pelo pegado a la nuca y la conchita gritándome, saqué el celular. Matías era mi otra carta, y no iba a buscar un nuevo quilombo con un desconocido cuando este flaco ya me volvía loca. Le escribí, sin dar vueltas, con la calentura a flor de piel: “Matías, ¿querés que nos veamos? Estoy que me muero por pija”. No sé si el flaco captó la desesperación jaja obviamente se afilaria los colmillos, respondió al toque: “Emmita, ¿tan directa? Venite, putita, te espero con la pija al palo”. La conchita me dio un vuelco, como si alguien hubiera tirado nafta al fuego. “Voy, para ahi”, escribí, y arranqué, con el corazón a mil, el sudor mezclado con la calentura, y la cabeza en una sola cosa: garchar hasta quedar seca.
Llegué a lo de Matías, y él abrió la puerta en short y remera, con una sonrisa de depredador que me hacía temblar desde el dia de la boda. “Emmita, estás a full, ¿qué te dieron?”, dijo, comiéndome con los ojos, el culo en las calzas y las tetas a punto de reventar el top. “Matías, vine porque quiero pija, no me hagas hablar boludeces”, dije, entrando como un huracán, la conchita re humeda tanto que sentía la tanga empapada, pegándose a los labios como si fuera parte de mí. Él se rió, con cara de no creerlo: Que paso Emmita no te esta cogiendo tu novio ?. “Callate le dijeí, empujándolo al sillón con una mano, mientras con la otra me arrancaba el top, dejando las tetas al aire, los pezones duros como balas, brillando con el sudor que me corría por el cuerpo.
Lo senté, me arrodillé entre sus piernas, le baje el short y el boxer, casi arrancándole la pija, que ya estaba dura, gruesa, esa que me volvía loca desde la primera vez que se la chupe. “Te voy a dar el pete de tu vida, , dije, mirándolo a los ojos, con una sonrisa de putita que sabía lo que valía. Escupí en la punta, dejando que la saliva chorreara, y lamí despacio, saboreandola, chupándola como si fuera un manjar. “Uff, Emmita, como estas”, dijó, y yo me la metí entera, chupando profundo, casi atragantandome con la pija, llenándome la garganta hasta las arcadas. Lamí desde los huevos, chupándolos uno por uno, subí por la pija, volví a meterla, y aceleré, con ritmo, una mano pajeandolo, la otra en mi conchita, metiéndome los dedos por debajo de la ropa, tocándome el clítoris empapado, hinchado, listo para explotar. Él me agarró el pelo, tirando fuerte, y yo gemí más, chupando como si quisiera sacarle el alma, la pija palpitándome en la boca, hasta que sentí que temblaba. “Para, putita, quiero cogerte”, dijo, pero yo lo frené, sacándome la pija de la boca con un pop húmedo, saliva colgándome de los labios: “No, yo te voy a coger, quedate quieto”.
Me saqué las calzas y la tanga de un tirón, quedándome desnuda, sudada, las tetas brillando, la conchita chorreando como un río. Lo empujé al sillón, sentándome encima suyo, y me metí su pija de una, gimiendo fuerte mientras me llenaba, la conchita apretándolo como si quisiera tragárselo entero. “Asi te gusta, Matías”, dije, rebotando rápido, dominándolo, las tetas saltando en su cara, mientras él me agarraba el culo, dándome nalgadas que resonaban como latigazos, cada una haciéndome gritar, la conchita palpitando con cada golpe, “que putita hermosa sos”, me decia, y yo aceleré, cogiéndomelo como si fuera mi esclavo, la pija rozándome justo donde me hacía temblar, el clítoris hinchado, a punto de estallar.
Quería más, Me puse en cuatro en el piso, el culo en pompa, las tetas rozando el suelo, y le dije: “Garchame,hdp”. Él se puso atrás, embistiéndome con fuerza, la pija llenándome hasta el fondo, cada pijazo un golpe que me hacía gritar, el chapoteo de mi conchita chorreando resonando, sus manos dándome nalgadas que me dejaban el culo rojo, cada una mandándome un flash de placer que me nublaba. “Dame más, Matías, cogeme”, gemí, arqueando la espalda, empujando el culo contra él, la conchita apretándose. Cambié,con el en sillón, y me senté encima, de espaldas, metiéndomela lento, gimiendo mientras me abría, mis manos en sus muslos, clavándole las uñas, controlando el ritmo, rebotando como si quisiera sacarle la leche a pura fuerza. “Tocame, haceme acabar”, gemí, y él frotó mi clítoris con los dedos, en círculos rápidos que me hicieron gritar, la conchita chorreando más, el placer subiéndome como un tsunami.
Mi cuerpo rebotando, las tetas saltando, la conchita tragándose su pija, el culo rojo de las nalgadas. “Quiero acabarte en la cara, Emma, y yo, perdida en el fuego, dije: “ llename la cara de leche, quiero todo”. Me puse de rodillas, él se paró, pajeándose rápido, y yo abrí la boca, mirándolo, las tetas al aire, sudada, con la conchita temblando. “sos tremenda”, dijo, y soltó una acabada brutal, chorros de leche caliente y espesa salpicándome la cara, corriendo por mis mejillas, mi barbilla, goteando en mis tetas, llenándome la boca, la lengua saboreándola como si fuera un postre. Gemí, chupándome los dedos, lamiendo la leche, mientras él temblaba, riendo: “Boluda, sos una reina, me dejaste seco, no me queda nada”.
Me desplomé en el sillón, la conchita sensible, desnuda, la cara y las tetas llenas de leche, el cuerpo sudado brillando, la respiración agitada como si hubiera corrido una maratón. Me limpié con un poco con los dedos, pero no me fui. “Matías, esto no puede seguir”, dije, pero mi voz era puro teatro, y él lo sabía. Se rió, sentándose a mi lado, y me pasó una cerveza. “Quedate, Emmita, relajá un toque”, dijo, y me quedé, tirada en el sillón, charlando pavadas, riendo, como si el mundo fuera nuestro. Hablamos de boludeces, de boliches, de cómo él también estaba caliente todo el día, y hasta me confesó que se había pajeado pensando en mí después de la videollamada de Nochebuena. Pero la culpa, aunque más chica, seguía ahí, como un pinchazo que no se iba. Sofi me había dicho que tuviera cuidado, que esto era una ruleta rusa, pero no pude parar. Esa tarde, cogiéndome a Matías, pidiéndole que me mas, marcó algo en mí. No era solo la calentura; era como si hubiera abrazado la putita que llevaba adentro, una Emma que no se frenaba, que se comía el mundo, y eso me daba miedo y me excitaba a la vez.
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