—¿Dónde estás? No te veo
—Busca el agujero en la pared.
—¿Qué haces? ¿Quién eres? ¿Estás sola? ¿Por qué me llamaste?
—Es un Glory Hole. Yo lo hice. ¿La tienes dura? ¿Quieres ponerla en mi boca?
—¿Me estás grabando? Tu voz es muy... ¿Qué edad tienes?
—Haces muchas preguntas... Solo sácatela y ponla en mi boca.
—Me voy, no voy a caer en semejante trampa tan absurda.
—¡Espera! No te vayas. Te explico: estoy familiarizada con esta zona, crecí muy cerca de aquí, venía a este edificio abandonado a jugar cuando era niña.
—¿Cuando eras? ¡Aún lo eres! Tu voz no me engaña... Me voy.
—Por favor, no... Es un punto ciego, un pasillo entre dos casas vacías. Desde aquí puedo ver a todos los que entran al callejón, pero los enrejados y la diferencia de luz no permiten que ellos puedan ver hacia aquí.
—¿Y si corro en este instante y le doy la vuelta a la casa? Podría atraparte y llevarte de una oreja a tu casa, para que sepan lo que haces.
—Ya no voy a estar aquí cuando llegues. ¿En serio crees que no tengo una ruta de escape? Llevo todo el año haciendo esto. Solo tengo que cruzar dos ventanas sin vidrio y entrar a los callejones del otro extremo. Y perderme entre la multitud. Ni siquiera tendría que trotar. Sería una pena porque lo arruinarías todo, sí, pero nunca sabrías quién soy.
—¿Y si avanzo sin hacer ruido? Quizás empiece a escabullirme en cuanto termine esta frase, y quizás te sorprenda ahí, arrodillada, con la cara pegada a la pared, niña loca.
—¿Oíste la campanita al entrar? El espacio donde estás era un local comercial con una campanita que anunciaba la entrada y salida de los clientes. No puedes salir sin hacer sonar la campanita. Y no estoy arrodillada, estoy cómodamente sentada en una sillita de mimbre, tengo bebidas, revistas y dulces. Es muy confortable, de hecho.
—Lo tienes todo muy bien pensado. ¿Por qué no quieres que me vaya? ¿Por qué me estás dando tantas explicaciones? ¿Se lo haces a todos los hombres que pasan por aquí?
—Solo a los que me gustan.
—¿Y por qué te gusto?
—Porque vi desde aquí que te despediste de tu esposa antes de entrar al callejón. Me gustan los hombres casados. También vi que le diste un beso en la frente a tu hija. Tiene mi edad, supongo. Puedes llamarme por su nombre. ¿Quieres que te llame papi? Mi boca es tuya, puedes sacarle las palabras que quieras, siempre y cuando le pongas dentro todo lo que quiero, hasta la última gota.
—Busca el agujero en la pared.
—¿Qué haces? ¿Quién eres? ¿Estás sola? ¿Por qué me llamaste?
—Es un Glory Hole. Yo lo hice. ¿La tienes dura? ¿Quieres ponerla en mi boca?
—¿Me estás grabando? Tu voz es muy... ¿Qué edad tienes?
—Haces muchas preguntas... Solo sácatela y ponla en mi boca.
—Me voy, no voy a caer en semejante trampa tan absurda.
—¡Espera! No te vayas. Te explico: estoy familiarizada con esta zona, crecí muy cerca de aquí, venía a este edificio abandonado a jugar cuando era niña.
—¿Cuando eras? ¡Aún lo eres! Tu voz no me engaña... Me voy.
—Por favor, no... Es un punto ciego, un pasillo entre dos casas vacías. Desde aquí puedo ver a todos los que entran al callejón, pero los enrejados y la diferencia de luz no permiten que ellos puedan ver hacia aquí.
—¿Y si corro en este instante y le doy la vuelta a la casa? Podría atraparte y llevarte de una oreja a tu casa, para que sepan lo que haces.
—Ya no voy a estar aquí cuando llegues. ¿En serio crees que no tengo una ruta de escape? Llevo todo el año haciendo esto. Solo tengo que cruzar dos ventanas sin vidrio y entrar a los callejones del otro extremo. Y perderme entre la multitud. Ni siquiera tendría que trotar. Sería una pena porque lo arruinarías todo, sí, pero nunca sabrías quién soy.
—¿Y si avanzo sin hacer ruido? Quizás empiece a escabullirme en cuanto termine esta frase, y quizás te sorprenda ahí, arrodillada, con la cara pegada a la pared, niña loca.
—¿Oíste la campanita al entrar? El espacio donde estás era un local comercial con una campanita que anunciaba la entrada y salida de los clientes. No puedes salir sin hacer sonar la campanita. Y no estoy arrodillada, estoy cómodamente sentada en una sillita de mimbre, tengo bebidas, revistas y dulces. Es muy confortable, de hecho.
—Lo tienes todo muy bien pensado. ¿Por qué no quieres que me vaya? ¿Por qué me estás dando tantas explicaciones? ¿Se lo haces a todos los hombres que pasan por aquí?
—Solo a los que me gustan.
—¿Y por qué te gusto?
—Porque vi desde aquí que te despediste de tu esposa antes de entrar al callejón. Me gustan los hombres casados. También vi que le diste un beso en la frente a tu hija. Tiene mi edad, supongo. Puedes llamarme por su nombre. ¿Quieres que te llame papi? Mi boca es tuya, puedes sacarle las palabras que quieras, siempre y cuando le pongas dentro todo lo que quiero, hasta la última gota.
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