Elena irrumpió en la cabaña huyendo de la tormenta, pero lo que encontró adentro fue mucho más peligroso. Marco estaba ahí, como si la hubiera estado esperando desde aquel día en el supermercado, cuando su mirada la recorrió como si ya la poseyera. Ahora, la lluvia chorreaba por su cuerpo, el vestido blanco pegado a sus tetas llenas y redondas, los pezones duros asomando bajo la tela transparente, sus muslos temblando bajo el dobladillo corto. El anillo de casada en su dedo brillaba bajo la luz del fuego, pero su mente ya estaba lejos de su esposo, un hombre de verga mediocre y caricias tibias. Marco cerró la puerta con un golpe seco, su camisa abierta mostrando un pecho musculoso cubierto de vello oscuro y cicatrices, y sus ojos prometían todo lo que ella había fantaseado.
No hablaron. Él la agarró por la cintura, sus dedos fuertes hundiéndose en su carne suave, y la besó con una ferocidad que le arrancó un gemido. Sus lenguas se enredaron, calientes y húmedas, mientras sus manos arrancaban la ropa del otro. El vestido de Elena cayó en un montón empapado, dejando al descubierto sus tetas rebotando libres, los pezones rosados y erectos, y una tanga negra diminuta que apenas cubría su concha empapada. Marco se bajó los jeans, y cuando su verga salió libre, Elena dejó escapar un jadeo. Era enorme, mucho más grande que la de su esposo: larga como su antebrazo, gruesa como una lata, con venas marcadas palpitando bajo la piel tensa y una cabeza hinchada y rojiza goteando líquido preseminal. Comparada con la verga flácida y corta de su marido, esto era un monstruo, y ella lo quería todo.
Se arrodilló frente al fuego, la alfombra áspera raspándole las rodillas, y lo agarró con ambas manos, apenas pudiendo cerrar los dedos alrededor de su grosor. Acarició la piel caliente y sedosa, subiendo y bajando por el tronco, mientras un hilo de líquido preseminal brillaba en la punta. Lo miró a los ojos, su respiración agitada, y luego se lanzó sobre él. Abrió la boca todo lo que pudo, los labios estirándose dolorosamente alrededor de la cabeza, y lo chupó con una pasión desesperada. Su lengua lamió la punta, saboreando el líquido salado, antes de deslizarse por debajo, trazando cada vena mientras lo metía más adentro. La verga de Marco llenó su boca, golpeando el fondo de su garganta hasta hacerla atragantarse, pero ella no paró. Saliva espesa le chorreaba por la barbilla, goteando sobre sus tetas, mientras lo succionaba con fuerza, los sonidos húmedos y obscenos resonando en la cabaña. Sus manos lo masturbaban al ritmo de su boca, apretando la base, y Marco gruñó, sus dedos clavándose en su pelo mojado, empujándola más profundo.
Él se tensó, su verga palpitando contra su lengua, y explotó con un rugido. El semen salió a chorros, caliente y espeso, llenándole la boca hasta que se desbordó por las comisuras de sus labios. Elena tragó cada gota, el sabor fuerte y almizclado invadiendo sus sentidos, y siguió chupando mientras lamía los restos, dejando su verga brillante y resbaladiza. Pero no se ablandó. Incluso después de venirse, esa verga seguía dura como acero, erguida y lista, desafiándola.
Marco no le dio tiempo a recuperarse. La levantó del suelo como si no pesara nada, sus manos grandes agarrándola por el culo, los dedos hundiéndose en la carne blanda. Elena jadeó, su concha tan mojada que sentía los jugos correr por sus muslos. Él la empujó contra el sofá, y con un movimiento brusco, enganchó un dedo en su tanga empapada, tirando la tela a un lado. El aire frío golpeó sus labios vaginales hinchados, rosados y brillantes de humedad, el clítoris asomando duro y sensible. Marco gruñó al verlo, y sin aviso, alineó su verga con su entrada. La cabeza gorda rozó su vagina, separando los labios, y luego embistió con fuerza, enterrándose hasta la mitad en un solo golpe.
Elena gritó, el placer y el dolor mezclándose mientras esa verga gigantesca la abría como nunca antes. Su vagina se estiró al límite, los músculos internos apretándose alrededor de él, chorreando jugos que salpicaban con cada embestida. Marco no se detuvo: la agarró por las caderas y la cogió con furia desencadenada, su verga entrando y saliendo, cada golpe más profundo, chocando contra su cervix y haciéndola temblar. Sus tetas rebotaban salvajemente, sudor y saliva brillando en su piel, mientras la tanga corrida a un lado rozaba su clítoris con cada movimiento, volviéndola loca. El sonido era puro sexo: el chapoteo húmedo de su vagina devorando esa verga, los golpes de sus huevos contra su culo, sus gemidos agudos y los gruñidos guturales de él.
Ella clavó las uñas en su espalda, sus piernas temblando alrededor de sus caderas, y sintió el orgasmo acercarse como una ola imparable. Marco aceleró, cogiéndola tan fuerte que el sofá crujió, su verga golpeando justo en su punto más sensible hasta que Elena explotó, su vagina contrayéndose alrededor de él, chorros de jugo caliente empapando sus muslos. Él no paró, prolongando su clímax hasta que ella sollozó de placer, y solo entonces se dejó ir otra vez, llenándola con un segundo chorro de semen que desbordó su vagina y goteó por sus piernas.
Cuando terminaron, colapsaron en un montón sudoroso y jadeante, el fuego crepitando como único testigo. Elena yacía sobre el sofá desvencijado, su cuerpo aún temblando del orgasmo que la había destrozado. El fuego crepitaba bajo, proyectando sombras danzantes sobre su piel desnuda, sudorosa, los pezones todavía duros y la vagina palpitante, con rastros de semen y sus propios jugos brillando entre sus muslos. Marco estaba a su lado, su respiración pesada, pero esa verga monstruosa —aún erecta, gruesa y venosa, con la cabeza hinchada y brillante— no mostraba signos de rendirse. Ella no pudo resistirse: alargó una mano temblorosa y la cerró alrededor de su verga, maravillándose otra vez de su tamaño. Sus dedos apenas abarcaban el grosor, y lo acarició lentamente, deslizando la palma por la piel caliente y resbaladiza, sintiendo cada vena pulsante bajo su toque. Un hilo de líquido preseminal brotó de la punta, y ella lo esparció con el pulgar, mordiéndose el labio mientras lo veía endurecerse aún más en su agarre.
Entonces, el silencio de la cabaña se rompió con el zumbido insistente de su celular, vibrando dentro del bolso tirado en el suelo. Elena soltó un jadeo de fastidio, pero el nombre en la pantalla —"Esposo"— la hizo tensarse. Era él, el hombre de verga pequeña y vida gris que ella había dejado atrás con una mentira burda: una amiga con un accidente doméstico, una excusa para escapar a este refugio con su amante. Marco la miró con una ceja alzada, una sonrisa torcida en los labios, pero no dijo nada. Ella respiró hondo, apretó el botón para contestar y se llevó el teléfono al oído, su otra mano aún acariciando la verga de Marco, incapaz de soltarlo.
—¿Aló? Sí, amor, estoy con ella ahora —dijo, forzando un tono calmado mientras su esposo hablaba al otro lado, preguntando por la supuesta amiga, cómo estaba, si necesitaba algo. Pero entonces Marco se movió. Sin aviso, se deslizó hacia abajo entre sus piernas, sus manos fuertes abriendo sus muslos con facilidad. Elena intentó cerrar las rodillas, pero él fue implacable, exponiendo su concha empapada y rosada, los labios hinchados y el clítoris todavía sensible asomando entre ellos.
Antes de que ella pudiera protestar, la boca de Marco estaba sobre ella. Su lengua, ancha y caliente, lamió desde la entrada de su vagina hasta el clítoris en una pasada lenta y deliberada, arrancándole un estremecimiento que casi la hace dejar caer el teléfono. "Sí, está… está bien, solo un susto," balbuceó al celular, su voz temblando mientras él chupaba sus labios vaginales, succionándolos con fuerza, el sonido húmedo y obsceno resonando en sus oídos. Ella apretó los dientes, conteniendo un gemido cuando la lengua de Marco se hundió dentro de su vagina, girando y lamiendo las paredes internas, saboreando la mezcla de sus jugos y el semen que él había dejado antes.
Su esposo seguía hablando, algo sobre volver temprano, pero Elena apenas lo oía. Marco no se detuvo: levantó sus caderas con ambas manos, sus dedos clavándose en su culo, y movió la lengua más abajo, trazando un camino hasta su culo. Ella se tensó, el anillo apretado y virgen palpitando bajo el roce húmedo de su lengua. Él lamió alrededor, lento y provocador, antes de presionar la punta contra el agujero, intentando entrar mientras sus labios volvían a chupar su concha al mismo tiempo. El placer era insoportable, una corriente eléctrica subiendo por su columna, y Elena tuvo que morderse el labio hasta casi sangrar para no gritar.
"¡Sí, amor, todo bien! Te llamo luego, está… pidiéndome algo," soltó de golpe, su voz entrecortada mientras Marco succionaba su clítoris con fuerza, sus dientes rozándolo apenas, y al mismo tiempo empujaba la lengua más profundo en su culo, abriéndolo poco a poco. Ella colgó el teléfono con un movimiento torpe, dejándolo caer al suelo, y finalmente dejó escapar el gemido que había estado conteniendo: un sonido gutural, casi animal, que llenó la cabaña. Sus manos volaron al pelo de Marco, empujándolo contra su entrepierna mientras sus caderas se retorcían, su concha chorreando jugos que él lamía con avidez y su culo cediendo al asalto de su lengua.
"¡Carajo, no pares!" gimió ella, ya sin control, mientras él alternaba entre chuparle el clítoris hasta hacerlo palpitar y coger su culo con la lengua, sus dedos abriendo sus nalgas para llegar más adentro. El placer la desgarró otra vez, un orgasmo rápido y brutal que la hizo arquearse contra su boca, sus muslos temblando y su vagina contrayéndose mientras él bebía cada gota que ella le daba.
Cuando levantó la cabeza, su barbilla brillaba con sus jugos, y esa verga seguía dura como roca entre sus piernas, lista para más. Elena lo miró, jadeando, el teléfono olvidado en el suelo, sabiendo que su mentira ya no importaba. Marco se incorporó, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de lujuria y desafío. La giró con facilidad, poniéndola a cuatro patas sobre el sofá, sus rodillas hundiéndose en el cojín gastado y sus manos aferrándose al respaldo. Él se posicionó detrás, sus manos grandes abriendo sus nalgas, exponiendo el culo virgen de Elena, el anillo apretado y rosado que él había humedecido con su lengua. Escupió en su mano, untando la saliva en la cabeza de su verga, y la alineó con el agujero.
Elena contuvo el aliento, el miedo y el deseo chocando dentro de ella mientras sentía la presión de esa verga monstruosa contra su culo. Marco empujó, lento al principio, la cabeza gorda abriendo el anillo con un dolor ardiente que la hizo gritar. "¡Puta madre, es demasiado!" gimió, pero él no paró, avanzando centímetro a centímetro, estirándola hasta que la cabeza pasó el borde y se hundió dentro. El dolor era intenso, pero mezclado con un placer oscuro que la hizo temblar. Marco gruñó, sus manos aferrándola por las caderas, y empezó a moverse, metiéndola más profundo con cada embestida, su verga abriendo su culo como nunca antes.
Ella gozaba y sufría al mismo tiempo, el tamaño de esa verga desgarrándola mientras su cuerpo se adaptaba lentamente. Por más de media hora, él la penetró sin descanso, cogiéndole el orto con un ritmo implacable, entrando y saliendo hasta que el dolor se transformó en un placer crudo y abrumador. Sus gemidos llenaban la cabaña, mezclados con los gruñidos de Marco y el sonido húmedo de su verga deslizándose en su culo dilatado. Elena sentía cada vena, cada pulgada, mientras él la llenaba por completo, sus huevos golpeando contra su concha empapada. Finalmente, con un rugido, Marco se vino otra vez, su semen caliente y espeso inundando su orto, desbordándose y chorreando por sus muslos mientras él seguía empujando, dejándola bien abierta y llena de leche.
Exhausta, Elena colapsó sobre el sofá, su culo palpitando y goteando, el cuerpo temblando de placer y agotamiento. Marco se acostó a su lado, envolviéndola en sus brazos fuertes, y ella se durmió así, abrazada a él, su piel sudorosa pegada a la de él, el calor del fuego envolviéndolos. Horas después, antes de que el alba terminara de clarear, él la despertó con un beso rudo. Su verga, incansable, estaba dura otra vez, y sin darle tiempo a protestar, la puso boca abajo y la volvió a coger por una hora más. La penetró por la vagina esta vez, embistiéndola con la misma furia, su verga golpeando profundo mientras ella gritaba y se retorcía bajo él, llegando al clímax tres veces antes de que él descargara otra vez dentro de ella, llenándola hasta que el semen goteó por el sofá.
Cuando llegó el momento de volver a casa, Elena se vistió con manos temblorosas. La tanga negra, arruinada y empapada, la había guardado en su bolso como un trofeo para Marco, un regalo que él aceptó con una sonrisa torcida. Sin ella, su vagina dolorida y su ano dilatado quedaban expuestos bajo el vestido, y cada paso le recordaba el castigo delicioso que había recibido. Subieron al auto de Marco, que la dejaría cerca de su hogar. Pero antes de llegar, a unas cuadras de su calle, ella no pudo resistirse. Se inclinó sobre él, le abrió el cierre del pantalón con dedos ansiosos y sacó esa verga enorme una vez más. La chupó con desesperación, metiéndola en su boca hasta la garganta, succionando con fuerza mientras él conducía, gimiendo bajo su toque. Marco se tensó, y justo antes de detener el auto, se vino en su boca, un chorro caliente y abundante que ella no tragó esta vez, guardando el semen en su lengua como un secreto ardiente.
Elena salió del auto, el sabor de la leche de su amante todavía fresco en su boca, y caminó las últimas cuadras hasta su casa. Al entrar, su esposo la esperaba en la sala, ajeno a todo, con esa cara de rutina que ella ahora despreciaba. "Amor, qué bueno que llegaste," dijo él, acercándose. Ella forzó una sonrisa, su vagina y su culo aún sensibles, el vestido rozando su piel sin nada debajo para ocultar las marcas de su aventura. Se acercó a él, lo abrazó fuerte, sintiendo su cuerpo flácido contra el suyo, y luego lo besó en la boca, un beso lento y profundo. Sus labios se abrieron, y ella dejó que la lengua de él rozara la suya, compartiendo sin que él lo supiera el sabor salado y espeso del semen de Marco. Él no notó nada, solo sonrió, inocente y cornudo, mientras la abrazaba de nuevo. Elena se apartó, el anillo pesándole como nunca, sabiendo que su cuerpo y su deseo ya no le pertenecían a ese hombre.
No hablaron. Él la agarró por la cintura, sus dedos fuertes hundiéndose en su carne suave, y la besó con una ferocidad que le arrancó un gemido. Sus lenguas se enredaron, calientes y húmedas, mientras sus manos arrancaban la ropa del otro. El vestido de Elena cayó en un montón empapado, dejando al descubierto sus tetas rebotando libres, los pezones rosados y erectos, y una tanga negra diminuta que apenas cubría su concha empapada. Marco se bajó los jeans, y cuando su verga salió libre, Elena dejó escapar un jadeo. Era enorme, mucho más grande que la de su esposo: larga como su antebrazo, gruesa como una lata, con venas marcadas palpitando bajo la piel tensa y una cabeza hinchada y rojiza goteando líquido preseminal. Comparada con la verga flácida y corta de su marido, esto era un monstruo, y ella lo quería todo.
Se arrodilló frente al fuego, la alfombra áspera raspándole las rodillas, y lo agarró con ambas manos, apenas pudiendo cerrar los dedos alrededor de su grosor. Acarició la piel caliente y sedosa, subiendo y bajando por el tronco, mientras un hilo de líquido preseminal brillaba en la punta. Lo miró a los ojos, su respiración agitada, y luego se lanzó sobre él. Abrió la boca todo lo que pudo, los labios estirándose dolorosamente alrededor de la cabeza, y lo chupó con una pasión desesperada. Su lengua lamió la punta, saboreando el líquido salado, antes de deslizarse por debajo, trazando cada vena mientras lo metía más adentro. La verga de Marco llenó su boca, golpeando el fondo de su garganta hasta hacerla atragantarse, pero ella no paró. Saliva espesa le chorreaba por la barbilla, goteando sobre sus tetas, mientras lo succionaba con fuerza, los sonidos húmedos y obscenos resonando en la cabaña. Sus manos lo masturbaban al ritmo de su boca, apretando la base, y Marco gruñó, sus dedos clavándose en su pelo mojado, empujándola más profundo.
Él se tensó, su verga palpitando contra su lengua, y explotó con un rugido. El semen salió a chorros, caliente y espeso, llenándole la boca hasta que se desbordó por las comisuras de sus labios. Elena tragó cada gota, el sabor fuerte y almizclado invadiendo sus sentidos, y siguió chupando mientras lamía los restos, dejando su verga brillante y resbaladiza. Pero no se ablandó. Incluso después de venirse, esa verga seguía dura como acero, erguida y lista, desafiándola.
Marco no le dio tiempo a recuperarse. La levantó del suelo como si no pesara nada, sus manos grandes agarrándola por el culo, los dedos hundiéndose en la carne blanda. Elena jadeó, su concha tan mojada que sentía los jugos correr por sus muslos. Él la empujó contra el sofá, y con un movimiento brusco, enganchó un dedo en su tanga empapada, tirando la tela a un lado. El aire frío golpeó sus labios vaginales hinchados, rosados y brillantes de humedad, el clítoris asomando duro y sensible. Marco gruñó al verlo, y sin aviso, alineó su verga con su entrada. La cabeza gorda rozó su vagina, separando los labios, y luego embistió con fuerza, enterrándose hasta la mitad en un solo golpe.
Elena gritó, el placer y el dolor mezclándose mientras esa verga gigantesca la abría como nunca antes. Su vagina se estiró al límite, los músculos internos apretándose alrededor de él, chorreando jugos que salpicaban con cada embestida. Marco no se detuvo: la agarró por las caderas y la cogió con furia desencadenada, su verga entrando y saliendo, cada golpe más profundo, chocando contra su cervix y haciéndola temblar. Sus tetas rebotaban salvajemente, sudor y saliva brillando en su piel, mientras la tanga corrida a un lado rozaba su clítoris con cada movimiento, volviéndola loca. El sonido era puro sexo: el chapoteo húmedo de su vagina devorando esa verga, los golpes de sus huevos contra su culo, sus gemidos agudos y los gruñidos guturales de él.
Ella clavó las uñas en su espalda, sus piernas temblando alrededor de sus caderas, y sintió el orgasmo acercarse como una ola imparable. Marco aceleró, cogiéndola tan fuerte que el sofá crujió, su verga golpeando justo en su punto más sensible hasta que Elena explotó, su vagina contrayéndose alrededor de él, chorros de jugo caliente empapando sus muslos. Él no paró, prolongando su clímax hasta que ella sollozó de placer, y solo entonces se dejó ir otra vez, llenándola con un segundo chorro de semen que desbordó su vagina y goteó por sus piernas.
Cuando terminaron, colapsaron en un montón sudoroso y jadeante, el fuego crepitando como único testigo. Elena yacía sobre el sofá desvencijado, su cuerpo aún temblando del orgasmo que la había destrozado. El fuego crepitaba bajo, proyectando sombras danzantes sobre su piel desnuda, sudorosa, los pezones todavía duros y la vagina palpitante, con rastros de semen y sus propios jugos brillando entre sus muslos. Marco estaba a su lado, su respiración pesada, pero esa verga monstruosa —aún erecta, gruesa y venosa, con la cabeza hinchada y brillante— no mostraba signos de rendirse. Ella no pudo resistirse: alargó una mano temblorosa y la cerró alrededor de su verga, maravillándose otra vez de su tamaño. Sus dedos apenas abarcaban el grosor, y lo acarició lentamente, deslizando la palma por la piel caliente y resbaladiza, sintiendo cada vena pulsante bajo su toque. Un hilo de líquido preseminal brotó de la punta, y ella lo esparció con el pulgar, mordiéndose el labio mientras lo veía endurecerse aún más en su agarre.
Entonces, el silencio de la cabaña se rompió con el zumbido insistente de su celular, vibrando dentro del bolso tirado en el suelo. Elena soltó un jadeo de fastidio, pero el nombre en la pantalla —"Esposo"— la hizo tensarse. Era él, el hombre de verga pequeña y vida gris que ella había dejado atrás con una mentira burda: una amiga con un accidente doméstico, una excusa para escapar a este refugio con su amante. Marco la miró con una ceja alzada, una sonrisa torcida en los labios, pero no dijo nada. Ella respiró hondo, apretó el botón para contestar y se llevó el teléfono al oído, su otra mano aún acariciando la verga de Marco, incapaz de soltarlo.
—¿Aló? Sí, amor, estoy con ella ahora —dijo, forzando un tono calmado mientras su esposo hablaba al otro lado, preguntando por la supuesta amiga, cómo estaba, si necesitaba algo. Pero entonces Marco se movió. Sin aviso, se deslizó hacia abajo entre sus piernas, sus manos fuertes abriendo sus muslos con facilidad. Elena intentó cerrar las rodillas, pero él fue implacable, exponiendo su concha empapada y rosada, los labios hinchados y el clítoris todavía sensible asomando entre ellos.
Antes de que ella pudiera protestar, la boca de Marco estaba sobre ella. Su lengua, ancha y caliente, lamió desde la entrada de su vagina hasta el clítoris en una pasada lenta y deliberada, arrancándole un estremecimiento que casi la hace dejar caer el teléfono. "Sí, está… está bien, solo un susto," balbuceó al celular, su voz temblando mientras él chupaba sus labios vaginales, succionándolos con fuerza, el sonido húmedo y obsceno resonando en sus oídos. Ella apretó los dientes, conteniendo un gemido cuando la lengua de Marco se hundió dentro de su vagina, girando y lamiendo las paredes internas, saboreando la mezcla de sus jugos y el semen que él había dejado antes.
Su esposo seguía hablando, algo sobre volver temprano, pero Elena apenas lo oía. Marco no se detuvo: levantó sus caderas con ambas manos, sus dedos clavándose en su culo, y movió la lengua más abajo, trazando un camino hasta su culo. Ella se tensó, el anillo apretado y virgen palpitando bajo el roce húmedo de su lengua. Él lamió alrededor, lento y provocador, antes de presionar la punta contra el agujero, intentando entrar mientras sus labios volvían a chupar su concha al mismo tiempo. El placer era insoportable, una corriente eléctrica subiendo por su columna, y Elena tuvo que morderse el labio hasta casi sangrar para no gritar.
"¡Sí, amor, todo bien! Te llamo luego, está… pidiéndome algo," soltó de golpe, su voz entrecortada mientras Marco succionaba su clítoris con fuerza, sus dientes rozándolo apenas, y al mismo tiempo empujaba la lengua más profundo en su culo, abriéndolo poco a poco. Ella colgó el teléfono con un movimiento torpe, dejándolo caer al suelo, y finalmente dejó escapar el gemido que había estado conteniendo: un sonido gutural, casi animal, que llenó la cabaña. Sus manos volaron al pelo de Marco, empujándolo contra su entrepierna mientras sus caderas se retorcían, su concha chorreando jugos que él lamía con avidez y su culo cediendo al asalto de su lengua.
"¡Carajo, no pares!" gimió ella, ya sin control, mientras él alternaba entre chuparle el clítoris hasta hacerlo palpitar y coger su culo con la lengua, sus dedos abriendo sus nalgas para llegar más adentro. El placer la desgarró otra vez, un orgasmo rápido y brutal que la hizo arquearse contra su boca, sus muslos temblando y su vagina contrayéndose mientras él bebía cada gota que ella le daba.
Cuando levantó la cabeza, su barbilla brillaba con sus jugos, y esa verga seguía dura como roca entre sus piernas, lista para más. Elena lo miró, jadeando, el teléfono olvidado en el suelo, sabiendo que su mentira ya no importaba. Marco se incorporó, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de lujuria y desafío. La giró con facilidad, poniéndola a cuatro patas sobre el sofá, sus rodillas hundiéndose en el cojín gastado y sus manos aferrándose al respaldo. Él se posicionó detrás, sus manos grandes abriendo sus nalgas, exponiendo el culo virgen de Elena, el anillo apretado y rosado que él había humedecido con su lengua. Escupió en su mano, untando la saliva en la cabeza de su verga, y la alineó con el agujero.
Elena contuvo el aliento, el miedo y el deseo chocando dentro de ella mientras sentía la presión de esa verga monstruosa contra su culo. Marco empujó, lento al principio, la cabeza gorda abriendo el anillo con un dolor ardiente que la hizo gritar. "¡Puta madre, es demasiado!" gimió, pero él no paró, avanzando centímetro a centímetro, estirándola hasta que la cabeza pasó el borde y se hundió dentro. El dolor era intenso, pero mezclado con un placer oscuro que la hizo temblar. Marco gruñó, sus manos aferrándola por las caderas, y empezó a moverse, metiéndola más profundo con cada embestida, su verga abriendo su culo como nunca antes.
Ella gozaba y sufría al mismo tiempo, el tamaño de esa verga desgarrándola mientras su cuerpo se adaptaba lentamente. Por más de media hora, él la penetró sin descanso, cogiéndole el orto con un ritmo implacable, entrando y saliendo hasta que el dolor se transformó en un placer crudo y abrumador. Sus gemidos llenaban la cabaña, mezclados con los gruñidos de Marco y el sonido húmedo de su verga deslizándose en su culo dilatado. Elena sentía cada vena, cada pulgada, mientras él la llenaba por completo, sus huevos golpeando contra su concha empapada. Finalmente, con un rugido, Marco se vino otra vez, su semen caliente y espeso inundando su orto, desbordándose y chorreando por sus muslos mientras él seguía empujando, dejándola bien abierta y llena de leche.
Exhausta, Elena colapsó sobre el sofá, su culo palpitando y goteando, el cuerpo temblando de placer y agotamiento. Marco se acostó a su lado, envolviéndola en sus brazos fuertes, y ella se durmió así, abrazada a él, su piel sudorosa pegada a la de él, el calor del fuego envolviéndolos. Horas después, antes de que el alba terminara de clarear, él la despertó con un beso rudo. Su verga, incansable, estaba dura otra vez, y sin darle tiempo a protestar, la puso boca abajo y la volvió a coger por una hora más. La penetró por la vagina esta vez, embistiéndola con la misma furia, su verga golpeando profundo mientras ella gritaba y se retorcía bajo él, llegando al clímax tres veces antes de que él descargara otra vez dentro de ella, llenándola hasta que el semen goteó por el sofá.
Cuando llegó el momento de volver a casa, Elena se vistió con manos temblorosas. La tanga negra, arruinada y empapada, la había guardado en su bolso como un trofeo para Marco, un regalo que él aceptó con una sonrisa torcida. Sin ella, su vagina dolorida y su ano dilatado quedaban expuestos bajo el vestido, y cada paso le recordaba el castigo delicioso que había recibido. Subieron al auto de Marco, que la dejaría cerca de su hogar. Pero antes de llegar, a unas cuadras de su calle, ella no pudo resistirse. Se inclinó sobre él, le abrió el cierre del pantalón con dedos ansiosos y sacó esa verga enorme una vez más. La chupó con desesperación, metiéndola en su boca hasta la garganta, succionando con fuerza mientras él conducía, gimiendo bajo su toque. Marco se tensó, y justo antes de detener el auto, se vino en su boca, un chorro caliente y abundante que ella no tragó esta vez, guardando el semen en su lengua como un secreto ardiente.
Elena salió del auto, el sabor de la leche de su amante todavía fresco en su boca, y caminó las últimas cuadras hasta su casa. Al entrar, su esposo la esperaba en la sala, ajeno a todo, con esa cara de rutina que ella ahora despreciaba. "Amor, qué bueno que llegaste," dijo él, acercándose. Ella forzó una sonrisa, su vagina y su culo aún sensibles, el vestido rozando su piel sin nada debajo para ocultar las marcas de su aventura. Se acercó a él, lo abrazó fuerte, sintiendo su cuerpo flácido contra el suyo, y luego lo besó en la boca, un beso lento y profundo. Sus labios se abrieron, y ella dejó que la lengua de él rozara la suya, compartiendo sin que él lo supiera el sabor salado y espeso del semen de Marco. Él no notó nada, solo sonrió, inocente y cornudo, mientras la abrazaba de nuevo. Elena se apartó, el anillo pesándole como nunca, sabiendo que su cuerpo y su deseo ya no le pertenecían a ese hombre.
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