De lo estresada y mal que me sentía, dormí un montón. Escuché la alarma pero la manoteé y seguí durmiendo. Me despertó, no sé cómo, esas cosas que pasan, el sonido de golpecitos suaves en la puerta de casa. No era el timbre de la calle, me estaban golpeando a la puerta. Y no sé cómo hice para escucharlos, pero lo hice y me desperté. A las apuradas, pensando que Ariel no podía ser si tenía llave, me puse una remera y un pantalón de gimnasia así nomás y fui a la puerta.
“Quien es?”, pregunté despacito.
“Si, Leonardo…”, escuché la voz del otro lado.
Ah, Leo. Mi vecino jubilado. No era extraño que muy de vez en cuando me golpeara la puerta por algo, o que yo se la golpeara a él. Hacía ya un par de años que vivíamos ahí. A veces nos veíamos por el pasillo y siempre, desde que yo recordé, me pareció un tipo super amable, era un encanto. Siempre me sonreía, siempre saludaba bien, era re caballero y se me colgaba a hablar, pero bien. Nada molesto, siempre era un placer y me sacaba una risa con algún chiste. Vivía con la mujer en otro de los PH, una vieja que más amarga y agreta no podía ser. Siempre vestida de negro, como si todos los días se había muerto alguien y cuando alguna vez nos cruzabamos casi que ni te saludaba. Siempre con cara de orto. Permanente. Y cuando yo salía a comprar algo o a cualquier cosa, lo único que escuchaba, no importaba a qué hora del día yo pasaba, era el ruido de la tele fuerte en el PH de ellos, con la vieja viendo novelas todo el tiempo. Siempre me resultó llamativo y curioso el contraste entre Leonardo y la mujer y nunca me lo había podido explicar.
Abrí la puerta y lo ví. Estaba ahí, sonriéndome suave, con la buena onda que parecía irradiar siempre.
“Hola, Trini… uh… te desperté?”, me dijo
“No… no”, le mentí mientras me frotaba un poco la mejilla y el ojo. Estaba re dormida todavía y él sólo se sonrió, “Qué hacés…”
“Nada,” me dijo, “Disculpame la interrupción, espero que no te joda, pero venía a ver cómo estabas… si estabas bien, viste…”
Yo me extrañé al principio, no captaba, pero me cayó la ficha rápido. La pelea que tuve con Ariel anoche debió haber sonado más fuerte de lo que pensaba. Yo no lo noté, enfrascada en la pelea, pero lo que debió haber sido… “Ah… uh, si… disculpá, Leonardo… Sí, anoche fue complicado, pero todo bien… perdoná si te despertamos…”
El se rió, “No, para nada, no me despertaste. Pero me preocupé viste. Ustedes no son de pelear y la verdad que sonaba bastante fuerte.”
“Si, claro… perdoná…”, le dije.
“Casi que llamo a la policía”, me dijo y me sorprendió. Tan fuerte nos habíamos peleado? “Pensé que por ahí había un tema de violencia, viste…”
Yo lo miré. Me dió ternura que un vecino hubiera tenido la delicadeza de pensar eso y querer cuidarme así, “Uh… uh Leo, no, muchas gracias. Pero estoy bien… te re agradezco igual el haber pensado…
Me hizo un gestito con la mano, “Ni lo menciones, Trini. Me alegro que estés bien.”
Le sonreí, “Muchas gracias, Leo. De verdad, sos muy amable.”
“Desde ya.”, me sonrió dulcemente.
“Si… la verdad es que anoche… sí, fué bastante fuerte. Se nos fué un poco de las manos…”, le dije y me encontré a mí misma queriendo contarle. Yo trataba de ser bastante reservada con mis cosas, encima cosas medio avergonzantes como ésta, pero la sonrisa del viejo y la buena onda que tenía como que me desarmó. Me calmó y me puso bien, dispuesta para hablar, pese a que recién me había levantado.
“Pasa, pasa a veces… quedate tranquila, si no hubo el problema que te decía… entonces no hay problema, todo se arregla. Sabés las peleas que yo tenía a veces con Estela! Jajajaj…”, se rió solo y yo le sonreí.
“Si, quedate tranquilo que nada que ver, fué una discusión nada más”, le sonreí.
“Bueno, perfecto, cuando lo vea a Ariel también le voy a decir… hay que calmarse, che.. Todo se soluciona en la vida…”, se volvió a reír.
Si me preguntan ahora no sé por qué se lo dije. No lo sé. Era la confianza que me inspiraba, no lo sé. Me dió una seguridad el tipo… una calidez… “Eh… bueno… la verdad que no sé si lo vas a ver de nuevo…”
Ahí le cambió la cara, se puso serio de golpe, “Uh, no me digas, Trini… no… no, lo siento mucho…”
“Bah, no sé, que se yo…”, me encogí de hombros, “Te decía nada más…”
Me sonrió suave y me miró todavía más suave, con ternura en la mirada, “Bueno… como te dije, todo se soluciona. Escuchame, cualquier cosa… pero en serio cualquier cosa que necesitas, me avisás, eh? Me golpeas la puerta, no hay ningún problema.”
“Ay, Leo, muchas gracias… en serio…”, le sonreì, le asenti y nos despedimos muy amablemente. Me dió, como les dije, ternura y me sentí bien que un vecino me quisiera cuidar así.Cuando volví a casa me encontré sonriendo suavemente sola, ni sabía por qué, mientras me preparaba para arrancar el día. Me había hecho bien esa charla que no esperaba.
No habían pasado veinte minutos que sentí que me golpeaban despacito la puerta de nuevo, lo que me resultó rarísimo. Cuando la abrí era Leonardo de nuevo. Nada más se sonreía y me extendió un paquetito que tenía en la mano. Lo reconocí enseguida, estaba envuelto en el papel de la panadería de la cuadra.
“Tomá, para vos. Así tenés algo rico para acompañar el desayuno…”
“Ay, Leo… gracias, yo….”
No sé que me pasó. En ese momento no sé qué me pasó. Me dió tanta felicidad, tanta ternura que el tipo había tenido esa atención conmigo, sin querer nada más. Y yo venía tan estresada de ayer, de varios días, con las peleas y discusiones… no lo pude evitar y me quebré un poquito. No me salieron de nuevo las lágrimas. Querían salir, pero las atajé. Lancé un sollozo bajito sin querer y me froté la nariz.
“... g-gracias, Leo… sos muy amable… gracias, de verdad…”
Leonardo me miró un poco serio, “Uy…. uy nena, que pasa? Estás bien?”
Yo le asentí y lo miré. En ese momento sentí que no quería hacer otra cosa y me salió. Me salió natural, me salió bien, me salió necesario. Le dibujé una sonrisa suave y le abrí la puerta, “... querés pasar? Te hago un cafecito… es lo menos que puedo hacer…”
Leonardo me debe haber visto que realmente necesitaba estar acompañada y hablar con alguien. Lo captó enseguida y me sonrió suavemente, “Bueno, dale… seguro, si no te molesto…”
Le sonreí, “Para nada, pasá, dale… gracias…”
A veces las cosas pasan por algo. Esas dos horas que Leonardo se quedó en casa y nos sentamos a la mesita de la cocina, tomando café, comiendo medialunas, charlando bajo el solcito suave de la mañana que entraba perezoso por la ventana… esas dos horas me cambiaron la vida.
Ariel apareció de nuevo a los dos días. Cayó con el auto que le había prestado el amigo y varios bolsos. Vino a cortar conmigo y a llevarse sus cosas. Tuvimos otra discusión, también bastante tensa pero que ni cerca llegó a los niveles de volumen de la otra. Yo estaba más triste que enojada. Él estaba seco como un desierto, y me trataba igual. Despectivo y frío. Me dijo dos o tres cosas, acerca de temas muy íntimos que él sabía de mí. Cosas muy hirientes que me dolieron mucho y me dejaron muy mal. Cosas que no hacía falta decir. Cosas de mala persona decir.
Al irse me tiró las llaves de la casa en la mesa del living y ahí me las dejó. Y así se fué. Dejándome con el PH… y yo casi sin plata y sin un ingreso. Me agarró una depresión muy fuerte en ese momento. Ese momento de desesperación en la que a una se le caen todos los platos con los que estaba haciendo malabares, todos de golpe al piso y no sabés cuál tratar de atajar primero.
Cuando me recompuse llamé a mi mamá y le conté todo. Por suerte algo de plata con mi viejo me pasaron, para ir zafando aunque sea ese mes con los gastos básicos. También la llamé a Roxy y ella me transfirió algo de plata. No sólo eso sino que se vino a quedar conmigo en casa dos o tres días, para que no estuviera sola y para ayudarme con lo que fuera. Y no sólo eso sino que me dijo que iba a tratar de hacerme entrar en la empresa donde estaba ella, así podría empezar a trabajar remoto desde casa.
Cómo amo a mi Roxy.
Mientras estaba en casa Roxy una noche me dijo que pruebe de mensajearlo de nuevo a Mateo. Evidentemente me había quedado enganchada con él y por qué no probar? Si con el pibe nos gustamos y ahora con Ariel que ya no estaba… quién te decía? Yo no sabía si hacerlo, había pasado algo de tiempo, pero al final me decidí y lo hice.
Mateo básicamente me contestó que gracias, pero no gracias. Me deseó lo mejor, pero dijo que realmente no quería verme ni entablar nada. Que estaba con otras cosas. Me mandó un beso por chat y esa fué la última vez que hablé con él. Yo me sentí peor. Roxy después de pensarlo un rato me dijo lo que pensaba, que seguramente era cierto.
Mateo cuando me conoció obvio que le gusté, no pasaba por ahí. Pero el quería una novia, una chica normal… y yo lo que hice fué, como una estúpida y una calentona, nada más mostrarle a la putita y a la loca, que se hacía sacar fotos practicándole sexo oral. Una loquita que no tenía ningún problema en cornear a su novio con un tipo que recién había conocido… y si se lo podía hacer a Ariel, por que no podría hacérselo a él después, igual de fácil?
Y la verdad es que Roxy había dado en el clavo. Tenía demasiado sentido lo que dijo. Pobre Mateo, y qué boluda que fuí.
Fue por ese motivo de Mateo, y por otros motivos también, que con Roxy ahí decidimos que el juego de la puerta había que terminarlo. Ya estaba y ya estaba bien. Las dos la pasamos bien, mientras duró, pero ninguna de las dos lo supo manejar como se debía. Nada que reprochar de nada en cuanto a lo sexual, pero nos trajo muchas, demasiadas complicaciones. Nada más la felicité por haber ganado y me hizo cocinarle una cena de la victoria esa noche porque, según ella, se había roto el culo literalmente para ganarme.
Y a mí la verdad que me alivió haber terminado con el juego. Como estaba la situación así de complicada en mi vida, no necesitaba ese tipo de condimentos extras.
También creo que tengo que contarles lo más importante de todo ésto, que es lo relacionado a Leonardo. Creo que quedó eso pendiente. Vaya pavada de cosa quedó en el tintero.
Les dije que esa charla que habíamos tenido cuando desayunamos esa mañana me terminó cambiando la vida. Durante ese desayuno charlamos de todo. De todo lo que me había pasado, de todo lo que podría llegar a pasar y así nos empezamos a conocer. De a poco. Nos empezamos a juntar en casa, empezó a venir seguido a hacerme compañía, a tomarnos eternos cafés o mates, o se quedaba después de hacerme algún mandado pese a que a mi me daba vergüenza que los hiciera él. Él se ofrecía gustoso.
Me dí cuenta que Leonardo era un tipo realmente fascinante. Bah, a mì por lo menos me terminó fascinando. Y cuanto más me contaba de él y más tiempo pasaba con él, más me hacía sentir bien y más me interesaba.
Ya tenía 70 años, pero muy bien llevados y era un tipo muy curtido, muy viajado. Experimentado, esa es la palabra exacta. Pero mientras que otros hombres usan esa experiencia de años para endurecerse la piel y hacerse más distantes, más secos, Leonardo era todo lo contrario. Había sido medio hippie de joven, durante los años ‘70, y siempre anduvo medio metido en la onda del rock nacional de esa época.
Una lo veía y la verdad que no lo parecía para nada. Había cambiado mucho. Aca estaba éste tipo canoso, ya jubilado, pero con su pelo corto y bien arreglado. No me lo veía de pelo largo y fumado, hasta que una vez me mostró cagándose de risa unas fotos viejas de él y no lo podía creer. Ahí estaban los ojos celestes inconfundibles de Leonardo, pero mirándome desde hacía tanto tiempo y casi bajo una melena larga y negra. Era una foto grupal con otros chicos y chicas, parecían de veinte y pico. Me dijo que esa foto la sacaron en las sierras de Córdoba, cuando fueron a hacer un campamento por la paz.
Yo me sonreí mirándola y le pregunté quiénes eran los otros. Me dijo que eran amigos y amigas, algunos del colegio, otros así de la vida o del ambiente. Cuando tiré así al aire que habría sido de toda esa gente, me dijo con naturalidad, sin ningún tipo de tristeza, “Eh… se murieron casi todos. De una cosa u otra. Y otros se perdieron. Que se le va a hacer…” . La filosofía y la forma de ser de Leonardo me encantaba. Para él todo era experiencia, no había lugar para el juicio. Cada uno tenía su propio camino y el derecho a experimentarlo como sea, como se le fuera dando. Todo en la vida era experiencia para aprender, no para juzgar.
Había sido plomo de Palito Ortega y de Baglietto, me dijo, y conocìó a Spinetta, Charly, Billy Bond y a Pappo. Cuando medio que se aburrió un poco del ambiente del rock, para eso del final de la dictadura, esos últimos años, se puso a viajar de mochilero. Así conoció, me dijo, desde Ushuaia hasta Bogotá. Vio las cataratas, Macchu Picchu, el sol ponerse temprano por detrás de la cordillera en Mendoza… el Amazonas fluyendo suave y potente a la mañana, junto a los sonidos de los canoeros gritándose cosas mientras el miraba desde la orilla… Estuvo también en Jamaica y en Cuba.
Yo lo miraba extasiada mientras me contaba todo eso, tenía una forma de contar las cosas que te hacía sentir ahí, porque se acordaba de todos los detalles y encima eran detalles hermosos.Escucharlo te transportaba de verdad. Yo viajaba con él, perdida con una sonrisa en sus palabras. Y no tenía mil historias, parecía tener un millón.
Cuando ya sintió que había viajado, a mediados de los ‘80 volvió y con un amigo puso un negocio de venta de instrumentos musicales. Me dijo que le había dejado buena plata hasta que vino la hiperinflación y se descalabró todo el país. Ya había conocido a Estela, me dijo, y ya se habían casado. Cuando se le fundió el negocio decidió irse a Chile y empezar de nuevo ahí. Tuvo la suerte después de varios años de ponerse un emprendimiento de importación de computadoras. Y muchos años mas tarde de celulares y accesorios justo cuando arrancó justo el boom de los celus, con el iPhone y todo eso, y se llenó de plata. Pero se llenó de plata mal. No me lo dijo alardeando, para nada. Para él era un dato más.
Después se volvió a Buenos Aires, que fué cuando se compró éste PH donde vivía. Se llevó una muy buena parte de lo que le correspondía del negocio de los celus y le dejó la empresa a los otros socios, también haciendo parte a los empleados que tenía. Y ahí se jubiló. Y desde entonces vivía ahí, tranquilo, con su mujer, disfrutando los años que la vida iba a decidir que tuviera.
Yo lo miraba. Se lo veía recontra sano para un tipo de su edad. De hecho lo único que reflejaba la edad, si una lo veìa, eran nada más las arrugas de su piel y su pelo totalmente canoso. Y, por supuesto, el mundo de experiencia que llevaba suave en esos ojos celestes, dulces y amorosos. Yo no necesitaba haber visto las fotos que a veces me mostraba, se notaba que había sido bien, pero bien facherito de joven. Se notaba en cómo había envejecido, bien y manteniendo esa cara alegre y atractiva, y en cómo se comportaba en todo momento. Con seguridad, con confianza, pero también con calidez y entendimiento. No sólo era un placer para mí escucharlo, con la calma y paz que me transmitía. También era un placer notar como él me escuchaba cuando yo le hablaba, prestando atención a todo lo que yo decía, hasta a los chistes, y sonriéndome suave, escuchando, entendiendo, y devolviéndome siempre algo tierno y sabio que yo no me esperaba y me terminaba ayudando.
Una vez entre risas le tire algo como que lo que debía haber levantado de joven, con esa facha que se le veía en las fotos. Se cagó de risa y nada más me dijo que estaba empatado con la vida en esa área: él no se podía quejar, y tampoco nunca había recibido quejas. Los dos nos reímos.
Sin embargo, una vez me hizo enojar. Un día volví a casa de hacer las compras y me encontré un sobre deslizado por debajo de la puerta. Cuando lo abrí, había un cheque. No voy a decir de cuanto, no importa, pero era lo suficiente como para que yo no me preocupara por nada por el resto del mes, al menos. Y cuando vi quien era el firmante me subió la bronca.
Fui inmediatamente con el sobre en la mano a golpearle la puerta a Leonardo. Me atendió la vieja amarga de la mujer, pregunté por él y al ratito vino a la puerta, ya sonriendo. Yo estaba seria y le extendí el sobre para que lo tomara. El no lo hizo, se me quedó mirando y sonriendo. Le dije que le agradecía, pero primero que era mucho y que después me daba vergüenza recibir caridad así. Que yo estaba buscando trabajo ya, que ya iba a conseguirlo. Y que me la iba a ganar sola, como debía ser, y que él no tenía por qué ayudarme y menos que menos ayudarme así y con tanto. Y que no necesitaba bla. Y bla bla bla…
El solo se sonreía. Cuando terminé con mi discurso nada más me dijo, “Tenes razón, Trini”, y asintió.
“Ah, okey, ves que tengo razón…”, le contesté satisfecha.
“Si, pero decime con una mano en el corazón que no lo necesitas…”, me miró directo a los ojos, “Decime en serio, sin mentirme, que realmente no lo necesitas y yo te lo acepto de vuelta. No hay drama.”
Nos miramos y yo me emocioné como una pendeja estúpida. Para que no me viera las lágrimas que me estaban ya desbordando lo abracé. Y él hizo lo mismo, conteniéndome fuerte y a la vez suave en sus brazos, ahí en la puerta de su casa, diciéndome que iba a estar todo bien, que no me preocupara.
Fue la primera vez en toda mi vida, lo juro, que cuando alguien me dijo que iba a estar todo bien y que no me preocupara, que lo creí.
Nos empezamos a ver y a juntar más seguido. Mucho más seguido. Día por medio o cada dos días se venía a casa y traía algo para comer o para tomar. A mi me encantaba estar acompañada por él, a veces toda la tarde hasta la hora de cenar. Charlando, riéndonos, pasando el rato, me ayudaba con cosas de la casa… Yo una vez le pregunté si la mujer no se iba a enojar que pasaba tanto tiempo conmigo.
El nada más se rió como siempre lo hacía, cuando por ahí hablábamos de algo que parecía importante pero que a él no y directamente le resbalaba. “Ya estamos de vuelta los dos, Trini… mira si me va a hacer lío por esto.”
Hasta que, por supuesto, lo que tenía que pasar finalmente pasó. No me la olvido más esa tarde. Nos habíamos sentado los dos en el sillón y él se había traído un vino de los que tenía en la casa. Yo no tenía, ni tengo, idea de vinos. Pero estaba riquísimo. Suave y de muy rico gusto. Ya había bajado el sol y estaba esa penumbra hermosa de la tarde noche afuera. Nos colgamos charlando ahí en el sillón como siempre. Yo había agarrado el control de la tele y el, para mostrarme la música que le gustaba a él, de cuando era joven y que yo no conocía, me iba diciendo temas o artistas y ahí nos quedamos, charlando y disfrutando del vino y de la música. Algunas cosas mucho no me pegaron, pero otras cosas de esa época me encantaron y me parecieron hermosas. Y por supuesto, él sabía un montón de música.
Me acuerdo que veníamos de una racha de escuchar seguido a Carly Simon y Fleetwood Mac. Y ahora nos habìamos pasado a James Taylor. Fue un momento hermoso. No quiero dar muchos detalles, porque es el día de hoy que me acuerdo y no se si lo quiero compartir. Es muy íntimo para mí, por todo lo que significó con lo que vino después.
Pero ahí estábamos, los dos en el sillon. Cómodos, escuchando música linda y suave. Tomando un rico vino y charlando. Hasta que yo me eche un poco atrás en el respaldo del sillón, girando para mirarlo mientras me estaba diciendo algo del tema que sonaba. Y nuestras miradas se encontraron en silencio. Y como había hecho aquella vez aquel técnico que vino a arreglar el cable, mi primera indiscreción en esto del juego de la puerta, como esas cosas que la vida te regala a veces, Leonardo hizo lo mismo. Me miró, lo ví que se perdió en mis ojos y con una mano suave en silencio me corrió un poco el pelo largo de la cara. Nos sonreímos, un poco avergonzados y un poco cómplices, y enseguida yo suavemente me acerqué y nos comenzamos a besar.
Ahí quiero parar. Quiero que el resto sea solo mío y espero que lo entiendan. No lo hago por hacerme la misteriosa o para querer generar intriga, no. Todo lo que les conté hasta ahora de los otros hombres con los que estuve, hablando de pijas y todo eso, con Leonardo no lo voy a hacer porque ésto es mío. No de ustedes. Paro acá y lo hago porque en ese momento fue cuando encontré al hombre que amo. Que amo con toda mi vida, con todo mi ser. El que me hace sentir bien, ni más ni menos. A veces pasa y no hay mucho preámbulo, no hace falta que corran ríos y ríos de tinta para explicarlo. En ese momento me enamoré, locamente, de Leonardo. Y él de mí. No hay nada que explicar. Tratar de explicarlo era como tratar de explicar por qué el agua moja.
Leonardo tardó meses en divorciarse de la mujer. Meses que nos resultaron a los dos a veces mejor y a veces peor, pero siempre bien. Yo por suerte ya había conseguido finalmente trabajo, estaba todo mejor y más estable en mi vida. Cuando terminó lo de su separación (y toda la historia de su separación de Estela, esa si que es otra historia larga de capítulos como ésta, que no viene al caso ahora), Leonardo vendió su PH y se mudo al mío, y así empezamos a vivir juntos. Con lo que había sacado de su parte de la venta, más otro poco de plata que ya tenía, al año siguiente compró el PH donde estábamos y nos solucionamos así el tema del alquiler.
Le pregunté si no se había zarpado un poco con el tema de la plata y la compra del PH. Si no se había gastado toda la plata en ésto. Y de alguna forma, en mí. Se sonrió solo. Y no tocó más el tema.
Me tuve que acostumbrar, si. Reconozco que estuve varias semanas, al principio de nuestra relación, juntos como pareja, viviendo bajo el mismo techo, hasta que ese nuevo vestido me calzó. Por tonto que pudiera sonar, me daba verguenza por ahí cuando salíamos o íbamos a algún lado, que por supuesto todo el mundo nos miraba o se pensaba que yo era la hija. O el gato que el viejo se había levantado, si es que yo me arreglaba mucho. Me acomplejaba mucho eso. Roxy decía que yo era una boluda por pensar eso, pero no había caso. Me tenía mal.
Hasta una noche que recién habíamos terminado de hacer dulcemente el amor con mi viejito. Estábamos en nuestra cama y yo montada encima de él. Ya sin penetrarme, nada más sentada a horcajadas sobre él. Mientras él me miraba suave y sus manos me recorrían la piel, acariciando a su nena. Ahí fue cuando me sentí por fin con ganas y se lo dije. De lo que me parecía como nos veíamos, de lo acomplejada que realmente estaba, de lo que diría la gente…
“Vos me querés?”, me preguntó.
“...Te amo…”, le dije suavemente mirándolo firme.
“Y yo te adoro…”, me dijo con su sonrisa asesina. De repente me hizo un gesto con las manos que me sobresaltó, como un pase de magia enfrente de los ojos, como un mago que revelaba un truco, “Puffff!”, dijo y se rió, “... y todo lo demás no importa”.
La reputa madre que lo parió, que hombre hermoso, quiero llorar.
Cuando le dije a Roxy que me había empezado a ver con Leonardo y, peor, cuando le confesé lo enamorada que estaba me empezó a gastar de arriba a abajo, como es ella. Me llenaba los chats de fotos de viejitos. Me mandaba fotos de bastones. Me decía que ya nos veía veraneando en Chapadmalal o algún lugar así. Me mandaba links a esos sitios que publicitan Viagra barato. Hija de puta, cómo me hacía reír.
Pero la canción le cambió la noche que la invité a cenar a casa, para que por fin lo conociera en persona. Yo no le había mandado ni una foto todavía a Roxy. Nada. La pasamos genial. Y ésta pelotuda a los diez minutos ya estaba embobada con Leonardo, charlando los dos como si se conocieran de toda la vida. Ya se habían hecho compinches, con la mejor onda. Y yo ya le veía a ella detrás de los ojitos como Leonardo le estaba moviendo todos los engranajes mal, sin hacer nada, solamente siendo él mismo, como me lo había hecho a mi. Y Roxy se hacía pis cada vez que lo oía hablar y se colgaba sonriéndole. Yo me moría de risa.
La muy boluda a veces se iba para la cocina, dejándonos sentados en la mesa, y desde la cocina me hacía caras. Me hablaba sin emitir sonido y yo leyéndole los labios le veía la cara de asombro que me ponía a mi, fuera de la vista de Leonardo, diciendome en silencio “... boludaaaaaaaaa….” y me hacìa gestos asquerosos con la mano y la lengua dentro de su boca, gesticulando la chupada de pija.
Y yo me moría de risa. Eso me estaba faltando. La felicidad de poder reír, y la paz que me daba Leonardo de sentirme amada. Adoro complacer a mi hombre, a mi viejito hermoso, a mi Leo, porque solo le quiero devolver todo lo que él me complace, el cuerpo y el alma. Si, claro que la diferencia de edad está y no va a desaparecer. Me lleva más de cuarenta años. Y se nota visiblemente. Pero no se nota cuando nos amamos y lo hacemos bien seguido. Ustedes ya saben todo lo que hice, se los conté en ésta historia, pero lo de Leonardo era distinto. Era un fuego lento que me cocinaba toda. Nunca antes un hombre me había complacido así, de esa manera. Suave y fuerte a la vez. Sabía muy, pero muy bien como satisfacer a una mujer y hacerla sentir deseada y amada, ya sea arregladita bien sexy para él en la intimidad de nuestro cuarto… o en pantalón de gimnasia y pantuflas en la cocina.
Roxy terminó conociendo un flaco y la muy boluda terminó quedando embarazada. Digo “la muy boluda” porque es lo que se dice, pero en realidad no. Lo quiso tener, lo quisieron tener. No están casados ni nada de eso. Se llama Alan el pibe. Pobrecito, es un aparato, pero es buenazo. Vaya una a saber por qué, pero Roxy lo adora. Muere por él. No fue fácil porque mi Roxy tuvo un embarazo muy, muy complicado, pero por suerte lo pudo llevar a buen puerto. Y ahora yo estoy hecha una verdadera estúpida babosa de mierda cuando los fines de semana por ahí vienen y nos traen a nuestro sobrinito, Lucas. Babeo por él. Muero, muero, muero por el hermoso de mi sobrinito. Y Leonardo también… se lo sube encima, juegan, le habla todo el tiempo...
Con Roxy nos miramos a veces mientras nuestros dos hombres, tan pero tan distintos, están ahí en casa. Leonardo con Luquitas encima, explicándole cómo se tiene que vivir la vida a Alan, que escucha y asiente. Que aparatín… pero lo queremos. Ojalá Alan escuche aunque sea una fracción de lo que Leonardo siempre le dice. Lo llena de lecciones.
Y yo solo deseo, mirándolos a ellos así, que si tengo lugar para pedir un milagrito más en mi vida, uno solo y no pido más, que un día lo pueda ver a Leonardo sentado ahí, sosteniendo el nuestro. Nuestro milagrito.
Del juego de la puerta? No sé qué más puedo decirles. Lo jugué, lo pasé bien al principio y luego se complicó mucho. Pero de esa complicación nació ésta felicidad que llevo encima y no se me va. Mucho tiempo después que me junté con Leonardo, cuando ya tenía confianza absoluta en él, una noche que estábamos teniendo una de nuestras charlas largas y hermosas… se lo dije. Le dije lo que había hecho. Yo estaba muerta de miedo de contarle y que se enterara. Que sepa lo puta que había sido. Pero no me guardé nada. Leonardo no se merecía que le ocultara algo. Tenía miedo, mucho miedo, de contarle todo y que se pensara que yo era una puta, espantándolo como hice con Mateo. O que por una cosa o la otra se enojara y decidiera dejarme, como hizo Ariel.
Cuando le termine de contar todo lo del juego, con lujo de detalles, lo vi que se tomó un buen trago de la copa de vino que tenía y me miraba. Nada más me miraba, un poco serio. Yo ya estaba muerta de miedo de lo que me iba a decir. Finalmente después de un incómodo silencio, con el dedo índice me apretó el ombligo para hacerme una cosquilla y nada mas me dijo…
“... bueh, y quién ganó?”
“Quien es?”, pregunté despacito.
“Si, Leonardo…”, escuché la voz del otro lado.
Ah, Leo. Mi vecino jubilado. No era extraño que muy de vez en cuando me golpeara la puerta por algo, o que yo se la golpeara a él. Hacía ya un par de años que vivíamos ahí. A veces nos veíamos por el pasillo y siempre, desde que yo recordé, me pareció un tipo super amable, era un encanto. Siempre me sonreía, siempre saludaba bien, era re caballero y se me colgaba a hablar, pero bien. Nada molesto, siempre era un placer y me sacaba una risa con algún chiste. Vivía con la mujer en otro de los PH, una vieja que más amarga y agreta no podía ser. Siempre vestida de negro, como si todos los días se había muerto alguien y cuando alguna vez nos cruzabamos casi que ni te saludaba. Siempre con cara de orto. Permanente. Y cuando yo salía a comprar algo o a cualquier cosa, lo único que escuchaba, no importaba a qué hora del día yo pasaba, era el ruido de la tele fuerte en el PH de ellos, con la vieja viendo novelas todo el tiempo. Siempre me resultó llamativo y curioso el contraste entre Leonardo y la mujer y nunca me lo había podido explicar.
Abrí la puerta y lo ví. Estaba ahí, sonriéndome suave, con la buena onda que parecía irradiar siempre.
“Hola, Trini… uh… te desperté?”, me dijo
“No… no”, le mentí mientras me frotaba un poco la mejilla y el ojo. Estaba re dormida todavía y él sólo se sonrió, “Qué hacés…”
“Nada,” me dijo, “Disculpame la interrupción, espero que no te joda, pero venía a ver cómo estabas… si estabas bien, viste…”
Yo me extrañé al principio, no captaba, pero me cayó la ficha rápido. La pelea que tuve con Ariel anoche debió haber sonado más fuerte de lo que pensaba. Yo no lo noté, enfrascada en la pelea, pero lo que debió haber sido… “Ah… uh, si… disculpá, Leonardo… Sí, anoche fue complicado, pero todo bien… perdoná si te despertamos…”
El se rió, “No, para nada, no me despertaste. Pero me preocupé viste. Ustedes no son de pelear y la verdad que sonaba bastante fuerte.”
“Si, claro… perdoná…”, le dije.
“Casi que llamo a la policía”, me dijo y me sorprendió. Tan fuerte nos habíamos peleado? “Pensé que por ahí había un tema de violencia, viste…”
Yo lo miré. Me dió ternura que un vecino hubiera tenido la delicadeza de pensar eso y querer cuidarme así, “Uh… uh Leo, no, muchas gracias. Pero estoy bien… te re agradezco igual el haber pensado…
Me hizo un gestito con la mano, “Ni lo menciones, Trini. Me alegro que estés bien.”
Le sonreí, “Muchas gracias, Leo. De verdad, sos muy amable.”
“Desde ya.”, me sonrió dulcemente.
“Si… la verdad es que anoche… sí, fué bastante fuerte. Se nos fué un poco de las manos…”, le dije y me encontré a mí misma queriendo contarle. Yo trataba de ser bastante reservada con mis cosas, encima cosas medio avergonzantes como ésta, pero la sonrisa del viejo y la buena onda que tenía como que me desarmó. Me calmó y me puso bien, dispuesta para hablar, pese a que recién me había levantado.
“Pasa, pasa a veces… quedate tranquila, si no hubo el problema que te decía… entonces no hay problema, todo se arregla. Sabés las peleas que yo tenía a veces con Estela! Jajajaj…”, se rió solo y yo le sonreí.
“Si, quedate tranquilo que nada que ver, fué una discusión nada más”, le sonreí.
“Bueno, perfecto, cuando lo vea a Ariel también le voy a decir… hay que calmarse, che.. Todo se soluciona en la vida…”, se volvió a reír.
Si me preguntan ahora no sé por qué se lo dije. No lo sé. Era la confianza que me inspiraba, no lo sé. Me dió una seguridad el tipo… una calidez… “Eh… bueno… la verdad que no sé si lo vas a ver de nuevo…”
Ahí le cambió la cara, se puso serio de golpe, “Uh, no me digas, Trini… no… no, lo siento mucho…”
“Bah, no sé, que se yo…”, me encogí de hombros, “Te decía nada más…”
Me sonrió suave y me miró todavía más suave, con ternura en la mirada, “Bueno… como te dije, todo se soluciona. Escuchame, cualquier cosa… pero en serio cualquier cosa que necesitas, me avisás, eh? Me golpeas la puerta, no hay ningún problema.”
“Ay, Leo, muchas gracias… en serio…”, le sonreì, le asenti y nos despedimos muy amablemente. Me dió, como les dije, ternura y me sentí bien que un vecino me quisiera cuidar así.Cuando volví a casa me encontré sonriendo suavemente sola, ni sabía por qué, mientras me preparaba para arrancar el día. Me había hecho bien esa charla que no esperaba.
No habían pasado veinte minutos que sentí que me golpeaban despacito la puerta de nuevo, lo que me resultó rarísimo. Cuando la abrí era Leonardo de nuevo. Nada más se sonreía y me extendió un paquetito que tenía en la mano. Lo reconocí enseguida, estaba envuelto en el papel de la panadería de la cuadra.
“Tomá, para vos. Así tenés algo rico para acompañar el desayuno…”
“Ay, Leo… gracias, yo….”
No sé que me pasó. En ese momento no sé qué me pasó. Me dió tanta felicidad, tanta ternura que el tipo había tenido esa atención conmigo, sin querer nada más. Y yo venía tan estresada de ayer, de varios días, con las peleas y discusiones… no lo pude evitar y me quebré un poquito. No me salieron de nuevo las lágrimas. Querían salir, pero las atajé. Lancé un sollozo bajito sin querer y me froté la nariz.
“... g-gracias, Leo… sos muy amable… gracias, de verdad…”
Leonardo me miró un poco serio, “Uy…. uy nena, que pasa? Estás bien?”
Yo le asentí y lo miré. En ese momento sentí que no quería hacer otra cosa y me salió. Me salió natural, me salió bien, me salió necesario. Le dibujé una sonrisa suave y le abrí la puerta, “... querés pasar? Te hago un cafecito… es lo menos que puedo hacer…”
Leonardo me debe haber visto que realmente necesitaba estar acompañada y hablar con alguien. Lo captó enseguida y me sonrió suavemente, “Bueno, dale… seguro, si no te molesto…”
Le sonreí, “Para nada, pasá, dale… gracias…”
A veces las cosas pasan por algo. Esas dos horas que Leonardo se quedó en casa y nos sentamos a la mesita de la cocina, tomando café, comiendo medialunas, charlando bajo el solcito suave de la mañana que entraba perezoso por la ventana… esas dos horas me cambiaron la vida.
Ariel apareció de nuevo a los dos días. Cayó con el auto que le había prestado el amigo y varios bolsos. Vino a cortar conmigo y a llevarse sus cosas. Tuvimos otra discusión, también bastante tensa pero que ni cerca llegó a los niveles de volumen de la otra. Yo estaba más triste que enojada. Él estaba seco como un desierto, y me trataba igual. Despectivo y frío. Me dijo dos o tres cosas, acerca de temas muy íntimos que él sabía de mí. Cosas muy hirientes que me dolieron mucho y me dejaron muy mal. Cosas que no hacía falta decir. Cosas de mala persona decir.
Al irse me tiró las llaves de la casa en la mesa del living y ahí me las dejó. Y así se fué. Dejándome con el PH… y yo casi sin plata y sin un ingreso. Me agarró una depresión muy fuerte en ese momento. Ese momento de desesperación en la que a una se le caen todos los platos con los que estaba haciendo malabares, todos de golpe al piso y no sabés cuál tratar de atajar primero.
Cuando me recompuse llamé a mi mamá y le conté todo. Por suerte algo de plata con mi viejo me pasaron, para ir zafando aunque sea ese mes con los gastos básicos. También la llamé a Roxy y ella me transfirió algo de plata. No sólo eso sino que se vino a quedar conmigo en casa dos o tres días, para que no estuviera sola y para ayudarme con lo que fuera. Y no sólo eso sino que me dijo que iba a tratar de hacerme entrar en la empresa donde estaba ella, así podría empezar a trabajar remoto desde casa.
Cómo amo a mi Roxy.
Mientras estaba en casa Roxy una noche me dijo que pruebe de mensajearlo de nuevo a Mateo. Evidentemente me había quedado enganchada con él y por qué no probar? Si con el pibe nos gustamos y ahora con Ariel que ya no estaba… quién te decía? Yo no sabía si hacerlo, había pasado algo de tiempo, pero al final me decidí y lo hice.
Mateo básicamente me contestó que gracias, pero no gracias. Me deseó lo mejor, pero dijo que realmente no quería verme ni entablar nada. Que estaba con otras cosas. Me mandó un beso por chat y esa fué la última vez que hablé con él. Yo me sentí peor. Roxy después de pensarlo un rato me dijo lo que pensaba, que seguramente era cierto.
Mateo cuando me conoció obvio que le gusté, no pasaba por ahí. Pero el quería una novia, una chica normal… y yo lo que hice fué, como una estúpida y una calentona, nada más mostrarle a la putita y a la loca, que se hacía sacar fotos practicándole sexo oral. Una loquita que no tenía ningún problema en cornear a su novio con un tipo que recién había conocido… y si se lo podía hacer a Ariel, por que no podría hacérselo a él después, igual de fácil?
Y la verdad es que Roxy había dado en el clavo. Tenía demasiado sentido lo que dijo. Pobre Mateo, y qué boluda que fuí.
Fue por ese motivo de Mateo, y por otros motivos también, que con Roxy ahí decidimos que el juego de la puerta había que terminarlo. Ya estaba y ya estaba bien. Las dos la pasamos bien, mientras duró, pero ninguna de las dos lo supo manejar como se debía. Nada que reprochar de nada en cuanto a lo sexual, pero nos trajo muchas, demasiadas complicaciones. Nada más la felicité por haber ganado y me hizo cocinarle una cena de la victoria esa noche porque, según ella, se había roto el culo literalmente para ganarme.
Y a mí la verdad que me alivió haber terminado con el juego. Como estaba la situación así de complicada en mi vida, no necesitaba ese tipo de condimentos extras.
También creo que tengo que contarles lo más importante de todo ésto, que es lo relacionado a Leonardo. Creo que quedó eso pendiente. Vaya pavada de cosa quedó en el tintero.
Les dije que esa charla que habíamos tenido cuando desayunamos esa mañana me terminó cambiando la vida. Durante ese desayuno charlamos de todo. De todo lo que me había pasado, de todo lo que podría llegar a pasar y así nos empezamos a conocer. De a poco. Nos empezamos a juntar en casa, empezó a venir seguido a hacerme compañía, a tomarnos eternos cafés o mates, o se quedaba después de hacerme algún mandado pese a que a mi me daba vergüenza que los hiciera él. Él se ofrecía gustoso.
Me dí cuenta que Leonardo era un tipo realmente fascinante. Bah, a mì por lo menos me terminó fascinando. Y cuanto más me contaba de él y más tiempo pasaba con él, más me hacía sentir bien y más me interesaba.
Ya tenía 70 años, pero muy bien llevados y era un tipo muy curtido, muy viajado. Experimentado, esa es la palabra exacta. Pero mientras que otros hombres usan esa experiencia de años para endurecerse la piel y hacerse más distantes, más secos, Leonardo era todo lo contrario. Había sido medio hippie de joven, durante los años ‘70, y siempre anduvo medio metido en la onda del rock nacional de esa época.
Una lo veía y la verdad que no lo parecía para nada. Había cambiado mucho. Aca estaba éste tipo canoso, ya jubilado, pero con su pelo corto y bien arreglado. No me lo veía de pelo largo y fumado, hasta que una vez me mostró cagándose de risa unas fotos viejas de él y no lo podía creer. Ahí estaban los ojos celestes inconfundibles de Leonardo, pero mirándome desde hacía tanto tiempo y casi bajo una melena larga y negra. Era una foto grupal con otros chicos y chicas, parecían de veinte y pico. Me dijo que esa foto la sacaron en las sierras de Córdoba, cuando fueron a hacer un campamento por la paz.
Yo me sonreí mirándola y le pregunté quiénes eran los otros. Me dijo que eran amigos y amigas, algunos del colegio, otros así de la vida o del ambiente. Cuando tiré así al aire que habría sido de toda esa gente, me dijo con naturalidad, sin ningún tipo de tristeza, “Eh… se murieron casi todos. De una cosa u otra. Y otros se perdieron. Que se le va a hacer…” . La filosofía y la forma de ser de Leonardo me encantaba. Para él todo era experiencia, no había lugar para el juicio. Cada uno tenía su propio camino y el derecho a experimentarlo como sea, como se le fuera dando. Todo en la vida era experiencia para aprender, no para juzgar.
Había sido plomo de Palito Ortega y de Baglietto, me dijo, y conocìó a Spinetta, Charly, Billy Bond y a Pappo. Cuando medio que se aburrió un poco del ambiente del rock, para eso del final de la dictadura, esos últimos años, se puso a viajar de mochilero. Así conoció, me dijo, desde Ushuaia hasta Bogotá. Vio las cataratas, Macchu Picchu, el sol ponerse temprano por detrás de la cordillera en Mendoza… el Amazonas fluyendo suave y potente a la mañana, junto a los sonidos de los canoeros gritándose cosas mientras el miraba desde la orilla… Estuvo también en Jamaica y en Cuba.
Yo lo miraba extasiada mientras me contaba todo eso, tenía una forma de contar las cosas que te hacía sentir ahí, porque se acordaba de todos los detalles y encima eran detalles hermosos.Escucharlo te transportaba de verdad. Yo viajaba con él, perdida con una sonrisa en sus palabras. Y no tenía mil historias, parecía tener un millón.
Cuando ya sintió que había viajado, a mediados de los ‘80 volvió y con un amigo puso un negocio de venta de instrumentos musicales. Me dijo que le había dejado buena plata hasta que vino la hiperinflación y se descalabró todo el país. Ya había conocido a Estela, me dijo, y ya se habían casado. Cuando se le fundió el negocio decidió irse a Chile y empezar de nuevo ahí. Tuvo la suerte después de varios años de ponerse un emprendimiento de importación de computadoras. Y muchos años mas tarde de celulares y accesorios justo cuando arrancó justo el boom de los celus, con el iPhone y todo eso, y se llenó de plata. Pero se llenó de plata mal. No me lo dijo alardeando, para nada. Para él era un dato más.
Después se volvió a Buenos Aires, que fué cuando se compró éste PH donde vivía. Se llevó una muy buena parte de lo que le correspondía del negocio de los celus y le dejó la empresa a los otros socios, también haciendo parte a los empleados que tenía. Y ahí se jubiló. Y desde entonces vivía ahí, tranquilo, con su mujer, disfrutando los años que la vida iba a decidir que tuviera.
Yo lo miraba. Se lo veía recontra sano para un tipo de su edad. De hecho lo único que reflejaba la edad, si una lo veìa, eran nada más las arrugas de su piel y su pelo totalmente canoso. Y, por supuesto, el mundo de experiencia que llevaba suave en esos ojos celestes, dulces y amorosos. Yo no necesitaba haber visto las fotos que a veces me mostraba, se notaba que había sido bien, pero bien facherito de joven. Se notaba en cómo había envejecido, bien y manteniendo esa cara alegre y atractiva, y en cómo se comportaba en todo momento. Con seguridad, con confianza, pero también con calidez y entendimiento. No sólo era un placer para mí escucharlo, con la calma y paz que me transmitía. También era un placer notar como él me escuchaba cuando yo le hablaba, prestando atención a todo lo que yo decía, hasta a los chistes, y sonriéndome suave, escuchando, entendiendo, y devolviéndome siempre algo tierno y sabio que yo no me esperaba y me terminaba ayudando.
Una vez entre risas le tire algo como que lo que debía haber levantado de joven, con esa facha que se le veía en las fotos. Se cagó de risa y nada más me dijo que estaba empatado con la vida en esa área: él no se podía quejar, y tampoco nunca había recibido quejas. Los dos nos reímos.
Sin embargo, una vez me hizo enojar. Un día volví a casa de hacer las compras y me encontré un sobre deslizado por debajo de la puerta. Cuando lo abrí, había un cheque. No voy a decir de cuanto, no importa, pero era lo suficiente como para que yo no me preocupara por nada por el resto del mes, al menos. Y cuando vi quien era el firmante me subió la bronca.
Fui inmediatamente con el sobre en la mano a golpearle la puerta a Leonardo. Me atendió la vieja amarga de la mujer, pregunté por él y al ratito vino a la puerta, ya sonriendo. Yo estaba seria y le extendí el sobre para que lo tomara. El no lo hizo, se me quedó mirando y sonriendo. Le dije que le agradecía, pero primero que era mucho y que después me daba vergüenza recibir caridad así. Que yo estaba buscando trabajo ya, que ya iba a conseguirlo. Y que me la iba a ganar sola, como debía ser, y que él no tenía por qué ayudarme y menos que menos ayudarme así y con tanto. Y que no necesitaba bla. Y bla bla bla…
El solo se sonreía. Cuando terminé con mi discurso nada más me dijo, “Tenes razón, Trini”, y asintió.
“Ah, okey, ves que tengo razón…”, le contesté satisfecha.
“Si, pero decime con una mano en el corazón que no lo necesitas…”, me miró directo a los ojos, “Decime en serio, sin mentirme, que realmente no lo necesitas y yo te lo acepto de vuelta. No hay drama.”
Nos miramos y yo me emocioné como una pendeja estúpida. Para que no me viera las lágrimas que me estaban ya desbordando lo abracé. Y él hizo lo mismo, conteniéndome fuerte y a la vez suave en sus brazos, ahí en la puerta de su casa, diciéndome que iba a estar todo bien, que no me preocupara.
Fue la primera vez en toda mi vida, lo juro, que cuando alguien me dijo que iba a estar todo bien y que no me preocupara, que lo creí.
Nos empezamos a ver y a juntar más seguido. Mucho más seguido. Día por medio o cada dos días se venía a casa y traía algo para comer o para tomar. A mi me encantaba estar acompañada por él, a veces toda la tarde hasta la hora de cenar. Charlando, riéndonos, pasando el rato, me ayudaba con cosas de la casa… Yo una vez le pregunté si la mujer no se iba a enojar que pasaba tanto tiempo conmigo.
El nada más se rió como siempre lo hacía, cuando por ahí hablábamos de algo que parecía importante pero que a él no y directamente le resbalaba. “Ya estamos de vuelta los dos, Trini… mira si me va a hacer lío por esto.”
Hasta que, por supuesto, lo que tenía que pasar finalmente pasó. No me la olvido más esa tarde. Nos habíamos sentado los dos en el sillón y él se había traído un vino de los que tenía en la casa. Yo no tenía, ni tengo, idea de vinos. Pero estaba riquísimo. Suave y de muy rico gusto. Ya había bajado el sol y estaba esa penumbra hermosa de la tarde noche afuera. Nos colgamos charlando ahí en el sillón como siempre. Yo había agarrado el control de la tele y el, para mostrarme la música que le gustaba a él, de cuando era joven y que yo no conocía, me iba diciendo temas o artistas y ahí nos quedamos, charlando y disfrutando del vino y de la música. Algunas cosas mucho no me pegaron, pero otras cosas de esa época me encantaron y me parecieron hermosas. Y por supuesto, él sabía un montón de música.
Me acuerdo que veníamos de una racha de escuchar seguido a Carly Simon y Fleetwood Mac. Y ahora nos habìamos pasado a James Taylor. Fue un momento hermoso. No quiero dar muchos detalles, porque es el día de hoy que me acuerdo y no se si lo quiero compartir. Es muy íntimo para mí, por todo lo que significó con lo que vino después.
Pero ahí estábamos, los dos en el sillon. Cómodos, escuchando música linda y suave. Tomando un rico vino y charlando. Hasta que yo me eche un poco atrás en el respaldo del sillón, girando para mirarlo mientras me estaba diciendo algo del tema que sonaba. Y nuestras miradas se encontraron en silencio. Y como había hecho aquella vez aquel técnico que vino a arreglar el cable, mi primera indiscreción en esto del juego de la puerta, como esas cosas que la vida te regala a veces, Leonardo hizo lo mismo. Me miró, lo ví que se perdió en mis ojos y con una mano suave en silencio me corrió un poco el pelo largo de la cara. Nos sonreímos, un poco avergonzados y un poco cómplices, y enseguida yo suavemente me acerqué y nos comenzamos a besar.
Ahí quiero parar. Quiero que el resto sea solo mío y espero que lo entiendan. No lo hago por hacerme la misteriosa o para querer generar intriga, no. Todo lo que les conté hasta ahora de los otros hombres con los que estuve, hablando de pijas y todo eso, con Leonardo no lo voy a hacer porque ésto es mío. No de ustedes. Paro acá y lo hago porque en ese momento fue cuando encontré al hombre que amo. Que amo con toda mi vida, con todo mi ser. El que me hace sentir bien, ni más ni menos. A veces pasa y no hay mucho preámbulo, no hace falta que corran ríos y ríos de tinta para explicarlo. En ese momento me enamoré, locamente, de Leonardo. Y él de mí. No hay nada que explicar. Tratar de explicarlo era como tratar de explicar por qué el agua moja.
Leonardo tardó meses en divorciarse de la mujer. Meses que nos resultaron a los dos a veces mejor y a veces peor, pero siempre bien. Yo por suerte ya había conseguido finalmente trabajo, estaba todo mejor y más estable en mi vida. Cuando terminó lo de su separación (y toda la historia de su separación de Estela, esa si que es otra historia larga de capítulos como ésta, que no viene al caso ahora), Leonardo vendió su PH y se mudo al mío, y así empezamos a vivir juntos. Con lo que había sacado de su parte de la venta, más otro poco de plata que ya tenía, al año siguiente compró el PH donde estábamos y nos solucionamos así el tema del alquiler.
Le pregunté si no se había zarpado un poco con el tema de la plata y la compra del PH. Si no se había gastado toda la plata en ésto. Y de alguna forma, en mí. Se sonrió solo. Y no tocó más el tema.
Me tuve que acostumbrar, si. Reconozco que estuve varias semanas, al principio de nuestra relación, juntos como pareja, viviendo bajo el mismo techo, hasta que ese nuevo vestido me calzó. Por tonto que pudiera sonar, me daba verguenza por ahí cuando salíamos o íbamos a algún lado, que por supuesto todo el mundo nos miraba o se pensaba que yo era la hija. O el gato que el viejo se había levantado, si es que yo me arreglaba mucho. Me acomplejaba mucho eso. Roxy decía que yo era una boluda por pensar eso, pero no había caso. Me tenía mal.
Hasta una noche que recién habíamos terminado de hacer dulcemente el amor con mi viejito. Estábamos en nuestra cama y yo montada encima de él. Ya sin penetrarme, nada más sentada a horcajadas sobre él. Mientras él me miraba suave y sus manos me recorrían la piel, acariciando a su nena. Ahí fue cuando me sentí por fin con ganas y se lo dije. De lo que me parecía como nos veíamos, de lo acomplejada que realmente estaba, de lo que diría la gente…
“Vos me querés?”, me preguntó.
“...Te amo…”, le dije suavemente mirándolo firme.
“Y yo te adoro…”, me dijo con su sonrisa asesina. De repente me hizo un gesto con las manos que me sobresaltó, como un pase de magia enfrente de los ojos, como un mago que revelaba un truco, “Puffff!”, dijo y se rió, “... y todo lo demás no importa”.
La reputa madre que lo parió, que hombre hermoso, quiero llorar.
Cuando le dije a Roxy que me había empezado a ver con Leonardo y, peor, cuando le confesé lo enamorada que estaba me empezó a gastar de arriba a abajo, como es ella. Me llenaba los chats de fotos de viejitos. Me mandaba fotos de bastones. Me decía que ya nos veía veraneando en Chapadmalal o algún lugar así. Me mandaba links a esos sitios que publicitan Viagra barato. Hija de puta, cómo me hacía reír.
Pero la canción le cambió la noche que la invité a cenar a casa, para que por fin lo conociera en persona. Yo no le había mandado ni una foto todavía a Roxy. Nada. La pasamos genial. Y ésta pelotuda a los diez minutos ya estaba embobada con Leonardo, charlando los dos como si se conocieran de toda la vida. Ya se habían hecho compinches, con la mejor onda. Y yo ya le veía a ella detrás de los ojitos como Leonardo le estaba moviendo todos los engranajes mal, sin hacer nada, solamente siendo él mismo, como me lo había hecho a mi. Y Roxy se hacía pis cada vez que lo oía hablar y se colgaba sonriéndole. Yo me moría de risa.
La muy boluda a veces se iba para la cocina, dejándonos sentados en la mesa, y desde la cocina me hacía caras. Me hablaba sin emitir sonido y yo leyéndole los labios le veía la cara de asombro que me ponía a mi, fuera de la vista de Leonardo, diciendome en silencio “... boludaaaaaaaaa….” y me hacìa gestos asquerosos con la mano y la lengua dentro de su boca, gesticulando la chupada de pija.
Y yo me moría de risa. Eso me estaba faltando. La felicidad de poder reír, y la paz que me daba Leonardo de sentirme amada. Adoro complacer a mi hombre, a mi viejito hermoso, a mi Leo, porque solo le quiero devolver todo lo que él me complace, el cuerpo y el alma. Si, claro que la diferencia de edad está y no va a desaparecer. Me lleva más de cuarenta años. Y se nota visiblemente. Pero no se nota cuando nos amamos y lo hacemos bien seguido. Ustedes ya saben todo lo que hice, se los conté en ésta historia, pero lo de Leonardo era distinto. Era un fuego lento que me cocinaba toda. Nunca antes un hombre me había complacido así, de esa manera. Suave y fuerte a la vez. Sabía muy, pero muy bien como satisfacer a una mujer y hacerla sentir deseada y amada, ya sea arregladita bien sexy para él en la intimidad de nuestro cuarto… o en pantalón de gimnasia y pantuflas en la cocina.
Roxy terminó conociendo un flaco y la muy boluda terminó quedando embarazada. Digo “la muy boluda” porque es lo que se dice, pero en realidad no. Lo quiso tener, lo quisieron tener. No están casados ni nada de eso. Se llama Alan el pibe. Pobrecito, es un aparato, pero es buenazo. Vaya una a saber por qué, pero Roxy lo adora. Muere por él. No fue fácil porque mi Roxy tuvo un embarazo muy, muy complicado, pero por suerte lo pudo llevar a buen puerto. Y ahora yo estoy hecha una verdadera estúpida babosa de mierda cuando los fines de semana por ahí vienen y nos traen a nuestro sobrinito, Lucas. Babeo por él. Muero, muero, muero por el hermoso de mi sobrinito. Y Leonardo también… se lo sube encima, juegan, le habla todo el tiempo...
Con Roxy nos miramos a veces mientras nuestros dos hombres, tan pero tan distintos, están ahí en casa. Leonardo con Luquitas encima, explicándole cómo se tiene que vivir la vida a Alan, que escucha y asiente. Que aparatín… pero lo queremos. Ojalá Alan escuche aunque sea una fracción de lo que Leonardo siempre le dice. Lo llena de lecciones.
Y yo solo deseo, mirándolos a ellos así, que si tengo lugar para pedir un milagrito más en mi vida, uno solo y no pido más, que un día lo pueda ver a Leonardo sentado ahí, sosteniendo el nuestro. Nuestro milagrito.
Del juego de la puerta? No sé qué más puedo decirles. Lo jugué, lo pasé bien al principio y luego se complicó mucho. Pero de esa complicación nació ésta felicidad que llevo encima y no se me va. Mucho tiempo después que me junté con Leonardo, cuando ya tenía confianza absoluta en él, una noche que estábamos teniendo una de nuestras charlas largas y hermosas… se lo dije. Le dije lo que había hecho. Yo estaba muerta de miedo de contarle y que se enterara. Que sepa lo puta que había sido. Pero no me guardé nada. Leonardo no se merecía que le ocultara algo. Tenía miedo, mucho miedo, de contarle todo y que se pensara que yo era una puta, espantándolo como hice con Mateo. O que por una cosa o la otra se enojara y decidiera dejarme, como hizo Ariel.
Cuando le termine de contar todo lo del juego, con lujo de detalles, lo vi que se tomó un buen trago de la copa de vino que tenía y me miraba. Nada más me miraba, un poco serio. Yo ya estaba muerta de miedo de lo que me iba a decir. Finalmente después de un incómodo silencio, con el dedo índice me apretó el ombligo para hacerme una cosquilla y nada mas me dijo…
“... bueh, y quién ganó?”
3 comentarios - El Juego de la Puerta - Parte 9 (fin)