Lucía estaba que reventaba, caminando de un lado al otro en el depto como si quisiera gastar el piso. A sus 27 pirulos, era una mina con huevos, morocha y con un lomo que te dejaba boludo: 1.68 de altura, piel bronceada, unas tetas bien puestas que rompían la remera ajustada y un orto redondito que los leggins negros marcaban como para un cuadro. El pelo negro le caía hasta la cintura como una cortina, y los ojos oscuros, que solían tirar buena onda, ahora estaban encendidos de bronca pura.
Esa tarde había agarrado a Pablo, el gil de su novio de dos años, en el baño con el celular en una mano y la otra en la pija, gimiendo como loco mientras miraba fotos de Camila, su prima. La mina en bikini, con las lolas casi afuera y una sonrisa de ortiva que te sacaba. Pablo ni se gastó en inventar una excusa, solo tartamudeó como un pelotudo mientras se subía los pantalones. A Lucía le clavaron un puñal en el medio del pecho: no solo era la traición, sino que fuera con Camila, la piba con la que había crecido, la que siempre le había querido pasar por encima en silencio. La humillación le quemaba, pero Lucía no era de las que se ponían a chillar y punto. No, la iba a hacer mierda.
Esa noche, todavía con la sangre en la cabeza, decidió devolverle el bondi con un viaje que no olvidara jamás. Quería que Pablo se sintiera un sorete, un cornudo de manual, y si tenía que mostrar el culo para eso, lo iba a hacer con ganas. Agarró el celu y llamó a Marcos, un amigo que siempre le había tirado los perros sin drama. El tipo llegó en un toque, 30 años, alto, con un físico recontra laburado y una sonrisa que te decía "acá pasa algo zarpado".
—¿Estás segura, Lu? —le tiró Marcos, sacándose la remera ni bien entró, dejando ver un pecho marcado y unos tatuajes que le bajaban por los brazos.
—Re segura, boludo —le contestó ella, ya sin los leggins, en bombacha y corpiño negros que le apretaban las curvas como para parar un tren. Puso el celu en un trípode trucho y le dio al rec. —Que Pablo vea lo que se comió y no toca más.
Marcos se copó al toque. La agarró por la cintura con manos firmes y le metió un beso que fue puro fuego, las lenguas enroscadas como si se quisieran comer vivos. Lucía le clavó las uñas en la espalda, sacándose toda la bronca en ese agarre, y él le arrancó el corpiño de un saque. Las tetas de Lucía quedaron al aire, morenas y paradas, con los pezones duros como piedras. Marcos se mandó de una, chupándole una con ganas mientras la lengua le daba vueltas, sacándole un grito que retumbó en el depto. La otra mano le apretó la teta libre, pellizcándole el pezón hasta hacerla jadear.
Ella sabía que el celu estaba grabando todo, y eso le daba más pilas. Quería que Pablo viera cada gemido, que se comiera la culpa con papas. Se tiró de rodillas adelante de Marcos, le bajó los jeans en dos segundos y le sacó la pija: gruesa, caliente, lista para el baile. La agarró con la mano, meneándola mientras se imaginaba la cara de gil de Pablo, y después se la mandó a la boca, chupándola con una bronca que era casi venganza pura. La lengua le recorrió todo, bajando hasta la base mientras lo miraba fijo, asegurándose de que la cámara le agarrara la cara de "mirá lo que te perdiste, forro".
Marcos soltó un "¡la concha!" y le metió una mano en el pelo negro, pero Lucía mandaba. —¡Más fuerte, dale! —le ordenó, y él le dio gusto, moviendo las caderas mientras ella se la mandaba hasta el fondo, el ruido húmedo sonando como un "te cagué" en estéreo. Quería que Pablo supiera que ella no estaba rota, que podía agarrar lo que se le cantara y dárselo a quien quisiera.
Se sacó la pija de la boca con un jadeo, se paró y se sacó la bombacha de un tirón. El cuerpo desnudo le brillaba bajo la luz, y se subió encima de Marcos en el sillón, abriendo las piernas para que la cámara le agarrara todo el show. —Esto es lo que te cagaste, pelotudo —dijo bajito, aunque Pablo no la escuchaba todavía. Se dejó caer sobre la pija de Marcos, metiéndosela entera con un grito que salió del alma, sintiendo cómo la llenaba mientras empezaba a moverse como loca.
Las caderas le iban a mil, las tetas le saltaban mientras Marcos la agarraba por la cintura, metiéndole caña desde abajo. Cada empujón era un "tomá, forro" para Pablo, cada grito un "mirá lo que valgo". Lucía sentía el placer subiendo, pero más todavía la alegría de saber que esto lo iba a hacer mierda. —¡Dame como él nunca pudo, loco! —le gritó, y Marcos le metió más velocidad, las manos apretándole el orto mientras la cogía con todo.
Él le mandó una mano entre las piernas, encontrándole el clítoris y frotándolo rápido como si supiera exactamente lo que necesitaba. El orgasmo le pegó como piña, el cuerpo le tembló mientras gritaba, no por Marcos, sino por sacarse toda la mierda que llevaba adentro. Quería que Pablo viera cómo se iba, cómo otro tipo la hacía tocar el cielo que él nunca había visto. Marcos le siguió en un toque, largando todo adentro con un grito ronco, y Lucía se aseguró de que la cámara agarrara el momento en que los dos lo dejaban como un gil.
Paró el video, todavía agitada, y lo subió con un título bien claro: "Para el cornudo que no me supo cuidar". Lo dejó público un rato, lo justo para que Pablo lo viera, para que los amigos le mandaran captura, para que se comiera el bochorno. Después lo bloqueó, tiró el celu al sillón y se quedó mirando la nada con una sonrisa medio rota pero ganadora.
Marcos la miró desde el sillón, todavía en una nube. —¿Valió la pena, Lu?
Ella se dio vuelta, el pelo negro cayéndole por el hombro, los ojos oscuros brillando con una paz nueva. —Cada puto segundo, loco —dijo, y por primera vez en horas, sintió que había ganado más que una pelea.
1 comentarios - Lucia y su descubrimiento