You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

El sereno y mi fiel esposa

María salió a pasear a la perrita como cada atardecer, disfrutando del aire fresco y el sonido de los últimos pájaros que se despedían del día. Al pasar por la obra en construcción cerca de casa, notó al sereno, un hombre de unos 60 años, sentado en una silla junto a la entrada. Su piel, de un tono marrón intenso, reflejaba años de trabajo bajo el sol, y sus brazos fuertes, marcados por el esfuerzo físico, llamaron su atención.


—Buenas tardes —dijo María, deteniéndose un momento mientras la perrita olfateaba el suelo.


—Buenas, señora —respondió el sereno con una sonrisa amable, inclinándose un poco para acariciar a la perrita, que movía la cola con entusiasmo.


María notó cómo los músculos de sus brazos se tensaban al moverse, y aunque trató de disimular, sus ojos se detuvieron un instante en esa imagen. Charlaron un rato sobre el clima, el barrio y el avance de la obra. El sereno, con su voz tranquila y sus historias de años trabajando en construcciones, tenía una calidez que hacía fácil la conversación.


La perrita tiró de la correa, ansiosa por seguir explorando, y María se despidió con un "hasta mañana", sabiendo que, en parte, esperaba volver a cruzarse con él al día siguiente.


María continuó la charla, pero pronto notó que los ojos del sereno se desviaban hacia su pecho. La mirada, aunque discreta, era evidente, y eso provocó en ella una mezcla de sorpresa y calor. Sus pezones, sensibles a la atención, se endurecieron y se marcaron claramente bajo la remera ajustada, algo que no pasó desapercibido.


Sintió un cosquilleo recorrer su cuerpo, y al moverse ligeramente, notó que su tanga se había humedecido. El roce de la tela, que se deslizó entre sus nalgas, la hizo sentir expuesta, aunque el sereno no parecía notar ese detalle. María intentó mantener la compostura, pero la situación la tenía nerviosa y, a la vez, extrañamente excitada.


La perrita, ajena a todo, tiró de la correa, rompiendo el momento. María se despidió rápidamente, con el rostro algo sonrojado, y siguió su camino, consciente de las sensaciones que aún la acompañaban.


Al día siguiente, María salió a pasear a la perrita, siguiendo su rutina habitual. Esta vez, eligió una calza ajustada, casi transparente, que dejaba poco a la imaginación. El hilo de su tanga apenas se distinguía, y al caminar, sentía cómo la tela se ajustaba aún más a sus nalgas. Complementó el atuendo con una remera suelta, sin corpiño, que dejaba entrever la forma de sus pechos al moverse.


Al llegar a la obra, vio al sereno esperándola en la entrada, con esa misma sonrisa tranquila. Sus ojos, sin embargo, no tardaron en recorrerla de arriba abajo, deteniéndose en su figura. María sintió un calor subirle por el cuello, consciente de la atención, pero mantuvo la calma.


—Buenas tardes —saludó ella, dejando que la perrita se acercara al sereno.


—Buenas, señora —respondió él, inclinándose para acariciar al animal, aunque su mirada seguía desviándose hacia María.


Charlaron un rato, pero la tensión en el aire era palpable. María notó cómo sus pezones se marcaban bajo la remera, y el sereno, aunque intentaba disimular, no podía evitar mirarla. La perrita, inquieta, tiró de la correa, y María se despidió, sabiendo que ambos estaban jugando con el límite de lo permitido.


Durante la charla, María notó un cambio en el sereno. Mientras hablaban, sus ojos se desviaron hacia el pantalón de trabajo de él, donde la silueta de su erección comenzaba a marcarse. Era evidente: una forma gruesa y definida se dibujaba bajo la tela, y aunque él intentaba mantener la compostura, su cuerpo lo delataba.


María sintió un nudo en el estómago, una mezcla de sorpresa y curiosidad. Trató de concentrarse en la conversación, pero su mirada volvía una y otra vez a esa imagen. El sereno, consciente de la situación, cambió de posición, como si intentara disimular, pero eso solo hizo que la tensión entre ambos creciera.


La perrita, ajena a todo, olfateaba el suelo, y María aprovechó para despedirse, con la voz algo temblorosa. Mientras se alejaba, no podía evitar pensar en lo que había visto, sintiendo que el encuentro había cruzado un nuevo límite.


Desde la ventana de casa, observé toda la escena sin que María ni el sereno notaran mi presencia. Vi cómo charlaban, cómo ella, con su ropa ajustada, captaba la atención de él. Noté la tensión en el aire, la forma en que sus miradas se cruzaban y se desviaban.


Cuando María se despidió y comenzó a caminar de regreso, el sereno no pudo evitar seguirla con la mirada. Sus ojos se fijaron en su culo, apenas cubierto por la calza transparente, y mientras ella se alejaba, lo vi acomodarse la verga en el pantalón, claramente afectado por el encuentro.


María entró a casa, ajena a que yo había sido testigo de todo. La perrita corrió a su plato de agua, y ella, con el rostro algo sonrojado, me saludó como si nada hubiera pasado. Pero yo sabía lo que había visto, y la imagen del sereno, su gesto y su mirada, se quedaron grabados en mi mente.


María comenzó a pasar todas las tardes-noches por la obra, siempre con la excusa de pasear a la perrita. Cada día, su atuendo era más insinuante: calzas aún más ajustadas, tops sin corpiño que dejaban poco a la imaginación, o faldas cortas que, al agacharse para saludar al animal, revelaban más de lo necesario. Era evidente que buscaba la atención del sereno, y él, siempre esperándola en la entrada, no disimulaba su interés.


Las charlas se volvieron más largas, y María, consciente de las miradas del sereno, dejaba que sus movimientos fueran más provocadores. A veces, se inclinaba para acariciar a la perrita, dejando que su escote quedara expuesto, o se ajustaba la ropa de manera que resaltara sus curvas. El sereno, con su piel curtida y sus brazos fuertes, respondía con sonrisas y comentarios que, aunque sutiles, dejaban claro que disfrutaba de la situación.


La tensión entre ellos crecía, y aunque no cruzaban ciertos límites, el juego de miradas y gestos era cada vez más evidente. María volvía a casa con el rostro sonrojado, y aunque no lo mencionaba, yo sabía que esas visitas se habían convertido en algo más que un simple paseo. La perrita, ajena a todo, seguía moviendo la cola, mientras el sereno y María continuaban su ritual nocturno.


La sospecha de que algo sexual ocurría entre María y el sereno comenzó a crecer en mi mente. Sus visitas nocturnas, su ropa cada vez más provocadora y la tensión que se notaba en el aire me hacían dudar. Una noche, mientras María dejaba su celular sobre la mesa, vi que entró un mensaje. La pantalla se iluminó, y no pude evitar mirar. Era una foto: una enorme verga negra, llena de venas, completamente erecta. El mensaje que la acompañaba decía: "Extrañaba tu boca suave. Cuando el cornudo se vaya a trabajar, paso a que te la comas entera esta vez".


El impacto fue instantáneo. Entendí que no solo había algo entre ellos, sino que ya habían tenido sexo. Mi corazón latía con fuerza, pero decidí no confrontarla de inmediato. Quería saber más, ver qué pasaba, confirmar hasta dónde llegaba todo. A partir de ese momento, comencé a observar con más atención, planeando cómo descubrir la verdad sin que María notara que estaba al tanto de su secreto. La perrita, como siempre, seguía ajena a todo, pero yo ya no podía ignorar lo que había visto.


El sábado, fingí que tenía que trabajar para poner a prueba mis sospechas. Dejé el auto estacionado a varias cuadras de distancia y regresé a casa caminando, entrando por el garaje para no ser visto. Al acercarme sigilosamente, miré hacia el comedor y la escena que encontré confirmó mis peores temores: ahí estaba María, en ropa interior, arrodillada frente al sereno, con su boca alrededor de su enorme verga negra. La imagen era clara, no había duda de que lo que sospechaba era cierto. Me quedé observando, procesando la traición, mientras mi mundo se desmoronaba en silencio.


El sábado, decidí poner en marcha mi plan para confirmar mis sospechas. Inventé una excusa sobre un trabajo urgente que debía atender, me despedí de María y subí al auto. En vez de ir a la oficina, estacioné varias cuadras lejos de casa y emprendí el regreso a pie, con el corazón latiéndome fuerte en el pecho.


Al llegar, me aseguré de que nadie me viera y entré por el garaje, que conectaba directamente con la casa. El silencio era absoluto, solo roto por el sonido de mis pasos cuidadosos. Me acerqué a la puerta que daba al comedor, apenas la abrí y me quedé sin aliento por la escena que se desarrollaba frente a mí.


María estaba en el centro del comedor, vestida solo con un conjunto de lencería negra que contrastaba con su piel. Su cabello caía desordenadamente mientras se inclinaba, arrodillada sobre la alfombra. Frente a ella, el sereno, con su piel oscura y sus músculos marcados por el trabajo físico, tenía su enorme verga negra, llena de venas prominentes, erecta y brillante por la saliva de María. Ella la tenía en la boca, moviendo su cabeza con movimientos rítmicos, sus manos ayudando en el acto.


Los sonidos de su placer, los gemidos contenidos y los suspiros mezclados con el ruido de la succión llenaban la habitación. Mi mente se negaba a procesar lo que veía; mi corazón se partía en mil pedazos. La traición era evidente, palpable, y se me hacía difícil respirar mientras veía a mi esposa, a quien había amado y confiado, entregada a este acto con otro hombre.


Me quedé observándolos, aturdido, sin saber qué hacer, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba en silencio.


María chupaba incansablemente, con una dedicación que me resultaba dolorosamente ajena. La veía moverse con una habilidad que nunca había presenciado en ella, cada movimiento de su boca era calculado para maximizar el placer del sereno. Él, disfrutando cada segundo, tenía una expresión de éxtasis en su rostro curtido por el sol.


El sereno se movía, ajustando su postura para asegurarse de que María pudiera tragarse toda su verga. Por momentos, ella se ahogaba, tosiendo ligeramente, pero incluso en esos instantes, su determinación no flaqueaba; seguía adelante, con una mezcla de deseo y desafío en sus ojos.


Mientras ella se esforzaba, él no perdía la oportunidad de disfrutar de todo su cuerpo. Sus enormes manos, marcadas por años de trabajo, se deslizaron hacia sus pechos, agarrando firmemente sus tetas. Con cada empuje de su pelvis, sus dedos apretaban los pezones de María, provocando en ella gemidos que se mezclaban con los sonidos de su boca trabajando. La escena era tan intensa que parecía sacada de una fantasía prohibida, pero ahí estaba, en mi propio comedor, con mi esposa en el centro de un acto de traición que nunca habría imaginado.


María se entregaba a la tarea con una ferocidad que nunca había visto en ella, su boca engullendo la enorme verga del sereno con una avidez que la hacía parecer poseída por el deseo. El sonido de su chupada era húmedo y ruidoso, cada movimiento de su lengua y labios dejando un rastro brillante de saliva sobre la piel oscura y venosa de él.


El sereno, con una sonrisa de satisfacción en su cara curtida, se movía con deliberación, empujando su pelvis para asegurarse de que María tomara cada centímetro de su miembro. A veces, ella se ahogaba, su garganta convulsionando mientras intentaba respirar, pero en lugar de retroceder, se lanzaba con más fuerza, decidida a complacerlo. Sus ojos se llenaban de lágrimas por el esfuerzo, pero no había duda de su placer en el acto.


Mientras tanto, las manos del sereno, callosas y fuertes, no se detenían. Agarraba con fuerza las tetas de María, sus dedos apretando los pezones hasta que ella gemía, un sonido que se mezclaba con el de su garganta luchando por acomodar la verga de él. Los pezones se endurecían bajo su tacto, y cada pellizco provocaba un espasmo de placer y dolor en María. La escena era cruda, visceral, una mezcla de dominación y sumisión que se desarrollaba en mi propio comedor, revelando una faceta de mi esposa que jamás habría imaginado.


Cuando María ya estaba bien lubricada por el acto previo, el sereno la levantó con facilidad, sus brazos fuertes mostrando la experiencia de años de trabajo físico. La giró, corrió la tanga sin ceremonias y, con una precisión que revelaba familiaridad, le introdujo su verga en la concha. Mientras la penetraba, le preguntó directamente, su voz cargada de deseo y posesividad:


—¿Extrañabas mi pija adentro? Con cuál gozas más, ¿con la mía, la de mi ayudante o la de tu marido?


En ese momento, mi corazón no solo se rompió, sino que se pulverizó. No solo estaba confirmando la traición con el sereno, sino que ahora sabía que el ayudante también estaba involucrado en este engaño. María, sin dudar, jadeando con cada empuje, respondió:


—La tuya... porque es más grande.


Pero no se detuvo ahí. En medio de su placer evidente, con sus pezones erectos y su cuerpo respondiendo a cada empuje, continuó, su voz apenas un susurro cargado de lujuria:


—...pero con el ayudante puedo hacerlo por el culo... porque no es tan gruesa como la tuya.


Cada palabra era como un clavo más profundo en mi corazón, revelando no solo su infidelidad con el sereno sino también una relación sexual con su ayudante, y la particularidad de cómo disfrutaba de cada uno de ellos. El sereno, complacido por su confesión, intensificó sus movimientos, cada embestida más posesiva y profunda, mientras María se entregaba totalmente al placer, confirmando una realidad que jamás habría imaginado vivir en la intimidad de mi propio hogar.


Mientras el sereno penetraba a María con embestidas profundas y controladas, sus manos, callosas y fuertes, no se detenían. Con una mano en su cintura para mantener el ritmo, la otra se deslizaba hacia sus pechos, agarrando con firmeza sus tetas, sus dedos jugando con los pezones endurecidos, provocando en María gemidos que eran una mezcla de placer y rendición. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba la habitación, cada golpe marcando el ritmo de su traición.


Con cada empuje, el sereno intentaba persuadirla, su voz cargada de un deseo casi palpable y un tono que no admitía negativas:


—Te gusta cómo te la meto, ¿verdad? Pero sé que hay algo más que quieres... que necesitas. Entrégame tu culo, María. Déjame cojértelo como nadie más puede.


Sus palabras eran un claro intento de convencerla, de empujarla más allá de los límites que ya habían cruzado juntos. María, entre jadeos que se tornaban más intensos, su respiración entrecortada y su cuerpo temblando por la estimulación, parecía estar en una encrucijada entre la excitación y la duda. El sereno no se detenía, sus manos ahora viajando por su espalda, trazando la curva de su columna hasta llegar a sus nalgas, masajeándolas con una intención clara.


—Sabes que te va a encantar, que vas a gozar como nunca antes. Conmigo, no hay límites. Vamos, déjame demostrarte cuánto puedes disfrutar.


La insistencia del sereno, mezclada con el placer que ya la inundaba, parecía hacer mella en su resistencia. Sus gemidos se volvían más profundos y prolongados, sus movimientos ahora más acompasados a los de él, como si su cuerpo ya estuviera tomando la decisión por ella. Sus nalgas se tensaban bajo sus manos, un preludio de la rendición que parecía inminente.


María, entre gemidos y con una voz que delataba tanto placer como preocupación, le respondía al sereno:


—Es muy gruesa... vas a romperme toda. Además, él se puede dar cuenta...


Pero el sereno no se dejaba disuadir. Con una determinación que mostraba que no aceptaría un no por respuesta, insistía, su voz cargada de un deseo persuasivo:


—No te voy a romper, vas a ver lo bien que te va a sentir. Y no se dará cuenta, te lo prometo.


Mientras hablaba, sus acciones comenzaban a hablar por él. Con cuidadosa deliberación, empezó a introducir uno de sus gruesos dedos en el culo de María, moviéndose lentamente, dándole tiempo para que su cuerpo se adaptara. Cada movimiento era calculado, intentando abrirla poco a poco, demostrando que podía ser tanto gentil como insistente. 


María jadeaba, sintiendo la invasión de ese dedo en su parte más íntima, una mezcla de dolor y placer que le hacía cuestionar su resistencia. El sereno continuaba su persuasión, su voz suave pero firme:


—Solo relájate, déjate llevar. Vas a disfrutar como nunca.


Y con cada palabra, añadía otro dedo, aumentando lentamente la presión, preparándola, intentando convencerla tanto con su tacto como con sus palabras de que esto era algo que ella no solo podía manejar, sino que también iba a disfrutar.


Entre los gemidos y los espasmos de placer que recorrían su cuerpo, María, con la voz entrecortada por los orgasmos que se sucedían uno tras otro, le prometía al sereno:


—La próxima vez... sí...


Sus palabras eran apenas audibles sobre los sonidos de su placer, su cuerpo temblando en las manos del sereno mientras él la seguía penetrando con su verga, cada empuje profundo y controlado, y al mismo tiempo, introduciendo y moviendo sus dedos en su culo, creando una sensación de doble invasión que la hacía perderse en el éxtasis. 


El sereno, sintiendo cómo María se rendía a las sensaciones, mantenía un ritmo que mantenía su placer en un crescendo constante. Sus dedos se movían en sincronía con sus embestidas, hasta que, con un cambio en su respiración y una tensión palpable en su voz, le avisó:


—Te voy a llenar de leche...


Su advertencia era tanto una promesa como el anuncio de su propio clímax inminente. María, ya perdida en la vorágine de sus propios orgasmos, no pudo más que gemir en respuesta, su cuerpo recibiendo cada embestida con más intensidad, anticipando la calidez de su semen mientras el sereno llegaba a su punto de no retorno.


El sereno aceleró sus movimientos, sus embestidas se hicieron más rápidas y profundas, hasta que, con un gemido gutural, explotó dentro de la concha de María. La leche caliente comenzó a fluir, deslizándose por los muslos de María, mezclándose con su propio placer. Ella temblaba, cada espasmo de su cuerpo marcado por la intensidad del éxtasis que la invadía.


Cuando él retiró su verga, aún goteaba leche, dejando un rastro brillante sobre su piel. María, sin perder un momento y aún temblando de placer, se agachó, su lengua saliendo para lamer los restos de leche que caían desde su concha hasta sus muslos. Cada movimiento de su lengua era un acto de adoración al placer que acababa de experimentar, recogiendo cada gota con una devoción que revelaba su abandono a la lujuria del momento.


Con la tanga de encaje ya puesta, María sintió cómo la leche del sereno se ajustaba a su piel, creando una sensación calurosa y húmeda entre sus muslos. Su ropa interior, ahora empapada, era un recordatorio físico de su traición. Con una mirada cómplice, acompañó al sereno hacia la parte trasera de la casa, donde él saldría para evitar ser visto. 


Antes de que se fuera, el sereno la acercó con fuerza, sus manos moviéndose con rapidez y determinación. Agarró sus tetas, su boca descendiendo para chuparlas con intensidad, mordiendo suavemente los pezones endurecidos, provocando en María un último suspiro de placer. Pero no se detuvo ahí; sus dedos, aún mojados por su encuentro anterior, se deslizaron de nuevo hacia su culo, introduciéndose con una firmeza que pretendía ser tanto preparatoria como una promesa. 


—Aquí te lo voy abriendo para la próxima visita —le susurró al oído, su voz cargada de deseo y anticipación, mientras sus dedos se movían dentro de ella, estirándola, preparándola para encuentros futuros.


María, jadeando por la inesperada estimulación, asintió con un gemido, su cuerpo reaccionando a cada toque. Luego, con el rostro aún sonrojado por el placer y la despedida, se separaron. El sereno se escabulló por el fondo, desapareciendo en la noche.


Horas después, cuando regresé a casa, encontré a María en el living, con una sonrisa serena en su rostro, ofreciéndome unos mates como si la tarde hubiera sido tan normal como cualquier otra. La normalidad de la escena era tan convincente que, si no fuera por las imágenes vívidas que aún resonaban en mi mente, nunca habría sospechado la verdad detrás de su compostura.


4 comentarios - El sereno y mi fiel esposa

narlifafa1971
🍓Aquí puedes desn­u­dar a una chica y verla desn­u­­da) Por favor, valóralo ➤ https://da.gd/erozy
quegnananwal1988
❤️ Hі) Мy nаme іs Bella, Іm 35 yеars оld) Bеginning SЕХ mоdel 18 ) І lоve bеing phоtographed іn thе nudе) Plеase ratе mi phоtos аt➤ https://erotits.fun
eltordo1977
Hermoso relato...que la proxima ya puedas estar presente!!!!
Patitohot22
Buenisimo y que lindo todo lo que hace maria....van 10