





























La lengua despierta lo que el silencio esconde. Primero suave, apenas un roce húmedo que eriza la piel, dibujando caminos invisibles sobre el cuello, los labios, el vientre. Después, más audaz, se adentra en rincones secretos, saboreando la entrega, explorando sin prisa, con hambre y deseo. Cada caricia húmeda arranca un gemido, cada curva recorrida incendia la piel en llamas. Es un juego de poder y rendición: la lengua domina, tienta, seduce. Se convierte en un arma delicada que al mismo tiempo acaricia y devora, hasta que el cuerpo entero se rinde, temblando de puro placer.
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