Me caliento viendo a las amigas de mi hija desnudarse

Soy Madre y Esposa Cachonda que me Calenté mucho Viendo a las Amigas de mi Hija Desnudarse para ponerse sus bikinis. 

Soy Cecilia, la esposa de Edu, la que todos ven como la señora perfecta: sonrisa impecable, casa impecable, la madre ideal de Sofía. 

Pero nadie imagina el incendio que arde dentro de mí, un deseo que me consume, una bisexualidad que me quema sin control. Mi cuerpo pide más, siempre más, y mi mente es un torbellino de fantasías prohibidas. 

En la intimidad, soy una guarra insaciable, y aunque Edu es mi cómplice en este fuego, este fin de semana él no estaba. Se fue a Madrid por trabajo, dejándome sola con Sofía y sus amigas en la casa que alquilamos en la playa, cerca de Alicante, un rincón donde el sol y el mar parecen susurrar pecado.

Sofía, mi hija, trajo a sus amigas, Valeria y Camila, a pasar el fin de semana. Son chicas de veintipocos, con cuerpos que parecen diseñados para tentar, para volver loca a cualquiera, cuerpos de “mujerazas” maduras. 

El sábado, con el calor del verano apretando, me pidieron si podía llevarlas a dar una vuelta en una lancha de alquiler.

 “Mami, porfi, sería increíble,” dijo Sofía,

Yo, con mi fachada de madre cool, dije que sí. 

Alquilamos una lancha y pusimos rumbo a la Isla de Tabarca, un paraíso de aguas turquesas y arenas doradas. Pero el verdadero paraíso, el que me hizo temblar, estaba en lo que vi en esa lancha.



En el trayecto, con el viento salado acariciándonos, las chicas decidieron cambiarse a sus bikinis en la cabina de la lancha, con la puerta entreabierta, como si no les importara ser vistas. 

Sofía, criada sin tabúes, sin miedo al cuerpo, se quitó la camiseta y los shorts sin dudar. Su bikini violeta era tan pequeño que se pegaba a su piel, marcando sus tetas y dejando percibir los piercings que tiene en sus pezones  insinuados bajo la tela, y su coño, con los labios delineados como si la tela estuviera pintada sobre ella.,

Pero mi deseo se encendió con sus amigas. 

Valeria fue la primera. Se despojó de su vestido playero, dejando caer un sostén negro que apenas contenía sus tetas grandes, redondas, con pezones oscuros que se marcaban como si quisieran escapar. Su tanga roja, antes de ponerse el bikini amarillo, era una tortura: se hundía entre los labios carnosos de su coño, mostrando cada curva, cada pliegue húmedo por el calor. El bikini amarillo que se puso era peor: tan ajustado que dejaba ver sus pezones duros y el contorno de su sexo, como si estuviera desnuda bajo una capa fina. Mi coño empezó a palpitar, un calor líquido empapando mi bikini bajo el vestido. Mis pezones, erectos, se clavaban contra la tela, y tuve que girarme hacia el mar para disimular.

Camila fue un golpe directo. Se desnudó sin pudor, quitándose la blusa y los shorts en un movimiento rápido. Su tanga blanca, casi transparente, se pegaba a su coño depilado, dejando ver los labios hinchados, jugosos, como una invitación abierta. Sus tetitas pequeñas, libres un instante, tenían pezones rosados y duros como caramelos, y cuando se puso el bikini blanco, la tela era tan fina que mostraba todo: sus pezones erectos, el contorno de su sexo, un leve brillo húmedo entre sus piernas. Mi entrepierna estaba chorreando, mi tanga inútil contra la humedad que se deslizaba por mis muslos. 

En mi cabeza, estaba con Valeria y Camila, arrancándoles los bikinis, mi lengua lamiendo los pezones de Valeria, mis dedos hundidos en el coño húmedo de Camila, sus gemidos mezclándose en un frenesí. Pero para ellas, yo era solo Ceci, la mamá maja que las llevaba de paseo y no les ponía reglas.

Llegamos a Tabarca, amarramos la lancha y nos instalamos en una cala apartada. Entre cervezas frías y risas, el ambiente se volvió más suelto. De pronto, Valeria, con una sonrisa traviesa, se quitó la parte de arriba de su bikini. Sus tetas, grandes y firmes, rebotaron libres, los pezones oscuros brillando bajo el sol. 

“¡Qué calor!” dijo, riendo, y Camila la siguió, dejando caer su top blanco. 

Sus tetitas pequeñas, con esos pezones rosados, eran una tortura. Sofía, se quitó el suyo también, sus pechos firmes y sus pezones apenas cubiertos por el sol calentándole los piercings.

Mi coño palpitaba tan fuerte que temía que se oyera, mi bikini empapado no por el agua del mar, sino por el deseo que me consumía. Mis pezones, duros como piedras, se marcaban bajo mi pareo, y tuve que sentarme en una roca, fingiendo mirar el horizonte, para no delatarme.

Entonces Camila, con una cerveza en la mano y los ojos brillantes, soltó:

 “Ceci, ¿y si vamos a una playa nudista? ¡Con la lancha podemos acercarnos desde el mar!” 

Sofía y Valeria aplaudieron, riendo, y yo, con la voz temblando pero fingiendo calma, dije: 

“Venga, vamos.”

Encontramos una playa nudista escondida, una franja de arena donde el sol caía como fuego. Las tres se bajaron los bikinis sin pensarlo, quedándose completamente desnudas. 



















Valeria, con su coño depilado y los labios ligeramente abiertos, relucía bajo la luz. Camila, con su culo perfecto y su sexo marcado por una línea fina de vello, se movía como si el mundo le perteneciera. Sofía, con sus curvas libres al sol, reía y bailaba sin un ápice de vergüenza,.

Pero mi deseo, mi fuego, estaba en Valeria y Camila. Sus cuerpos desnudos, sus tetas rebotando, sus coños expuestos al aire, me tenían al borde del colapso.

Estaban bebiendo, bailando, celebrando el verano y la amistad, salpicándose agua, abrazándose sin pudor. 

Yo, sentada en una manta que extendimos en la arena, no podía quitarles los ojos de encima. Mi bikini estaba empapado, mi coño chorreando, mi clítoris hinchado pidiéndome a gritos que me tocara. Mis pezones, erectos, eran una evidencia imposible de esconder. 

De pronto, Valeria se acercó, con sus tetas balanceándose y su coño brillando bajo el sol, y dijo: 

“¡Ceci, venga, desnúdate tú también! ¡No seas aburrida!” 

Camila y Sofía se unieron, riendo, insistiendo: 

“¡Venga, Ceci, quítate el top aunque sea!”

 Me resistí un segundo, pero sus risas, sus cuerpos desnudos, me vencieron. Me quité la parte de arriba de mi bikini, dejando mis tetas al aire, mis pezones duros como rocas bajo sus miradas. Aplaudieron, gritando 

“¡Esa es nuestra Ceci!”, y siguieron bailando, ofreciéndome una cerveza. 

Me senté de nuevo en la manta, con la botella fría en la mano, pero mi mente estaba en otro lado. Quería tirarme sobre Valeria, lamer su coño hasta hacerla gritar, chupar los pezones de Camila hasta que se corriera en mi boca. Mi cuerpo temblaba, mi coño chorreaba tanto que sentía la humedad empapando la manta.

Sin que lo supieran, saqué fotos. 

Algunas eran las que me pedían, posando con las cervezas, riendo con el mar de fondo, Sofía en su bikini violeta o ya desnuda, sus curvas brillando en cada toma. Pero otras las tomé a escondidas, fingiendo mirar mi móvil. 

Capturé a Valeria agachada, su coño abierto reluciendo como una joya, sus tetas colgando mientras se reía. A Camila bailando, sus tetitas rebotando, sus pezones rosados duros como balas, su sexo húmedo bajo el sol. Cada foto era un trofeo, un pedazo de mi deseo, una chispa más en el incendio que me consumía. 

Mi bikini estaba empapado, no por el mar, sino por la calentura que me hacía temblar. Mi cabeza explotaba, imaginándome arrodillada entre ellas, mi lengua devorando el coño de Valeria, mis dedos follándose a Camila, sus gemidos llenando la playa. Pero para ellas, yo era solo Ceci, la mamá súper maja que les pone cervezas y no las regaña por desnudarse.

Esa tarde, mientras bailaban y reían, seguí tomando fotos secretas, mi coño palpitando con cada clic, mis pezones duros delatándome bajo el sol. 

Cuando volvimos a la lancha al atardecer, ellas seguían desnudas, bebiendo, riendo, sin saber que yo estaba al borde del colapso. Me pidieron más fotos, y lo hice, capturando a Sofía con su bikini violeta empapado, marcando su sexo y sus tetas, y a Valeria y Camila desnudas, sus cuerpos brillando como diosas. 

En mi mente, las follaba a las dos, en la arena, en el agua, en la lancha, lamiendo sus coños, mordiendo sus pezones, sintiendo sus manos en mi cuerpo. 

Pero me contuve, sonreí, manejé la lancha de vuelta a la casa. Esa noche, sola en mi cama, me toqué pensando en ellas, mi coño chorreando, mis dedos hundidos mientras revivía cada segundo, cada imagen de Valeria y Camila. 

Edu no estaba, pero cuando vuelva, le contaré todo, le mostraré las fotos, y sé que me follará como si quisiera apagar este fuego, aunque solo lo avive. 

Nadie sabe lo que soy: la esposa perfecta por fuera, la guarra bisexual que arde por dentro, que se empapa viendo a las amigas de su hija desnudas, que vive para el morbo, para el deseo que no se apaga.

Espero que no me juzguen mal por hacer esto 

Besos, Ceci ❤️