Yo era Alejo, el dentista estrella de Providencia, Guadalajara. Mi vida era como de película, pero de esas bien organizadas, ¿sabes? Tenía mi consultorio impecable, con ese olor a esterilizante que te hace sentir que todo está bajo control. Los pacientes me adoraban, siempre con sus citas para arreglarse una muela o sacar una sonrisa de comercial. Daba charlas en la uni, hablando de prótesis dentales como si fuera el rockstar de las caries. Y luego estaba Mariana, recuerdan la chica que se rompió el tobillo? si ella era mi novia, una mujer increíble con una risa que te hacía olvidar cualquier día pesado. Ella recordaba exactamente todo lo que paso en la fiesta, pero, al igual que yo nunca lo tomo como algo mío si no como un desliz no intensional, nos la llevábamos increíble. Hasta tenía el anillo de compromiso guardado en una cajita en mi buró, listo para el gran momento. Todo pintaba perfecto: boda planeada, casa, futuro, todo en orden. Pero, ¿te cuento un secreto? Había algo en mí que no encajaba en ese plan tan perfecto.
Desde la secundaria, cuando me puse a bailar salsa como chica en una competencia y me apodaron “Axsy”, algo se quedó grabado en mi cabeza. No era solo un apodo o un juego, era como una parte de mí que quería salir a respirar. Quería saber cómo se sentía ser una mujer, aunque fuera por ratos, sin que nadie lo supiera. Pero, obvio, no iba a ponerme a experimentar en Guadalajara, donde todos me conocían. Así que me guardé ese deseo como quien guarda un diario bajo llave.
El momento clave llegó cuando encontré un diplomado de seis meses en Madrid sobre prótesis dentales. Era la excusa perfecta: profesional, lejos, y nadie iba a estar fisgoneando.
Empecé a prepararme en plan ninja. Por las noches, cuando nadie veía, me ponía a hacer sentadillas y lunges como loco. Quería que mis piernas y mi trasero tuvieran esa curva que gritara “femenino”. Nada de pesas para los hombros, porque no quería parecer linebacker. Compré cremas que olían a flores, bases de maquillaje, brochas suaves, todo escondido en una maleta secreta en el clóset. Practicaba maquillaje en el baño, con la luz tenue, aprendiendo a suavizar mi cara, a hacer que mis pómulos parecieran de modelo. Hasta encargué pelucas por internet: una castaña ondulada, una negra súper dramática y una rubia que me hacía ver como sacada de una comedia romántica.
La ropa fue otro rollo. Empecé con cosas discretas: blusas sueltas, jeans ajustados, vestidos que se sentían como libertad pura. Luego subí de nivel: fajas que me hacían cintura de avispa, prótesis para darme curvas donde no las tenía, y lencería que, te juro, me hacía sentir como si estuviera en una película de espías. Pasaba horas probándome todo, caminando por mi sala, aprendiendo a mover las caderas como si hubiera nacido con falda. Era como si Alejo se tomara un descanso y dejara salir a Axsy, una versión de mí que se sentía viva de una forma nueva.
Empaqué mi maleta secreta como si fuera un tesoro, y me lancé a España.
Llegar a Madrid fue como entrar a otro mundo. El aeropuerto era un caos, pero de ese que te emociona: gente hablando mil acentos, olor a café y croissants, maletas rodando por todos lados. Renté un departamentito en el centro, con paredes de ladrillo y una ventana que daba a una calle empedrada. Apenas cerré la puerta, saqué la maleta de Axsy y me puse a armar mi look. Elegí un vestido gris sencillo, pero con clase, con lencería negra que me hacía sentir como estrella de cine. Medias con puntitos, botas cómodas, la peluca castaña cayendo perfecta. Me maquillé con calma, nada exagerado: un poco de base, sombras naturales, pestañas postizas para darle un toque coqueto. Cuando me vi en el espejo, casi no me reconocí. Axsy estaba ahí, lista para salir a comerse el mundo.
Caminar por Madrid fue increíble. Nadie sabía quién era, así que podía ser yo, o mejor dicho, ella. tomaba cafés en terrazas, paseaba por calles llenas de historia. En el mercado de San Miguel, los vendedores me decían “guapa” y me daban pedacitos de queso como si fuera su clienta favorita. En los cafés, los meseros me ponían en las mejores mesas, y yo me la pasaba viendo a la gente pasar: parejas, músicos callejeros, el sol pegándole a los edificios antiguos. Me sentía libre, como si Madrid me diera permiso de ser Axsy sin explicaciones.
Todo empezó en una librería de segunda mano en el barrio de Las Letras, en Madrid. Ese lugar era un caos organizado: estanterías llenas de libros viejos que olían a papel olvidado, como si cada uno guardara un secreto. Yo estaba ahí, siendo Axsy, con mi vestido burdeos y mis botas, tratando de alcanzar un libro en el estante más alto. Obvio, mis dedos apenas rozaban el lomo, y el vestido se me subía un poco, haciéndome sentir como en una comedia donde todo sale mal.
De repente, aparece este tipo, Javier. Alto, con un abrigo gris que le quedaba como de modelo, una barba bien recortada y una bufanda que gritaba “soy culto pero relajado”. Estaba hojeando un libro de fotos en la sección de arte, con esos ojos oscuros que parecían ver más allá de las páginas. Me pilló luchando con el estante y, sin más, dice con esa voz grave de locutor de radio: “Permíteme”. Me baja el libro como si nada, con una sonrisa que te juro me hizo tambalear. Charlamos un rato sobre el autor, nada profundo, pero había algo en el aire, como una chispa que no explicas.
Cuando salí, el sol ya se estaba poniendo, pintando el cielo de rosa. Y ahí estaba Javier, esperándome en la puerta como si fuera la cosa más natural del mundo. “¿Te invito un café?”, me suelta, con esa mezcla de confianza y misterio. Yo, no tenia planeado cruzar esa linea de nuevo, en mi plan no estaba volver a tener contacto masculino pero cuando lo dijo mi corazón se acelero a mil, la sensación de estar siendo nuevamente coqueteada por un chico y yo que soy un mar de nervios por dentro, dije que sí, porque, ¿Cómo le dices que no a eso?
En el café me sentí muy cómoda por que El era tan tranquilo, no pretendía sobrepasar líneas mas allá de lo que yo iba marcando y eso al ser precisamente lo que haría en Madrid me hizo sentir muy cómoda así que nos empezamos a ver más seguido, siempre en lugares públicos que me hacían sentir segura.
Cafés con mesas chiquitas donde el olor a espresso te envolvía, plazas con fuentes que sonaban como música de fondo. Javier era de esos que no preguntan de más, como si supiera que había cosas que no quería contar. Yo le daba pedacitos de mi historia como Axsy, inventando sobre la marcha, pero él me seguía la corriente, con esos ojos que parecían leerte el alma.
Una noche, Madrid estaba fría y lloviznando, con las calles brillando como espejos. Me puse un abrigo camel que me hacía sentir elegante, un vestido negro que marcaba bien las curvas que había trabajado con tantas sentadillas, y unas botas altas que sonaban clic-clac en el pavimento. Debajo, lencería burdeos que me hacía sentir como en una película de espías: un sostén con encaje y una tanga que era puro atrevimiento. Me maquillé con labios oscuros y un delineado que me daba vibes de femme fatale.
Caminamos, charlando, hasta que se soltó la lluvia y nos metimos bajo un soportal viejo para no mojarnos. El aire olía a tierra húmeda y a su perfume, algo como madera y limón que me volvía loca. Como el lugar era estrecho, estábamos cerca, demasiado cerca y una tensión extraña que hacia el aire pesado comenzó a sentirse Él dice “Axsy” en un susurro que me puso la piel de gallina, y de pronto su mano está en mi mejilla, suave pero firme. Me miró como si me conociera de siempre, y antes de que pudiera procesarlo, me besó.
Así es, tontamente había caído en este tonto juego de ser seducida por un Hombre, no estaba en el plan, eso no era parte del venir a Madrid, solo quería cerrar una etapa y aquí estaba nuevamente siendo la presa, pero amigo, qué beso. No fue de esos tímidos o apurados. Fue intenso, como si el tiempo se hubiera parado. Sabía a vino tinto de la cena y a algo que era solo él. Sus manos en mi nuca, mi corazón latiendo a mil, el sonido de la lluvia de fondo… Yo estaba en las nubes, siendo Axsy al cien, y él me besaba como si yo fuera exactamente quien quería ser. Cuando nos separamos, yo jadeando, él solo sonrió y dijo: “No tienes que decir nada”. Y yo, trate de explicarle que no era una chica, pero el me beso de nuevo y al separarse me dijo "lo se", eso me desinhibió y continuamos besándonos bajo el sonido de las gotas y el ambiente húmedo pero romántico, no quise llegar a mas y el, siendo un caballero lo acepto y me llevo a mi apartamento donde antes de despedirnos me beso nuevamente, esta vez tierno, como avisando que nos extrañaríamos pero el paro esta vez respetando mi limite, era un caballero y eso me hacia sentir amada, respetada, valorada
Después de ese beso, las cosas con Javier cambiaron, pero no como en una novela dramática, sino como algo que se cuece a fuego lento. Nos veíamos en cafés donde nuestras rodillas se chocaban bajo la mesa, mandándome corrientazos. Paseábamos por parques con hojas secas crujiendo bajo los pies, oliendo a castañas asadas. Besos esporadicos como novios de prepa que se gustaban. Yo seguía perfeccionando mi papel de Axsy: voz suave, pasos con swing, sonrisas que podían abrir cualquier puerta. Javier era un caballero, pero de esos que te miran con un brillo en los ojos que dice “sé lo que quiero”. Sin embargo yo no quería cruzar de nuevo el limite sexual, no de nuevo, solo quería jugar con el este juego de la seducción. Si amigo quería jugar con fuego.
Una noche en Madrid se sintió como si la ciudad misma me estuviera dando un guiño. El cielo estaba lleno de estrellas, la luna brillando como foco de escenario, y en las calles se oía un eco lejano de flamenco mezclado con el olor a especias de alguna paella cercana. Me preparé en mi departamento como si fuera a salir a una misión secreta. Escogí un vestido azul oscuro, de esos que se pegan al cuerpo y te hacen sentir que cada curva cuenta. El escote era sutil, pero dejaba ver justo lo necesario para mantener las miradas. Me puse medias negras que subían hasta medio muslo, como si guardaran un secreto, y unos tacones de aguja que hacían que cada paso sonara poderoso. Debajo, lencería negra: un sostén con encaje que abrazaba mis prótesis de silicona como si fueran parte de mí, y una tanga que se deslizaba perfecta, recordándome lo vulnerable y atrevida que podía ser. Me maquillé con cuidado: sombras oscuras para que mis ojos parecieran un misterio, pestañas postizas que daban un toque coqueto, labios rojos como una copa de vino, y un perfume de jazmín que dejaba una estela suave, como si fuera mi firma.
Cuando Javier llegó a mi puerta, me miró como si acabara de descubrir un cuadro en una galería. Sus ojos tenían esa chispa de deseo, pero también algo cálido, como si de verdad le importara. Tomó mi mano, sus dedos fuertes entrelazándose con los míos, y me llevó a su apartamento. Era un lugar acogedor: muebles de madera oscura, lámparas que daban una luz suave, y una ventana enorme que mostraba las luces de Madrid como si fueran un mar de estrellas. Nos sentamos en un sofá de cuero que crujía un poco, con una botella de vino tinto y copas que chocaban al brindar. Hablamos de todo y de nada: de sueños, de rincones de Madrid que queríamos explorar, pero poco a poco las palabras se fueron apagando. No hacían falta. Sus ojos y los míos ya estaban diciendo todo.
Su mano rozó mi rodilla, un toque inocente que fue subiendo por mi muslo hasta encontrar el borde de la media. Sentí un escalofrío. Mi corazón latía como tambor. Luego su mano siguió, tocando el encaje de mi tanga bajo el vestido. Solté un suspiro sin querer, y él se acercó, su aliento cálido en mi cuello. El beso que vino después fue como un incendio: intenso, urgente, su lengua explorando mi boca como si quisiera aprendérsela de memoria. Sus manos subieron por mi cintura, metiéndose bajo el vestido, rozando el encaje de mi sostén. Por un segundo, dudé. Recordé lo que había vivido en prepa y la dudas me llegaron a la cabeza, ¿Y si esto me cambiaba para siempre? ¿Y si Axsy se volvía más real que Alejo? Pero cuando Javier me miró, supe que él veía algo en mí que yo apenas estaba entendiendo.
Sus dedos siguieron, rozando el encaje de mi tanga bajo el vestido, donde podían sentir la forma de mi pene presionando contra la tela. Solté un suspiro tembloroso, y Javier me miró con esos ojos oscuros que parecían saberlo todo. Sin decir nada, se arrodilló frente a mí, sus manos firmes pero cuidadosas levantando el vestido, dejando al descubierto la lencería negra que apenas contenía mi erección. Sus dedos engancharon la tanga y la deslizaron lentamente hacia abajo, liberando mi pene, que se alzó rígido, la piel tensa y pulsante bajo su mirada. Su aliento cálido rozó la punta, enviando un choque eléctrico por mi cuerpo, y antes de que pudiera reaccionar, su lengua me tocó. Empezó suave, lamiendo la cabeza con movimientos lentos y húmedos, saboreando la piel sensible mientras mis piernas temblaban. Luego se volvió más intenso, su lengua girando alrededor de la base, explorando cada vena con una precisión que me hizo jadear. Tomó mi longitud en su boca, sus labios apretándose mientras subía y bajaba, succionando con una presión que me volvía loco. Mis manos se aferraron a su cabello, guiándolo mientras mi cuerpo se arqueaba, perdido en el calor húmedo de su boca, cada chupada y lamida llevándome al borde con una mezcla de suavidad y urgencia que me dejó gimiendo, mi pene palpitando bajo su control, en un momento le avisé que terminaría pero el aumento el ritmo haciéndome explotar en su boca. Eso mi hizo olvidar cualquier prejuicio, cualquier duda y saco la hembra, potra que había en mi.
Me arrodillé frente a él en la alfombra, con las manos temblando mientras desabrochaba su cinturón. Su pantalón cayó, y ahí estaba, su bóxer negro marcando una erección que me aceleró el pulso. Lo liberé con cuidado, y su miembro apareció, grueso, firme, con una piel suave que contrastaba con su dureza. Lo toqué con la lengua, primero suave, probando su sabor salado, su aroma. Javier gimió, un sonido profundo que llenó la habitación, y puso su mano en mi nuca, guiándome con suavidad. Lo tomé en mi boca, moviéndome despacio al principio, dejando que mi lengua explorara cada detalle. Luego aceleré, mis labios apretados, mi mano en la base moviéndose al mismo ritmo. Sus gemidos eran como música, y su mano en mi peluca me hacía sentir que Axsy lo tenía atrapado.
Pero no nos detuvimos ahí. Javier se acostó en el sofá, su cuerpo como una invitación imposible de ignorar. “Ven aquí”, dijo con esa voz ronca que me volvía loca. Esa linea nunca la había cruzado, pero te prometo amigo que me desconocí, Me subí sobre él, me quite ágilmente el vestido bajándolo por mis muslos, dejando ver la lencería completa y dejando a Javier atónito ante mi sensualidad ya arriba de el aparte la tanga con un movimiento rápido. Coloque con mi mano su pene en mi ano y comencé a disfrutar cada centímetro Bajé despacio, sintiendo cómo me llenaba poco a poco, un estiramiento que era placer puro, estaba en las estrellas, hasta que sentí sus testículos tocando mis nalgas y caí en cuenta que me había entregado por completo, me quede unos segundos disfrutando de sentirme tan llena pero, como la buena dama en la que me acababa de convertir, no podía olvidarme de darle placer a mi hombre así que Moví las caderas, primero lento, luego más rápido, montándolo con una pasión que no sabía que tenía. El sofá crujía, nuestros cuerpos sudados se deslizaban juntos, sus manos agarrando mis nalgas, guiándome en cada embestida. “Soy mujer... sí, soy una mujer perfecta”, gemí, las palabras saliendo solas, como si necesitara decirlas para creérmelo. El placer creció como una ola, y sentí como su miembro se endurecía mas hasta que explotó y lleno mis entrañas y como respuesta a lo grandioso que había sido yo termine también en un clímax que cayo en su pecho y nos dejó temblando a los dos. Grité “¡Sí, soy mujer!” mientras todo mi cuerpo se rendía al éxtasis.
Después, nos quedamos abrazados en el sofá, con el sudor enfriándose en la piel. Javier me susurró al oído: “Fuiste perfecta”. Esa palabra me pegó fuerte, como si sellara todo lo que había sentido esa noche. Era Axsy, pero también era yo, y por un momento todo encajó. lo abrazaba y lo besaba hasta que me quede dormida, no me di cuenta del tiempo ni de la forma en que habíamos quedado.
Los seis meses en Madrid pasaron como un suspiro. Javier y yo seguimos viéndonos, jugando ese juego de seducción teníamos sexo en su apartamento, en el mío, practicamos todas las posiciones posibles, no era sexo homosexual era sexo entre un hombre y una mujer yo no percibía rastro de masculinidad en mi, estábamos viviendo un sueño hasta esa última noche.
La noche antes de volver a México, nos despedimos como si quisiéramos grabar cada segundo en la memoria. Volvimos a tener sexo en mi apartamento, esta vez más lento, más profundo, como si supiéramos que era el final. Sus manos recorrieron mi cuerpo como si quisieran memorizarlo, y yo me dejé llevar, siendo Axsy hasta el último instante. Cuando terminamos, abrazados en su cama, él me miró con ojos serios y dijo: “Quédate, Axsy. Quédate conmigo. Podemos vivir juntos, aquí, en Madrid. No me dejes”.
Se me hizo un nudo en la garganta. Le conté todo: sobre Mariana, mi vida en Guadalajara, el consultorio, el anillo de compromiso que me esperaba en mi buró. Le dije que estos seis meses habían sido un sueño, uno donde pude ser Axsy y sentirme libre, pero que los sueños terminan y hay que despertar.
Le confesé que Alejo tenía una vida en México, una que no podía dejar atrás. Javier escuchó en silencio, sus ojos brillando con algo que parecía tristeza, pero también respeto. Me dio un último beso, suave, como si quisiera guardar un pedacito de mí. Luego se levantó, se puso su abrigo, y se fue.
La puerta se cerró con un clic que sonó como el fin de algo.
No lo volví a ver.
Desde la secundaria, cuando me puse a bailar salsa como chica en una competencia y me apodaron “Axsy”, algo se quedó grabado en mi cabeza. No era solo un apodo o un juego, era como una parte de mí que quería salir a respirar. Quería saber cómo se sentía ser una mujer, aunque fuera por ratos, sin que nadie lo supiera. Pero, obvio, no iba a ponerme a experimentar en Guadalajara, donde todos me conocían. Así que me guardé ese deseo como quien guarda un diario bajo llave.
El momento clave llegó cuando encontré un diplomado de seis meses en Madrid sobre prótesis dentales. Era la excusa perfecta: profesional, lejos, y nadie iba a estar fisgoneando.
Empecé a prepararme en plan ninja. Por las noches, cuando nadie veía, me ponía a hacer sentadillas y lunges como loco. Quería que mis piernas y mi trasero tuvieran esa curva que gritara “femenino”. Nada de pesas para los hombros, porque no quería parecer linebacker. Compré cremas que olían a flores, bases de maquillaje, brochas suaves, todo escondido en una maleta secreta en el clóset. Practicaba maquillaje en el baño, con la luz tenue, aprendiendo a suavizar mi cara, a hacer que mis pómulos parecieran de modelo. Hasta encargué pelucas por internet: una castaña ondulada, una negra súper dramática y una rubia que me hacía ver como sacada de una comedia romántica.
La ropa fue otro rollo. Empecé con cosas discretas: blusas sueltas, jeans ajustados, vestidos que se sentían como libertad pura. Luego subí de nivel: fajas que me hacían cintura de avispa, prótesis para darme curvas donde no las tenía, y lencería que, te juro, me hacía sentir como si estuviera en una película de espías. Pasaba horas probándome todo, caminando por mi sala, aprendiendo a mover las caderas como si hubiera nacido con falda. Era como si Alejo se tomara un descanso y dejara salir a Axsy, una versión de mí que se sentía viva de una forma nueva.
Empaqué mi maleta secreta como si fuera un tesoro, y me lancé a España.
Llegar a Madrid fue como entrar a otro mundo. El aeropuerto era un caos, pero de ese que te emociona: gente hablando mil acentos, olor a café y croissants, maletas rodando por todos lados. Renté un departamentito en el centro, con paredes de ladrillo y una ventana que daba a una calle empedrada. Apenas cerré la puerta, saqué la maleta de Axsy y me puse a armar mi look. Elegí un vestido gris sencillo, pero con clase, con lencería negra que me hacía sentir como estrella de cine. Medias con puntitos, botas cómodas, la peluca castaña cayendo perfecta. Me maquillé con calma, nada exagerado: un poco de base, sombras naturales, pestañas postizas para darle un toque coqueto. Cuando me vi en el espejo, casi no me reconocí. Axsy estaba ahí, lista para salir a comerse el mundo.
Caminar por Madrid fue increíble. Nadie sabía quién era, así que podía ser yo, o mejor dicho, ella. tomaba cafés en terrazas, paseaba por calles llenas de historia. En el mercado de San Miguel, los vendedores me decían “guapa” y me daban pedacitos de queso como si fuera su clienta favorita. En los cafés, los meseros me ponían en las mejores mesas, y yo me la pasaba viendo a la gente pasar: parejas, músicos callejeros, el sol pegándole a los edificios antiguos. Me sentía libre, como si Madrid me diera permiso de ser Axsy sin explicaciones.
Todo empezó en una librería de segunda mano en el barrio de Las Letras, en Madrid. Ese lugar era un caos organizado: estanterías llenas de libros viejos que olían a papel olvidado, como si cada uno guardara un secreto. Yo estaba ahí, siendo Axsy, con mi vestido burdeos y mis botas, tratando de alcanzar un libro en el estante más alto. Obvio, mis dedos apenas rozaban el lomo, y el vestido se me subía un poco, haciéndome sentir como en una comedia donde todo sale mal.
De repente, aparece este tipo, Javier. Alto, con un abrigo gris que le quedaba como de modelo, una barba bien recortada y una bufanda que gritaba “soy culto pero relajado”. Estaba hojeando un libro de fotos en la sección de arte, con esos ojos oscuros que parecían ver más allá de las páginas. Me pilló luchando con el estante y, sin más, dice con esa voz grave de locutor de radio: “Permíteme”. Me baja el libro como si nada, con una sonrisa que te juro me hizo tambalear. Charlamos un rato sobre el autor, nada profundo, pero había algo en el aire, como una chispa que no explicas.
Cuando salí, el sol ya se estaba poniendo, pintando el cielo de rosa. Y ahí estaba Javier, esperándome en la puerta como si fuera la cosa más natural del mundo. “¿Te invito un café?”, me suelta, con esa mezcla de confianza y misterio. Yo, no tenia planeado cruzar esa linea de nuevo, en mi plan no estaba volver a tener contacto masculino pero cuando lo dijo mi corazón se acelero a mil, la sensación de estar siendo nuevamente coqueteada por un chico y yo que soy un mar de nervios por dentro, dije que sí, porque, ¿Cómo le dices que no a eso?
En el café me sentí muy cómoda por que El era tan tranquilo, no pretendía sobrepasar líneas mas allá de lo que yo iba marcando y eso al ser precisamente lo que haría en Madrid me hizo sentir muy cómoda así que nos empezamos a ver más seguido, siempre en lugares públicos que me hacían sentir segura.
Cafés con mesas chiquitas donde el olor a espresso te envolvía, plazas con fuentes que sonaban como música de fondo. Javier era de esos que no preguntan de más, como si supiera que había cosas que no quería contar. Yo le daba pedacitos de mi historia como Axsy, inventando sobre la marcha, pero él me seguía la corriente, con esos ojos que parecían leerte el alma.
Una noche, Madrid estaba fría y lloviznando, con las calles brillando como espejos. Me puse un abrigo camel que me hacía sentir elegante, un vestido negro que marcaba bien las curvas que había trabajado con tantas sentadillas, y unas botas altas que sonaban clic-clac en el pavimento. Debajo, lencería burdeos que me hacía sentir como en una película de espías: un sostén con encaje y una tanga que era puro atrevimiento. Me maquillé con labios oscuros y un delineado que me daba vibes de femme fatale.
Caminamos, charlando, hasta que se soltó la lluvia y nos metimos bajo un soportal viejo para no mojarnos. El aire olía a tierra húmeda y a su perfume, algo como madera y limón que me volvía loca. Como el lugar era estrecho, estábamos cerca, demasiado cerca y una tensión extraña que hacia el aire pesado comenzó a sentirse Él dice “Axsy” en un susurro que me puso la piel de gallina, y de pronto su mano está en mi mejilla, suave pero firme. Me miró como si me conociera de siempre, y antes de que pudiera procesarlo, me besó.
Así es, tontamente había caído en este tonto juego de ser seducida por un Hombre, no estaba en el plan, eso no era parte del venir a Madrid, solo quería cerrar una etapa y aquí estaba nuevamente siendo la presa, pero amigo, qué beso. No fue de esos tímidos o apurados. Fue intenso, como si el tiempo se hubiera parado. Sabía a vino tinto de la cena y a algo que era solo él. Sus manos en mi nuca, mi corazón latiendo a mil, el sonido de la lluvia de fondo… Yo estaba en las nubes, siendo Axsy al cien, y él me besaba como si yo fuera exactamente quien quería ser. Cuando nos separamos, yo jadeando, él solo sonrió y dijo: “No tienes que decir nada”. Y yo, trate de explicarle que no era una chica, pero el me beso de nuevo y al separarse me dijo "lo se", eso me desinhibió y continuamos besándonos bajo el sonido de las gotas y el ambiente húmedo pero romántico, no quise llegar a mas y el, siendo un caballero lo acepto y me llevo a mi apartamento donde antes de despedirnos me beso nuevamente, esta vez tierno, como avisando que nos extrañaríamos pero el paro esta vez respetando mi limite, era un caballero y eso me hacia sentir amada, respetada, valorada
Después de ese beso, las cosas con Javier cambiaron, pero no como en una novela dramática, sino como algo que se cuece a fuego lento. Nos veíamos en cafés donde nuestras rodillas se chocaban bajo la mesa, mandándome corrientazos. Paseábamos por parques con hojas secas crujiendo bajo los pies, oliendo a castañas asadas. Besos esporadicos como novios de prepa que se gustaban. Yo seguía perfeccionando mi papel de Axsy: voz suave, pasos con swing, sonrisas que podían abrir cualquier puerta. Javier era un caballero, pero de esos que te miran con un brillo en los ojos que dice “sé lo que quiero”. Sin embargo yo no quería cruzar de nuevo el limite sexual, no de nuevo, solo quería jugar con el este juego de la seducción. Si amigo quería jugar con fuego.
Una noche en Madrid se sintió como si la ciudad misma me estuviera dando un guiño. El cielo estaba lleno de estrellas, la luna brillando como foco de escenario, y en las calles se oía un eco lejano de flamenco mezclado con el olor a especias de alguna paella cercana. Me preparé en mi departamento como si fuera a salir a una misión secreta. Escogí un vestido azul oscuro, de esos que se pegan al cuerpo y te hacen sentir que cada curva cuenta. El escote era sutil, pero dejaba ver justo lo necesario para mantener las miradas. Me puse medias negras que subían hasta medio muslo, como si guardaran un secreto, y unos tacones de aguja que hacían que cada paso sonara poderoso. Debajo, lencería negra: un sostén con encaje que abrazaba mis prótesis de silicona como si fueran parte de mí, y una tanga que se deslizaba perfecta, recordándome lo vulnerable y atrevida que podía ser. Me maquillé con cuidado: sombras oscuras para que mis ojos parecieran un misterio, pestañas postizas que daban un toque coqueto, labios rojos como una copa de vino, y un perfume de jazmín que dejaba una estela suave, como si fuera mi firma.
Cuando Javier llegó a mi puerta, me miró como si acabara de descubrir un cuadro en una galería. Sus ojos tenían esa chispa de deseo, pero también algo cálido, como si de verdad le importara. Tomó mi mano, sus dedos fuertes entrelazándose con los míos, y me llevó a su apartamento. Era un lugar acogedor: muebles de madera oscura, lámparas que daban una luz suave, y una ventana enorme que mostraba las luces de Madrid como si fueran un mar de estrellas. Nos sentamos en un sofá de cuero que crujía un poco, con una botella de vino tinto y copas que chocaban al brindar. Hablamos de todo y de nada: de sueños, de rincones de Madrid que queríamos explorar, pero poco a poco las palabras se fueron apagando. No hacían falta. Sus ojos y los míos ya estaban diciendo todo.
Su mano rozó mi rodilla, un toque inocente que fue subiendo por mi muslo hasta encontrar el borde de la media. Sentí un escalofrío. Mi corazón latía como tambor. Luego su mano siguió, tocando el encaje de mi tanga bajo el vestido. Solté un suspiro sin querer, y él se acercó, su aliento cálido en mi cuello. El beso que vino después fue como un incendio: intenso, urgente, su lengua explorando mi boca como si quisiera aprendérsela de memoria. Sus manos subieron por mi cintura, metiéndose bajo el vestido, rozando el encaje de mi sostén. Por un segundo, dudé. Recordé lo que había vivido en prepa y la dudas me llegaron a la cabeza, ¿Y si esto me cambiaba para siempre? ¿Y si Axsy se volvía más real que Alejo? Pero cuando Javier me miró, supe que él veía algo en mí que yo apenas estaba entendiendo.
Sus dedos siguieron, rozando el encaje de mi tanga bajo el vestido, donde podían sentir la forma de mi pene presionando contra la tela. Solté un suspiro tembloroso, y Javier me miró con esos ojos oscuros que parecían saberlo todo. Sin decir nada, se arrodilló frente a mí, sus manos firmes pero cuidadosas levantando el vestido, dejando al descubierto la lencería negra que apenas contenía mi erección. Sus dedos engancharon la tanga y la deslizaron lentamente hacia abajo, liberando mi pene, que se alzó rígido, la piel tensa y pulsante bajo su mirada. Su aliento cálido rozó la punta, enviando un choque eléctrico por mi cuerpo, y antes de que pudiera reaccionar, su lengua me tocó. Empezó suave, lamiendo la cabeza con movimientos lentos y húmedos, saboreando la piel sensible mientras mis piernas temblaban. Luego se volvió más intenso, su lengua girando alrededor de la base, explorando cada vena con una precisión que me hizo jadear. Tomó mi longitud en su boca, sus labios apretándose mientras subía y bajaba, succionando con una presión que me volvía loco. Mis manos se aferraron a su cabello, guiándolo mientras mi cuerpo se arqueaba, perdido en el calor húmedo de su boca, cada chupada y lamida llevándome al borde con una mezcla de suavidad y urgencia que me dejó gimiendo, mi pene palpitando bajo su control, en un momento le avisé que terminaría pero el aumento el ritmo haciéndome explotar en su boca. Eso mi hizo olvidar cualquier prejuicio, cualquier duda y saco la hembra, potra que había en mi.
Me arrodillé frente a él en la alfombra, con las manos temblando mientras desabrochaba su cinturón. Su pantalón cayó, y ahí estaba, su bóxer negro marcando una erección que me aceleró el pulso. Lo liberé con cuidado, y su miembro apareció, grueso, firme, con una piel suave que contrastaba con su dureza. Lo toqué con la lengua, primero suave, probando su sabor salado, su aroma. Javier gimió, un sonido profundo que llenó la habitación, y puso su mano en mi nuca, guiándome con suavidad. Lo tomé en mi boca, moviéndome despacio al principio, dejando que mi lengua explorara cada detalle. Luego aceleré, mis labios apretados, mi mano en la base moviéndose al mismo ritmo. Sus gemidos eran como música, y su mano en mi peluca me hacía sentir que Axsy lo tenía atrapado.
Pero no nos detuvimos ahí. Javier se acostó en el sofá, su cuerpo como una invitación imposible de ignorar. “Ven aquí”, dijo con esa voz ronca que me volvía loca. Esa linea nunca la había cruzado, pero te prometo amigo que me desconocí, Me subí sobre él, me quite ágilmente el vestido bajándolo por mis muslos, dejando ver la lencería completa y dejando a Javier atónito ante mi sensualidad ya arriba de el aparte la tanga con un movimiento rápido. Coloque con mi mano su pene en mi ano y comencé a disfrutar cada centímetro Bajé despacio, sintiendo cómo me llenaba poco a poco, un estiramiento que era placer puro, estaba en las estrellas, hasta que sentí sus testículos tocando mis nalgas y caí en cuenta que me había entregado por completo, me quede unos segundos disfrutando de sentirme tan llena pero, como la buena dama en la que me acababa de convertir, no podía olvidarme de darle placer a mi hombre así que Moví las caderas, primero lento, luego más rápido, montándolo con una pasión que no sabía que tenía. El sofá crujía, nuestros cuerpos sudados se deslizaban juntos, sus manos agarrando mis nalgas, guiándome en cada embestida. “Soy mujer... sí, soy una mujer perfecta”, gemí, las palabras saliendo solas, como si necesitara decirlas para creérmelo. El placer creció como una ola, y sentí como su miembro se endurecía mas hasta que explotó y lleno mis entrañas y como respuesta a lo grandioso que había sido yo termine también en un clímax que cayo en su pecho y nos dejó temblando a los dos. Grité “¡Sí, soy mujer!” mientras todo mi cuerpo se rendía al éxtasis.
Después, nos quedamos abrazados en el sofá, con el sudor enfriándose en la piel. Javier me susurró al oído: “Fuiste perfecta”. Esa palabra me pegó fuerte, como si sellara todo lo que había sentido esa noche. Era Axsy, pero también era yo, y por un momento todo encajó. lo abrazaba y lo besaba hasta que me quede dormida, no me di cuenta del tiempo ni de la forma en que habíamos quedado.
Los seis meses en Madrid pasaron como un suspiro. Javier y yo seguimos viéndonos, jugando ese juego de seducción teníamos sexo en su apartamento, en el mío, practicamos todas las posiciones posibles, no era sexo homosexual era sexo entre un hombre y una mujer yo no percibía rastro de masculinidad en mi, estábamos viviendo un sueño hasta esa última noche.
La noche antes de volver a México, nos despedimos como si quisiéramos grabar cada segundo en la memoria. Volvimos a tener sexo en mi apartamento, esta vez más lento, más profundo, como si supiéramos que era el final. Sus manos recorrieron mi cuerpo como si quisieran memorizarlo, y yo me dejé llevar, siendo Axsy hasta el último instante. Cuando terminamos, abrazados en su cama, él me miró con ojos serios y dijo: “Quédate, Axsy. Quédate conmigo. Podemos vivir juntos, aquí, en Madrid. No me dejes”.
Se me hizo un nudo en la garganta. Le conté todo: sobre Mariana, mi vida en Guadalajara, el consultorio, el anillo de compromiso que me esperaba en mi buró. Le dije que estos seis meses habían sido un sueño, uno donde pude ser Axsy y sentirme libre, pero que los sueños terminan y hay que despertar.
Le confesé que Alejo tenía una vida en México, una que no podía dejar atrás. Javier escuchó en silencio, sus ojos brillando con algo que parecía tristeza, pero también respeto. Me dio un último beso, suave, como si quisiera guardar un pedacito de mí. Luego se levantó, se puso su abrigo, y se fue.
La puerta se cerró con un clic que sonó como el fin de algo.
No lo volví a ver.
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