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"Manso putito"

"Manso putito"
Hace unos años, en Bariloche, la última salida nocturna del viaje de egresados era a un boliche que hacía "La noche del mariposón", una competencia entre colegios que consistía en un desfile de chicos travestidos. Algo poco inclusivo que hoy sería impensable. Lo que voy a contar pasó esa noche y nunca se lo conté a nadie más que a mí terapeuta y a mi mujer que en esa época era mí novia. 
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Siempre fui lindo de cara y a los 18 más todavía. Era muy parecido a mi mamá, de cuerpo delgado y un culo redondeado a fuerza de fútbol y caminatas. Por eso el curso me eligió para que lo represente esa noche.
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Andrea, mi novia, y sus amigas se entusiasmaron con el make up. Me tuvieron horas en su cuarto, revoloteando alrededor de mi pelo, eligiendo el maquillaje, la ropa, depilándome las cejas y las piernas, hasta convertirme en una chica más. La verdad que cuando me vi al espejo no me reconocí. Estaba espléndida.
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En el boliche tuve que esquivar algún manotazo y hacerme el desentendido porque más de uno me quería echar los galgos. Hasta mis propios compañeros aprovecharon algún amontonamiento para tocarme el culo. Andrea me miraba y se reía, no sé si le excitaba verme echo una nena o disfrutaba de mi incomodidad. Yo no veía la hora de hacer el desfile y terminar con eso. Mientras tanto, hacía equilibrio sobre los tacos aguja y me estiraba la minifalda para que no se me vea la cola. Sentía que la tanga se me clavaba en el orto y estaba pendiente de que no se me corriera el maquillaje. Igual, cada tanto me retocaba los labios.
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Por fin llamaron a los participantes y me llevaron detrás del escenario. De entrada me di cuenta que no iba a haber competencia. Mis rivales parecían albañiles disfrazados. Cuando me vieron llegar se dejaron vencer por la envidia y la vergüenza. Así que no les di más bola y me dediqué a repasar el rouge y el rimmel. Tan distraído estaba que ni miré cuando el tipo que hacía las presentaciones me pasó un sobre para que aspire unas líneas de coca. Si algo me faltaba para salir al escenario echo una loba, el subidón lo completó. Caminé exultante por la pasarela, dispuesto a todo, caminando como si a cada paso que daba rajara la tierra, arrancando aullidos de la platea, moviendo la cola como una modelo. Fue tan grande la ovación que ahí mismo cerraron el concurso y me proclamaron ganador. El premio era otro viaje a Bariloche para toda la división. Mis compañeros estaban como locos, saltando y festejando a los gritos. Desde el escenario yo también festejaba, pero dando saltitos para que los talcos altos no me hicieran torcer el tobillo. Los grititos de los que habla Andrea no los recuerdo, pero debe ser que ya me había ganado el personaje. La cosa es que no pude festejar con mi grupo, porque antes de bajar el conductor me dijo que el dueño del boliche me quería conocer para oficializar el premio.
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Me llevaron a un vip exclusivo, una habitación cerrada y con luz tenue, en la que había algunos sillones, una mesita con drogas y bebidas y una tele colgada en la pared. Había cuatro tipos y una mina joven y linda que parecía la novia del más joven. Me presentaron al dueño, un tipo de 50 años con un aire a Mike Amigorena. Era mendocino pero hacía años que vivía en Bariloche. El más joven era su hijo, un flaco fachero y atlético al que no pude dejar de mirar desde que entré. Los otros dos eran los socios de Mike: un pelado flaco y alto que parecía contador, y un negro grandote y musculoso que daba un poco de miedo. 
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-En Mendoza, cuando algo está muy, pero muy bien, decimos "manso" -me dijo Mike. -Manso putito. -y me pellizcó un cachete. No sé por qué, pero no le respondí. Y dejé que me tomara de la cintura para llevarme al sillón y ofrecerme una copa de vino. Yo estaba incómodo y no reaccionaba a tiempo. Pero algo debía tener ese vino porque en cuanto lo tomé perdí los estribos y empecé a comportarme de un modo extraño. 
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-¿Cómo te llamás bebé?
-Pamela 
-Qué nombre de trola que tenés. Va bien con esa boquita golosa. Te morís por hacer un pete, ¿cierto?
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No tuve tiempo de responder, creo que no entendí bien lo que me dijo. Mike me tomó de la nuca y me guió hasta su bulto. Se le notaba la pija parada, de buen tamaño, durísima, bajo la tela del pantalón de vestir. Me dejé conducir. Le bajé el cierre y le acaricié la pija por arriba de la tela. Me salió solo abrir la boca y empezar a chuparla. Cuando se asomó por la bragueta abierta me pareció una cosa hermosa. Me dieron ganas de probarla y me la comí a besos. Estaba rica, nunca había soñado con chupar una pija, era suave y sabrosa, levemente salada, con unas gotitas de líquido seminal que le daban un gusto especial. Me dije que una probadita no me convierte en gay y me la comí entera.
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Lo estaba disfrutando, tanto que no me di cuenta que la chica había empezado a filmar mi actuación y que el pelado que parecía un contador me levantaba la falda para tocarme el culo. Recién cuando sentí la lengua del pelado lubricándome el ano con saliva reaccioné: me corrí la tanga y empiné mejor la cola. En seguida me di cuenta de que apoyaba la punta del choto en la entrada de mí hoyito y hacía fuerza para penetrarme.
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Hice fuerza como para tirarme un pedito y entró de una, entera, hasta los huevos. Se me cortó la respiración cuando la sentí toda adentro, como si me partieran al medio con un fierro caliente, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Me mordí los labios para no gritar, y me concentré en la pija de Mike, que tenía delante, para no pensar en lo que tenía clavado entre las nalgas. Así que seguí chupando y al ratito ya no me dolía. Al contrario, se sentía bien rico y solito empecé a mover la cola para sentirla mejor.
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La flaca seguía filmando y los otros dos, el flaco divino y el negro, se arrimaron al sofá para participar de la fiesta. Pelaron verga y me la ofrecieron. Empecé a chupar como si fuese un sommelier de pija. Comparando aromas, sabores y texturas. Recorriendo cada vena y cada arruga con la lengua. Envolviendo cada glande con los labios, bajando por el tronco hasta sentirla en la garganta, rozando los huevos con el mentón. La del negro era enorme, claro, una cosa monstruosa que casi me disloca la mandíbula. La del flaco era perfecta, como él, durísima y llena de venas, un martillo que me hacía palpitar la cola. Le pedí que me la meta, por favor, porque soy respetuoso y un poco tímido, aunque cueste creerlo al verme así hecho una puta cualquiera.
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Me dio el gusto y cambió de lugar con el pelado, mientras Mike reclamaba mi boca para acabar y llenarme la garganta de leche. Nunca había probado algo tan sabroso. Agridulce, espeso y fuerte como el hombre que me estaba cogiendo. La tragué toda y cuando quedó limpia me ocupé del pelado. Esa era la pija que me había desvirgado. Era finita y larga. No parecía gran cosa, no si la comparaba con la del macho hermoso que me estaba dando bomba ahora como un martillo mecánico, haciendo que mí pito flácido chorreara semen sin que yo lo tocara, haciéndome acabar a punta de pija nomás, frotando la cabeza contra mi próstata, apretando el botón de encendido para darme un orgasmo tras otro. La del pelado no. Olía a culo (el mío, claro, de ahí la traía) y era gomosa. No me gustó. La chupé igual, por educación, y para que el negro gigante no creyera que lo prefería. Lo hice acabar moviendo la lengua en el frenillo y degusté esa lechita aguachenta y dulce sin desagrado. Al negro preferí pajearlo. De paso podía girar la cabeza y sentir la maravilla que tenía clavada en el culo.
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El flaco se había quitado la camisa y me tomaba de la cintura, moviéndose como un pistón. Era un animal de gimnasio, con un cuerpo trabajado lo justo para marcar cada músculo, no para inflarlo como el negro que tenía cuerpo de gorila, sino como un atleta, una máquina de coger, hermosa y eficiente. Apreté las nalgas para darle placer y sentir mejor la pija que me estaba dando. Miré a la cámara un segundo, como para demostrarle a la minita esa que yo era mucho más linda, más sexy, y más perra que ella.
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No di más y acabé sobre el sofá, un río de leche que brotó solo, sin tocarme, mientras le comía la boca al chongo y gritaba de placer como la gata en celo en la que me había convertido. Me desplomé sobre el sofá, sobre la leche derramada, mientras el flaco me nalgueaba, soltaba los últimos chorros de semen en mí espalda y le dejaba su lugar al negro. 
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Estaba tan exhausta que no me di cuenta hasta que me la puso. Sentí un espasmo que me recorrió la espalda, pensé que me quedaba paralítico, hasta escuché un ruido, como el de un melón que se parte o una sábana que se raja. Ese era mí hoyito quejándose, dolorido y sangrante, porque ese negro bruto metía una verga que no era de este mundo entre mis nalgas. Mordí el almohadón y aguanté el dolor. Tardó un montón en acabar y me dejó hecho un trapo.
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Cuando me pude levantar se estaban yendo todos. El que me gustaba a mí también. Cómo si no me conociera el desalmado, ni me saludó con un besito antes de irse. La novia me acomodó un poco la ropa, me pasaron la cartera con el premio y unos dólares ("por esta noche hermosa", dijo Mike) y una memoria usb con el vídeo que había grabado la mina. "No solemos hacer esto, en general basta con que sepan que los tenemos grabados, pero vos estuviste tan bien y disfrutaste tanto que queremos darte una copia".
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Salí al pasillo y me di cuenta que no tenía la bombacha. Pero ya habían cerrado la puerta y me daba vergüenza llamar. De a poco iba recuperando la conciencia. Volví con mí grupo. Andrea me buscaba y estaban todos preocupados porque no sabían dónde me había metido. Yo no sabía qué decir. Estaba sucia y con el maquillaje corrido, el vestido arrugado, y chorreando leche por el culo. El semen me corría por la pierna y yo no podía evitarlo porque no tenía bombacha y el negro me había inutilizado el esfínter del ano. Por suerte nadie se dio cuenta, salvo Andrea que me miró con lástima.
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Cuando llegamos al hotel me derrumbé. Llorando, le conté lo que había pasado. Ella lo entendió o simuló entender, y me perdonó. Su amor me ayudó, con el tiempo y la terapia, a superar ese trauma. Pero como dice mi psicóloga, cuando una puerta se abre ya no vuelve a cerrarse. Por esa puerta se asoma a veces la Pamela que fui en Bariloche y salimos con Andrea, mi compañera y mi cómplice, a levantar chongos por ahí. Ella es hermosa y tiene más suerte que yo: siempre termina en la cama con un macho joven y hermoso. A mí, en cambio, me levantan taxistas de más de 40 que me rompen el culo en algún callejón perdido del conurbano. Pero igual no me quejo: se siente bien rico tenerla adentro.
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3 comentarios - "Manso putito"

SamySamantha
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