You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Asi me folle a mi suegra por accidente, salió bien

Con los cincuenta acercándose a mi cuerpo, nunca me imaginé que me esperaría una pequeña aventura. Sin embargo, la vida es así y cuando ves las oportunidades que se acercan a ti, no está bien dejarlas pasar, ¿verdad?

Este es mi caso y el tren que no me apetecía que se fuera de la estación sin montarme en él, era mi yerno. Era el agradable novio de mi hija, con el que llevaba dos años de noviazgo y que, al parecer, se amaban con locura. No niego que Imanol quisiera a mi hija, no obstante, a otra persona de la familia… también.

Antes de que os comente el momento álgido de la historia, es mejor irnos un poco más atrás, justo al día que vino a la comunión de uno de mis sobrinos y donde me empecé a percatar de la situación. Sara me preguntó si le podía invitar y bueno… por uno más no pasaba nada, nadie se iba a quejar, por lo que acepté.

—Mamá.

La voz de mi hija provino desde mi espalda y cuando me giré, observé a la bonita pareja lista para el evento. Ya estábamos en la iglesia y me quité las gafas de sol para admirar mejor al bueno de Imanol que, como de costumbre, lucía su impresionante sonrisa.

—¡Ay, mis niños! ¡Qué guapos estáis! —comenté nada más acercarme para darle dos besos a mi yerno.

—Muchas gracias, Laura —contestó con su tono educado, para, acto seguido, dedicarme una de sus amables frases—. Tú también estás muy guapa.

—¡No digas bobadas, cariño! —me reí de manera histriónica, porque no sé hacerlo de otra forma y par de familiares se giraron a mirarme— Yo ya soy una pasa arrugada.

—Mamá… ¡Tú sí que dices bobadas…!

—¡Venga, Sara! Vete a saludar a todos que me quedo aquí guardándote a Imanol. —se dieron un casto beso y mi niña se fue contoneando su pequeño culo que no era ni la mitad del mío.

Yo me anudé al brazo de mi yerno, esperando a que volviera para no dejarle solo. Ya teníamos cierta relación, había pasado con nosotros varios días y ni a mí, ni a mi esposo, nos importaba su presencia, es más, nos agradaba. Cuidaba bien de Sara y, por lo que ella misma decía, estaba encantada con el chico. Si ella lo estaba, yo también.

Volví a ponerme las gafas de sol, acurrucándome a su lado como si fuera mi joven amante que mantenía a base de dinero. ¡Ya me gustaría…! El muchacho estaba de buen ver, me sacaba media cabeza y porta un rostro muy bonito, la verdad que Sara había dado en el clavo. Con lo guapos que eran ambos, iba a tener unos nietos preciosos.

Sin embargo, en aquel momento, fue la primera vez que empecé a conocer la verdadera personalidad de Imanol o, mejor dicho, lo que opinaba de su futura suegra.

—¿Nervioso? —le pregunté acariciándole el antebrazo.

—No mucho, a algunos ya les conozco y, mientras esté con vosotros, voy tranquilo. ¿No me dejarás solo, verdad? —lo comentó añadiendo esa pícara mueca que todo adolescente posee y me recordó a mi época de instituto donde los chicos me acosaban.

—¿Yo? ¿A ti? —solté una de mis carcajadas y le di un golpe en su fornido pecho— ¡Ni en sueños, guapo! Cuando Sara no esté cerca, o te cuido yo, o lo hace mi marido, no tengas problema. Ya eres de la familia.

—Eres un amor, Laura. Me encanta estar contigo.

Sus ojos se quedaron fijos en mis gafas de sol y giré la cabeza pensando que nuestra conversación había terminado. Era cierto, no dijo nada más; sin embargo, con el rabillo del ojo oculto tras mis lentes, pude comprobar que no giraba el cuello.

Me seguía mirando, quizá no fueron más de unos pocos segundos, pero su intención la percibí de maravilla. Puesto que no era solo que admirase mi rostro marcado por alguna que otra arruga, sino que su visión estaba descendiendo por los finos tirantes de mi bonita camiseta.

No llegué a girar la cara, sino que, únicamente, moví mis preciosos ojos verdes con toques dorados para observar lo que estaba tramando. Imanol se había parado por unas décimas de segundo en un escote algo coqueto que me había puesto. Ya no mostraba mis enormes tetas como antes; sin embargo, ese día me había apetecido ponerme uno pequeño. No cabía duda, el capullo de Imanol… ¡Me lo estaba mirando!

—Bueno, qué… —le dije sin mover mi cuello para que reculara y retornara esos ojos a donde debía— ¿Vamos entrando? Parece que los demás ya empiezan a pasar.

—Pero… ¿Tú te pones a mi lado?

Viré el rostro debido a su pregunta, sintiendo un repentino sentimiento muy extraño. El joven portaba su media sonrisa de galán de película y yo, no estaba entendiendo muy bien su comportamiento. Unos segundos atrás, me había mirado las tetas de una forma poco discreta y ahora… me soltaba eso.

Tal vez fueran imaginaciones mías, elucubraciones de una mente que casi había olvidado el sexo desde hacía varios años. Respiré profundamente, llamándome tonta a mí misma por imaginarme que, un chico de ese calibre, se me estaba insinuando. “¡Qué boba soy…! Mi momento ya pasó…”.

—Pues… —mi hija regresaba con su falda plisada de color rosa que volaba igual que una hoja al viento. Antes de que pudiera escucharnos, me salió decirle— ¡Por supuesto!

****

La ceremonia estuvo muy bien, sobre todo, observando que Imanol y Sara se daban la mano mientras el cura hablaba. Para mi mente, las tontas imaginaciones de que mi yerno se me insinuaba se habían borrado, puesto que, viéndoles así de acaramelados, me daba la sensación de viajar al futuro hasta su boda.

Fuimos a la comida y nos sentamos los cuatro en una de las mesas. Creo que fue casualidad que eligiéramos sillas adyacentes, porque según toqué una, él hizo lo mismo con la de al lado.

Aunque bueno, tampoco era complicado coincidir, a un lado estaría mi hija y al otro, no podía tener a mi marido. Seguramente, luego de un par de copas, Roberto se levantaría una y otra vez; a veces para mear, otras para chalar con quien tocase. Es un culo inquieto.

—La siguiente ceremonia será la vuestra, ¿no? —les dije a modo de broma cuando los postres ya corrían en las manos de los camareros. Sara se rio avergonzada y yo, con par de copas dentro de mi cuerpo, miré a mi yerno cuando movió sus labios.

—Quién sabe. Aunque somos muy jóvenes. —una buena respuesta por parte de Imanol.

—Ya conoces a la familia y os queréis, no hace falta más. Con mucho menos me casé yo… —solté una risa que tronó en medio del restaurante.

—Bueno, mamá… —respondió Sara, meciéndose su pelo moreno con ondulaciones que le sentaba de vicio, la pena que no había heredado mis ojos, si no sería la máxima belleza— Creo que falta un poco para eso. No nos metas prisa. Que empiezas así y lo siguiente que me pides son nietos.

—Yo encantada. Como si quiere Imanol venirse a vivir a casa, ¡eh!

Los tres nos reímos, aunque yo miraba a mi yerno, justo a sus ojos, queriendo comprobar una cosa que había podido divisar en tres ocasiones durante la comida. Sí, no había dudas, otra vez sucedía. Apenas estábamos a un brazo de distancia y con mi pequeño escote a la vista… lo observó por cuarta vez.

Me sentí rara, deseada y, a la vez, con ganas de soltarle una frase que cortase esos escrutinios a mi enorme busto. Sin embargo, no hice nada de eso, solamente, emití una de mis carcajadas que sonaban semejante a un pájaro hambriento, y terminé por dar un trago al vino.

—Pues quizá sea antes de lo que nos imaginamos. La vida es una ruleta. Yo estoy encantado con Sara y, claro, también con su familia. —fue Imanol el que tomó la palabra y, de seguido, mi hija prosiguió.

—Según nos lleve la vida, cariño. —una leve risa y después, hizo un gesto como si recordase algo— Ahora que hablamos de eso. Seguramente, estas Navidades vayamos a casa de casa uno a probar qué tal.

—¿Cómo? —la verdad que no lo entendí, ese par de copas estaban pesando en mi capacidad cerebral.

—Pues que en las Navidades, igual hacemos un día con los padres de Imanol y otro en casa. Nochebuena y fin de año. ¿Te parece bien?

Me quedé callada, mirando a ambos y pensando en lo jóvenes que eran. Sara apenas cumplió los veintidós años un par de meses atrás e Imanol, no llegaba a los veinticuatro. Sin embargo, no me pareció una mala idea, puesto que estando sola con Roberto y con un par de vinos… tal vez follaría. ¡Milagro!

—Bueno, lo que veías. A mí me parece bien.

—¿Sí…? —Sara torció el gesto a modo de duda— Sé que te gusta mucho estar en Navidades con la familia… ¿No te importa, mamá?

—Es un día en el que no estas, pero, al siguiente, vienes con tu novio. Al final, termino ganando. Un día uno menos, otro… dos más.

Los tres nos reímos y, de improviso, mi mano se movió hasta el muslo de mi yerno para darle una caricia. Pasé mi mano por su vaquero a la par que les observaba y él, puso la suya encima de la mía. Nos quedamos así, todos riendo, mientras Imanol apretaba mi extremidad con cariño. No sabía por qué lo hacía, no obstante, no estaba incómoda, solamente debía ser una muestra de afecto a su suegra.

Aun así, estaba demasiado cerca de un punto importante, un bulto que se marcaba en mitad de su vaquero y… parecía estar duro. Le eché un vistazo a mi mano y, de la misma, le devolví esas ojeadas a mis tetas que él me había lanzado durante la comida. Allí estaba, era su miembro viril, un pene que… me sorprendió. Se encontraba apenas a unos diez centímetros de mi mano y… ¡Se veía grande!

De pronto, apareció Roberto a mi lado, regresando de una de sus tantas escapadas. Se sentó en su silla de manera pesada e Imanol soltó mi mano con premura igual que si fuéramos dos amantes.

Mi corazón saltó agitado de manera muy tonta, porque no estaba engañando a nadie, solo acariciaba el muslo de mi yerno. ¿Eso era tan malo?

—¿Seguimos bebiendo?

Mi marido se rio y levantamos los cuatro las copas, brindado sobre aquel mantel tan blanco que ya habíamos manchado con restos de comida. Con una sonrisa, nos llevamos las copas a los labios y con el rabillo del ojo… vi claramente que, Imanol…, volvía a mirarme las tetas.

****

El frío había llegado y me pasé la tarde preparando el día de Navidad. Mi hija e Imanol estarían esa noche en casa y para Nochevieja, pasarían las campanadas con los padres del chico. No estaba mal el plan, porque había cogido con Roberto un cotillón de esos que estaban de moda para ir juntos y pasarlo bien, tal vez, al volver… mi marido mojaría el churro. Aunque no tenía mucho optimismo.

Apenas me acordaba de lo sucedido en la comunión de mi sobrino, ni siquiera de ese beso tan húmedo que sentí en mi mejilla cuando ambos se despidieron. Era un buen recuerdo, uno que me sacó por un tiempo una sonrisa ilusa al rememorar lo majareta que me volví imaginando que Imanol pretendía algo conmigo.

Desde ese día, apenas habíamos coincidido en tres ocasiones muy puntuales con mi yerno y no hubo, ni mirada a mis tetas, ni ningún roce que me hiciera pensar nada raro. Por lo que di por hecho que todo fue un espejismo.

—¡Rober! —llamé nada más oír el timbre del portero— ¡Abre, que serán los niños!

Me contestó con un gruñido y un minuto después, allí estaba mi hija con sus mofletes enrojecidos y una bufanda que la tapaba tanto el cuello como parte de la boca.

—¿Las llaves? —pregunté sabiendo de sobra que se las había olvidado en casa, era algo habitual en ella.

—Me las dejé aquí…

—¡Ay…, qué cabeza…! —miré a Imanol, que ya se acercaba a mí con esa sonrisa tan bonita— ¿Qué tal, guapo? —dos besos rápidos y una mano que se posó en mi cintura y apretó más que de costumbre— ¡Venís helados!

—¡Hace un frío…! —me contestó el muchacho a la par que se quitaba el abrigo y dejaba que viera una bonita camisa comprada para la ocasión— Pero aquí, estáis bien calientes. Se nota.

Aquello me hizo gracia y, a la vez, pulsó un botón en mi cuerpo que me hacía rememorar todo lo ocurrido en la comunión. Me tapé la boca y le asentí, prestando atención a mi pobre hija que se sentaba en una de las sillas de la cocina.

—¿Sigues malita? —ella me afirmó con una mano en la frente— Vete a tumbarte, ahora te llevo algo.

—Ya se lo preparó yo, Laura, no te molestes.

Imanol la cogió de la cintura, acompañándola a su cuarto para que descansase del segundo día que llevaba con gripe. El chico volvió en el acto, sonriéndome igual que siempre y mirándome con esos ojos tan bonitos que tenía. Menos mal que no me divisó las tetas, aunque no había mucho que ver, ya que estaban tapadas por un jersey calentito.

—¿Ha estado bien esta tarde? —quise interesarme, porque desde la mañana no la veía.

—Hemos estado tomando algo con mis amigas y bueno… no estaba mal, pero ahora cuando nos hemos montado en el coche, le ha dado el bajón. ¿Dónde tenéis las medicinas?

Le señalé el cajón con una mano, mientras que con la otra, removía lo que había dentro de la olla. Tengo que señalar algo relevante, mi cocina es amplia y detrás de mí, había un hueco bastante decente por el que podía pasar, pero… al parecer, no fue suficiente para el joven.

Puso una mano en mi cintura y de manera muy delicada, posó la otra en el lugar opuesto. Abrí los ojos de par en par, puesto que tras esos leggins que llevaba puestos y marcaban mi par de grandes nalgas…, algo me rozó…

Era duro y se notaba carnoso, como no podía ser de otra forma…, me quedé de piedra. Al de un segundo, Imanol volvió a soltarme y cogió en pequeño armarito, la medicina que su novia necesitaba. Solo podía mirar enfrente de mí, a esos azulejos que no llegaban a reflejarme, al tiempo que mi mente corría como loca sabiendo que… su polla rozó mi culo.

—Creo que con esto se pondrá mejor.

Maniobró a mi lado, haciéndose con un vaso y rellenándolo de agua hasta el tope. Le admiré con ganas, porque aquel chico cada vez me parecía más extraño y, a la vez, me atraía más. Era muy raro, pero esos gestos que tenía hacia mí me encantaban y ahora, con el rápido roce de su polla, lo tengo que admitir… ¡Me puse cachonda…!

—Oye, Imanol… —le llamé antes de que se marchase a cuidar de Sara— Te queda muy bien la camisa. Estás guapísimo. —no sé en qué momento vi buena idea lanzarle un halago de tal calibre en la soledad de mi cocina, sin embargo, no me quedé sin respuesta.

—Gracias, Laura, eres un cielo de mujer. A ti te queda fabuloso el pelo de color blanco y así cortito. —me lo mecí de manera golosa y quité el rostro notando cierto rubor en el rostro— Creo que te sienta mejor que cuando estabas de morena. Aunque, no me malinterpretes…, también te veías guapísima.

—¡Adulador…! Lo dices porque soy tu suegra. Ya una se hace vieja y…

—Pues… —me cortó con esa sonrisa de galán y apoyándose en el marco de la puerta, terminó de añadir— Ojalá Sara llegue así a tu edad. Con esos ojos, ese rostro tan bonito y…

Hizo un alto, observándome de arriba hasta abajo enfundada en el viejo leggins y ese jersey que marcaba mis pechos. Noté sus ojos en mi culo y la forma en la que ascendían hasta mis tetas, donde una punzada me avisó de que, entre mis piernas, algo se calentaba. Entonces, soltó el aire caliente que anidaba en sus pulmones y suspiró algo que salió de lo profundo de su alma.

—Y ese cuerpo…

Se fue de la misma, dejándome con semejante halago y un escrutinio a todo mi cuerpo que lo sentí en cada centímetro de mi piel. Hacía años que no me miraban así, ni siquiera esos últimos años en los que salía con mis amigas. Ahora, como mucho, me atisbaban de reojillo el culo o las tetas algunos viejillos a los que les cortaba el pelo en la peluquería. Nada más.

Observé la comida que tenía delante y que borboteaba sin parar. Sin embargo, otra cosa estaba igual, aunque dentro de mi cuerpo. Una mano corrió lenta por el aire y, aprovechando la intimidad en la que me encontraba, metí mis dedos por dentro de mi pantalón. En un segundo, comprobé lo evidente… mi coño estaba empapado.

****

La cena estaba lista y yo me encontraba en mi cuarto, sentada en la cama y mirando el reflejo que me otorgaba el espejo del armario. No podía ni levantarme, estaba con las piernas temblando y un calor muy potente que había creado el tonto de Imanol.

No lo entendía, el chico era guapo y si tuviera veinte años me lo comería con patatas, sin embargo, era una vieja para él y, aun así… ¿Me estaba tirando los tejos?

Recordé a mi pobre hija, malita en la cama y luego… a mi marido, que ya había estornudado en varias ocasiones. Los únicos que estábamos sanos del todo parecía que éramos mi yerno y yo, aunque una voz me corrigió en el interior de mi mente. “Tú estás sana, él… ¡Está bueno!”.

Me froté los ojos, tratando de sacarme de la cabeza una idea que me rondó en la cocina. Había preparado uno de mis vestidos para esa noche, uno que no tenía nada de particular y que solía usar todos los años. No obstante, la idea se había caído por su propio peso, suplantada por otra más candente con la que trataría de… llamar la atención de Imanol.

Abrí el armario, buscando en el interior una prenda que demostrase que, pese a los años, mantenía un sexapil tremendo con el que cautivar a cualquier hombre. Encontré lo que buscaba, un vestido blanco que me llegaría a los muslos y que usé tres años atrás en la despedida de soltera de una amiga.

Todas las presentes me dijeron que estaba preciosa, cierto que eran mis amigas, pero creo a pies juntillas que, todas esas palabras, fueron ciertas. Me lo puse con cierta calma, haciendo una leve presión al bajármelo y casi partiéndome los brazos cuando subí la cremallera de atrás.

En el momento que oculté la bonita lencería del mismo color que portaba, me quedé delante del espejo, observando que, la tensión en el primer botón que ocultaba mis tetas, era tremenda. Tuve que soltármelo para que no se rompiera y casi mostrando la mitad de mis senos, me pregunté en voz alta.

—¿¡Me han crecido los pechos…!? —me reí yo sola, recogiendo unos tacones que estilizaban mis piernas y ya tenía preparados.

Estaba lista y dándome el último vistazo, giré todo mi cuerpo provocando que mi pelo tintado de blanco ceniza bailara en el aire. Estaba increíble, espectacular, el vestido me apretaba, eso era cierto, pero también me marcaba cada poro de mi piel.

Salí de mi cuarto, sabiendo que todos estarían esperando por mí. Según entré en el salón, los tres me miraron y, en especial, capté la atención de los hombres del lugar, aunque la primera que habló, fue Sara, que continuaba envuelta en una manta.

—¿¡Mamá!? —el marrón de sus ojos resplandecía con lo llorosos que estaban— ¡Vas espectacular!

—¿¡Sí!? ¿¡De verdad!? —me hice la tonta, sin dejar de prestar atención a Imanol, que… no podía ni pestañear— Es que el que suelo ponerme tenía una mancha… era esto o ir con el pijama. No sé… ¿Estoy bien?

—Muy bien, cariño. —Roberto me devoraba con los ojos, sin embargo, los míos se colocaron en Imanol, que… se mordió el labio sin ningún tipo de vergüenza.

—Bien, pues espero no mancharlo. Bueno, familia, basta de ser el centro de atención y pongámonos a cenar. ¡Feliz Navidad!

Comenzamos a comer con la televisión de fondo, Sara estaba hecha polvo y apenas probaba bocado. Mi marido comenzó a estornudar más de la cuenta y, pasados veinte minutos, le traje una pastilla para ahorrarle el malestar.

Aunque el que me importaba estaba justo delante, con esa camisa tan bonita y admirándome cada vez que pensaba que no le estaba pillando. Mis ojos verdes percibían cada uno de sus movimientos y cuando cazaba esa observación en mi delictivo escote… ¡Me calentaba hasta casi quemarme…!

Así fue durante una hora en la que reí y conté varias anécdotas. Era la que llevaba la voz cantante de la conversación, es lo que suelo hacer siempre, no obstante, ese día me sentía llena de vida, pletórica. Pero, en especial, me encontraba… muy cachonda.

—¿Vamos al sofá y comemos algo? He dejado allí unas cositas de picoteo, turrones, polvorones y esas cosas… —comenté a todos y Sara, fue la primera que se levantó.

—Yo voy a tumbarme un poco, a ver si se me pasa este dolor de cabeza. —la cara de Roberto era un poema y los dos convalecientes fueron a sala.

—Tú qué… —miré al único que quedaba en la mesa. Con mi cuerpo de pie, casi en su totalidad a la vista del muchacho, apoyé mis manos en el mantel y uní mis tetas al inclinarme. ¡Dios…! Estaba desatada— ¿También estás malo o estás bueno?

—Dime cómo me ves tú, Laura…

El pillín me lanzó su mirada más seductora y no pude contenerme, no sabía lo que me pasaba, pero necesitaba esa dosis de cortejo para seguir viviendo. Era semejante a rejuvenecer, igual que si volviera al instituto donde la mayoría babeaban por mí.

Hice un movimiento con mi cabeza, retirándome unos cabellos blancos que me cruzaban el rostro y apreté mis tetas con ambos bíceps un poco más. Cuando el joven fijó su vista en esas mamas que heredé de mi abuela, le solté de manera caliente.

—Te veo muy bueno, cariño… —levanté las manos, quitándole esa visión privilegiada y terminé por comentarle con un tono como si no pasase nada— ¡Venga! Muévete a la sala que ahora voy yo. Cuida de tu novia.

Me quedé sola, sin parar de sonreír y llevando los platos para que, mi yo futura, los limpiase. Esa noche no me apetecía, ya que lo único que quería era… follar. Sí, era lo más importante para mí en ese momento, el cabrón de mi yerno me había calentado demasiado con esas miradas. Ahora estaba delante del fregadero, sin poder parar de mostrar esa mueca de felicidad en mis labios y con una mano que, desconocía el instante que se había posado en mi vagina. Pero allí estaba, apretando mi vulva por debajo del vestido y produciéndome un placer sin fin.

Sacudí la cabeza, quitándome esos pensamientos sexuales y deseando pasar una agradable velada con mi familia. Por lo que, acordándome de algo demasiado importante, fui a mi cuarto, sacando de uno de los lados de armario varias cajas y me encaminé a la sala haciendo sonar los tacones.

—¡Hora de los regalos!

****

Abrimos los regalos y los dos malitos se alegraron al ver los suyos, sus rostros parecieron sanar un poco, aunque cuando esa felicidad momentánea pasó, ambos se volvieron a tumbar cada uno en un sofá.

Al otro lado, estaba Imanol. En el único sillón que quedaba y que me dejaba sin sitio para reposar mi gran trasero. No sabía dónde ponerme y, una vez que tiré todos los papeles arrancados, me quedé de pie en medio de la puerta. Menos mal que mi hija me salvó, aunque no de la manera que me imaginaba.

—Ima, mi amor. —Sara alzó un poco su congestionada cabeza y su novio le prestó atención. Por unos segundos, no me miraría a mí— Tenemos los regalos en el coche, ¿los subes en un momento? Igual te puede ayudar mi padre para que no hagas tantos viajes. Yo estoy molida…

—Imposible… —soltó Roberto con la cabeza apoyada en un reposabrazos, se le veía peor que antes.

—¡Oye, nena! —la dije propinándole una caricia en la mejilla— ¿Qué pasa, que tu madre no puede hacerlo? ¡Anda, Imanol! Vamos abajo, que te ayudo a subir todo.

El chico se levantó y le tendí la mano para que me la cogiera. Lo hizo delante de todos y, después de comentarles que subiríamos en un rato, salimos de la casa con los dedos entrelazados. Los separamos en el ascensor, sumidos en su silencio de miradas y gestos eróticos que no podía remediar.

Imanol bajó todos los pisos con sus ojos puestos en mí y sabedora de eso, no tuve de otra que cruzarme de brazos bajo mis senos para que los mirase tanto como quisiera. El calentón se me estaba subiendo a la cabeza y el verdor de mis ojos se posó en el bulto de la entrepierna que se marcaba sin vergüenza.

La tenía dura, no había dudas, y aquello provocaba que mi corazón me latiera furioso entre mis dos enormes mamas. Sentí que la temperatura me subía y un escalofrío potente azuzaba mi columna, solo esperaba no estar poniéndome mala, aunque bueno… La realidad era que me ponía mala de mirar a semejante macho.

El sonido del ascensor al alcanzar a su destino, nos desconcentró. Salí la primera, empezando a contonear el trasero para que Imanol me lo mirara; estaba desatada. Podía sentir sus ojos clavados en mis grandes nalgas y aquello… ¡Cuánto me gustaba!

Salimos a la calle, sintiendo el frío golpearme una piel que estaba a la temperatura del sol. Aguardé a que mi yerno se pusiera a mi lado y moviendo los labios por única vez desde que pasamos por la puerta de casa, le comenté.

—Me llevas a tu coche. —le dediqué una sonrisa muy pícara que me salió de manera natural— Dime que está cerca, con estos tacones no me apetece andar mucho.

—Es aquí al lado, no te vas a cansar.

Fuimos muy pegados, con ganas de rodear su cintura y que él, pusiera sus manos donde quisiera. Para ese momento, no me importaba que fuera mi yerno, ni que mi hija lo quisiera tanto como para casarse con él, solo necesitaba que me follara un poco. ¿Era mucho pedir?

—Ya hemos llegado. Yo me encargo de los del maletero. Laura, ¿tú puedes coger el que tengo en los asientos traseros?

—¡Ay, los asientos traseros…! —suspiré evocando los polvos que había echado en el coche de Roberto en mi época de adolescente— ¡Cuántas horas ahí metida…!

Imanol se rio, aunque no sé si lo pilló del todo y, sin dar más importancia a mis palabras, cogió los regalos del maletero con premura. Yo abrí la puerta trasera izquierda, la que estaba junto a la acera, contemplando que el regalo se hallaba al otro lado. Podría haber cerrado la puerta y dar toda la vuelta al coche, pero… también podía colocarme a cuatro patas y gatear de manera fogosa hasta alcanzarlo. ¿Cuál creéis que escogí?

Con las rodillas puestas en los asientos, del mismo modo que cuando me follaba Roberto, llegué a la gran caja que allí reposaba. La cogí con ambas manos y, de pronto, sentí que el bajo de mi vestido subía debido a la presión que provocaban mis muslos.

Imanol ya estaba colocándose a mi espalda, dejando todos los regalos en el suelo y acercándose para ayudarme. Pensé en bajarme el vestido; en cambio, otra idea más jugosa corrió por mi mente. Separé un poco más mis piernas, logrando que la prenda se subiera un poco más y… se me vieran las bragas.

—¡Qué paquete tan grande…! —comenté al aire con voz melosa cuando lo tuve entre mis manos.

—Ese es para Roberto. —“¡Joder… qué oportunidad perdida para decir que era para mí!”, me dije a mí misma a la vez que reía en mi mente.

—Me ayudas a salir, una ya se hace mayor…

Me cogió de las caderas, al tiempo que yo, gateaba de espaldas. Mi vestido seguía algo subido y mis bragas blancas se tenían que ver a la fuerza, ya que sentía una brisa fría acariciar la mitad de mis nalgas. Sentí sus manos sobre mi piel y sin que fuera de mucha ayuda, llevé la mía hasta agarrar una de las suyas.

Salí de buena manera, atusándome el cabello y con una sonrisa de oreja a oreja. Acto seguido, no dudé en mirar abajo, pasando primero por esa polla que se notaría desde la china y, después, a mi vestido.

—¡Ups…! ¡Se me ha subido un poco el vestido, qué tonta…!

—Estás igual de guapa.

—¡Uy, Imanol…! —me salió el calor que guardaba en mi cuerpo con aquel piropo— ¡Qué buen yerno eres! Sabes lo que le gusta oír a una mujer, ¿verdad?

—Creo que sí… —se mordió el labio y, sin ningún tipo de timidez, me lanzó una clara mirada a las tetas.

—¡Anda…! Cierra el coche que hace frío y yo… prefiero estar caliente.

Cogió los regalos y, con rapidez, regresamos al amparo que nos otorgaba el portal. Dejamos cada caja al lado del ascensor y cuando las puertas se abrieron, empecé a meter los regalos. Lo único a mencionar es que lo hice pensando en una cosa muy curiosa. Los puse amontonados contra la pared de enfrente y el último, que era el más grande, apenas dejaba sitio para nosotros.

Me introduje la primera, quedando de espaladas al muchacho tan guapo que era mi yerno. Apenas tenía sitio, por lo que su polla, topó contra mi culo. Sí, todo estaba meditado y planeado, cuando mi cabecita quiere, es muy rápida tramando cositas.

Le di al botón, sintiendo esa barra de pan caliente casi dentro de mi cuerpo y para cuando el ascensor empezó a ascender al séptimo piso, yo ya estaba perdiendo la cordura.

En las entrañas de la máquina, sus manos fueron a mi cadera y con el reflejo del espejo, pude observar de qué manera olía mi cabello blanco por la parte de mi nuca. Estaba tan cachondo como yo, y si perdíamos esa oportunidad, quizá nunca más tendría otra. Además… ya estaba en una edad que… lo dicho al principio, no podía dejar pasar el tren.

—¿Te gusta mi aroma? —el chico abrió los ojos y me miró a través del espejo.

—Es un perfume muy bueno. Me encanta.

—Sabes… a mí también me gusta el tuyo. —mi culo se restregó contra su polla con descaro y el joven apretó sus manos sobre mis caderas.

—Yo no uso perfume. —estaba que se derretía.

—Lo sé…

Me di la vuelta, a la vez que la puerta del ascensor se abría y mi rellano nos saludaba. De la misma, me acerqué a su cara, dejando los labios muy cerca de los suyos y sintiendo su respiración sobre mi piel. Mis enormes pechos se espachurraron contra su cuerpo y pude notar un corazón que descarrilaba debido a la velocidad que iba.

Mi dedo se alzó en la quietud que nos rodeaba, volví a pulsar el botón que nos llevaría al portal y, a la espalda de Imanol, la puerta metálica se empezó a cerrar. Entonces, supimos lo que iba a ocurrir.

—A lo que hueles, es al semen que sale de tu polla. Llevo oliéndolo toda la noche por lo cachondo que estás… —siseé igual que una serpiente venenosa y le suspiré a su cara— ¿Puedo verlo?

Me arrodillé en el acto, sin esperar una aceptación, dando una coz sin querer a una de las cajas con mis tacones. Imanol apoyó la espalda en la puerta metálica y, antes de que pudiera llevar las manos a su vaquero, yo estaba maniobrando para sacársela.

Cuando atravesamos el sexto piso, su polla estaba fuera, totalmente dura. Quizá le mediría cerca de unos veinte centímetros y con una gordura que rápido la pondría yo a dieta a base de sexo. Abrí los ojos de puro entusiasmo, sabiendo que, gracias a mi querida hija, me había tocado el gran premio. Mejor dicho, el premio… gordo.

—Laura… —quiso decir algo, pero no le dejé.

Observando esa punta húmeda por donde rebosaba tanto líquido, abrí mis labios con un toque de carmín que me los volvía rosados. Sujetándola con fuerza para que no se escapase, me di cuenta de que una fina liana se había formado en su punta debido a la espesura de su zumo. Antes de contactar, saqué la lengua y… la recogí entera.

—¡La puta…! —exclamó lo más bajo que pudo, la única que podía escucharle, era yo.

Sentí su polla en mi boca, toda esa magnitud que me apabullaba, no obstante, no era relevante, ya podría calzar un metro de polla que yo… me la iba a comer entera.

Se la chupé con esmero, recordando mi buena época de cuando era joven, y provocando que, a cada sacudida, mi pelo blanco se moviera alocado de un lado a otro. Mi mano acompasaba el gesto de mi cuello y para cuando estuvimos en el tercero, era capaz de meterla entera y sacarla de la misma.

Mi garganta se había adecuado a su poder y no paré de chupársela de manera frenética sin que ni siquiera se hubiera bajado el pantalón a las rodillas. Sus huevos le ardían, lo podía notar sin palparlos, y el olor a semen se me clavaba en mi nariz, provocándome una caladura sin igual en mi vagina.

—¡Me estás matando, Laura! ¡Me matas…! —comentó con el cuerpo más tenso que un cable de acero.

No me detuve y, para cuando llegamos abajo, seguí chupándosela con un ansia demencial. Nunca había mamado de esa forma y lo más curioso de todo, era que sentía que si proseguía con ese ritmo durante par de minutos… yo también me correría.

La puerta se abrió a su espalda y por poco se cae, pero como yo estaba sujetándole, no ocurrió… La succión de mi boca era tal que apenas se movió. Solté un manotazo contra los números que había en la pared, pulsando al tercer intento mi piso. Aunque… otra cosa me llamó la atención.

—Me corro… ¡Joder, Laura, que me vas a ordeñar…!

Al momento me la saqué de la boca sin parar de masturbarle. Mis labios estaban recubiertos de saliva y en mi barbilla, había par de hilos que colgaban calientes queriendo suicidarse hasta mis senos.

—¿¡En serio!? —pregunté atónita, apenas había pasado medio minuto.

—¡¡Sííí!! ¡Sigue, la hostia…! ¡Qué viene el lechero!

Chupé de nuevo sin descanso, escuchando un gemido de absoluto placer cuando llegamos a la segunda planta. Los regalos seguían a nuestro lado, únicos testigos de la manera en la que, Imanol, se contraía con mi feroz felación.

—¡Ya…! —murmuró entre dientes y me la saqué de la misma.

—¡En mis tetas! —me miró algo desubicado, mientras me quitaba con avidez los dos botones restantes— ¡Que te corras en mis tetas, imbécil!

Retiré el vestido lo mejor que pude, sacando el sujetador del mismo color que las bragas y colocándome las manos bajo mis grandes mamas con la intención de apretarlas. Las uní para su deleite y también, para recibir ese bonito regalo que me daría en segundos. Imanol solamente podía mirarme sin parpadear mientras se la sacudía como un mono en celo.

—¡Eso es…! ¡Eso es…!

Estaba más cachonda que en toda mi vida, y ver aquel sable apuntando a mis tetas me estaba haciendo perder el control. Cada décima que pasaba era un mundo, aunque no importaba la espera, puesto que encontraba demasiado erótico ver a alguien masturbándose delante de mi cara.

—¡Laura, te dejo la leche de tu yerno favorito…! ¡¡Aaahhh...!!

Lo último fue un grito y fui a decirle algo para que nadie más que nosotros se enterase de su corrida; sin embargo, me acalló manando el primer disparo.

Aquel precioso pollón emanó una cantidad ingente de semen. La primera carga cayó entre mis tetas, en ese escote que me estaba apretando, y formó un charco de proporciones épicas. Me quedé asombrada, aunque no había tiempo para más, puesto que otro me dejó una autopista blanca desde mi cuello hasta mi seno derecho.

El muy cabrón era una central de esperma y cuando el tercero me pintó la otra teta, dejándola más blanca que mi vestido, supe que debía hacer algo o me daría una ducha. Rápidamente, abrí la boca y me la metí del mismo modo que antes, chupándosela mientras jadeaba sin control y se movía igual que un pez fuera del agua.

Se corrió dos veces más en mi boca, dejándome su esencia en mi garganta hasta que la tragué para que acompañase la rica cena que tanto me costó preparar. Comprobando que ya no expulsaba nada más y que su respiración se calmaba, la saqué de entre mis labios y me observé el estropicio. Era como si me hubieran lanzado un bote de mayonesa directo al cuerpo.

—¿¡Pero qué guardas en esos huevos, nene!?

****

Según entramos en casa, corrí al baño sin que nadie me viera, dejando a Imanol que metiera todos los regalos. Ya había trabajado lo suficiente, ahora le tocaba a él, ¿no os parece?

Limpié cada partícula de semen de mi cuerpo, comprobando que no había caído ninguna en mi vestido, algo que me pareció realmente milagroso. Antes de encaminarme a la sala, me di una buena limpieza de dientes, tampoco era plan de ir donde mi hija y mi marido y tener que darles un beso con el sabor del semen de Imanol. ¿No creéis?

Allí estaban los convalecientes, abriendo los regalos y alegrándose por lo que les tocaba, salvo Imanol, que según me vio, sonrió por el premio que se llevó en el ascensor. No es que antes estuviera tenso; sin embargo, ahora se le veía demasiado relajado.

Recogí todo por segunda vez y lo tiré a la papelera para reciclarlo al día siguiente. Para cuando regresé a la sala, de nuevo, los dos enfermos estaban tirados en el sofá. Antes de que dijera nada, Sara se sentó para hacerme un hueco, pero acariciándola el rostro con la misma mano con la que masturbé a su novio, le dije.

—¡No, no, no…! ¡Túmbate, mi amor, descansa! Ya me siento yo donde sea. —sabía muy bien cuál era mi lugar— Seguro que mi querido yerno me deja un sitio.

El sillón era amplio y sus reposabrazos más. Lo compró mi marido tiempo atrás para leer, pero apenas lo usaba; prefería la horizontalidad del sofá. Me senté a un lado sin que nadie dijera nada y en ese mismo instante, con la única luz de la mesilla alumbrándonos y el resplandor de la televisión, Imanol rodeó mi cintura.

No abrimos la boca, únicamente miramos en silencio la televisión mientras la mano del joven… se iba deslizando por mi espalda hasta el otro lado. Sabiendo que no tenía ni una buena intención, tuve que pedirle a mi marido una cosa.

—Rober, haz el favor y muévete un poco para pasarme la manta, estoy empezando a tener un poco de frío.

—A ver si vas a estar mala… —mi marido me la lanzó, pero estaba equivocado. Lo que tenía dentro era un virus lujurioso.

—Puede ser. —la estiré y, sin mirar a mi yerno, que ya tenía todos sus dedos en mi baja espalda, le pregunté— ¿Tienes frío, nene? ¿Quieres taparte?

Asintió y nuestros cuerpos quedaron parcialmente ocultos, al tiempo que un programa sonaba en la televisión sin que nos importara lo más mínimo. Lo realmente relevante era que, su mano, ya estaba en mi culo.

Me moví un poco, sintiendo nuestros muslos pegados y separando un poco más las piernas. Allí, en el interior de mi vestido… noté cinco gusanos que me tocaron el culo como si fuera un regalo divino. Lentamente, se fueron abriendo paso hasta su destino, donde un ardiente coño, les aguardaba.

De la mejor manera que pudo, casi sin mover el brazo, fue meciendo los dedos para encontrar lo que tanto ansiaba. Igual que si tuviera la destreza de un pianista, separó mi braga mojada, lo justo y necesario para que uno de sus dedos me penetrase.

—¡Ay…! —sollocé del gusto— ¡Qué pena que estéis malitos…! ¡Menudas Navidades…! Pero bueno, ya vendrán mejores. —ambos me contestaron con un gruñido, mejor eso que palabras.

El dedo se metió más profundo y tuve que morderme el labio para soportarlo. Con suma destreza, como si lo hubiera hecho en más de una ocasión, me empezó a meter y sacar su extremidad en completo silencio.

Yo tenía mis preciosos ojos verdes fijos en la pantalla, de la misma manera que, hacía un breve rato, le miraba a su cara al tiempo que se la mamaba. Ahora estaba allí, quieta y con ese dedo penetrando mis labios vaginales, hasta que otro… le acompañó.

—¡Aayy…! —volví a quejarme de manera disimulada— A ver si para Nochevieja estáis mejor. ¡Sería tan bueno…!

—Ya… —esta vez, a mi hija la dio por contestar— Me fastidia porque el próximo día no estaremos aquí.

—Bueno… —ambos dedos se movieron más rápido y subí la manta hasta la parte inferior de mis tetas, como si aquel gesto tapase mi rostro de placer— Si queréis cambiar de opinión… yo… Digo, nosotros, estaremos encantados. Imanol ya… está… dentro de la familia.

Mi yerno me miró, introduciendo aún más ese par de extremidades en mi interior y produciéndome un placer que no era normal. Lo movió con insistencia y tuve que revolverme en el asiento para que los metiera tanto como le gustaría.

En un segundo, me dieron ganas de ponerme a cuatro patas en medio de la sala y ladrar igual que una perra para que me metiera toda la mano si era necesario, pero me contuve. Posé mis ojos medio cerrados debido al gozo en mi hija, que volvía a abrir la boca.

—No sé, mamá… ya lo veremos… puede ser una opción.

—¡Me encanta! —casi lo grité y mi amante tuvo que detener el movimiento cuando ambos me miraron— Digo, que sería fabuloso teneros aquí, me hace tan… feliz. Casi que… llena de calor esta casa…

Lo que estaba caliente era mi coño, que se encontraba a punto de explotar cuando Imanol reanudó la marcha. Quería decirle que se detuviera, que era una locura, pero… yo anhelaba ser parte de esa demencia.

—Lo hablaremos… ¿Qué te parece, Imanol? —le preguntó Sara y, con esos dedos dentro de mí, el muy cabrón contestó a su amada.

—Lo que te parezca bien, cariño. No me importa pasar aquí el fin de año. Solo si Laura acepta, claro.

—¡Sí!

Fue otra voz cercana al grito, pero, esta vez, el motivo era muy evidente; de manera muy disimulada… me estaba corriendo. Cerré los ojos, tapándome el rostro con una mano y rascándome la cadera con la otra como si allí me picase algo.

Ninguno me miró y pude tirarme hacia atrás en el sofá y colocar la cabeza justo en el cuello de Imanol, al cual… mordí igual que una vampiresa. De pronto, la tenue voz de mi hija volvió a sacarme de ese placentero orgasmo.

—Mamá… ¿Estás bien? —me quité par de mechones blancos del rostro y la contemplé con el gesto perdido— Tienes mala cara.

—No me encuentro muy bien. Claramente, vuestra culpa. Creo que voy a irme a la cama, todos… deberíamos irnos. —al levantarme, me bajé el vestido con disimulo y mis piernas temblaron hasta pretender desmoronarse. Aguanté como pude— ¡Ale! A cama, que se acabó la fiesta por hoy. —al pasar al lado de Rober, le di un golpe en el hombro, ya que estaba dormido. Cuando me miró, por supuesto, no tenía ni idea de que mis bragas estaban mal colocadas por culpa de Imanol— A cama, cielo.

Me apoyé en el marco de la puerta, pudiendo ver la manera tan pesada en la que se levantaba mi esposo y cómo mi hija no se separaba de la manta. Aunque mi atención se centró en el capullo de Imanol, que continuaba sentado en el sillón, con dos dedos muy húmedos por mis fluidos y… dedicándome una confidente mirada.

Cuando ambos le dieron la espalda acercándose donde mí, el joven alzó la mano, abriendo la boca e introduciéndose los dedos en esta sin ningún tipo de reparo. Para cuando los sacó, estaban impolutos y mi corazón brincó de frenesí al admirar la manera en la que se había comido mi corrida.

—¡A la cama…! ¡Vámonos…! —suspiré con un temblor en el labio.

****

Mi marido se durmió en menos de cinco minutos y, siendo sincera, me parece que mientras iba por el pasillo, ya estaba soñando. Estuve tranquilizando mi cuerpo, respirando con calma y sin querer recordar lo que Imanol me hizo con sus maravillosos dedos.

Me puse el pijama de dos piezas, deshaciéndome de ese vestido que, el muy pillín de mi yerno, por poco manchó con su gran corrida. Tuve que sonreír, sabiendo que aquello algún día se repetiría, lo que no sabía era que… sucedería tan pronto.

Apenas estuve un rato dormida, hasta que un leve ruido me desperezó. Miré el móvil con rapidez, eran las dos de la mañana y Roberto roncaba igual que uno de esos perros que parece que van a morir en cualquier momento.

Sin embargo, poco me importó todo eso, porque de la misma, el corazón se me heló. Delante de mí había una sombra que parecía alargarse hasta el techo y, acto seguido, me lanzó una mano para atrapar el grito que iba a dar.

—¡Calla, Laura…! ¡Soy yo…!

Reconocí su voz al instante y cuando mis verdosos ojos se acostumbraron a la oscuridad reinante de mi cuarto, pude reconocer el mismo rostro de pillo que, hacía unas horas, me masturbó en la sala.

—¿¡Qué coño haces aquí!?

—¿Tú qué crees? Vengo a darte un regalo muy personal… —se arrodilló delante de mí, casi quedando cara a cara. Al instante, me giré para ponerme en posición fetal, dando la espalda a mi marido y tratando de tapar tanto como pudiera a mi amante.

—Lárgate a la cama, anda. Aquí la vamos a liar, mejor otro día.

—¿En serio? —me hablaba en susurros calientes que me golpeaban la piel y yo… soy tan débil— Has probado mi polla con la boca, pero te aseguro que cuando te la meta en el coño, va a ser mucho mejor.

—No me cabe duda, pero… estoy durmiendo con mi marido… ¡Está ahí mismo!

No me hizo ni pizca de caso y, antes de que pudiera darme cuenta, su mano viajaba por mi vientre hasta pasar el límite de la goma de mi pantalón de pijama. Abrí las piernas, porque una cosa era lo que decía mi boca y, otra muy distinta, lo que en verdad deseaba.

Cerré los ojos de puro placer cuando me palpó el clítoris y, según empezó a darle vueltas para estimularlo, supe que haría todo lo que quisiera.

—¿Quieres…? ¿Quieres verme las tetas? —le susurré sumida en sus deseos— Las miras a todas horas…

—¡Sácate esos melones, suegra…! Que incluso he soñado con ellos.

Fui a los botones de mi pijama, quitándomelos de manera apresurada y dejándole en bandeja dos tetas que se apretaban la una contra la otra debido a la gravedad. Imanol metió su lengua en medio, dándome un baño al igual que hizo con su semen. Antes de que pudiera atrapar un pezón, le pregunté una duda, puesto que me había causado curiosidad.

—¡Cómeme, cariño…! Este postre es solo para ti. —chupó de manera insaciable, igual que lo haría un lactante— Dime la verdad, ¿has soñado conmigo?

Su movimiento de dedos se encendió y rápido separé más las piernas, permitiendo que me metiera otras dos extremidades como en la sala. Apreté los párpados y me mordí el labio inferior, pasando mi mano por su nuca para ahogarle con mis senos. ¡Dios… qué bien me sentía!

Un ronquido fuerte de Roberto no nos inmutó, sino que siguió chupando y masturbándome como un poseso por un minuto entero. El final lo encontramos cuando contraje mis piernas y, sin palabras, le hice saber lo que venía.

El expreso llegaba, otro orgasmo marca de la casa que me sacó unos temblores inhumanos. Con una mano, continué ahogándole para que se diera el banquete de su vida en mis senos y la otra, me la llevé a la boca para acallar miles de gritos de placer.

—¿¡Tan rápido…!? —el muy cabrón estaba sonriéndome.

—No hagas ruido y… ¡Vamos a la sala!

Corrimos por el pasillo sin hacer ni una pizca de ruido. Imanol con una erección de escándalo y yo, con el pijama abierto y las tetas botando de un lado a otro. Alcanzamos la sala igual que dos ninjas, eso sí, dos ninjas muy salidos.

No esperé a ver qué idea tenía mi amante, porque deseaba más que nada que me taladrase y lo primero que hice, fue sentarme en el sofá y bajarme los pantalones. Imanol también estaba impaciente y, con manos temblorosas, se bajó su pijama para soltar a la anaconda.

Todo mi alma vibró cuando semejante rabo dio dos botes delante de mi cara. Eso era para mí, no para mi hija; ahora me pertenecía. Me tumbé hasta que mi espalda quedó en el cojín, mi cabeza reposó en la parte inferior del respaldo. Con ayuda de mis manos, me abrí las piernas tanto como me fue posible.

Imanol se arrodilló en el suelo, dirigiendo el gran miembro a mi vagina y sin esperar un aviso, me la metió lo más profundo que pudo. Su magnitud fue tal que tuve que tomar aliento y apretar los dientes para no aullar a la luna igual que una loba.

—¡Es enorme! ¿Por qué no me has follado antes? ¡Cuánto tiempo perdido! —le murmuré a la vez que me la sacaba y me la volvía a meter.

—Por mí te la hubiera metido desde el primer día…

—¿¡Qué dices…!? —estaba realmente sorprendida, aunque mi boca se abría más por el placer que me producía aquella enorme polla— Métemela duro y cuéntame todo. Sobre todo, tu sueño… ¡¡Aaahhh…!!

—Nada más verte, me la pusiste como un camión de grande. —me la metía sin parar, apoyando las manos en mis muslos y fusionándome contra el sofá— Esa carita de loba, ese culo tragón y… tus enormes tetas. ¡Joder…! ¡Qué coño más rico! —soltó en un volumen elevando y tuve que chistarle.

—¡Más bajo, imbécil! —me sacudió una entrada que pareció partirme a la mitad, mientras los pelos de sus genitales me cosquilleaban el ano. Estaba toda dentro— ¡Puto caballo…! No me esperaba esto. Por favor, Imanol, sigue hablando que me voy a correr.

—Espera…

Me dio la vuelta de la misma, como si fuera su juguete, y de un momento a otro, estaba con mis rodillas en el sofá y la cara contra el respaldo. Miré hacia atrás, con un culo que se elevaba al cielo y un coloso que estaba detrás de mí con su lanza lista para ensartarme. No esperó ni un segundo y cuando me la metió hasta moverme las tripas, pensé que me moriría.

Mordí el sofá de puro gusto para no bramar como un elefante a una luna que nos observaba desde la ventana. Estaba tocando el cielo, el paraíso sexual, con un chico tan joven a mi espalda que bien podría ser mi hijo. Puso sus manos en mi cintura y entonces, el verdadero sexo comenzó.

—¡Dios…! —mi voz vibraba debido a las penetraciones, a la vez que las tetas me golpeaban en la cara por semejante bamboleo— ¡Habla…! ¡Aahh…! ¡Cuenta…!

—Sara me contaba que en el instituto eras una golfa… que te encantaba liarte con todos. —eso era cierto, aunque dudaba que mi hija utilizara la palabra golfa— Me he hecho un sinfín de pajas pensando en ti. Follándote en mi coche, en mi casa, incluso aquí… En el sofá.

Sus palabras se entrecortaban debido al esfuerzo de sus bestiales acometidas. Yo solamente podía notar el pene queriendo sacarme miles de orgasmos, porque hablar… era una quimera. Una vez cogió aire, volvió a tomar la palabra.

—Cuando noté que me dejabas mirarte las tetas, supe que tenía las de ganar. ¡La puta, Laura! ¡Eres mi jodida diosa!

—¡Dime más…! —pude soltar entre sus acometidas. Agarrándome un pecho para estimularme el pezón, supe lo que venía.

—Soñé que te follaba muchas veces, incluso que te reventaba el culo en una playa a la que voy con Sara. Pero lo mejor de todo… ¡Ahh…! ¡Qué buena estás…! Fue cuando… soñé… Que te follaba junto a tu hija.

—¡¡QUÉ!!

El sumun de placer se arremolinó en mi alma. Me dejé caer y, al tiempo que me penetraba, mi mano se disparó hacia mi clítoris. Le di una paliza de campeonato, abriendo la boca y rezando para que el aullido atroz que manaría de mi garganta, no pasase de mi lengua.

—¡¡Puto guarro…!! —musité con una sonrisa y después… solté todo el orgasmo— ¡¡Aaahhh…!!

Fue un lamento más que un grito y el joven me la sacó en el momento en que mi culo se empezó a mover igual que si estuviera bailando. No vi nada, no sentí, ni siquiera me acordaba de que estaba en mi casa con Sara a una pared de distancia. Todo me daba lo mismo, porque mi sistema nervioso al completo, se estaba reiniciando.

Imanol me giró de nuevo, observando mi pecho subir y bajar de forma apresurada. Se arrodilló ante la diosa que era y, sin pedírselo, me lo empezó a comer para limpiarme toda la corrida. Estuvo allí por par de minutos y la verdad es que… ayudó a tranquilizarme.

—Te toca… —le dije tratando de sentarme, al final lo conseguí y le ordené— Siéntate.

Lo hizo y me posé a horcajadas encima de él, con mi pijama abierto y colocándole las tetas en la cara. Cuando me la volví a meter, supe que aquello debía durar poco porque tenía la vagina que echaba chispas. Mucho esfuerzo para mi falta de práctica.

—¿Qué quieres que hagamos en un futuro? —no entendía mis palabras y tampoco prestaba mucha atención, solo estaba atento a mis tetas— Me refiero a qué deseos tienes con tu nueva reina.

—Muchos… —se rio por decirle aquello, pero no refutó que fuera su reina— ¿Te han dado por el culo?

—Sí. —mis movimientos se fueron endureciendo y su pene engordó en mi interior, estaba a las puertas de la muerte— Hace mucho que no lo hago, o sea, que iremos con calma por ese agujero. No querrás dejarme en silla de ruedas con tu gran rabo, ¿verdad?

Puso ambas manos en mi enorme culo y le dejé que me lo amasara con ímpetu. Me sentía de maravilla, realmente amada por un chico tan joven. Eso era mejor que cualquier chute de droga.

La cara se le contrajo y, sabiendo que todo acabaría en menos de un minuto, di mi máximo esfuerzo tratando de sacarle todo lo que deseaba. El motivo era claro, a mí también me ponían sus perversos anhelos.

—¿Dónde vamos a hacerlo? ¿En esa playa?

—Sí… ¡Aahh…! —el placer le empezaba a envolver— Y en el coche…

—Dónde me digas… —su agarre en mi culo se intensificó y el pecho parecía que se lo llevaría con su la boca. Era su hora, pero antes, lo calentaría hasta reventar— Y… ¿Con quién quieres follarme? ¿Pretendes hacer un trío con Sara?

—Sí… Mi… ¡¡Aaahhh…!! ¡¡Me corro…!! Ese sería mi sueño… —su pene se movió a mi compás y yo, solamente podía sonreír.

—¿Quieres meternos la polla a las dos? ¿Qué te la chupemos a la vez? ¿Qué le coma el coño a mi hija mientras la penetras…?

—¡Joder…! ¡Menuda puta estás hecha…! ¡Aaahhh…! ¡¡Laura, te amo…!!

—Imanol, seguirás con mi hija, pero… cuando yo lo quiera… Serás mío…

Su pene engordó al máximo y, acto seguido, después de un segundo que pareció infinito, me rellenó igual que un bollo industrial. Sentí su semen caliente en abundancia nadar por mi útero, incluso reflexionando sobre que, si fuera fértil, me llegaría a embarazar de un disparo.

La respiración se le aceleró y yo, únicamente pude darle un cariñoso beso en la frente al tiempo que me empezaba a soltar. Me levanté un poco, sacándomela entera y dejando que el semen le cayera encima de su vientre para vaciar un poco el depósito.

Me recompuse de la mejor manera que pude, colocándome la ropa en silencio y caminando hasta la puerta, dejándole allí medio muerto. No me importaba que le pillasen con toda la corrida, incluso… casi me hubiera gustado ver la cara de mi hija al contemplar a su novio de esa guisa.

—Oye… ¿Lo de Sara? —logró articular con su basta polla decreciendo al lado de esa mancha de semen que humeaba en su vientre. Le sonreí con una idea en mente.

—Pues…

Me detuve a reflexionar sobre su deseo de compartirme con su novia y… no me desagrado. Estaba el gran impedimento de que, a mi hija, igual no le gustaba la idea, pero imaginarme comiendo esa polla codo a codo con mi amaba Sara… Se me ponía la piel de gallina.

—Será difícil, pero… creo que lo vamos a conseguir. Así, tendrás dos bocas que alimentar con tu abundante zumo. —antes de irme, le hice un último apunte— Pero una cosa… ¿A quién tienes que querer más, tratar mejor y follarla siempre que te lo pida?

—¡A ti!

—Exacto, a tu reina.


Asi me folle a mi suegra por accidente, salió bien

sexo

0 comentarios - Asi me folle a mi suegra por accidente, salió bien

Los comentarios se encuentran cerrados