Después de una primavera intensa, se nos presentó un verano nulo en encuentros. Mara seguía cuidando de su madre, por lo que no pudimos quedar. En varias salidas a la playa no encontramos lo que buscábamos. Calentar el ambiente en los lugares a los que acudimos, pero sin concretar nada. Con la llegada de septiembre, volvimos a nuestros trabajos, pero reservándonos días para intentar escapar con Mara.
Como era de esperar, Carmen no faltaba a su cita semanal con Marta. No solo hablaban de sus cosas, sino también de las folladas que se pegaba con su marido y su suegro. Mi mujer se cogía unos calentones impresionantes, mojando las bragas de forma inusual para su edad y deseando pegarse un banquete con Carmen. Después de hablarlo durante varios días, estaba decidida a darlo todo. La sensación que tenía era que Carmen parecía buscarnos y esperaba que nosotros diéramos el primer paso. Nuestro temor era estar confundidos y arruinar la relación que manteníamos desde hacía años. Pero la cabra tira al monte y para Marta se presentaba un reto al que no quería renunciar.
Me encuentro al punto de mi jubilación. La persona que me va a remplazar había sido contratada para hacer jornada continua y yo me había adaptado, por lo que a partir de las tres de la tarde salía del trabajo, disponiendo del resto del día libre. Mi mujer ya tenía ese horario, así que pasábamos juntos más tiempo que nunca.
La reunión semanal con Carmen paso de ser de ellas dos a tres, aunque la mayoría del tiempo las dejaba solas. Solía llegar a casa pasadas las seis y estaba aproximadamente una hora y media. En mi presencia se cortaba de contar sus batallas, aunque si yo no estaba, era muy explícita en sus narraciones. Era habitual cuando ella marchaba, que Marta y yo nos echáramos un buen polvo, cosa que mi mujer le empezó a comentar a Carmen, explicándole que era producto de sus conversaciones. A ella le hacía gracia y cuando regresaba a casa nos echaba una miradita pícara acompañada con una ligera sonrisa, comentando que nos divirtiéramos.
En su última visita mi mujer se moría de las ganas, así que me pidió organizar algo e intentar de forma sutil seducirla. En cuanto comenzó a explicar con pelos y señales su última experiencia, me puse a colocar unos libros en la estantería. La verdad es que solo de oírla, la poya comenzó a tomar vida, marcándose notablemente en el fino pantalón corto que llevaba puesto. Tanto Marta como Carmen se dieron cuenta de mi abultada erección. Mi mujer, por su parte, comenzó a mojarse las bragas como era costumbre en estas reuniones. No se le ocurrió, medio bromeando, recriminar a Carmen de cómo me estaba poniendo la poya. Entre risas, mi mujer me acercó, y bajándome ligeramente los pantalones liberó mi poya que salió como un muelle. Al verla Carmen se quedó asombrada del tamaño y el grosor. Sus machos no eran muy dotados, según le había confesado a mi mujer. Marta le invitó a tocarla para que sintiera lo dura que me la había puesto, se levantó, me la cogió con las dos manos y empezó a acariciarla. Mientras Carmen me pajeaba con suavidad, mi mujer me quitó la ropa para acto seguido desnudarse ella. Carmen estaba sorprendida e hizo por marchar para no molestar, pero Marta la agarró de la mano y la invitó a continuar con sus caricias. Mi mujer le pidió a Carmen que la ayudara. Me hizo sentar en el sofá y se colocó encima de mí. Le indicó que le fuera metiendo la poya en su chorreante coño. Una vez que estaba clavada hasta el fondo, la hizo sentar a mi lado y dándole la mano a Carmen me empezó a cabalgar con ímpetu. Follaba conmigo mientras hablaba con ella de lo que sentía. Entre gemidos entrecortados, le pidió que mirara por detrás lo que su coño se estaba comiendo. Carmen, de rodillas y separándome las piernas no perdía detalle. Mi poya entraba y salía del coño de mi mujer al ritmo que ella imponía, mientras yo no paraba de comerle las tetas. Como es habitual en ella, no tardó en correrse en un brutal orgasmo que dejó perpleja a Carmen. Cogió aliento, se levantó, y le preguntó que le había parecido. “Que suerte tienes cabrona”, le contestó. Marta le pidió a Carmen que se desnudara. No lo pensó, comenzándose a quitar la ropa.
Se descubrió ante mí un nuevo cuerpo, el cual había imaginado muchas veces pero que nunca había visto desnudo. Tenía un tipo muy parecido a mi mujer, sus pechos eran algo más pequeños que los de Marta, pero con unas aureolas y unos pezones mayores y más oscuros. Su coño estaba totalmente depilado, con unos labios pequeños que se escondían en su raja. Su culo pequeño, duro y bien puesto se hacía muy apetecible de ser follado.
Mi mujer la invitó a comerme la poya juntas y ella aceptó gustosa. Alternaban gargantas profundas y lamidas. Carmen se lo tragaba casi entero y en múltiples ocasiones sus labios y sus lenguas se rozaban. Mi mujer la interrumpió por un momento, preguntándole si estaba cómoda y si podíamos disfrutar los dos de ella. Asintió con la cabeza y Marta la hizo sentar en el sofá. Le abrió las piernas y comenzó a comerle el coño mientras yo le metía la poya en la boca para que siguiera mamando. Le magreaba las tetas y jugaba con sus duros pezones. Marta, al mismo tiempo que le devoraba el coño, le metía los dedos, con los cuales la follaba con dureza. No tardó mucho en correrse en la boca de mi mujer, la cual saboreaba sus jugos mientras explotaba en un orgasmo bastante intenso.
Sin dejarla descansar, me hizo sentar en el sofá, cogiéndola de las manos la colocó encima de mí dándome la espalda, y dirigiendo mi poya con la mano la fue sentando y metiéndosela hasta el fondo. Su coño estaba muy húmedo y dilatado. Algo me apretaba la poya, pero se fue acoplando perfectamente. Comenzó a cabalgarme con suavidad, por mi parte le sujetaba del culo para ayudarla, mientras mi mujer le comía las tetas y jugaba con su sensible clítoris. El ritmo aumentaba según surgían gritos de placer de su boca. La levantaba y la dejaba caer de golpe, notando como hacía fondo en su vagina. Notaba espasmos y como me empezaba a mojar los huevos. Mi mujer le mordía los pezones hasta que ella misma le pidió coño. Marta se puso de rodillas y se lo metió en su boca, comenzando a comérselo como podía. Le conté dos orgasmos que inundaron toda nuestra casa mientras no paraba de repetir que le rompiera el coño entre gemidos y gemidos. Agotada de cabalgarme, ella misma se puso a cuatro patas en el sofá apoyada en el cabecero y me pidió más. No lo dude, apunté mi lubricado capullo en la entrada de su ano y empujé. Un grito de dolor salió de su boca, paré y me insistió que se la metiera hasta los huevos. Comencé de nuevo a empujar, mi poya se abría espacio en su estrecho culo mientras se retorcía de dolor. Su esfínter me apretaba con fuerza el tronco y por fin se la metí entera. Pare para que se acomodara durante un instante y comencé a follarla. Sus gritos de dolor se fueron transformando en placer, no parando de decir que le diera sin piedad. Se la sacaba prácticamente entera y se la volvía a clavar hasta el fondo. Le pedí a mi mujer que se sentara en el cabecero del sofá para que le comiera el coño, comenzando Carmen a comérselo de una forma tosca pero efectiva. Marta se corrió en la boca de Carmen y cuando ella se empezó a correr con los duros golpes que estaba recibiendo de mi poya, no lo pude evitar, descargué todo mi semen en su culo y no paré de empujar hasta que en mis huevos no quedaba más. Nos quedamos inmóviles, Marta se acercó a mi y me pidió que sacara la poya. Al hacerlo, su culo estaba totalmente abierto y de él comenzó a manar mi semen, el cual fue devorado por mi mujer, acto que provocó pequeñas convulsiones de placer a Carmen.
Mi mujer había probado su coño, pero yo no. La hice sentarse en el sofá y le abrí las piernas. Lo tenía muy dilatado y húmedo. Acerqué mi lengua y me lo empecé a comer. Lamí sus labios, metí la punta de mi lengua para después centrarme en su clítoris, el cual lamí y chupé con devoción. Mientras, Marta le comía las tetas y mordisqueaba sus pezones que estaban muy duros. Ella gemía sin parar, llegando al punto del orgasmo en varias ocasiones, pero que no se producía porque paraba para que no se corriera. Solo hacía que pedirme que se lo comiera con fuerza, agarrando mi cabeza para hundirla en su coño. Pero llegó el momento en que no pudo más y empezó a correrse de una forma brutal, con gritos y espasmos, llenándome la boca con sus dulces jugos hasta que me retiró la cabeza y quedo desfallecida en el sofá.
La dejamos descansar mientras fuimos al baño a asearnos. De pronto oímos la puerta de entrada, salimos y ya no estaba. Marchó sin decirnos nada y eso empezó a preocuparnos. Esperamos durante un rato alguna comunicación suya, pero nada. Mi mujer le mandó un whatsapp por la mañana preguntándole que tal estaba y tampoco la contestó. No sabíamos lo que estaba pasando por la cabeza de Carmen, lo cual nos generaba angustia. Todo se desveló por la tarde. Contestó a Marta que necesitaba tiempo para analizar lo ocurrido, que se había sentido muy a gusto con nosotros y que lo había disfrutado como en la vida. Pero que tenía que pensar lo que estaba pasando en su vida, la relación con su marido y su suegro, y ahora nosotros.
Como era de esperar, Carmen no faltaba a su cita semanal con Marta. No solo hablaban de sus cosas, sino también de las folladas que se pegaba con su marido y su suegro. Mi mujer se cogía unos calentones impresionantes, mojando las bragas de forma inusual para su edad y deseando pegarse un banquete con Carmen. Después de hablarlo durante varios días, estaba decidida a darlo todo. La sensación que tenía era que Carmen parecía buscarnos y esperaba que nosotros diéramos el primer paso. Nuestro temor era estar confundidos y arruinar la relación que manteníamos desde hacía años. Pero la cabra tira al monte y para Marta se presentaba un reto al que no quería renunciar.
Me encuentro al punto de mi jubilación. La persona que me va a remplazar había sido contratada para hacer jornada continua y yo me había adaptado, por lo que a partir de las tres de la tarde salía del trabajo, disponiendo del resto del día libre. Mi mujer ya tenía ese horario, así que pasábamos juntos más tiempo que nunca.
La reunión semanal con Carmen paso de ser de ellas dos a tres, aunque la mayoría del tiempo las dejaba solas. Solía llegar a casa pasadas las seis y estaba aproximadamente una hora y media. En mi presencia se cortaba de contar sus batallas, aunque si yo no estaba, era muy explícita en sus narraciones. Era habitual cuando ella marchaba, que Marta y yo nos echáramos un buen polvo, cosa que mi mujer le empezó a comentar a Carmen, explicándole que era producto de sus conversaciones. A ella le hacía gracia y cuando regresaba a casa nos echaba una miradita pícara acompañada con una ligera sonrisa, comentando que nos divirtiéramos.
En su última visita mi mujer se moría de las ganas, así que me pidió organizar algo e intentar de forma sutil seducirla. En cuanto comenzó a explicar con pelos y señales su última experiencia, me puse a colocar unos libros en la estantería. La verdad es que solo de oírla, la poya comenzó a tomar vida, marcándose notablemente en el fino pantalón corto que llevaba puesto. Tanto Marta como Carmen se dieron cuenta de mi abultada erección. Mi mujer, por su parte, comenzó a mojarse las bragas como era costumbre en estas reuniones. No se le ocurrió, medio bromeando, recriminar a Carmen de cómo me estaba poniendo la poya. Entre risas, mi mujer me acercó, y bajándome ligeramente los pantalones liberó mi poya que salió como un muelle. Al verla Carmen se quedó asombrada del tamaño y el grosor. Sus machos no eran muy dotados, según le había confesado a mi mujer. Marta le invitó a tocarla para que sintiera lo dura que me la había puesto, se levantó, me la cogió con las dos manos y empezó a acariciarla. Mientras Carmen me pajeaba con suavidad, mi mujer me quitó la ropa para acto seguido desnudarse ella. Carmen estaba sorprendida e hizo por marchar para no molestar, pero Marta la agarró de la mano y la invitó a continuar con sus caricias. Mi mujer le pidió a Carmen que la ayudara. Me hizo sentar en el sofá y se colocó encima de mí. Le indicó que le fuera metiendo la poya en su chorreante coño. Una vez que estaba clavada hasta el fondo, la hizo sentar a mi lado y dándole la mano a Carmen me empezó a cabalgar con ímpetu. Follaba conmigo mientras hablaba con ella de lo que sentía. Entre gemidos entrecortados, le pidió que mirara por detrás lo que su coño se estaba comiendo. Carmen, de rodillas y separándome las piernas no perdía detalle. Mi poya entraba y salía del coño de mi mujer al ritmo que ella imponía, mientras yo no paraba de comerle las tetas. Como es habitual en ella, no tardó en correrse en un brutal orgasmo que dejó perpleja a Carmen. Cogió aliento, se levantó, y le preguntó que le había parecido. “Que suerte tienes cabrona”, le contestó. Marta le pidió a Carmen que se desnudara. No lo pensó, comenzándose a quitar la ropa.
Se descubrió ante mí un nuevo cuerpo, el cual había imaginado muchas veces pero que nunca había visto desnudo. Tenía un tipo muy parecido a mi mujer, sus pechos eran algo más pequeños que los de Marta, pero con unas aureolas y unos pezones mayores y más oscuros. Su coño estaba totalmente depilado, con unos labios pequeños que se escondían en su raja. Su culo pequeño, duro y bien puesto se hacía muy apetecible de ser follado.
Mi mujer la invitó a comerme la poya juntas y ella aceptó gustosa. Alternaban gargantas profundas y lamidas. Carmen se lo tragaba casi entero y en múltiples ocasiones sus labios y sus lenguas se rozaban. Mi mujer la interrumpió por un momento, preguntándole si estaba cómoda y si podíamos disfrutar los dos de ella. Asintió con la cabeza y Marta la hizo sentar en el sofá. Le abrió las piernas y comenzó a comerle el coño mientras yo le metía la poya en la boca para que siguiera mamando. Le magreaba las tetas y jugaba con sus duros pezones. Marta, al mismo tiempo que le devoraba el coño, le metía los dedos, con los cuales la follaba con dureza. No tardó mucho en correrse en la boca de mi mujer, la cual saboreaba sus jugos mientras explotaba en un orgasmo bastante intenso.
Sin dejarla descansar, me hizo sentar en el sofá, cogiéndola de las manos la colocó encima de mí dándome la espalda, y dirigiendo mi poya con la mano la fue sentando y metiéndosela hasta el fondo. Su coño estaba muy húmedo y dilatado. Algo me apretaba la poya, pero se fue acoplando perfectamente. Comenzó a cabalgarme con suavidad, por mi parte le sujetaba del culo para ayudarla, mientras mi mujer le comía las tetas y jugaba con su sensible clítoris. El ritmo aumentaba según surgían gritos de placer de su boca. La levantaba y la dejaba caer de golpe, notando como hacía fondo en su vagina. Notaba espasmos y como me empezaba a mojar los huevos. Mi mujer le mordía los pezones hasta que ella misma le pidió coño. Marta se puso de rodillas y se lo metió en su boca, comenzando a comérselo como podía. Le conté dos orgasmos que inundaron toda nuestra casa mientras no paraba de repetir que le rompiera el coño entre gemidos y gemidos. Agotada de cabalgarme, ella misma se puso a cuatro patas en el sofá apoyada en el cabecero y me pidió más. No lo dude, apunté mi lubricado capullo en la entrada de su ano y empujé. Un grito de dolor salió de su boca, paré y me insistió que se la metiera hasta los huevos. Comencé de nuevo a empujar, mi poya se abría espacio en su estrecho culo mientras se retorcía de dolor. Su esfínter me apretaba con fuerza el tronco y por fin se la metí entera. Pare para que se acomodara durante un instante y comencé a follarla. Sus gritos de dolor se fueron transformando en placer, no parando de decir que le diera sin piedad. Se la sacaba prácticamente entera y se la volvía a clavar hasta el fondo. Le pedí a mi mujer que se sentara en el cabecero del sofá para que le comiera el coño, comenzando Carmen a comérselo de una forma tosca pero efectiva. Marta se corrió en la boca de Carmen y cuando ella se empezó a correr con los duros golpes que estaba recibiendo de mi poya, no lo pude evitar, descargué todo mi semen en su culo y no paré de empujar hasta que en mis huevos no quedaba más. Nos quedamos inmóviles, Marta se acercó a mi y me pidió que sacara la poya. Al hacerlo, su culo estaba totalmente abierto y de él comenzó a manar mi semen, el cual fue devorado por mi mujer, acto que provocó pequeñas convulsiones de placer a Carmen.
Mi mujer había probado su coño, pero yo no. La hice sentarse en el sofá y le abrí las piernas. Lo tenía muy dilatado y húmedo. Acerqué mi lengua y me lo empecé a comer. Lamí sus labios, metí la punta de mi lengua para después centrarme en su clítoris, el cual lamí y chupé con devoción. Mientras, Marta le comía las tetas y mordisqueaba sus pezones que estaban muy duros. Ella gemía sin parar, llegando al punto del orgasmo en varias ocasiones, pero que no se producía porque paraba para que no se corriera. Solo hacía que pedirme que se lo comiera con fuerza, agarrando mi cabeza para hundirla en su coño. Pero llegó el momento en que no pudo más y empezó a correrse de una forma brutal, con gritos y espasmos, llenándome la boca con sus dulces jugos hasta que me retiró la cabeza y quedo desfallecida en el sofá.
La dejamos descansar mientras fuimos al baño a asearnos. De pronto oímos la puerta de entrada, salimos y ya no estaba. Marchó sin decirnos nada y eso empezó a preocuparnos. Esperamos durante un rato alguna comunicación suya, pero nada. Mi mujer le mandó un whatsapp por la mañana preguntándole que tal estaba y tampoco la contestó. No sabíamos lo que estaba pasando por la cabeza de Carmen, lo cual nos generaba angustia. Todo se desveló por la tarde. Contestó a Marta que necesitaba tiempo para analizar lo ocurrido, que se había sentido muy a gusto con nosotros y que lo había disfrutado como en la vida. Pero que tenía que pensar lo que estaba pasando en su vida, la relación con su marido y su suegro, y ahora nosotros.

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