Clara respiraba agitada, casi temblando entre mis brazos. Yo le sostenía los pechos, pesados, duros, llenos, exprimiéndolos suavemente para que la leche bajara a borbotones por sus pezones erectos. Ella gemía bajito, como si el pudor todavía la frenara, pero su cuerpo la traicionaba. Sus piernas estaban tensas.
Peter, ya con la verga gruesa en la mano, la agitaba despacio frente a nosotros. Su mirada fija en Clara, ni siquiera me dirigía la palabra: toda su atención estaba puesta en ella, como si yo solo existiera para sostenerla y facilitarle el camino.
—De rodillas mi amor… —repitió, con voz grave y firme.
Yo la guié suavemente hacia abajo, tomándola de los hombros. Clara titubeó, sus ojos grandes buscándome con un miedo delicioso, ese miedo mezclado con deseo que la volvía aún más erótica. No me dijo nada. Apenas mordió su labio inferior y dejó que la fuera llevando.
El cuerpo de mi mujer, la madre de mi hijo, se arrodilló frente a un hombre que apenas conocíamos, mientras yo la sujetaba por detrás, apretándole los pechos y haciendo brotar la leche que chorreaba en gotas tibias sobre sus pezones rosados.
Peter la tomó del mentón con una mano y acercó su verga a centímetros de su boca. La frotó primero contra sus labios, despacio, marcándole el contorno. Clara cerró los ojos y respiró hondo, tragando saliva. Yo veía cómo se estremecía con cada roce.
—mmmm que hermosa sos, abrí la boca… —ordenó él, acariciándole el pelo con un gesto firme pero cuidadoso.
Ella dudó apenas, pero yo me incliné a su oído:
—Dale, amor, vinimos a esto…
Ese empujón bastó. Clara abrió la boca despacio, tímida, y él deslizó la cabeza gruesa de su miembro entre sus labios. La boca de mi esposa se llenó enseguida, estirando su comisura. Gimió apenas, sorprendida por la dureza y el grosor que estaba recibiendo.
Peter soltó un gruñido satisfecho, inclinando la cabeza hacia atrás:
—mmmmmm, así… así, mamita…siiiii.
Yo, excitado como nunca, jugueteaba con sus pezones mientras la leche corría por mis manos, y la veía entregarse poco a poco, chupando torpemente al principio, pero dejándose guiar. Cada tanto, él la sacaba de la boca y se la pasaba por la cara, marcándole los labios con la punta, humillándola de una forma que me prendía fuego por dentro.
Clara ya estaba jadeando, con el rostro mojado, la boca brillante de saliva. Y él, con esa seguridad implacable, volvía a meterle la verga en la boca, cada vez un poco más profundo.
—si bebe, asi….—
Peter le apretó el mentón con fuerza, obligándola a mirarlo desde abajo. Su verga húmeda descansaba sobre los labios de Clara, que respiraba agitada, con la boca entreabierta.
—Mirá esos ojos, esa boca, esos labios —dijo con una sonrisa torcida—. Tenés una cara de putita hermosa...
Clara parpadeó, tragó saliva. No respondió. Yo le apreté los pechos por detrás, la leche escurriéndose por mis dedos.
— me equivoco?— insistio.
—Contestale, amor —le susurré al oído—. Decile lo que sos.
Ella tembló, con la voz quebrada:
—no, no te equivocas…— dijo ella
—que sos?— volvió a insistir.
Ella no respondia.
Peter le dio un pequeño cachetazo en la mejilla, suave pero firme.
—dale bebe, decime que sos? O no te viste? Con los labios hinchados, las tetas chorrenado leche y la concha seguramente empapada...—
Clara cerró los ojos, como si esas palabras la partieran en dos. Yo sentí que se arqueaba, que se humedecía más con cada frase.
—Decilo —insistió Peter, frotándole la cabeza contra su verga—. Decí lo que sos.
—S-sí… soy una puta… —murmuró al fin, apenas audible.
—Más fuerte bebe.
Ella respiró hondo y lo repitió, con los ojos vidriosos:
—Soy una puta.
—la puta de quien?— replico él
—tu puta— dijo ella mientras parecía haberse paralizado el mundo, al menos para mi.
Yo sentí que mi verga estaba por explotar solo de escucharla.
Peter gruñó satisfecho, guiando su cabeza con una mano y rozándole la boca con la punta hinchada.
—Así me gusta. Ahora abrí bien, quiero ver cómo me la tragás.
Ella obedeció. Él se la metió despacio, sujetándole el pelo, haciéndola mamar sin apuro. Clara gemía con la boca llena, torpe, babeándose, pero cada vez menos resistente. Yo, excitado, le pellizcaba los pezones, haciéndola gritar contra esa verga enorme.
Peter no dejaba de hablarle, su voz grave llenaba el living:
—Eso… tragala… mirá cómo tu marido te usa las tetas mientras me chupás la pija…
—Mmmmmhh… —respondía ella, entre gemidos ahogados.
—Te calienta que te trate como una puta, ¿no?
Clara asintió con la boca llena, la baba chorreándole por la pera.
Peter le dio un empujón más profundo, haciéndola atragantarse. Ella tosió, los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no se apartó. Se la limpió con el dorso de la mano y volvió a abrir la boca como una adicta.
—Eso, así me gusta —dijo él, con una sonrisa oscura—. Vas a aprender a mamarla como corresponde, y lo vas a disfrutar.
Clara ya no apartaba la cara. Sus labios se abrían dóciles cada vez que Peter se la acercaba, como si empezara a aceptar que esa verga gruesa era suya. La saliva le brillaba en la barbilla, mezclada con hilos de leche que le caían de los pezones apretados entre mis manos. Yo no podía dejar de estrujar sus tetas, ordeñándolas, viendo cómo se empapaba toda la piel de mis dedos.
Peter la guiaba firme, con la mano en su nuca, marcándole el ritmo. La dejaba chuparle la punta, lamerle la base, y de golpe le empujaba toda la cabeza contra la pija, haciéndola atragantarse. Ella tosía, gemía con la boca llena, pero en lugar de apartarse, volvía a buscarla como si algo dentro de ella se hubiese roto y liberado a la vez.
—Así…siii, segui bebe —gruñó él, sin dejar de moverle la cabeza—.
Clara gimió con la boca llena, chupando con un ruido húmedo, desesperado. Yo sentía su espalda temblar contra mi pecho. Mi verga estaba dura como una piedra, pegada a su culo mientras la ayudaba a sostener el ritmo. Apenas me rozaba y yo estaba al borde de la acabada.
—Mirála, Andrés —dijo Peter, con una mueca de placer—. Tu mujer se está volviendo loca con mi pija, era lo que querías no?
Ese golpe directo me hizo jadear. Le pellizqué fuerte los pezones, apretando hasta que un chorro de leche saltó sobre las piernas de Peter.
—Uuuufff, mirá eso… —Peter sonrió de costado, lujurioso—. Tenés unas tetas hermosas!
Clara gimió de nuevo, pero esta vez no era pudor: era placer. Movía la lengua por la cabeza de esa pija gruesa con ganas, succionando cada tanto con un sonido obsceno que me volvía loco.
Yo no podía más. Tenía la pija palpitándome, a punto de reventar. Me apoyé fuerte contra su culo, frotándome mientras la veía chupar como nunca la había visto.
—Dale, amor… —le jadeé al oído, con la voz quebrada—. Seguí así… mostrale lo puta que podés ser.
Ella gimió, tragando saliva, y se lo volvió a meter entera en la boca hasta casi ahogarse, dejándose guiar como una sumisa perfecta.
Peter gruñía con los ojos cerrados, disfrutando de esa boca húmeda y de mi mujer cada vez más entregada.
—Eso… así… vas a aprender a tragártela toda… hasta que no quieras otra cosa que mi pija, mamita.
Yo, detrás, no sabía si aguantar un minuto más. Sentía que iba a acabar solo de verla.
Clara ya estaba totalmente entregada. Movía la cabeza con hambre, chupando y lamiendo como si la verga de Peter fuese lo único que importaba. Yo no podía dejar de ordeñarle las tetas, apretando fuerte, viendo cómo la leche chorreaba sin parar, mojándole el pecho, la panza, hasta las rodillas. Cada gota me volvía más salvaje.
Peter gruñía cada vez más profundo, sujetándole el pelo con ambas manos, marcándole el ritmo sin piedad.
—Eso, tragatela toda… mirá lo bien que la chupa tu mujer, Andrés. Una verdadera puta.
Clara gimió con la boca llena, y yo sentí cómo mi verga latía a punto de explotar dentro del bóxer. Estaba tan duro que me dolía.
De repente, Peter gruñó fuerte, el cuerpo tenso. Le enterró la verga hasta el fondo y, con un jadeo brutal, empezó a acabarle en la boca.
—seeeee… tragate toda mi leche, putita… llenate la boquita mi amor…
Clara se estremeció, sus ojos abiertos mirandolo desde abajo mientras recibía chorros calientes directamente en la garganta. Tosió, intentó tragar, pero un hilo blanco se escapó por la comisura, resbalándole por la barbilla. La imagen me partió en dos: mi mujer, de rodillas, con la boca llena del semen de otro, mientras yo le ordeñaba las tetas que no paraban de gotear leche.
Peter, jadeando, la sostuvo firme y la obligó a mantener la boca abierta.
— mmm no puedo creer lo puta y hermosa que sos!— Dijo entre gemidos.
Me miró fijo, con esa sonrisa de dominador.
—Ahora besala, Andrés. Probá lo que sabe un hombre de verdad.
Sentí un escalofrío recorrerme entero.
—N-no… —balbuceé, negando con la cabeza, temblando de excitación y miedo.
Peter no aceptó un no. Le agarró la cara a Clara, todavía con semen rebalsando en los labios, y me repitió con un tono grave, autoritario:
—Besala. Ahora.
Clara me miraba, los labios brillantes, temblando entre el pudor y la excitación. Yo ya no podía más. Me incliné, mis labios encontraron los suyos, y la mezcla espesa me invadió la boca. El sabor fuerte del semen de otro hombre junto con la saliva de mi mujer me arrancó un gemido profundo.
—Eso… así me gusta —dijo Peter, masturbándose despacio frente a nosotros—. Compartan mi leche entre los dos. Son míos ahora.
Yo la besaba desesperado, la lengua chocando contra la suya mientras tragaba lo que quedaba de esa acabada caliente. Y en ese instante sentí que me rompía por dentro: la pija me explotó en el bóxer, el orgasmo me sacudió entero mientras seguía con la boca pegada a la de Clara. Me vine a borbotones, empapándome todo, incapaz de contenerme más.
Ella gimió suave, recibiendo mi beso mezclado con la leche de otro hombre, mientras Peter nos miraba desde arriba con esa sonrisa de dueño.
Peter, ya con la verga gruesa en la mano, la agitaba despacio frente a nosotros. Su mirada fija en Clara, ni siquiera me dirigía la palabra: toda su atención estaba puesta en ella, como si yo solo existiera para sostenerla y facilitarle el camino.
—De rodillas mi amor… —repitió, con voz grave y firme.
Yo la guié suavemente hacia abajo, tomándola de los hombros. Clara titubeó, sus ojos grandes buscándome con un miedo delicioso, ese miedo mezclado con deseo que la volvía aún más erótica. No me dijo nada. Apenas mordió su labio inferior y dejó que la fuera llevando.
El cuerpo de mi mujer, la madre de mi hijo, se arrodilló frente a un hombre que apenas conocíamos, mientras yo la sujetaba por detrás, apretándole los pechos y haciendo brotar la leche que chorreaba en gotas tibias sobre sus pezones rosados.
Peter la tomó del mentón con una mano y acercó su verga a centímetros de su boca. La frotó primero contra sus labios, despacio, marcándole el contorno. Clara cerró los ojos y respiró hondo, tragando saliva. Yo veía cómo se estremecía con cada roce.
—mmmm que hermosa sos, abrí la boca… —ordenó él, acariciándole el pelo con un gesto firme pero cuidadoso.
Ella dudó apenas, pero yo me incliné a su oído:
—Dale, amor, vinimos a esto…
Ese empujón bastó. Clara abrió la boca despacio, tímida, y él deslizó la cabeza gruesa de su miembro entre sus labios. La boca de mi esposa se llenó enseguida, estirando su comisura. Gimió apenas, sorprendida por la dureza y el grosor que estaba recibiendo.
Peter soltó un gruñido satisfecho, inclinando la cabeza hacia atrás:
—mmmmmm, así… así, mamita…siiiii.
Yo, excitado como nunca, jugueteaba con sus pezones mientras la leche corría por mis manos, y la veía entregarse poco a poco, chupando torpemente al principio, pero dejándose guiar. Cada tanto, él la sacaba de la boca y se la pasaba por la cara, marcándole los labios con la punta, humillándola de una forma que me prendía fuego por dentro.
Clara ya estaba jadeando, con el rostro mojado, la boca brillante de saliva. Y él, con esa seguridad implacable, volvía a meterle la verga en la boca, cada vez un poco más profundo.
—si bebe, asi….—
Peter le apretó el mentón con fuerza, obligándola a mirarlo desde abajo. Su verga húmeda descansaba sobre los labios de Clara, que respiraba agitada, con la boca entreabierta.
—Mirá esos ojos, esa boca, esos labios —dijo con una sonrisa torcida—. Tenés una cara de putita hermosa...
Clara parpadeó, tragó saliva. No respondió. Yo le apreté los pechos por detrás, la leche escurriéndose por mis dedos.
— me equivoco?— insistio.
—Contestale, amor —le susurré al oído—. Decile lo que sos.
Ella tembló, con la voz quebrada:
—no, no te equivocas…— dijo ella
—que sos?— volvió a insistir.
Ella no respondia.
Peter le dio un pequeño cachetazo en la mejilla, suave pero firme.
—dale bebe, decime que sos? O no te viste? Con los labios hinchados, las tetas chorrenado leche y la concha seguramente empapada...—
Clara cerró los ojos, como si esas palabras la partieran en dos. Yo sentí que se arqueaba, que se humedecía más con cada frase.
—Decilo —insistió Peter, frotándole la cabeza contra su verga—. Decí lo que sos.
—S-sí… soy una puta… —murmuró al fin, apenas audible.
—Más fuerte bebe.
Ella respiró hondo y lo repitió, con los ojos vidriosos:
—Soy una puta.
—la puta de quien?— replico él
—tu puta— dijo ella mientras parecía haberse paralizado el mundo, al menos para mi.
Yo sentí que mi verga estaba por explotar solo de escucharla.
Peter gruñó satisfecho, guiando su cabeza con una mano y rozándole la boca con la punta hinchada.
—Así me gusta. Ahora abrí bien, quiero ver cómo me la tragás.
Ella obedeció. Él se la metió despacio, sujetándole el pelo, haciéndola mamar sin apuro. Clara gemía con la boca llena, torpe, babeándose, pero cada vez menos resistente. Yo, excitado, le pellizcaba los pezones, haciéndola gritar contra esa verga enorme.
Peter no dejaba de hablarle, su voz grave llenaba el living:
—Eso… tragala… mirá cómo tu marido te usa las tetas mientras me chupás la pija…
—Mmmmmhh… —respondía ella, entre gemidos ahogados.
—Te calienta que te trate como una puta, ¿no?
Clara asintió con la boca llena, la baba chorreándole por la pera.
Peter le dio un empujón más profundo, haciéndola atragantarse. Ella tosió, los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no se apartó. Se la limpió con el dorso de la mano y volvió a abrir la boca como una adicta.
—Eso, así me gusta —dijo él, con una sonrisa oscura—. Vas a aprender a mamarla como corresponde, y lo vas a disfrutar.
Clara ya no apartaba la cara. Sus labios se abrían dóciles cada vez que Peter se la acercaba, como si empezara a aceptar que esa verga gruesa era suya. La saliva le brillaba en la barbilla, mezclada con hilos de leche que le caían de los pezones apretados entre mis manos. Yo no podía dejar de estrujar sus tetas, ordeñándolas, viendo cómo se empapaba toda la piel de mis dedos.
Peter la guiaba firme, con la mano en su nuca, marcándole el ritmo. La dejaba chuparle la punta, lamerle la base, y de golpe le empujaba toda la cabeza contra la pija, haciéndola atragantarse. Ella tosía, gemía con la boca llena, pero en lugar de apartarse, volvía a buscarla como si algo dentro de ella se hubiese roto y liberado a la vez.
—Así…siii, segui bebe —gruñó él, sin dejar de moverle la cabeza—.
Clara gimió con la boca llena, chupando con un ruido húmedo, desesperado. Yo sentía su espalda temblar contra mi pecho. Mi verga estaba dura como una piedra, pegada a su culo mientras la ayudaba a sostener el ritmo. Apenas me rozaba y yo estaba al borde de la acabada.
—Mirála, Andrés —dijo Peter, con una mueca de placer—. Tu mujer se está volviendo loca con mi pija, era lo que querías no?
Ese golpe directo me hizo jadear. Le pellizqué fuerte los pezones, apretando hasta que un chorro de leche saltó sobre las piernas de Peter.
—Uuuufff, mirá eso… —Peter sonrió de costado, lujurioso—. Tenés unas tetas hermosas!
Clara gimió de nuevo, pero esta vez no era pudor: era placer. Movía la lengua por la cabeza de esa pija gruesa con ganas, succionando cada tanto con un sonido obsceno que me volvía loco.
Yo no podía más. Tenía la pija palpitándome, a punto de reventar. Me apoyé fuerte contra su culo, frotándome mientras la veía chupar como nunca la había visto.
—Dale, amor… —le jadeé al oído, con la voz quebrada—. Seguí así… mostrale lo puta que podés ser.
Ella gimió, tragando saliva, y se lo volvió a meter entera en la boca hasta casi ahogarse, dejándose guiar como una sumisa perfecta.
Peter gruñía con los ojos cerrados, disfrutando de esa boca húmeda y de mi mujer cada vez más entregada.
—Eso… así… vas a aprender a tragártela toda… hasta que no quieras otra cosa que mi pija, mamita.
Yo, detrás, no sabía si aguantar un minuto más. Sentía que iba a acabar solo de verla.
Clara ya estaba totalmente entregada. Movía la cabeza con hambre, chupando y lamiendo como si la verga de Peter fuese lo único que importaba. Yo no podía dejar de ordeñarle las tetas, apretando fuerte, viendo cómo la leche chorreaba sin parar, mojándole el pecho, la panza, hasta las rodillas. Cada gota me volvía más salvaje.
Peter gruñía cada vez más profundo, sujetándole el pelo con ambas manos, marcándole el ritmo sin piedad.
—Eso, tragatela toda… mirá lo bien que la chupa tu mujer, Andrés. Una verdadera puta.
Clara gimió con la boca llena, y yo sentí cómo mi verga latía a punto de explotar dentro del bóxer. Estaba tan duro que me dolía.
De repente, Peter gruñó fuerte, el cuerpo tenso. Le enterró la verga hasta el fondo y, con un jadeo brutal, empezó a acabarle en la boca.
—seeeee… tragate toda mi leche, putita… llenate la boquita mi amor…
Clara se estremeció, sus ojos abiertos mirandolo desde abajo mientras recibía chorros calientes directamente en la garganta. Tosió, intentó tragar, pero un hilo blanco se escapó por la comisura, resbalándole por la barbilla. La imagen me partió en dos: mi mujer, de rodillas, con la boca llena del semen de otro, mientras yo le ordeñaba las tetas que no paraban de gotear leche.
Peter, jadeando, la sostuvo firme y la obligó a mantener la boca abierta.
— mmm no puedo creer lo puta y hermosa que sos!— Dijo entre gemidos.
Me miró fijo, con esa sonrisa de dominador.
—Ahora besala, Andrés. Probá lo que sabe un hombre de verdad.
Sentí un escalofrío recorrerme entero.
—N-no… —balbuceé, negando con la cabeza, temblando de excitación y miedo.
Peter no aceptó un no. Le agarró la cara a Clara, todavía con semen rebalsando en los labios, y me repitió con un tono grave, autoritario:
—Besala. Ahora.
Clara me miraba, los labios brillantes, temblando entre el pudor y la excitación. Yo ya no podía más. Me incliné, mis labios encontraron los suyos, y la mezcla espesa me invadió la boca. El sabor fuerte del semen de otro hombre junto con la saliva de mi mujer me arrancó un gemido profundo.
—Eso… así me gusta —dijo Peter, masturbándose despacio frente a nosotros—. Compartan mi leche entre los dos. Son míos ahora.
Yo la besaba desesperado, la lengua chocando contra la suya mientras tragaba lo que quedaba de esa acabada caliente. Y en ese instante sentí que me rompía por dentro: la pija me explotó en el bóxer, el orgasmo me sacudió entero mientras seguía con la boca pegada a la de Clara. Me vine a borbotones, empapándome todo, incapaz de contenerme más.
Ella gimió suave, recibiendo mi beso mezclado con la leche de otro hombre, mientras Peter nos miraba desde arriba con esa sonrisa de dueño.
3 comentarios - Mi esposa Clara - Nuestra primera vez (II)