Hola amigos de Poringa, hoy les traigo algo distinto, una parodia caliente inspirada en esos clásicos que todos conocemos… pero al estilo xxx.
Me desperté en la vecindad, con mi gorro a cuadros y los tirantes colgando.
El hambre me mataba, así que en vez de buscar una torta de jamón, me acerqué a la cuerda de ropa… y colgaba un sostén enorme, negro, con encaje. No resistí. Lo agarré, lo olí, lo pasé por mi cara… y justo me pescó Doña Florinda.
—“¡Que haces tu mirando eso !”
—me gritó.
pero en lugar de darme una bofetada normal, me acomodó con cachetadón que me tiró directo contra su falda corta. Terminé con la cara enterrada en sus muslos calientes.
—“Ay, doñita… esto no fue sin querer queriendo.”
—le susurré mientras me rozaba con su ropa interior húmeda.
Ella, en vez de apartarme, me agarró del pelo y me apretó más fuerte contra su concha, jadeando.
En ese momento apareció Quico, pero no el clásico cachetón…
sino un toro musculoso, celoso y con el short abultado.
—“¡Mamá!
¡Ese muerto de hambre no puede estar aquí!”
Doña Florinda lo mandó a callar, pero Quico se bajó el short frente a mí, desafiándome:
—“A ver, chavito
¿te animás a aguantar esto?”
La tensión se volvió absurda y excitante. Yo, muerto de hambre pero con la pija tiesa, acepté el reto.
Detrás del barril, la Chilindrina versión hot nos espiaba.
Trencitas, gafas y lencería roja. Se metía la mano por dentro de la bombacha y gemía bajito:
—“Ay papitos lindo…
denme a mí también…”
No aguantó mucho y se metió en escena.
Me agarró del tirante y me jaló adentro del barril. Ahí dentro, oscuro y apretado, la muy perra se sentó encima de mi verga y empezó a cabalgar, mientras mordía sus lentes para no gritar demasiado.
Afuera, Quico se cogía a su mamá contra la puerta de la vecindad, con ella gritando entre gemidos:
—“¡No te juntes con esa chusmaaa…
ahhh síííí!”
Todo era un caos delicioso: gemidos, frases clásicas, risas. Yo bombeaba a la Chilindrina adentro del barril, ella se venía una y otra vez, y cada tanto asomaba la cabeza jadeando:
—“Eso, eso, eso… más durooo.”
Al final, el Profesor Jirafales apareció con su ramo de flores. Abrió la puerta, vio a todos cogiendo y solo dijo:
—“¿No gusta pasar a…?”
Pero no terminó la frase: Doña Florinda lo arrastró de los pantalones y lo clavó contra la pared, gimiendo como loca.
Así terminó esa tarde en la vecindad: una orgía paródica donde nadie se salvó del desmadre.
"Y recuerden… fue sin querer queriendo." 😉🔥
Me desperté en la vecindad, con mi gorro a cuadros y los tirantes colgando.
El hambre me mataba, así que en vez de buscar una torta de jamón, me acerqué a la cuerda de ropa… y colgaba un sostén enorme, negro, con encaje. No resistí. Lo agarré, lo olí, lo pasé por mi cara… y justo me pescó Doña Florinda.
—“¡Que haces tu mirando eso !”
—me gritó.
pero en lugar de darme una bofetada normal, me acomodó con cachetadón que me tiró directo contra su falda corta. Terminé con la cara enterrada en sus muslos calientes.
—“Ay, doñita… esto no fue sin querer queriendo.”
—le susurré mientras me rozaba con su ropa interior húmeda.
Ella, en vez de apartarme, me agarró del pelo y me apretó más fuerte contra su concha, jadeando.
En ese momento apareció Quico, pero no el clásico cachetón…
sino un toro musculoso, celoso y con el short abultado.
—“¡Mamá!
¡Ese muerto de hambre no puede estar aquí!”
Doña Florinda lo mandó a callar, pero Quico se bajó el short frente a mí, desafiándome:
—“A ver, chavito
¿te animás a aguantar esto?”
La tensión se volvió absurda y excitante. Yo, muerto de hambre pero con la pija tiesa, acepté el reto.
Detrás del barril, la Chilindrina versión hot nos espiaba.
Trencitas, gafas y lencería roja. Se metía la mano por dentro de la bombacha y gemía bajito:
—“Ay papitos lindo…
denme a mí también…”
No aguantó mucho y se metió en escena.
Me agarró del tirante y me jaló adentro del barril. Ahí dentro, oscuro y apretado, la muy perra se sentó encima de mi verga y empezó a cabalgar, mientras mordía sus lentes para no gritar demasiado.
Afuera, Quico se cogía a su mamá contra la puerta de la vecindad, con ella gritando entre gemidos:
—“¡No te juntes con esa chusmaaa…
ahhh síííí!”
Todo era un caos delicioso: gemidos, frases clásicas, risas. Yo bombeaba a la Chilindrina adentro del barril, ella se venía una y otra vez, y cada tanto asomaba la cabeza jadeando:
—“Eso, eso, eso… más durooo.”
Al final, el Profesor Jirafales apareció con su ramo de flores. Abrió la puerta, vio a todos cogiendo y solo dijo:
—“¿No gusta pasar a…?”
Pero no terminó la frase: Doña Florinda lo arrastró de los pantalones y lo clavó contra la pared, gimiendo como loca.
Así terminó esa tarde en la vecindad: una orgía paródica donde nadie se salvó del desmadre.
"Y recuerden… fue sin querer queriendo." 😉🔥

0 comentarios - La vecindad del sexo