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Compendio III
(Estimado lector: Este relato se viene un poco denso, largo y un "poco fome" (como le diría mi ruiseñor), porque da un poco de contexto para lo que se viene después, ya que de aquí en adelante, mi relación con Letty cambió, por lo que le ruego paciencia si le sigue interesando la historia.)
LA JUNTA 10: SEGUNDA ACUSACIÓN
A medida que he ido creciendo, me he dado cuenta de que hay dos tipos de personas: las que temen lo desconocido. Yo soy de los otros, los que aceptan el caos porque soy curioso y quiero aprender sobre él.
Sin embargo, esa mañana, durante la reunión, me di cuenta de que Leticia es del primer tipo. Supongo que se podría decir que la pongo nerviosa. A veces me mira con curiosidad, pero cuando la pillo, desvía la mirada hacia otra parte. Y esa mañana se notaba: tenía los hombros rígidos, su postura parecía insegura y la forma en que me miraba era una extraña mezcla entre lástima y cansancio.
La sala de juntas era del tipo que parecía un plató de Hollywood para un drama sobre el poder corporativo: elegante, fría y con olor a cuero nuevo, perfumes caros, café exótico y dinero antiguo. El sol entraba por las ventanas, pero no conseguía calentar la tensión que se respiraba en la sala. Leticia iba muy elegante ese día, con una falda lápiz azul oscuro que se ajustaba a sus curvas en los lugares adecuados. Tenía una forma de cruzar las piernas que resultaba a la vez profesional y seductora.
La sala de juntas se sumió en un profundo silencio cuando Leticia tomó la palabra.
• Quiero abordar la contratación impulsiva de Marco. - Ni siquiera levantó la vista de sus notas.

> ¿Otra vez, Leticia? Creía que esto ya estaba zanjado. - Edith suspiró exasperada
• ¡No lo está! Marco eludió el procedimiento, contrató a alguien para un departamento que no está bajo su supervisión y el candidato no tenía experiencia en finanzas. Son tres infracciones en un solo acto. – Letty sentenció acusadora.
Eso llamó la atención de todos los presentes. Se escuchó un murmullo. Era mi turno de ser el centro de atención.
- Si tienes algo que decir, Letty, dilo. – la desafié mientras me acomodaba en mi silla.
• Según Abigail, incluso habían pasado una noche juntos. - Atacó implacable, sus ojos azules se posaron en los míos sin pestañear.
La sala se tensó. Algunos levantaron las cejas. Los rumores funcionaban como munición.
Julien, nuestro director jurídico, sonrió con ese aire francés burlón y dio unos golpecitos con el dedo sobre la mesa.
* Los rumores no son pruebas, Leticia. En un tribunal, se desvanecen. - Hizo un gesto con la mano para restarle importancia. - ¡Puf!... como burbujas de jabón.
Leticia apretó la mandíbula, pero siguió adelante.
• Aunque se desestime, la imagen sigue siendo terrible. Edith, la política contra el nepotismo se redactó por una razón. – prosiguió venenosa.

No se equivocaba. Tras el incidente con mi propia esposa Marisol hace unos años (en el que casi la atacaron), las políticas corporativas se endurecieron. Aunque Albert fue desterrado a nuestra sucursal de Queensland, su conexión con su padre Shawn, uno de nuestros inversionistas silenciosos irlandeses, dejó huella. Pero ahora, esas mismas políticas volvían en mi contra para perjudicarme.
> ¡Marco! – Me encaró Edith, con tono maternal pero firme. - ¿Hay algo de cierto en esto?
La miré a los ojos.
- Sí. La conocí una noche. Hablamos. Le di mi tarjeta. Más tarde, apareció en la empresa y yo respondí por ella. Eso es todo. – contesté dolido, omitiendo lo que ellos no necesitaban escuchar.
Se oyeron algunos suspiros. La junta no estaba acostumbrada a que alguien reconociera un error en lugar de eludirlo.
Pero Leticia no había terminado. Incluso sentí pena por ella, porque tenía razón: a pesar de todo, yo había actuado de forma egoísta. Sin embargo, ella no se rindió sin luchar.
• Pero ella no está haciendo un trabajo de nivel básico. - Leticia se volvió entonces hacia Horatio. – Horatio, tú le diste algo imposible, esperando que fracasara.
El gordo se tensó y su rostro delató un destello de pánico. Por un momento, pensé que se derrumbaría, pero entonces su voz sonó plana, calculada.
o No sé de qué estás hablando. Le asigné una tarea a la señorita Ginny y ella la completó dentro de su margen de tiempo. Eso es todo. – respondió lavándose las manos y quitándole la última línea de apoyo en el proceso.
El silencio que siguió fue tan pesado que se podía cortar con un cuchillo. Todos sabían lo que él no había dicho. Edith entrecerró ligeramente los ojos, con una mirada que indicaba a todos los presentes que estaba analizando los motivos.
Leticia había intentado conseguir el apoyo de Horatio, pero él la había abandonado, porque conociendo a Edith, admitir la verdad lo habría condenado aún más a él que a mí.

Noté la mirada perdida de Leticia: había perdido todo el apoyo a su causa. Pero también noté la breve mirada que me lanzó Horatio: era una mezcla de humillación y enfado. Sin darse cuenta, había apoyado mi elección y mi precipitada decisión.
Edith aprovechó rápidamente la oportunidad.
> Si la señorita Ginny ha realizado bien la tarea que se le ha encomendado, parece que tenemos una nueva incorporación competente en nuestro equipo. No perdamos el tiempo con acusaciones infundadas, Leticia. - declaró con voz firme y definitiva.
Sin embargo, se dirigió a nosotros personalmente.
> Marco, estoy de acuerdo con Leticia. Debe haber ciertos límites y debes seguir los canales adecuados. Debes informar a Madeleine, a la junta o a mí si conoces a alguien que quieras contratar. Lo discutiremos durante nuestras reuniones de los lunes por la mañana, pero no puedes actuar por tu cuenta. ¿Entendido? – me ordenó en persona.
- ¡Sí, Edith! – respondí con un suspiro, pero asintiendo.
Leticia parecía derrotada, pero también asintió. Recogió sus papeles con manos temblorosas y permaneció sentada. Había intentado utilizar a Ginny como peón en su juego de ajedrez corporativo, pero había calculado mal mi posición y subestimado los propios secretos de Horatio.
Edith tuvo la última palabra.
> Bien. No creo que debamos volver a tratar este tema. Lo hecho, hecho está, y no tiene sentido alargarlo si hay asuntos más urgentes o si sus ramificaciones pueden dañar a la empresa. Dicho esto, se levanta la sesión por hoy y pueden volver a sus puestos.
Las palabras de Edith resonaron en la sala de juntas y todos se levantaron para marcharse. Leticia fue la última en salir, con sus tacones altos resonando contra el suelo de mármol mientras se alejaba apresuradamente, con el rostro enrojecido por una mezcla de vergüenza y enfado. Mientras los demás se dispersaban, no pude evitar sentir una punzada de culpa por los problemas que había causado. Sabía que la junta no apreciaba mi comportamiento inconformista, pero tenía mis razones para traer a Ginny a la empresa.
Me quedé atrás, tratando de encontrar un momento a solas con Leticia. Lo encontré cuando se dirigía a su oficina.
- ¡Letty! - dije una vez más, sin pensar.
Leticia se detuvo en seco, sus tacones resonando contra el suelo como una advertencia. Se dio la vuelta y me miró, entrecerrando los ojos.

• ¿Qué? - me miró, furiosa y a punto de echarse a llorar.
- ¡Quería darte las gracias! - le dije con tono sincero.
Leticia me miró con una mezcla de sorpresa y escepticismo.
• ¿Darme las gracias? ¿Por qué? ¿Por humillarme? - preguntó con un tono tan triste, como si la hubiera perseguido solo para hacerle daño.
- No, en absoluto. – respondí, tratando de consolarla. - Verás, realmente yo no encajo aquí. Como te dije, estoy acostumbrado a tratar con gente que dice las cosas directamente, y la mayoría de ustedes dicen una cosa, pero piensan en otra completamente diferente. De hecho, no me gusta mi trabajo, porque hago lo mismo que antes, pero la gente me percibe de forma diferente y se fija en mí. Y no estoy acostumbrado a eso... pero tenerte cerca me entretiene.
Sus ojos buscaron en los míos algún indicio de burla, pero no lo encontraron. Estaba desconcertada, pero no sabía cómo responder.
- Tener a alguien que te ataca constantemente te hace sentir vivo. - le expliqué. - Te hace cuestionar cada decisión que tomas y te hace ser el doble de cuidadoso. Así que sí, estoy de acuerdo con la mayor parte de lo que has dicho. Pero a pesar de lo que puedan decir los demás, te agradezco tu aporte. Este nuevo cargo como miembro de la junta directiva debe tener límites y que alguien me señale mis errores es la única forma de aprender, así que te agradezco mucho tus palabras.
Leticia me miró con los ojos brillantes.
• Marco, ¿Por qué me dices esto? - preguntó en voz baja. - ¿Por qué tienes que ser tan... complicado?

- ¡Porque eres una de las pocas aquí que me fuerza a ser sincero! - Le dediqué una sonrisa desquiciada. - Y porque verte enojada es lo único divertido que pasa en estas reuniones.
Ella parpadeó, dividida entre la ira y la incredulidad. Antes de que pudiera responder, me acerqué y la abracé. Sin previo aviso, sin palabras. Solo el tipo de abrazo que le daría a Marisol cuando se le cae un plato, o a Pamela cuando le salía mal un dibujo, porque esa era la expresión en su rostro.
Por un segundo, se quedó paralizada. Luego me devolvió el abrazo. Y en ese momento, todo el circo de la sala de juntas dejó de importar.

Sus pechos se apretaron contra mi pecho y sentí el calor de su cuerpo. Fue sorprendentemente reconfortante, como encontrar una manta caliente en un frío día de invierno. Su aroma, una mezcla de jazmín y algo más, llenó mis fosas nasales y me hizo sentir vivo. Noté cómo mi pene se endurecía, presionando contra mis pantalones, y esperé que ella no se diera cuenta. Pero lo hizo. Se tensó y abrió mucho más los ojos.
• ¡Marco! - exclamó, con la voz amortiguada contra mi camisa.
De alguna manera, y sin ninguna intención de hacerlo, me encontré apretándole el trasero. Y aunque se tensó, tampoco se resistió...

- ¡Lo siento, no era mi intención! - Me aparté ligeramente y la miré arrepentido.
Leticia me miró con las mejillas coloradas.
• No... no pasa nada. – se excusó con voz temblorosa. - Sé que no era tu intención.
Pero su mirada seguía fija en mi entrepierna, que ya estaba dolorosamente hinchada.
- ¡Leticia! – comencé a disculparme, sintiéndome un poco avergonzado. - ¡Lo siento! Ha sido poco profesional por mi parte.
• ¡No pasa nada, de verdad! - respondió ella, con la voz aún temblorosa. Dio un paso atrás, creando un poco de espacio entre nosotros, pero sin alejarse del todo. - Es solo que...

Esta vez, sus ojos se fijaron en él. Una vez más, no es que tenga un pene monstruoso. Pero parece ser un poco más grande y grueso que la media.
• ¡No pasa nada! – volvió a repetir, con su voz deshaciéndose. - Es solo que...
Se terminó callando, con la mirada fija en mi entrepierna.
El aire entre nosotros se volvió más denso, cargado de una tensión tácita. Leticia tenía los ojos muy abiertos y las mejillas sonrojadas, pero no hizo ningún movimiento para marcharse o apartarme. Sentí una extraña mezcla de vergüenza y excitación, sin saber muy bien cómo actuar.
- Creo... creo que debería irme. - concluí casi tartamudeando, deseando que la tierra me tragara.
Pero cuando ella me miró, vi algo brillar en sus ojos, algo que me hizo detenerme. No era miedo ni ira, sino más bien curiosidad mezclada con un toque de... algo más. Leticia se humedeció los labios y pude ver cómo le daba vueltas a la cabeza.
• Marco, yo... solo quería... Es decir, sé que no debemos... - comenzó a decir, pero sus palabras se apagaron mientras parecía luchar con lo que quería decir.
- ¡Lo sé! - respondí tratando de mantener la voz tranquila a pesar de que mi corazón latía con fuerza. - Va en contra de la política de la empresa... tener relaciones íntimas con compañeros de trabajo.
Leticia asintió, pero no apartó la mirada de mí. Incluso, me tomó la mano, como si no quisiera que me fuera.
• Pero... a veces, las reglas están hechas para romperse, ¿No? – me preguntó con una mirada desequilibrada.

Tragué saliva, sin saber si hablaba en serio o si solo estaba jugando conmigo.
- Depende de la regla. - respondí, tratando de mantener la voz firme.
• Bueno, ¿Y si la regla es no dejar escapar nunca una buena oportunidad? - Su mirada no se apartó de la mía y pude ver el deseo en sus ojos
Sentí que mi corazón latía con fuerza en mi pecho y la habitación se calentó aún más. La tensión era palpable, densa y eléctrica, envolviéndonos como una segunda piel.
- ¿Qué estás proponiendo, Letty? - pregunté con voz baja y ronca, en marcado contraste con el tono formal que utilizábamos en la sala de juntas.
Leticia respiró hondo, con el pecho subiendo y bajando contra los confines de su blusa. Se acercó y levantó la mano para acariciar mi mandíbula.

• Estoy diciendo que tal vez podríamos... explorar esa atracción, Marco. – sentenció finalmente.
La miré fijamente, tratando de leer las emociones que se reflejaban en su rostro. ¿Hablaba en serio? ¿Realmente quería esto, o solo era el calor del momento?
- ¿Estás segura? – Pregunté inseguro, sospechando que podría ser una trampa.
Leticia asintió con la cabeza y deslizó la mano desde mi mandíbula hasta la nuca, atrayéndome hacia ella.
• Lo estoy... - susurró, con su aliento caliente en mi oído. - O al menos, estoy dispuesta a intentarlo.
Pero entonces, ambos nos dimos cuenta de algo: no estábamos siendo precisamente discretos. Estábamos en uno de los pasillos del piso dieciocho. Y estábamos a punto de romper la política de confraternización entre compañeros de trabajo (aunque como saben, ya la he roto varias veces con otras compañeras).
- Este no es el lugar adecuado, ¿Verdad? - Di un paso atrás, sin quitarle un ojo de encima.
Leticia miró a su alrededor, dándose cuenta de dónde estábamos. Se mordió el labio, con una mezcla de nerviosismo y excitación.
• ¡No, no lo es! – Dijo con voz baja, pero agitada a la vez. - Pero no podemos dejarlo así, ¿Cierto?
Su mano se deslizó por mi pecho, rozando de nuevo mi erección y provocándome una oleada de placer. Mis pensamientos se aceleraron. Estábamos en medio de la jungla corporativa y a punto de romper la regla más fundamental de la sala de juntas.
Sin embargo, su culo me tentaba. No lo sé. Años atrás, probé el de mi buena amiga Sonia e incluso sé que no se molestaría que lo volviéramos a hacer. Pero el de Leticia, redondo, firme y bien formado, parecía llamar a mi mano.
- No, no podemos. - respondí con un poco de cordura. - A menos que... quieras venir a mi oficina.
Mis palabras la sorprendieron. Hace unos minutos, me odiaba con toda su alma. Ahora, estaba dispuesta a acostarse conmigo.
• ¿Tu oficina? - repitió Leticia, con una mezcla de emoción y duda en su voz. - ¿Es lo correcto?
- ¡Está insonorizada! - dije con una sonrisa maníaca, tratando de vender la idea. - Normalmente hablo con mineros ruidosos que dicen muchas palabrotas... así que pedí una oficina más pequeña e insonorizada.
Pero veía que se estaba alejando. Era demasiado. Al menos, por el momento. No era que ella no quisiera. Era solo que íbamos demasiado rápido.
- O no. - dije rápidamente, tratando de aliviar la tensión. - Podríamos tomar algo después del trabajo. Solo para hablar. Sin compromiso.
Sin embargo, de alguna manera, se sintió atrapada. Su sonrisa era genuina y viva. Como si realmente estuviera dispuesta a explorar una aventura conmigo a puerta cerrada y dentro de mi oficina.
• ¡De acuerdo! - dijo, con la voz aún en un susurro, pero llena de promesas. - ¡Hablemos otro día!
Las palabras quedaron suspendidas en el aire entre nosotros, un acuerdo tácito de que habría más. Leticia se dio la vuelta y se alejó, balanceando las caderas con una nueva confianza y meneando esa cola que me volvía loco.
La vi marcharse, con la mente a mil por hora. ¿Qué acababa de pasar? ¿Realmente había aceptado...?

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