Hola amigos de Poringa,
Acá estoy de nuevo, la Tía Gladys, lista para confesarles otra locura de esas que no cuentan en la mesa familiar.
Hace unos días me invitaron al departamento de Cristina, la del 3º, pero cuando llegué me encontré con una sorpresa: también estaba Kati, la misma que me cojio con su marido Víctor y que siempre se hace la señora recatada.
Cristina abrió una botella de vino y puso música bajita. No hizo falta mucho: apenas un par de copas y las tres estábamos riéndonos, hablando de hombres… y de nosotras.
—¿Nunca probaron entre mujeres? —
preguntó Cristina, directa, con esa sonrisa de zorra que tiene.
Yo la miré fijo y le contesté:
—A mis años, mami, ya no le tengo miedo a nada.
Kati se sonrojó, pero fue la primera en animarse. Me tomó de la nuca y me besó con esa boca jugosa que tantas veces había imaginado. Mientras nos besábamos, Cristina se arrodilló y me bajó la bombacha. Sentí su lengua metiéndose entre mis labios mojados, comiéndome como si fuera la última vez.
Yo me derretía, gemía sin vergüenza. Entre beso y beso le dije a Kati:
—Sacate esa ropa, mamita, que esta noche somos solo putas.
En un segundo estábamos las tres desnudas, entrelazadas, lamiendo pezones, metiendo dedos, turnándonos para chuparnos. Cristina me abrió las piernas y me montó la cara, mientras Kati se acomodaba detrás y me metía sus dedos con fuerza. Yo estaba en el medio, usada, devorada, convertida en el juguete de esas dos.
Nos corrimos una tras otra, gritando, chorreando, hasta quedar tiradas en el sillón, transpiradas, riendo como si hubiéramos vuelto a los veinte.
Esa fue nuestra noche de chicas en el 2B: sin hombres, sin culpas, solo placer entre nosotras.
Y si quieren saber la verdad… ya estamos planeando repetirlo, pero esta vez con más copas y con juguetes.
Acá estoy de nuevo, la Tía Gladys, lista para confesarles otra locura de esas que no cuentan en la mesa familiar.
Hace unos días me invitaron al departamento de Cristina, la del 3º, pero cuando llegué me encontré con una sorpresa: también estaba Kati, la misma que me cojio con su marido Víctor y que siempre se hace la señora recatada.
Cristina abrió una botella de vino y puso música bajita. No hizo falta mucho: apenas un par de copas y las tres estábamos riéndonos, hablando de hombres… y de nosotras.
—¿Nunca probaron entre mujeres? —
preguntó Cristina, directa, con esa sonrisa de zorra que tiene.
Yo la miré fijo y le contesté:
—A mis años, mami, ya no le tengo miedo a nada.
Kati se sonrojó, pero fue la primera en animarse. Me tomó de la nuca y me besó con esa boca jugosa que tantas veces había imaginado. Mientras nos besábamos, Cristina se arrodilló y me bajó la bombacha. Sentí su lengua metiéndose entre mis labios mojados, comiéndome como si fuera la última vez.
Yo me derretía, gemía sin vergüenza. Entre beso y beso le dije a Kati:
—Sacate esa ropa, mamita, que esta noche somos solo putas.
En un segundo estábamos las tres desnudas, entrelazadas, lamiendo pezones, metiendo dedos, turnándonos para chuparnos. Cristina me abrió las piernas y me montó la cara, mientras Kati se acomodaba detrás y me metía sus dedos con fuerza. Yo estaba en el medio, usada, devorada, convertida en el juguete de esas dos.
Nos corrimos una tras otra, gritando, chorreando, hasta quedar tiradas en el sillón, transpiradas, riendo como si hubiéramos vuelto a los veinte.
Esa fue nuestra noche de chicas en el 2B: sin hombres, sin culpas, solo placer entre nosotras.
Y si quieren saber la verdad… ya estamos planeando repetirlo, pero esta vez con más copas y con juguetes.
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