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Sesión de fotos

Sesión de fotos
​La llamada de Romi me agarró desprevenida, como siempre. “Naza, necesito que me des una mano. Quiero hacer una sesión de fotos para mi Instagram. Va a ser súper casual, con looks de ropa que usas todos los días. ¡Dale, va a ser divertido!”, me dijo con su voz de pajarito. Y yo, que la quiero como una hermana, le dije que sí sin dudar.
​Llegué a su casa, toda contenta, con mis tatuajes a la vista y mi ropa cómoda. Lista para posar como si estuviera tomando un café. Pero Romi, con esa picardía que la caracteriza, me recibió con una sonrisa gigante y una bolsa en la mano. “Naza, cambié de idea. Vamos a hacer fotos de lencería. Te conseguí tres conjuntos divinos. Va a ser un acto de feminismo, de amor propio, de mostrar la belleza en todos los cuerpos. ¡Vas a estar espectacular!”.
​Mi corazón se me fue a los pies. Yo no soy modelo, ni flaca, ni nada que se le parezca. Soy una piba real, con mis curvas, mis rollitos y mi autoestima luchando día a día. Pero Romi es Romi, y su labia es irresistible. Me convenció en cinco minutos. Me fui al baño a probarme el primer conjunto.
​Era uno negro de encaje. La bombacha me apretaba un poco, pero el corpiño, con sus aros, me hacía un escote que no sabía que tenía. Me miré al espejo y, por un segundo, me sentí una diosa, una de esas mujeres empoderadas que veo en las redes. Romi me sacó unas fotos, me decía "¡Diosa! ¡Reina!", y eso me ayudó a relajarme.
​El segundo conjunto era blanco, de algodón, mucho más simple. Este me quedaba un poco más suelto, más cómodo. Las fotos salieron más naturales, más yo. Me veía como una chica normal, en su lencería de todos los días. Romi estaba feliz, me decía que estaba captando mi verdadera esencia.
​Y entonces, llegó el tercer y último conjunto. Era rosa chicle, de satén, con unas tiritas que se ajustaban. Me lo puse y el alma se me cayó al piso. El corpiño era minúsculo y la bombacha, directamente, una burla. El elástico me cortaba la cadera, y la tela se me metía en el culo de una manera que me hacía sentir una salchicha. Me miré al espejo y ya no me veía como una diosa, ni como una chica real. Me sentía un lechón, una gorda puta humillada. Todas las inseguridades que llevo escondidas salieron a flote.
​"¿Qué te pasa, Naza? ¡Salí ya!", gritó Romi desde el otro lado de la puerta.
​"¡No! ¡Esto no me entra!", le respondí con un hilo de voz.
​"¡Dale, Naza, no seas boba! ¡Mostrá ese culo gordo tragón!", me gritó.
​Esa frase me dolió, me pegó directo en el pecho. Me sentí traicionada, humillada. Pero en lugar de derrumbarme, algo en mí hizo click. Una chispa de rebeldía, de furia feminista, se encendió. Pensé: "Sí, Romi tiene razón. Soy una gorda y tengo un culo tragón. ¿Y qué?". Abrí la puerta del baño y salí.
​Caminé con la cabeza alta, ignorando el sentimiento de vergüenza. Me paré frente a Romi, que me miraba con la cámara en la mano, con la cara de arrepentimiento por lo que había dicho. Pero ya no importaba. Me agaché un poco, puse las manos en mis rodillas y abrí bien el culo para que se viera bien entangado. Lo mostré sin pudor, sin vergüenza. Romi disparó la cámara, una y otra vez.
​La sesión de fotos continuó así. Con cada foto, con cada pose, me sentía más poderosa, más dueña de mi cuerpo. La humillación se transformó en empoderamiento. Cuando terminamos, Romi se me acercó, me abrazó y me pidió perdón por su comentario. Le dije que no se preocupara, que su comentario había sido el catalizador que necesitaba para liberarme. Al ver las fotos, no podía creerlo. No veía a un lechón, ni a una gorda humillada. Veía a una mujer real, con sus curvas, sus rollos y su culo tragón, posando con la seguridad de saber que es dueña de su cuerpo. Y eso, para mí, vale más que cualquier comentario.

2 comentarios - Sesión de fotos

Porisur
Muero de ganas de ver todas esas fotos