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Estado de placer

EL DESPACHO

La noche había caído sobre el Palacio Presidencial. Los pasillos estaban en silencio, salvo por el eco lejano de los guardias que cambiaban de turno. En el despacho presidencial, la luz tenue de una lámpara iluminaba la figura de Javo. Camisa desabrochada, el cabello revuelto, los ojos encendidos.

La puerta se abrió sin anunciarse. Era Viky, impecable en su traje sastre negro, tacones que resonaban en el mármol, el perfume dulce que solía enloquecerlo.

—Deberías descansar, presidente —dijo con voz baja, pero firme, apoyándose en el marco de la puerta.

Él levantó la mirada y sonrió, con esa mezcla de desafío y deseo que solo usaba con ella.

—¿Descansar? Lo que necesito no está en los papeles… y creo que vos lo sabés.

Ella avanzó lentamente, hasta quedar frente al escritorio. Se inclinó apenas, dejando que su escote quedara a la altura de sus ojos. El presidente apretó los puños sobre la madera, conteniéndose.

—Tenés un país en llamas —susurró ella, casi rozándole el oído—, pero en este momento… solo querés arder conmigo.

Él no pudo resistir más. Rodeó el escritorio y la empujó suavemente contra la pared. Su respiración era rápida, el calor entre ellos insoportable. Javo le arrancó el saco de un tirón y lo tiró al suelo, mientras sus manos se deslizaban bajo la blusa, apretando sus tetas con fuerza.

—Hacía días que quería cogerte acá mismo —gruñó él, besándole el cuello.

—Entonces hacelo, la concha de tu madre —le contestó Viky, arañándole la cara y besándolo con furia.

Javo la alzó de golpe y la sentó sobre el escritorio, empujando papeles al piso. Ella abrió las piernas, mostrando la tanga negra bajo la falda. Él bajó con desesperación, corrió la tela y le metió la lengua de lleno.

—¡Ahh, hijo de puta! —gemía ella, moviendo la cadera contra su boca—. ¡Así, seguí chupándome!

Cuando estuvo a punto de correrse, lo obligó a levantarse.
—Basta. Quiero tu pija adentro ya.

Él desabrochó el pantalón, sacó su verga dura y la hundió en su concha de un empujón. Viky gritó, arañando su espalda. El despacho se llenó del sonido obsceno de piel contra piel, gemidos, jadeos.

Ella lo rodeó con las piernas, pegándolo más fuerte.
—¡Dámelo todo, Javo, no pares! ¡Quiero acabarme en tu pija!

Con un grito ronco, ella se vino primero, apretando su verga con fuerza. Javo no tardó en derramarse dentro de ella con un gemido gutural.
Quedaron sudados, respirando agitados. Viky sonrió:
—Mañana, cuando grites en el Congreso, voy a recordar cómo me cogiste esta noche.
—Y yo voy a querer volver a cogerte en este escritorio —respondió él, besándola otra vez.

Buenas voy a empezar una serie de relatos ficticios espero que los disfruten

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