You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

✨Pagando el precio de mis deseos🌀🪷

✨Pagando el precio de mis deseos🌀🪷

La playa y la lámpara - Capitulo 1

El sol caía con intensidad sobre la playa, bañando cada rincón con su luz dorada y cálida, derritiéndose sobre la arena y acariciando cada centímetro de mi piel. Mi cuerpo brillaba bajo sus rayos, y cada paso descalzo sobre la arena húmeda despertaba un cosquilleo delicioso que recorría todo mi ser, como si la tierra misma me rozara y activara algo oculto dentro de mí.
El murmullo rítmico de las olas se mezclaba con la caricia constante de la brisa marina, envolviéndome en una calma casi hipnótica. Cada sonido, cada roce del viento sobre mi piel, parecía susurrar secretos antiguos, misterios que mi mente aún no estaba lista para comprender, pero que me llamaban y provocaban a la vez.
Respiré hondo, dejando que la sal del aire llenara mis pulmones y el calor del sol penetrara hasta los huesos, mientras mis ojos se perdían en el horizonte infinito. Qué tranquilidad… pensé, sin sospechar que aquel instante perfecto era solo la antesala de algo que cambiaría mi vida para siempre, despertando deseos y sensaciones que nunca había imaginado.
A lo lejos, dos mujeres caminaban juntas, sus siluetas recortadas por la luz dorada del atardecer. Cada movimiento era hipnótico: sus pechos generosos se mecían suavemente, sus caderas anchas dibujaban curvas imposibles, provocando un calor cálido en mi bajo vientre y acelerando mi respiración. Cada gesto, cada paso, era un espectáculo que me fascinaba y, a la vez, me llenaba de una envidia que no quería admitir.
Un poco más allá, un hombre avanzaba con paso firme y seguro: fornido, con pectorales cincelados y un torso que irradiaba poder y control absoluto. No pude evitar seguirlo con la mirada, admirando cada músculo, cada movimiento calculado. Un deseo silencioso crecía en mí, intenso, prohibido, imposible de ignorar.
Me dejé llevar por mis pensamientos, recordando que debajo de mi bermuda llevaba un bikini morado con detalles dorados de mi madre, ya que no habían encontrado mi maleta. El cosquilleo de esa idea se mezclaba con la sensación de la arena húmeda bajo mis pies, provocando un estremecimiento que recorría mi piel mientras me adentraba en una zona más escondida, un rincón apartado donde el silencio solo era interrumpido por el susurro del mar.
Entonces lo sentí: mis dedos toparon algo frío y metálico enterrado entre la arena.
Me agaché lentamente, apartando la arena húmeda hasta revelar una lámpara antigua, cubierta de polvo y con inscripciones que parecían susurrar secretos olvidados de tiempos inmemoriales. La sostuve entre mis manos, admirando su peso, su textura y el aura misteriosa que la rodeaba, sin imaginar que aquel hallazgo estaba a punto de cambiar mi destino de manera irreversible.
—¿Qué demonios…? —susurré, alzando la lámpara y viendo cómo su superficie metálica reflejaba los últimos rayos del sol. Brillaba con un resplandor tenue, antiguo, como si guardara secretos prohibidos extraídos de un cuento que jamás debí haber leído. Cada curva, cada inscripción parecía prometer historias olvidadas y poderes ocultos.
El impulso me dominó antes de pensar. Deslicé la palma sobre la superficie fría y áspera, y un escalofrío recorrió mi cuerpo ante el contacto con aquel objeto extraño y cautivador.
De inmediato, la lámpara vibró suavemente, emitiendo un zumbido que resonaba en mi pecho. Un humo cálido y perfumado emergió, mezclando especias exóticas con un dulzor embriagador que me mareó y obligó a inhalar profundamente. Se enroscaba en espirales que ascendían lentamente, rozando mi piel con un cosquilleo que despertaba cada nervio dormido.
El aire se volvió denso y excitante, como si cada partícula vibrara con deseo propio, hasta que la neblina finalmente tomó forma. Frente a mí apareció una mujer imponente, madura y voluptuosa, con curvas imposibles y un porte que irradiaba poder hipnótico. Sus labios carnosos se curvaron en una sonrisa traviesa y seductora, y sus ojos profundos me atravesaron sin piedad, provocando un escalofrío que recorrió cada centímetro de mi piel.
—Veo que me has liberado —dijo con voz aterciopelada, grave y seductora, erizándome la piel hasta los huesos—. Como recompensa… puedo concederte tres deseos.
Mi corazón latía desbocado, acelerándose con cada segundo. La tensión era casi tangible, eléctrica y vibrante, y un calor extraño recorría mi piel, mezcla de excitación, miedo y anticipación. Tres deseos… ¿podía realmente pedir lo que quisiera sin límites?
—Yo… quiero ser más atractivo, poderoso y… tener deseos ilimitados —confesé casi sin pensar, con la voz entrecortada y un nudo en la garganta que delataba mi excitación y nerviosismo.
La genia arqueó una ceja, divertida, inclinándose hacia mí. Su perfume dulce, denso y dominante me envolvió, mareándome, enloqueciéndome, despertando sensaciones que nunca había sentido antes.
Giró lentamente alrededor de mí, sus caderas rozando apenas mi cuerpo, su aliento caliente provocando escalofríos en mi espalda. Finalmente quedó detrás, tan cerca que podía sentir el latido de su corazón junto al mío.
—Ten cuidado con lo que deseas… —susurró con voz grave, su aliento recorriendo mi cuello, provocando un estremecimiento que atravesó cada fibra de mi cuerpo—. Podría darte más de lo que imaginas.
Entonces lo sentí… su cuerpo voluptuoso se pegó al mío, presionándome con firmeza. Un escalofrío recorrió cada centímetro de mi piel. Entre mis glúteos, una presión cálida y firme… algo largo, grueso, que me dejó paralizado, jadeando, con la respiración entrecortada, incapaz de apartar la mirada ni de contener el temblor que recorría mi cuerpo.
—Oh, querido… —susurró con lujuria, rozando mis dedos mientras aquello entre sus piernas se restregaba contra mi trasero—. Muy interesante… veré cómo puedo cumplir esos deseos.
Un cosquilleo eléctrico me atravesó de pies a cabeza, despertando cada nervio con un placer inesperado y dolorosamente delicioso. Mi respiración se volvió errática, jadeante, mientras un calor húmedo crecía entre mis piernas, traicionando lo que realmente sentía y haciéndome consciente de cada roce, cada presión.
Cada fibra de mi cuerpo gritaba que algo estaba a punto de cambiar, no solo físicamente… también en mi mente. La anticipación y la sumisión me dominaban, arrastrándome hacia un deseo que no podía ni quería controlar.
Su risa, suave, oscura y sensual, me envolvió como un hechizo que atrapaba cada pensamiento, cada fibra de mi cuerpo. Era imposible resistirse; un fuego ardiente recorría mi piel, despertando un deseo que nunca había sentido con tanta fuerza.
Lo único que quería era complacerla, obedecerla, rendirme por completo a su voluntad. Cada respiración se volvía más rápida, consciente de su poder y de la influencia que ejercía sobre mí.
Entonces lo entendí, con una claridad dolorosamente excitante: ese era el verdadero inicio del deseo, el momento en que la sumisión se volvía inevitable, la excitación incontrolable y la anticipación de convertirme en todo aquello que ella quisiera que fuera. Mi mente y mi cuerpo comenzaban a transformarse, abriéndose a sensaciones y deseos que nunca había concebido… pero que ahora ansiaba experimentar por completo.

Cumpliendo con mis deseos al pie de la letra - Capitulo 2

Parado sobre la arena, con la lámpara aún humeante temblando en mis manos, mi mente no podía apartarse de la genia. Su presencia imponente, madura y voluptuosa, se grababa en mí con cada movimiento. Y lo más intenso había sido la presión ardiente, larga y firme, que había sentido hundirse entre mis nalgas, marcando mi cuerpo con una huella imposible de ignorar.
Cada roce, cada vaivén de su cuerpo contra el mío parecía calculado para atraparme: el cabello cayendo con elegancia sobre sus hombros, la curvatura de su sonrisa insinuante, el roce fugaz de sus dedos cuando me tocó. Todo en ella era un hechizo, una trampa de la que no quería escapar.
—Muy bien… tus deseos son muy interesantes —susurró, moviéndose frente a mí con un vaivén seguro que me dejaba sin aliento. Sentí cómo retiraba lentamente aquella presión de mis nalgas, arrancándome un vacío dolorosamente excitante—. Vamos a ver cómo los cumpliré.
Un cosquilleo intenso recorrió mi espalda, bajando lentamente por mi columna y encendiendo cada centímetro de mi piel. Mis manos temblaron sin control, mi respiración se volvió corta y jadeante, como si mi cuerpo supiera un secreto que mi mente aún no comprendía. Cada célula vibraba, preparándose para un cambio inevitable… y nada inocente.
—Siento… algo raro —susurré, la voz quebrada, incapaz de apartar mis ojos de sus labios carnosos y tentadores—. ¿Qué… qué me estás haciendo?
Ella inclinó apenas el rostro y su sonrisa se convirtió en un filo seductor que me atravesó. Su risa, un susurro cálido y oscuro, me envolvió por completo, haciéndome temblar entre miedo e intriga.
—No te preocupes… —dijo, su voz aterciopelada acariciando mi oído como un roce íntimo—. Sólo estoy activando la magia.
Se acercó aún más, y sus palabras parecían rozar mi piel como un beso invisible.
—Y… tal vez un poco de excitación no te haga daño.
Mi entrepierna reaccionó de inmediato, como si su voz hubiera despertado un instinto dormido. Una humedad tibia comenzó a crecer, mezclándose con cosquilleos eléctricos que se propagaban desde mis muslos hasta el pecho. Sentí cómo mi verga se endurecía, creciendo hasta un tamaño que me hizo jadear, incapaz de ocultar la evidencia de lo que me provocaba.
Cada palabra suya era más que un sonido; era un mandato grabado en mi piel. No me pedía nada directamente, pero dentro de mí brotaba la necesidad instintiva de obedecer, de entregarme, de dejar que ella me moldeara a su antojo.
Cerré los ojos un instante, permitiendo que esas sensaciones me consumieran por completo. Mi corazón martillaba, mi respiración se volvió errática y mi mente se perdió entre miedo, deseo y una curiosidad imposible de apagar.
"¿Qué me está pasando? ¿Cómo cambiará mi cuerpo… mi vida… mi esencia? ¿Hasta dónde me llevará esta magia… y qué parte de mí quedará después?"
La genia, al notar mi reacción, sonrió con un brillo oscuro en la mirada y se inclinó aún más cerca de mí. El calor de su cuerpo me envolvió como una hoguera peligrosa, y entonces lo sentí: junto a mi erección, palpitante y ansiosa, rozaba otra… más grande, firme, venosa y latente, como si tuviera vida propia.
El contraste me dejó sin aliento. Mi piel se erizó, y un estremecimiento intenso recorrió mi columna, obligándome a soltar un jadeo entrecortado. El aire a nuestro alrededor se impregnó de su aroma dulce, denso y penetrante, un perfume prohibido que me mareaba y encendía a la vez.
—Oh, querido… —susurró, su voz aterciopelada dominándome—. Te estás preparando para algo más que ser simplemente atractivo, ¿verdad? —Sus labios rozaron apenas mi oreja, enviando un latigazo de placer directo a mis entrañas—. Muy pronto sentirás cada deseo cobrar vida… y no podrás resistirte.
El cosquilleo se intensificó, multiplicándose en oleadas que recorrían cada rincón de mi cuerpo. Ya no era solo sensación: era un incendio delicioso, excitación mezclada con miedo y anticipación de lo inevitable. Mis manos temblaban, mis piernas parecían de cristal, y cada respiración me sabía a veneno dulce que me dominaba poco a poco.
Por primera vez lo comprendí: mis deseos no eran simples palabras. Se materializaban en mi piel, en mi carne, en mi mente, incluso antes de que pudiera ver un cambio físico. Sentía el poder latiendo en mis venas, mi cuerpo un recipiente en ebullición, esperando romperse para dejar salir algo nuevo.
Un pensamiento prohibido, eléctrico e irresistible se instaló en lo más profundo de mí. No quería resistirme. No quería luchar. Quería sentirlo todo, rendirme por completo y perderme en la transformación.
Ella lo supo. Su sonrisa, cargada de malicia y placer, lo confirmó. Se inclinó hacia mí, segura de dominar no solo mi cuerpo, sino también mi alma.
—Muy bien… —murmuró, acariciando cada palabra con su lengua como si fueran un regalo venenoso—. Es hora de que tus deseos comiencen a tomar forma.
Antes de que pudiera reaccionar, un resplandor dorado nos envolvió como un manto ardiente. Sentí mi cuerpo ligero, casi ingrávido, suspendido entre cielo y tierra. Mi visión se llenó de luces parpadeantes, destellos que me cegaban y excitaban al mismo tiempo, como si la realidad misma se quebrara frente a mí.
Entonces lo vi: la genia comenzó a cambiar. Su silueta perfecta se desdibujó en ondas brillantes y, poco a poco, adoptó mis rasgos. Mis ojos se abrieron con incredulidad al ver cómo su rostro se moldeaba hasta imitar mi expresión, mis facciones y mis pequeños gestos involuntarios. Era un espejo vivo, pero cargado de sensualidad distorsionada.
Su cuerpo se ajustó, perdiendo curvas exageradas para adquirir mi altura, mi complexión y proporciones… pero con un matiz más oscuro, más erótico, como si me mostrara una versión mía capaz de corromperme. Y entonces lo vi claramente: entre sus piernas, la erección palpitante también se transformaba, tomando la forma de la mía. Firme, poderosa… provocativa.
Me quedé atónito, con la boca entreabierta, sintiendo mi corazón martillar contra el pecho. Era yo… y no lo era. Una copia idéntica, con un aura peligrosa que me invitaba a rendirme a algo prohibido.
Sus ojos reflejaban mis pensamientos, deseos y dudas más íntimos. Su postura y gestos, la cadencia de sus movimientos, todo era idéntico a mí, como si alguien hubiera arrancado mi esencia y la hubiera reencarnado frente a mis ojos.
Un escalofrío descendió hasta mi entrepierna. Fascinación, deseo y excitación se mezclaban en un cóctel imposible de separar. Mi cuerpo reaccionaba por instinto, reconociendo ese reflejo como un imán del que no podía huir.
Lo peor—o lo mejor—era la certeza en mi pecho: no podía apartar la mirada. Verme transformado en algo tan sensual y poderoso me excitaba como jamás lo había imaginado.
—¿Es… es realmente yo? —murmuré, incapaz de apartar la mirada, con la voz quebrada entre incredulidad y deseo.
El reflejo sonrió, idéntico a mí pero cargado de picardía oscura, erizándome cada fibra de la piel.
—Sí… soy tu copia perfecta —respondió con mi propia voz, distorsionada, grave y juguetona.
Me quedé paralizado mientras avanzaba hacia mí. Su aura irradiaba un poder seductor que no reconocía en mí, como si esa versión fuera yo, amplificado en todo lo que nunca me había atrevido a ser.
—Pero ahora, querido… —continuó, inclinándose hacia mi oído, su aliento recorriendo mi cuello— …es tu turno. No era invitación; era sentencia. Y mi cuerpo lo entendió antes que mi mente: un cosquilleo ardiente comenzó a extenderse bajo mi piel, despertando algo en mis entrañas, el inicio de la verdadera transformación.

La verdad de mis deseos - Capitulo 3

Después de presenciar la transformación de la antigua genia en una copia exacta de mí, mi reflejo viviente me volteó a ver con una sonrisa cargada de malicia.
—Mira… ahora yo tomaré tu vida, será mía —dijo con un tono burlón, casi cruel, disfrutando cada palabra—. ¿Sabes? Yo antes era como tú… un joven cualquiera que un día se encontró con esta lámpara mágica. Pedí casi los mismos deseos que tú. —Su mirada chisporroteó de placer mientras añadía—. Y mira en lo que terminé.
La realidad me golpeó con fuerza, mezcla de miedo y fascinación. No había marcha atrás. Un cosquilleo intenso se expandió desde mi pecho hacia todo mi cuerpo. El aire se volvió espeso, cargado de deseo, y mi excitación se disparó a un nivel insoportable.
Cada centímetro de mi piel vibraba como si miles de dedos invisibles la acariciaran. Mis manos temblaron, incapaces de contener el calor que ardía dentro de mí. Entonces sucedió: mi ropa se deshizo en un instante, desintegrándose en finos hilos de energía que se evaporaron. Me quedé desnudo, expuesto, vulnerable… pero delicioso, como si esa desnudez formara parte de un ritual inevitable.
Un tirón eléctrico recorrió mis caderas, haciéndome gemir sin control. Sentí cómo se ensanchaban, redondeándose lentamente. Mis glúteos crecieron, suavizándose, volviéndose más carnosos, femeninos… cada curva un llamado a la lujuria. El dolor dulce me arrancaba jadeos entrecortados, mientras mi respiración se volvía más rápida, húmeda.
Era imposible negarlo: mi cuerpo florecía en algo nuevo, sensual, femenino… y cada cambio me excitaba sin piedad.
—¿Sabes? Pasé unos cinco años transformado en esa milf puta —dijo con rencor y burla—. Al principio tenía poco control… las personas me pedían deseos sexuales sin parar. Tenía que vestirme como una perra en celo, abrirme y dejar que me follaran el culo hasta quedar exhausta. Aprendí a la perfección el sabor del semen… era mi comida diaria. —Su rostro se torció en una mueca amarga, aunque una sonrisa torcida brillaba en sus labios.
Mientras hablaba, sentí cómo mis pezones ardían, sensibles al más mínimo roce del aire. Un cosquilleo se acumuló en mi pecho, que se inflaba y empujaba hacia adelante con lentitud. Dos suaves montículos comenzaron a formarse. El estiramiento de la piel era exquisito, mezcla de placer y vulnerabilidad; cada milímetro nuevo me arrancaba un gemido húmedo.
Mi piel se volvió aterciopelada, brillante como seda, y un calor húmedo recorrió todo mi cuerpo, envolviéndome en un aura erótica que parecía suplicar ser tocada, besada, adorada.
Entonces llegó el momento más devastador: miré hacia abajo y vi mi pene encogerse entre espasmos. De 16 centímetros pasó a 10… luego 8… 7… hasta quedar en unos miserables 2 centímetros, apenas visibles, recordatorio cruel de lo que había perdido. La vergüenza y la excitación se mezclaron en un cóctel embriagador, haciéndome morder los labios.
Un escalofrío subió por mi garganta al intentar jadear: mi voz ya no era la misma. Aguda, dulce, melodiosa, suave y musical… cada “ah…” sonaba como el gemido de una muñeca hecha para la lujuria.
Me estremecí. No era un sueño: estaba siendo convertido.
—Ahora me toca desquitarme con alguien… y creo que será contigo —rió con crueldad, su voz idéntica a la mía pero cargada de picardía venenosa—. Esta vez sabré pedir mis deseos, no como tú, que hablaste a lo tonto.
El hechizo me atravesó. Sentí un ardor en la cintura, como si manos invisibles la apretaran sin piedad, reduciéndola hasta dejarla frágil, estrecha… la cintura perfecta de una muñeca sexual. Cada jadeo que solté salió más agudo, más femenino. Mis costillas se moldeaban, resaltando curvas provocativas.
Mis muslos se inflaron con un calor húmedo, carne suave expandiéndose hasta volverse gordos, redondos, femeninos, vibrando al menor temblor de mis piernas. Mis pantorrillas se alargaron, torneadas, listas para tacones. Mis pies se encogieron y arqueaban delicadamente: pequeños, sensuales, hechos para que un hombre los adorara o para caminar como una perra en plataformas altísimas.
El cosquilleo subió por mis brazos. Mis músculos desaparecieron, dejando brazos delgados y suaves. Mis manos se estilizaron, dedos largos y finos… y las uñas se alargaron solas, bañadas en esmalte morado intenso y brillante que ardía sobre mi piel nueva. Mis pies recibieron el mismo destino, un fetiche irresistible.
Luego llegó lo más brutal: mi rostro ardió. Los huesos crujieron al moldearse: pómulos elevados, nariz delicada, mandíbula fina. Mis labios engordaron, húmedos, tentadores, diseñados para chupar y gemir. Un maquillaje perfecto apareció de golpe: sombras moradas, labios rojos como pecado, pestañas largas, delineado negro, mirada de diosa perversa.
Mi cabello brotó en cascada, largo, liso y brillante, rozando hombros y pezones recién formados. El contacto de esas hebras sedosas me arrancó un gemido agudo, ridículamente femenino, haciéndome sonrojar de vergüenza.
Creí que era todo… pero no. Un ardor recorrió mi pie derecho, tiñendo la piel hasta volverla de un morado suave, como una marca de propiedad: un sello mágico que me anunciaba como perra de quien tuviera la lámpara.
Al abrir los ojos, la mirada de mi copia lo confirmó: ya no era hombre. Era una criatura bella, pintada, marcada, un juguete erótico diseñado para obedecer y ser usado.
—Perfecta… —susurró con mi propia voz, más sensual, más cruel—. Ahora sí eres lo que siempre quisiste negar… mi muñeca sissy.
Mientras los cambios recorrían mi cuerpo y sus palabras se clavaban en mi mente, una sumisión instintiva me dominaba. Ya no pensaba en resistirme: solo quería complacer, obedecer, moverme juguetona y coqueta como si hubiera nacido para ello. Mis caderas se mecían solas, mis manos acariciaban mi nueva piel suave, y mis labios dejaban escapar gemidos femeninos y dulces sin control.
—Mmm… esto se siente… tan extraño… pero delicioso… —jadeé, llevándome las manos al pecho y luego bajándolas hasta los muslos, incapaz de resistir la excitación que crecía con cada curva que brotaba de mí.
Fue entonces que lo noté: al mirar hacia abajo, un escalofrío de vergüenza y deseo me atravesó. No era mujer. Aún tenía pene… o lo que quedaba de él. Un micro pene, apenas visible entre mis muslos carnosos, ridículo, recordatorio cruel de lo que había sido. La visión me arrancó un gemido entrecortado, mitad humillación, mitad placer.
Alcé la vista con las mejillas encendidas… y lo vi. Mi copia, la genia, me observaba con sonrisa torcida. Debajo de su short se marcaba una polla durísima, gruesa, palpitante, contrastando cruelmente con mi micro pene. Confusión, excitación y sumisión se mezclaron: estaba hecho para obedecerle.
Sin previo aviso, la magia continuó. Me vistió pieza por pieza. Tacones altos morados con detalles dorados estilizaron mis piernas. Medias finas trepando hasta el liguero, marcando cada curva femenina. Una tanga diminuta ocultó mi ridículo pene. Un brasier copa F abrazó mis nuevos pechos, alzándolos con deliciosa opresión. Mis brazos se cubrieron con guantes largos de satén, lisos, elegantes, a juego con el morado y dorado.
Finalmente, un collar ajustado rodeó mi cuello, marca visible de mi nueva condición: propiedad de la magia, adorno precioso… y esclava sexual al mismo tiempo.
Poco a poco, la transformación ya no era solo física. Mi nueva forma tomó control. Recordaba retazos de mi vida pasada, eco lejano y borroso, pero ya no importaban. Ese contraste entre recuerdos apagados y el cuerpo perfecto, sensual y sumiso creó un torbellino: excitación, vergüenza, sumisión, nervios y un deseo creciente de rendirme por completo.

Cumpliéndole deseos… ¡¡A mí mismo!! — Capítulo 4

—Bienvenido a tu nuevo yo… —susurró una voz idéntica a la mía, escapando de los labios del antiguo genio. La sonrisa traviesa que llevaba me heló la sangre: era mi propia sonrisa, reflejada en un cuerpo que ya no me pertenecía.
Mis caderas se movieron con una cadencia provocadora, como si cada balanceo estuviera diseñado para hipnotizar, recordándome que ahora era presa de un juego del que no había escapatoria.
—Ahora… veremos cómo te adaptas a esto —añadió, burlón, cargado de poder, mientras me miraba con mis mismos ojos, encendidos de una malicia que jamás había visto en mi reflejo.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Era yo… pero no era yo. Y lo peor: una parte de mí lo deseaba.
Un resplandor cegador estalló a mi alrededor, inundándolo todo. El mundo desapareció por segundos en un torbellino de luz dorada. Cuando se desvaneció, lo sentí: ya no era yo. Estaba atrapado en el cuerpo de la genia.
Mis manos temblorosas recorrieron mi nuevo contorno: pechos firmes y pesados, cintura estrecha, caderas amplias y tentadoras. Cada roce provocó un estremecimiento húmedo desde la entrepierna hasta la garganta. La respiración se me cortaba, irregular, como si no pudiera controlar ni mi propio aire.
Entonces lo vi frente a mí: el antiguo genio, ahora humano, usando mi cuerpo verdadero. Mis ojos, mi reflejo… pero en ellos brillaba deseo salvaje, chispa traviesa, dominación pura. Esa mirada me dejó sin aliento. No era solo ansia de recuperar lo perdido: era la promesa de diversión cruel, humillación inevitable. Yo estaba condenado a ser sumisa.
—Bueno… parece que ahora eres tú quien tendrá que obedecer, pedazo de perra puta —dijo con voz firme, segura, acercándose despacio, cada paso medido, cazándome—. Y créeme… sé exactamente qué hacer contigo, milf chupa pollas.
Mi corazón se disparó; los latidos retumbaban como tambores de anticipación. Sensaciones prohibidas se mezclaban con excitación y miedo. Un calor húmedo me recorrió desde el bajo vientre hasta el rostro, dejándome temblando, deseando, aterrorizada a la vez.
—Q-qué quieres decir…? —pregunté, la voz rota, apenas un hilo, mientras mis dedos exploraban mis nuevas curvas, sintiendo la suavidad de mis pechos y muslos, la delicia humillante de ser completamente femenina y vulnerable ante él.
Cada centímetro de mi cuerpo parecía gritar por obedecer, entregarse, mientras él me observaba con esa mirada dominante, sabiendo exactamente cómo manejar mi sumisión recién descubierta.
—Oh, puta… —susurró, con sonrisa cargada de malicia—. Cuando yo era genia, me hicieron muchas cosas… obedecer, dejarme tocar, recibir placer, dar placer… Y ahora, vas a sentir todo eso tú, exactamente como yo lo hice.
Un escalofrío recorrió mi columna, como un rayo eléctrico encendiendo cada fibra de mi cuerpo. Cada palabra suya era un mandato irresistible, despertando un deseo incontrolable de cumplirlo.
Mi cuerpo reaccionó sin pensar: las caderas se movían solas, balanceándose de manera seductora y juguetona. Mis manos se dirigieron automáticamente a mis pechos sensibles, acariciándolos con urgencia, y un jadeo profundo y humillante escapó de mis labios.
Era la primera vez que entendía lo que significaba ser dominada por la magia de la genia. Mi sumisión se integraba con cada estremecimiento húmedo que recorría mi cuerpo.
—Para mi primer deseo, quiero que des mamadas infinitas, cada vez que yo quiera, con quien yo diga. Yo te diré cuándo, y tú lo harás… —dijo, con un brillo autoritario y cargado de enojo en sus ojos, recordándome quién tenía el control.
Mi cuerpo respondió antes que mi mente: —Está bien, amo… yo haré las mamadas cuando tú quieras —dije, incapaz de contener la voz, dominada completamente por la sumisión que ahora me habitaba.
Volví la mirada al mar y vi mi reflejo en el agua: cuerpo voluptuoso, cubierto por lencería morada con detalles dorados, cada curva y pliegue resaltando provocativa. La sensación de sumisión y coquetería me envolvía, haciéndome temblar y jadear suavemente.
Cada roce de la tela sobre mi piel encendía mi entrepierna. Mis pensamientos se mezclaban con deseo y humillación:
"No puedo creerlo… esto se siente increíble… quiero obedecerle… quiero que me use… quiero… todo"
—Ahora… cada minuto, hora o día que estés conmigo, quiero que te muevas sensual para mí y que te dejes penetrar las veces que yo quiera, con quien yo quiera y cuando yo quiera —ordenó, y un temblor recorrió mi cuerpo al instante. Cada gesto, cada movimiento, se volvía involuntariamente sensual, coqueta, provocadora, como si mi cuerpo hubiera aprendido a obedecer antes que mi mente.
—Perfecto… así me gusta —añadió con sonrisa dominante, disfrutando del efecto que tenía sobre mí.
Cada acción mía, cada mirada hacia la antigua genia, provocaba un escalofrío húmedo por la columna y hacía temblar mis piernas. La excitación se mezclaba con la humillación; parte de mí se derretía de placer al ver cómo cuerpo y mente se adaptaban a mi nueva identidad: sumisa, femenina y totalmente entregada.
—Mmm… eso es… perfecto —susurró, deslizando sus dedos por mi brazo con toque cálido y dominante—. Ahora empieza a recordar cómo se siente ser completamente obediente y juguetona.
No lo percibí al instante, pero estaba completamente en su poder. Si alguna vez pidiera su último deseo, volvería a la lámpara y perdería el control. Pero hasta entonces, él tenía poder absoluto: podía obligarme a dar mamadas, dejarme penetrar, complacer a cualquier hombre que él decidiera… y yo no podía resistirme.
La sumisión y feminización se intensificaban con cada orden, roce, palabra cargada de dominio. Mis recuerdos vagos de mi vida pasada se mezclaban con la excitación que recorría mi cuerpo, creando un torbellino de placer, humillación y deseo que me envolvía por completo, recordándome que ya no existía otra opción que obedecer, rendirme y disfrutar de mi nuevo yo.

El juego de la obediencia y la entrega - Capitulo 5

Después del torbellino de emociones, el antiguo genio me tomó del mentón con firmeza, obligándome a levantar la mirada hacia él. Sus ojos brillaban con un poder absoluto, su sonrisa era perversa, y sus labios húmedos parecían una invitación inevitable.
—Ahora eres mía, muñeca… —susurró con voz grave y firme, tan seductora como amenazante—. Eres, desde hoy, una sissy obediente… un juguete delicioso que haré mío en cada sentido. Serás usada, follada, exhibida y humillada las veces que yo quiera… zorrita, puta, mi propiedad.
Su aliento cálido rozó mis labios, y un escalofrío me recorrió la espalda. La palabra sissy retumbaba en mi cabeza, grabándose como fuego en mi identidad. Mi cuerpo reaccionó solo: caderas que se balanceaban, pezones endurecidos bajo el brasier, jadeos que escapaban de mis labios pintados, mezclando vergüenza, excitación y rendición absoluta.
Mis rodillas temblaban, incapaces de sostenerme. La excitación era insoportable: miedo, deseo y ansias de ser usada se fundían en un cóctel irresistible. Jadeaba como perrita en celo, mis labios húmedos, mi cuerpo moviéndose por instinto.
"¿Soy… un juguete? ¿Una sissy obediente? Sí… sí lo soy… quiero obedecer, quiero ser usada, quiero sentirlo todo…", pensé mientras la sumisión se grababa en mi mente.
De pronto, sus dedos se engancharon en mi gargantilla. Con un tirón brusco me arrancó el aire y me arrastró hacia abajo. Mi cuerpo obedeció: caí de rodillas y me acomodé en cuatro patas sobre la arena caliente. El instinto me traicionó: arqueé la espalda, levanté el trasero, ofreciéndome como una puta lista para su amo.
Él sonrió cruel y disfrutón, se inclinó, sujetó mis mejillas y comenzó a apretarlas con fuerza, deformando mi rostro. La humillación me encendía más, y mi boca se abrió de par en par bajo su control, convertida en un agujero ansioso.
—Así… —susurró, lamiéndose los labios—. Una boquita perfecta para mi uso.
El roce de la lencería contra mi micro pene provocó un gemido agudo y femenino que resonó como un grito de rendición.
—Qué fácil te derrites… —rió con desprecio, disfrutando de cada jadeo—. Perfecto… eso me excita aún más.
De un tirón se colocó detrás de mí, abrió mis piernas sin opción, dejándome expuesta. La respiración se cortó de golpe. La arena se hundía bajo mis rodillas, la gargantilla apretaba mi cuello, y mis caderas temblaban por anticipación.
Su mirada recorría cada parte de mí: muslos gruesos y suaves, nalgas redondeadas apretadas por la tanga, entrepierna marcada con ese micropene inútil y suplicante.
—Mírate… —dijo, pasando un dedo lentamente por la tela mojada de encaje—. Estás hecha para ser usada… tu cuerpo entero lo grita.
El dedo presionó apenas mi tanga, rozando la humedad. Mi espalda se arqueó y un gemido agudo escapó de mis labios pintados.
—Ya estás empapada… —sonrió maliciosamente—. Eres exactamente lo que digo que eres: una putita, una zorrita, una sissy, una perra lista para obedecer.
Cada palabra me atravesaba como un hechizo, borrando mi orgullo. Mi cuerpo ardía, rogando que siguiera, rogando ser usada.
—Di lo que eres, puta… —ordenó, mientras bajaba su bermuda. El aire caliente me golpeó: debajo llevaba un bikini morado con detalles dorados, prueba descarada de mi perversión.
Se inclinó y sonrió cruelmente: —¿Lo ves, marica? ¿Cómo es posible que lleve esto? Porque sé quién eres en verdad. Una puta. Una sissy. Y ahora dilo. Vamos, dilo… perra.
Mis labios temblaban, la garganta se cerraba de nervios y deseo:
—Soy… una… s-s-sissy… —jadeé, con lágrimas calientes y cuerpo encendido—. Soy… tu sissy obediente…
—Más fuerte —gruñó, tirando de mi gargantilla.
El aire me faltaba, pero el fuego interior explotó:
—¡SOY TU SISSY OBEDIENTE!
Las palabras me atravesaron como un orgasmo. Desnuda de alma y cuerpo, temblando, excitada, humillada, completamente entregada.
Él sonrió, dándome una palmada en el trasero redondo y firme, reclamándome como su nueva perra marcada.
—Así me gusta… ahora sí empiezas a sonar como mi puta de verdad… —murmuró.
De un tirón brutal arrancó mi tanga empapada. El aire frío golpeó mi piel ardiente; mi micro pene tembló, liberando un espasmo de semen sobre mis muslos. Gemí avergonzada, jadeando como zorrita usada demasiado fácil.
Él rió bajo, excitado con mi humillación. Se inclinó, su aliento caliente rozando mi piel, y lamió con fuerza mi ano, abriéndome como si quisiera saborearme por completo.
Un grito agudo escapó de mí: —¡AAAAHHH!
Mis manos se clavaron en la arena, uñas pintadas temblando. Cada movimiento de su lengua era castigo y regalo, recordándome que ya no era dueño de mí mismo, sino su sissy puta, gimiendo a su merced.
—Qué perra deliciosa… —susurró con brillo de maldad en los ojos—.
Y entonces lo hizo: hundió de golpe sus 16 centímetros dentro de mí.
Mi gemido no fue humano: un alarido animal, agudo, quebrado entre dolor y éxtasis. Mi espalda se arqueó, cuerpo convulsionando, labios balbuceando incoherencias.
Él no se detuvo. Sujetó mis caderas y embestía sin piedad, enterrando su verga completa en mi culo rendido. Cada golpe era martillazo húmedo; cada embestida hacía que mi micro pene botara más líquido sin control.
"Soy su sissy… su perra… su juguete…", pensé.
—Espero que aprendas lo que significa ser mi putita —dijo, cada embestida destruyendo mi mente y voluntad.
Un calor abrasador llenó mi ano virgen, un escalofrío húmedo recorrió todo mi cuerpo. Mis piernas temblaban, manos arañando la arena, incapaz de contener gemidos.
—Ruega por él… —ordenó, con voz de dominio.
—P-por favor… —gemí, temblando—. Por favor, patrón… fóllame…
—Así me gusta —susurró, hundiendo cada vez más profundo, marcando mi culo y mi mente, enseñándome a ser su sissy obediente.
Cada embestida era un recordatorio: ya no existía otro yo, solo su juguete, su muñeca, su esclava de placer.
Un último embiste profundo, mi cuerpo se arqueó, caderas moviéndose sin control. Corrí mi semen sobre la arena, gimiendo como nunca, completamente entregada.
Él rió, acariciando mis mejillas sonrojadas, mis ojos vidriosos y cuerpo tembloroso. Mi mente estaba absorbida: obedecer, complacer, ser suya, siempre.
—Eso es, muñeca… —susurró al oído—. Te tengo donde quería.
Cada palabra, roce, mirada reafirmaba mi nuevo rol: su sissy obediente, su juguete, su perra… completamente dominada y usada.

Gracias por estos deseos - Capitulo 6

El tiempo pasó, cinco años completos, y durante todo ese tiempo mi cuerpo, mi mente y mi identidad habían quedado completamente a su merced. Como no había pedido mi último deseo, cada acción, cada pensamiento, cada estremecimiento, estaba subordinado a su control absoluto. Mi vida ya no era mía; era su juguete, su sissy, su muñeca sexual, entrenada para el placer ajeno y la obediencia total.
Cada día era un torbellino de humillación y excitación. Él traía hombres a mi presencia, y yo tenía que dejarme penetrar sin cuestionar, aceptar mamadas, recibir caricias y cumplir el rol de puta obediente y sumisa. Mis pensamientos giraban incesantes, atrapados entre miedo, deseo y aceptación:
"Soy suya… cada centímetro de mi piel le pertenece… debo obedecer… debo complacer… cada hombre, cada embestida, cada roce es para él… cada orgasmo que escapa de mi cuerpo, cada gota de semen, cada gemido, es suyo…"
Mi cuerpo había cambiado completamente. Mis pechos grandes y sensibles respondían al mínimo toque, mis caderas y muslos voluptuosos eran imán de manos y bocas, y mi piel se había vuelto aterciopelada, cada caricia masculina provocaba un escalofrío húmedo que recorría mi columna hasta mis pies. Mi micro pene, flácido y diminuto, era un recordatorio constante de mi feminización, y mi ano estaba totalmente entrenado para recibir sin cuestionar, adaptándose a cualquier tamaño o dureza que él decidiera imponer.
Cada encuentro sexual era una prueba de mi obediencia y sumisión, un desafío psicológico que me hacía rendirme por completo. Mientras un hombre me penetraba, sentía cómo mi mente se disolvía en sensaciones de placer, miedo y humillación, al mismo tiempo que mi identidad de sissy se profundizaba y reforzaba.
"No soy yo… soy su sissy… soy su puta… cada embestida me recuerda que no tengo voluntad propia… y me encanta… quiero más… quiero obedecer… quiero ser usada…"
Su control era absoluto. Me dictaba cómo moverme, cómo gemir, cuándo dejarme penetrar, y yo respondía automáticamente, como si cada fibra de mi ser estuviera programada para complacerlo. Cada mirada suya, cada palabra autoritaria, provocaba un temblor húmedo que recorría mi columna hasta la punta de los pies, haciendo que mis manos tocaran mis pechos y mi entrepierna involuntariamente, aumentando la excitación y la sumisión.
Cada hombre que llegaba no era solo un instrumento de placer físico; era extensión de su voluntad. Mis sentidos estaban hiperalerta: el olor del semen, el tacto de la piel masculina, el calor de cada embestida, todo se mezclaba con mi mente sumisa, recordándome que yo existía solo para satisfacer y obedecer.
—“Soy su sissy perfecta… soy su juguete sexual… soy su perra obediente… cada orgasmo, cada gemido, cada movimiento es suyo…”
Mi mente ya no podía diferenciar entre placer y humillación, entre yo y su control, entre dolor y excitación. Cada embestida profunda en mi ano me recordaba mi rol de esclava sexual, mientras sentía el placer húmedo recorrerme, mezclando dolor, placer y sumisión en cada fibra de mi cuerpo. Cada embestida despertaba espasmos involuntarios, mi micro pene se endurecía débilmente al sentir la cercanía de su control absoluto, recordándome mi feminización total.
El semen que llenaba mi ano o escurría por mi boca se convirtió en rutina diaria, un recordatorio constante de que ya no tenía voluntad, que mi cuerpo era un instrumento de obediencia. Mis pensamientos se fusionaban con mis sensaciones:
"Soy suya… no quiero otra cosa… quiero obedecer… quiero sentirlo todo… quiero ser usada y humillada… cada hombre, cada embestida, cada gota de semen me recuerda que no soy más que su juguete… y me encanta…"
Con los años, cada detalle de mi cuerpo se volvió su herramienta: mis curvas, mis senos, mis caderas y muslos, mis manos finas, mis uñas pintadas… todo estaba diseñado para excitar y complacer, y mi mente estaba programada para aceptar órdenes y disfrutar de ellas, para recibir placer mientras obedecía sin cuestionar. Cada roce, cada embestida, cada mirada masculina intensificaba mi sumisión, mi excitación y mi sensación de inutilidad voluntaria.
Mi identidad anterior se había desvanecido casi por completo. Lo único que existía era su control, su placer y mi sumisión absoluta. Cada día era una combinación de humillación psicológica, excitación física y obediencia sin límites, un ciclo interminable que reforzaba mi condición de sissy total y perra sexual, entrenada para el placer de todos los hombres que él decidiera usar.
"Soy suya… siempre suya… soy su sissy obediente… soy su puta perfecta… su muñeca sexual… no hay escapatoria… y me encanta…"
Con los años, mi cuerpo y mi mente se habían fundido por completo con su voluntad. Cada embestida, cada mamada, cada orden cumplida había moldeado mi identidad hasta la más mínima fibra de mi ser. Ya no quedaba rastro del joven que una vez fui; solo existía mi versión sumisa, femenina, obediente y completamente disponible para su placer. Cada orgasmo, cada gemido, cada temblor húmedo reforzaba mi rol, recordándome que todo en mí era suyo, y que mi sumisión era tanto física como mental.
Mis pensamientos eran simples y claros: “Soy su sissy… soy su perra… cada orgasmo, cada roce, cada penetración me pertenece a él… y no quiero otra cosa”. Cada hombre que llegaba, cada juego que él imponía, reforzaba la sensación de que mi cuerpo ya no era mío, sino un instrumento de placer absoluto. Mis pechos respondían al más leve toque, mis muslos y caderas se estremecían con cada roce, y mi micro pene apenas existía como recordatorio de mi feminización total, excitando más mi sumisión que cualquier otra cosa.
Él me observaba con esa mirada dominante y traviesa, disfrutando de mi completa obediencia. Cada palabra suya era una orden que me excitaba al instante, y cada gesto suyo me hacía arquear la espalda, gemir y mover mis caderas de manera involuntaria, recordándome que todo en mí era suyo para usar, tocar y disfrutar. Cada embestida profunda y cada mamada perfecta reforzaban que yo existía únicamente para su placer y el de los que él quisiera.
Finalmente, una tarde mientras el sol se ocultaba tras el horizonte y el mar reflejaba un brillo dorado sobre nuestra piel, él me tomó con firmeza, acariciando mi cuerpo húmedo y sensible, y susurró con voz grave y burlona:
—“Recuerda siempre, muñeca… quien tiene el control, también tiene el placer… y tú… tú eres mi putita perfecta para siempre”.
Sentí un temblor húmedo recorrer mi columna, mis manos se aferraron a la arena, y un gemido escapó de mi boca mientras mis pensamientos se rendían al placer absoluto de la sumisión.
Y en mi mente, como un eco final de la verdad que me gobernaba:
"Perra que obedece, siempre se empapa."
Era mi destino, mi identidad, mi placer… completamente suyo. Cada orgasmo, cada embestida, cada gota de semen confirmaba que mi vida, cuerpo y mente eran un juguete perfecto, diseñado para obedecer y disfrutar.
anal

0 comentarios - ✨Pagando el precio de mis deseos🌀🪷