
Capítulo 1 – La confesión
Se conocieron en el último año de bachillerato, en una fiesta de fin de curso organizada por amigos en común. Él, Álvaro, alto, de complexión atlética pero sin exageraciones, mandíbula marcada, ojos verdes, cabello castaño siempre ligeramente despeinado, había llamado la atención de muchas chicas ese verano. Ella, Clara, menuda pero con curvas suaves y proporcionadas, piel clara que parecía siempre tener un brillo natural, ojos marrón oscuro, cabello largo y liso de un tono castaño que tendía al dorado bajo la luz del sol, había cautivado a Álvaro desde que la vio reírse por primera vez.
Se hicieron novios rápido y, durante los siguientes cinco años, habían estado juntos sin interrupciones. Ninguno de los dos había estado con otra persona. Esa exclusividad absoluta era, para Álvaro, parte de lo que hacía especial su relación: ella era suya, y él de ella.
Vivían juntos en un pequeño piso de una habitación en el centro, decorado con un estilo que mezclaba minimalismo y toques personales: fotografías en blanco y negro en las paredes, velas aromáticas en las estanterías, y una cama ancha y baja que había sido escenario de incontables noches. Aunque su vida sexual era activa, había un detalle que él había aprendido a aceptar a regañadientes: Clara nunca llegaba al orgasmo con él. Lo disfrutaba, sí, y lo decía abiertamente, pero el final nunca era tan intenso como Álvaro soñaba. Eso le había creado, con el tiempo, una sombra de inseguridad.
Esa noche de sábado, después de una cena ligera y unas copas de vino, estaban tumbados en la cama. Clara llevaba sólo una camiseta amplia que le caía hasta la mitad de los muslos, sin ropa interior. Él tenía el torso desnudo, apoyado sobre un brazo, jugando con mechones de su cabello mientras hablaban de cosas sin importancia. La conversación, poco a poco, empezó a deslizarse hacia el terreno de las fantasías.
—Nunca me has contado… —dijo Álvaro, medio en broma—, ¿qué es lo más loco que te gustaría hacer en la cama?
Clara dudó unos segundos, mordiéndose el labio inferior. Sus ojos se apartaron de los de él.
—No sé si quiero decírtelo… —susurró.
—Vamos… —insistió él, sonriendo—. No puede ser tan malo.
Ella se incorporó un poco, sentándose con las piernas cruzadas sobre la cama. Se recogió el pelo en una coleta improvisada, como si necesitara despejarse para decirlo.
—Es que… nunca he estado con otro chico, ya lo sabes. Y creo que… me excita la idea de hacerlo… pero no de cualquier forma.
Álvaro sintió un pequeño nudo en el estómago.
—¿Cómo?
—Que fuera… intenso. Que yo estuviera atada, vendada… y que él pudiera hacerme lo que quisiera —dijo rápido, casi como si temiera no atreverse si lo pensaba demasiado—. Y que tú… no intervinieras.
Hubo un silencio. El corazón de Álvaro latía con más fuerza. No sabía si estaba más sorprendido, celoso o excitado.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó con voz más grave.
Ella asintió.
—Es una fantasía. No digo que tenga que pasar… pero lo pienso a veces.
Él pasó la mano por su nuca, mirando el techo. La imagen de Clara, atada y con otro hombre, se le dibujaba en la cabeza como una película prohibida. Sintió un golpe de celos al pensar que sería el primero que la haría correrse de verdad.
—Si lo hiciéramos… —dijo despacio— tendría que ser bajo mis reglas.
—¿Qué reglas?
—Condón. Tiempo limitado. Y yo podría mirar.
Ella lo miró fijamente, con una leve sonrisa que era mitad travesura, mitad nervios.
—Vale… aunque yo preferiría sin… —susurró, bajando la voz—. Pero acepto lo que digas.
Él se tumbó junto a ella, mirándola en silencio. Su mente luchaba entre la idea de decir que no y la de complacerla.
—Si lo hacemos… será una sola vez —dijo finalmente, más para sí mismo que para ella.
—Una sola vez —repitió Clara, acercándose para besarlo.
Ese beso no fue como los habituales. Había algo en él, una carga eléctrica distinta, como si lo que acababan de acordar fuera a cambiarlo todo.
Capítulo 2 – El anuncio secreto
Álvaro no durmió bien aquella noche. La confesión de Clara le había dejado la cabeza llena de imágenes que no podía apartar: ella atada, vendada, gimiendo para otro hombre. Un hombre que, por primera vez en su vida, no sería él.
Decidió que si iba a cumplir esa fantasía, lo haría bajo su control absoluto. Encendió el portátil, abrió un foro de contactos y creó un perfil nuevo, haciéndose pasar por Clara. La foto de perfil era una imagen cuidada que él mismo había hecho: ella en ropa interior negra, recostada sobre el sofá, las piernas dobladas y los labios entreabiertos. No mostraba el rostro, pero era suficiente para atraer miradas.
Escribió el anuncio de forma directa:
> “Chica joven y muy guapa busca hombre dominante para encuentro discreto. Atada, vendada, sin poder moverse. Quiero que me uses como quieras. Preferencia por chicos altos, fuertes y muy masculinos.”
Las respuestas llegaron rápido: hombres de mediana edad, algunos jóvenes, la mayoría mediocres. Álvaro descartaba casi todos hasta que uno de los mensajes llamó su atención. El asunto decía simplemente: Colombiano, 1,90, 26 cm.
Abrió el mensaje. La primera foto era un selfie tomado frente a un espejo de gimnasio: un torso ancho, hombros enormes, abdominales marcados y pectorales como piedra. La piel, de un moreno uniforme, brillaba bajo la luz artificial. Tenía tatuajes negros en el hombro derecho y parte del bíceps, líneas gruesas que le daban un aire más rudo. La cara no aparecía del todo, pero se adivinaba una mandíbula cuadrada, labios carnosos y una barba corta muy bien cuidada.
La segunda foto le hizo tragar saliva. Era explícita: el hombre completamente desnudo, sujetando con la mano un pene que parecía desproporcionado. No era sólo la longitud —unos 26 cm, como había dicho— sino el grosor, una forma perfectamente recta con el glande grande y oscuro. La piel estaba estirada y las venas marcaban un relieve casi intimidante. Álvaro sintió un calor incómodo en el estómago; era imposible no compararse.
La tercera imagen mostraba su estatura de manera indirecta: estaba de pie junto a otro hombre en el vestuario del gimnasio, y le sacaba fácilmente una cabeza. Debía medir alrededor de 1,90 o 1,92, con un cuerpo tan macizo que incluso con ropa se notaría su fuerza.
El mensaje acompañaba las fotos:
> “Me gusta dominar, soy limpio y muy directo. Si quieres que la pase bien, me das la dirección y una hora. No me gustan las charlas largas. Entro, la uso y me voy.”
El tono era masculino, seguro, sin adornos. Álvaro sintió un latido extraño en las sienes. Se obligó a mantener el papel de Clara en las respuestas, escribiendo con un toque coquetamente sumiso.
> “Me pones nerviosa… me gusta lo que veo. ¿Podrías hacerlo conmigo atada y vendada?”
La respuesta llegó en menos de un minuto:
“Claro. Mejor así. Le quita nervios y me deja hacer mi trabajo.”
Álvaro pensó en bloquearlo, en cerrar todo, en olvidarse del plan. Pero no pudo. Escribió la dirección y la hora. Antes de enviar el mensaje, adjuntó un par de fotos más de Clara: una en ropa interior roja y otra de espaldas, desnuda, que había hecho en un momento íntimo. Sentir que otro hombre las estaba recibiendo le provocó una punzada de celos y, extrañamente, excitación.
Cuando apagó el portátil, notó que su respiración estaba acelerada. Por un lado, le aterraba la idea de que este hombre de 1,90, moreno, musculoso y armado con un pene monstruoso fuera a tocar a Clara. Por otro… sabía que no había vuelta atrás.
Capítulo 3 – Preparativos
El día del encuentro amaneció más gris de lo habitual, como si incluso el cielo estuviera indeciso. Álvaro pasó la mañana sin poder concentrarse en nada. Había ido a correr para calmarse, pero la imagen del colombiano —esa mezcla de músculo, altura y esa erección monstruosa— le aparecía cada pocos minutos como un latigazo.
Clara, ajena a la tensión real que se cocinaba en su cabeza, parecía emocionada. Llevaba una camiseta suelta y unos shorts de algodón, como si fuera un día cualquiera. Pero cada vez que él la miraba, recordaba las fotos que había enviado al colombiano y la idea de que, en pocas horas, un desconocido las tendría grabadas en la memoria.
A media tarde, Álvaro empezó a preparar el piso.
Primero, las cámaras. Había comprado tres cámaras ocultas pequeñas con conexión Wi-Fi y batería de larga duración. Una la colocó en el cabecero de la cama, camuflada detrás de un adorno de madera; otra, en la esquina del armario con visión panorámica; y la tercera, en el salón, apuntando hacia el pasillo por el que el colombiano entraría. Se agachó varias veces para comprobar ángulos y encuadres, asegurándose de que nada quedara fuera de plano.
Luego, las cuerdas. Eran gruesas, de algodón suave, para que no dejaran marcas, pero resistentes. Las pasó por los extremos de la cama, ajustando la tensión con precisión. Probó cada nudo, imaginando sus muñecas y tobillos atados. Una venda negra de satén descansaba doblada sobre la mesita de noche.
La luz fue el siguiente paso: bajó las persianas hasta dejar sólo un hilo de claridad que entraba por el lateral, suficiente para que las cámaras captaran cada detalle. Quería que todo tuviera ese ambiente íntimo, casi clandestino.
Cuando todo estuvo listo, se quedó de pie en medio de la habitación, mirándolo todo. Sintió un peso en el pecho. Una parte de él esperaba que el colombiano no apareciera, que todo quedara como una fantasía. Otra parte… no podía dejar de imaginarlo entrando, enorme, con esa confianza de macho alfa que se notaba en sus mensajes.
A las siete en punto, Clara salió del baño, recién duchada. Llevaba sólo un conjunto de lencería negra que él le había comprado: encaje fino, tirantes delicados, y una abertura sutil entre los pechos. Su piel estaba todavía húmeda, y su pelo caía suelto sobre los hombros.
—¿Así está bien? —preguntó con una sonrisa nerviosa.
Álvaro tragó saliva.
—Perfecta.
La guió hasta la cama, le ató las muñecas y tobillos con cuidado, ajustando para que no pudiera moverse más que lo justo. La venda cubrió sus ojos y, por un instante, él se detuvo, mirándola: respiraba rápido, pero no por miedo. Había un brillo en sus labios entreabiertos.
Antes de irse a la habitación contigua, dejó la puerta de entrada del piso entreabierta, tal como habían acordado en los mensajes con el colombiano. Encendió el portátil, comprobó que las tres cámaras transmitían sin cortes y se sentó, con los auriculares puestos para escuchar cada sonido.
Y entonces, empezó la espera.
Los primeros minutos fueron largos, como si el tiempo se hubiera ralentizado. Álvaro miraba el reloj, luego la pantalla, luego la puerta del salón. La duda le mordía: ¿Y si es un fake? ¿Y si no viene? Una parte de él lo deseaba. Otra, no quería quedarse con la espina de no ver lo que pasaría.
A las 19:17, un ruido leve en el salón lo hizo enderezarse. La puerta se abrió despacio. Por la cámara, vio una silueta alta llenando el marco de la entrada. El colombiano. El mismo de las fotos. Mismo torso ancho, tatuajes, brazos como columnas, y ese andar relajado, dueño de sí mismo. Llevaba una camiseta ajustada que marcaba cada músculo y unos vaqueros oscuros que apenas disimulaban el volumen entre sus piernas.
Álvaro sintió un nudo en el estómago. No había vuelta atrás.
Capítulo 4 – La llegada
El colombiano cerró la puerta con un movimiento lento, casi sin ruido, y se quedó unos segundos de pie en el salón, como un depredador que analiza el terreno. Desde la pantalla, Álvaro lo veía avanzar con calma, sin prisa, con esa seguridad que sólo tienen los hombres que saben el efecto que provocan.
Se quitó la camiseta mientras caminaba hacia el dormitorio, revelando un torso de gimnasio perfecto: pectorales firmes, hombros anchos, abdominales marcados y brazos donde las venas parecían cuerdas tensas. El tatuaje en el hombro derecho bajaba hasta el bíceps y le daba un aire de guerrero. Los vaqueros, ajustados, dejaban ver un bulto que parecía incluso mayor en movimiento.
Cuando cruzó la puerta del dormitorio, Clara giró instintivamente la cabeza hacia él, aunque la venda le cubría los ojos. Su respiración se aceleró, y Álvaro lo notó en la pantalla: el leve movimiento del pecho, los labios que se humedecían con la lengua.
El colombiano se acercó al borde de la cama y se quedó mirándola. Desde esa posición, la cámara del cabecero captaba cada detalle: sus muslos tensos, la lencería negra que apenas cubría lo esencial, las muñecas atadas. Pasó la mano por su muslo, de forma lenta, como probando la textura de su piel. Luego, con la otra mano, acarició su abdomen y subió hasta el borde del sujetador.
Álvaro sintió un pinchazo de celos al ver cómo Clara respondía al tacto de un extraño, su cuerpo inclinándose levemente hacia él.
El colombiano no dijo nada. Sus gestos hablaban por sí solos: masculinos, seguros, sin titubeos. Bajó la cremallera de sus vaqueros y dejó caer la tela, quedándose en ropa interior negra. Álvaro tragó saliva al ver el relieve monstruoso que formaba la tela estirada. Ni siquiera estaba completamente erecto, y aun así el tamaño era intimidante.
Se inclinó sobre Clara, apoyando una mano en la cama y, con la otra, apartó suavemente la tela de su braguita. Sus dedos recorrieron el interior de sus muslos, cada vez más cerca. Ella soltó un gemido bajo, apenas audible, pero suficiente para que Álvaro sintiera un vuelco en el pecho.
El colombiano se arrodilló, deslizó su cabeza entre sus piernas y empezó a besarla, primero de forma suave, luego con más presión. En la pantalla, Álvaro podía ver cómo sus labios y lengua trabajaban con precisión, cómo su mandíbula se movía con fuerza controlada. Clara se tensó, luego se relajó, y su respiración se volvió irregular. En menos de un minuto, empezó a gemir más alto, el sonido ahogado por la venda y la tensión en sus muñecas.

Álvaro sintió cómo se le erizaba la piel. Nunca la había escuchado gemir así con él. Y entonces lo entendió: ella estaba disfrutando de verdad, entregándose por completo, sin saber que él la observaba.
El colombiano no se detuvo hasta que ella, arqueando la espalda, alcanzó un orgasmo que la dejó temblando. La imagen quedó grabada en la retina de Álvaro, y aunque una parte de él se retorcía de celos, otra no podía dejar de mirar.

Y eso, lo sabía, era sólo el principio.
Capítulo 5 – El cambio de reglas
Clara todavía respiraba agitada, con las muñecas tensas contra las cuerdas. El colombiano se incorporó, pasó el dorso de la mano por su boca y la observó unos segundos, como si estuviera midiendo el siguiente paso.
Álvaro, desde la habitación contigua, no podía apartar los ojos de la pantalla. Una parte de él quería entrar y parar aquello; otra, lo obligaba a seguir mirando, como quien no puede dejar de ver una escena peligrosa.
El colombiano se quitó la ropa interior de un tirón. La cámara del cabecero lo mostró sin filtros: una erección enorme, dura, con el glande ancho y oscuro, las venas marcando un relieve que parecía latir. Álvaro sintió un nudo en la garganta. No había condón a la vista.
Se inclinó sobre Clara y, con una mano, apartó completamente su ropa interior. Con la otra, sujetó la base de su miembro y lo posicionó, rozando su entrada. Álvaro sintió un latigazo en el estómago. No puede ser…
Durante un instante, pensó que se detendría para colocarse protección. Pero no. El colombiano empujó con firmeza y entró de golpe, llenándola en un solo movimiento. Clara soltó un gemido agudo, de sorpresa y placer mezclados, y su cuerpo se arqueó de inmediato.

Álvaro se quedó congelado frente a la pantalla. El corazón le martilleaba en el pecho. Era como ver a alguien violar a su novia delante suyo… pero él mismo lo había permitido. Y, para su propia confusión, la escena le provocaba una excitación tan intensa como el dolor que sentía en el pecho.
El colombiano empezó a moverse con fuerza, su pelvis chocando contra ella en un ritmo constante y pesado. Clara gemía cada vez más alto, sus caderas intentando seguirle el paso a pesar de las ataduras. No había forma de ocultar que estaba disfrutando.

Álvaro apretó los puños. Ese hombre, al que no conocía de nada, acababa de romper la única regla que él había impuesto. Y sin embargo… no se movía de la silla. No apartaba la vista de la pantalla. Sentía que cada embestida del colombiano era una mezcla de humillación y morbo que lo dejaba sin aliento.
Clara, ajena a que él lo veía todo, se dejó llevar completamente, su respiración convirtiéndose en jadeos cortos y profundos. El colombiano inclinó el torso sobre ella, atrapándola bajo su peso, su musculatura tensa y reluciente. La tomaba como si fuera suya.

Álvaro, con la mandíbula apretada, entendió que esa escena iba a quedarse grabada en su memoria para siempre… y que lo peor (o lo mejor) todavía estaba por llegar.
Capítulo 6 – La entrega
El colombiano no aflojaba el ritmo. Cada embestida hacía que el cuerpo de Clara se moviera en la cama, las cuerdas tensándose con cada golpe. Álvaro lo veía todo desde la pantalla: los músculos de la espalda del colombiano marcándose como cuerdas, el brillo de sudor en su piel, el movimiento pesado y constante de sus caderas. Era como ver a un animal en su hábitat, seguro de que nadie podía detenerlo.
Clara tenía la cabeza ladeada sobre la almohada, los labios entreabiertos, soltando gemidos cada vez más profundos. No había tensión en su cuerpo; no estaba aguantando, estaba disfrutando. Sus caderas intentaban seguir el ritmo de él, aunque las ataduras lo impedían casi por completo.

De pronto, el colombiano apretó los dientes, cerró los ojos y embistió con más fuerza. Álvaro lo notó antes de que ocurriera: ese cambio en la respiración, el temblor en los músculos… Y entonces, en una última embestida profunda, se corrió dentro de ella. El cuerpo de Clara reaccionó al instante, un gemido más alto que los demás, pero el colombiano no se retiró. Siguió moviéndose, como si nada hubiera cambiado, bombeando su semen en cada vaivén.

Álvaro tragó saliva, sintiendo una presión incómoda y excitante en la boca del estómago. Sabía lo que estaba pasando y no podía dejar de mirar. Era como si cada movimiento del colombiano borrara un poco más la idea de que Clara era solo suya.
Ella empezó a gemir otra vez, su respiración volviéndose irregular. Su cuerpo se arqueaba con más fuerza, y entonces llegó: otro orgasmo. Se estremeció de pies a cabeza, atrapada en las cuerdas, su espalda arqueada y los muslos tensos alrededor de la cintura del colombiano.

Él no aflojó. Mantuvo el ritmo hasta que, en una serie de embestidas más rápidas y profundas, volvió a correrse. La segunda corrida llegó con un gruñido bajo, su pelvis pegada a ella, como queriendo vaciarse por completo en su interior. Clara soltó un jadeo largo, su cuerpo relajándose poco a poco, como si hubiera quedado sin fuerzas.
El colombiano se quedó un instante dentro, inmóvil, respirando con fuerza. Luego se apartó, la miró unos segundos y comenzó a vestirse. Ni una palabra. La escena tenía una frialdad animal, como si hubiera hecho exactamente lo que había venido a hacer.

Álvaro, todavía inmóvil frente a la pantalla, sintió que su propia respiración estaba descompasada. Había presenciado algo que lo sobrepasaba… y lo excitaba de una forma que no podía explicar.
Capítulo 7 bis – La reclamación
El sonido de la puerta cerrándose retumbó en el silencio del piso. Álvaro esperó unos segundos, conteniendo la respiración, asegurándose de que el colombiano realmente se había ido. En la pantalla, Clara permanecía inmóvil sobre la cama, con el pecho subiendo y bajando rápido, las muñecas todavía tensas contra las cuerdas, la venda cubriéndole los ojos.
Se levantó despacio, como si cada paso hacia la habitación tuviera un peso extra. El aire le parecía más denso, cargado del olor a sexo reciente. Cuando cruzó el umbral, la vio tal y como la había observado en la pantalla, pero ahora con la realidad golpeándole: la piel de sus muslos brillaba, su respiración seguía entrecortada, y había un calor palpable en la habitación.
Álvaro se quitó la camiseta y los pantalones con movimientos rápidos. Se subió a la cama, colocándose entre sus piernas. Apenas apoyó la mano en su vientre para acercarse y sintió el calor que emanaba de ella.
Cuando la penetró, lo notó todo.
No era solo que estuviera más caliente y húmeda que nunca: había una textura distinta, más densa, inconfundible. Cada movimiento le recordaba, de forma cruda, que otro hombre había estado ahí minutos antes, que la había llenado. El golpe psicológico fue tan fuerte como la excitación que le provocó.

Empujó despacio al principio, sintiendo cada detalle. Luego aumentó el ritmo, como si necesitara marcarla, cubrir cualquier rastro del otro con el suyo propio. Clara soltó un gemido suave, todavía recuperándose, pero no dijo una palabra.
Álvaro apoyó una mano en su muslo, apretando, mientras con la otra sujetaba su cadera para hundirse más. Cada embestida era más profunda, casi un acto de posesión. Podía sentir cómo sus propios celos se transformaban en un impulso físico imposible de frenar.
Con un último movimiento rápido y fuerte, se corrió dentro de ella, quedándose inmóvil, pegado a su cuerpo, con la respiración agitada. No se movió durante unos segundos, sintiendo cómo su orgasmo se mezclaba con el rastro del colombiano, en una mezcla que lo excitaba y lo perturbaba al mismo tiempo.
Finalmente, se apartó un poco, le quitó la venda y la miró a los ojos. Clara lo observó en silencio, con una leve sonrisa agotada, sin decir nada. Él empezó a desatarla, todavía sin saber si lo que sentía era triunfo, humillación… o las dos cosas a la vez.
Capítulo 8 – Después del juego
Cuando la última cuerda cayó al suelo, Clara se incorporó lentamente, moviendo las muñecas para liberar la tensión. Su piel todavía tenía un leve rubor y el cabello, húmedo por el sudor, le caía en mechones desordenados sobre el rostro.
Álvaro se sentó a su lado, sin saber muy bien qué decir. Ella lo miró un momento y, sin palabras, apoyó la cabeza en su hombro. Su respiración ya era tranquila, pero su cuerpo todavía irradiaba calor.
—¿Estás bien? —preguntó él, rompiendo el silencio.
—Sí —respondió ella, con voz suave.
—¿Fue como esperabas?
Clara sonrió apenas, una mueca breve que no llegó a ser risa.
—Fue… intenso. Muy intenso.
Esa palabra quedó flotando en el aire. Álvaro no quiso preguntar más. No necesitaba detalles; él lo había visto todo. Sabía que había tenido varios orgasmos con el colombiano y que, en cambio, nunca había llegado así con él. Y, aunque le dolía reconocerlo, esa verdad también le excitaba.
Se recostaron en la cama, en silencio. Afuera, la ciudad seguía su ritmo, pero dentro de ese dormitorio había una calma extraña, como si todo se hubiera detenido. Álvaro cerró los ojos, intentando ordenar lo que sentía: orgullo por haber cumplido su fantasía, celos por lo que había presenciado, y un miedo sutil de que ella quisiera repetir… o que ya nada volviera a ser igual.
Clara, sin mirarlo, acarició su brazo con suavidad.
—Gracias por… por hacerlo —susurró.
Él asintió, pero no respondió. Sabía que esa noche quedaría grabada en ambos, y que, aunque lo llamaran juego, lo que había pasado había dejado una marca muy real.
Álvaro no sabía si había ganado algo o lo había perdido, pero tenía claro que, en su cabeza, la escena seguiría repitiéndose… una y otra vez.
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