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La Infidelidad de mi esposa Michelle capítulo 2 al 3

La Infidelidad de mi esposa Michelle  capítulo 2 al 3
En el capitulo anterior vi a mi esposa Michelle haciendo el amor con mi compadre Ramón ...

Capítulo Dos – La confesión
Esa noche fue un tormento. Tenía frente a mí a la misma mujer que había visto horas antes, desnuda, temblando en brazos de mi compadre. Y ahora estaba allí, amorosa, preparando la cena, besándome como si nada hubiera ocurrido.
Yo la miraba en silencio, cada movimiento suyo me llevaba de regreso a esa imagen prohibida. Su cabello todavía tenía ese aroma dulce que escondía otro más intenso, más animal. Mi piel ardía de celos, pero también de deseo.
Nos acostamos como siempre. Ella se puso su camisón ligero y se acomodó a mi lado. Yo no podía más. Sentía que me iba a explotar el pecho si no lo decía.
Me incorporé, la acaricié en la pierna y le hablé en voz baja:
—Michelle… hoy llegué temprano a casa.
La noté tensarse. Su respiración cambió, aunque intentó fingir normalidad.
—¿Sí? —respondió, sonriéndome, pero con los ojos esquivos.
Me acerqué a su oído.
—Vi el auto de Ramón en el garaje… y luego escuché algo. No pude evitarlo, fui a la ventana de la habitación… y los vi.
Su rostro se heló. Se incorporó de golpe, llevándose la mano a la boca.
—Dios mío… —susurró, con lágrimas amenazando en sus ojos— perdóname… yo…
La detuve, acariciándole el rostro.
—No, amor… escúchame. No es lo que piensas. No quiero pelear contigo. Lo que sentí no fue odio. Fue distinto.
Ella me miró sin entender.
—¿Distinto? —preguntó, con un hilo de voz.
Respiré hondo. Era el momento de desnudarme por dentro.
—Me excitó, Michelle. Ver cómo te entregabas, cómo te perdías en él… me volvió loco. Pensé que me iba a doler, pero no. Fue deseo, puro morbo.
Se quedó muda, con los labios entreabiertos, sin poder creer lo que oía. Yo continué, decidido:
—No quiero perderte. No quiero que esto nos destruya. Al contrario… quiero que lo compartamos. Quiero estar contigo mientras te entregas. Quiero besarte, tocarte, amarte, mientras otro te hace suya.
Michelle me miraba con los ojos muy abiertos, las mejillas encendidas. Su respiración era rápida, su cuerpo temblaba. Y entonces, lentamente, mordió su labio inferior.
—¿De verdad…? —susurró— ¿De verdad me deseas más así?
—Más que nunca —le respondí, con la voz rota de pasión.
Ella me besó con fuerza, con una intensidad distinta, como si algo dentro de ella se hubiera liberado. Entre jadeos, me susurró:
—Entonces escucha bien, amor… La próxima vez, será frente a ti.
Sus palabras fueron como gasolina en mi sangre. Esa noche la hice mía con un hambre feroz, con la mente incendiada por lo que acababa de escuchar. Y supe, con certeza, que lo prohibido acababa de convertirse en nuestro camino.

Capítulo Tres – El primer encuentro compartido
Los días siguientes fueron un torbellino. Cada vez que miraba a Michelle, recordaba sus palabras: “La próxima vez, será frente a ti.” Esa promesa me quemaba por dentro, me mantenía excitado incluso en el trabajo.
Una tarde, después de acostar a los niños temprano, ella se sentó a mi lado en la cama, con esa calma peligrosa que sólo ella sabe manejar. Su camisón apenas le cubría los muslos.
—Hablé con Ramón —me dijo, bajando la mirada.
El corazón me dio un vuelco.
—¿Le dijiste…? —pregunté, con la voz entrecortada.
Michelle asintió despacio, mordiéndose el labio.
—Le conté que me viste… y que no te enojaste. Que… incluso te gustó.
Me quedé helado. Ella levantó los ojos, y en ellos brillaba un fuego nuevo.
—Al principio no lo creyó, pero cuando me escuchó decirlo… aceptó. Vendrá mañana, después de que los niños estén dormidos.
No dormí esa noche. La ansiedad, la excitación, el miedo, todo se mezclaba. Sentía que estaba cruzando un límite sin retorno. Y lo deseaba.
Cuando llegó el día, Michelle se arregló con un esmero que pocas veces le había visto. Lencería negra, ligera, de encaje. Se perfumó con esa fragancia que siempre me enloquecía. Yo la observaba en silencio, con el corazón latiendo en el cuello.
A la hora acordada, Ramón tocó la puerta. Llevaba una camisa sencilla, pero su mirada era firme. No hubo palabras de más. Michelle lo recibió con una sonrisa tímida, y yo cerré la puerta detrás de él.
Entramos al cuarto. Michelle se puso frente a nosotros, respirando hondo, como si también estuviera cruzando un abismo. Y entonces, sin más, se acercó a mí, me besó con dulzura, y luego se volvió hacia Ramón.
Él la tomó de la cintura y la besó con hambre contenida. Yo lo miraba todo, cada detalle: su boca invadiendo la de mi esposa, sus manos recorriendo la piel que yo conocía mejor que nadie. Sentí una punzada de celos… y al mismo tiempo, una erección brutal.
Michelle gimió entre sus labios, dejándose llevar. Se dejó caer en la cama, con Ramón sobre ella. Yo me senté al borde, acariciándole el cabello, besándole el cuello mientras veía cómo mi compadre le abría las piernas y la penetraba con un gemido ronco.
El sonido de su cuerpo entrando en el de mi esposa retumbó en mis oídos. Y verla a ella, arqueando la espalda, gimiendo con esa entrega total, fue como un golpe de placer que me recorría entero.
Yo no me quedé quieto. Besaba su boca cuando la tenía libre, acariciaba sus pechos mientras Ramón embestía, y ella me miraba con los ojos húmedos de deseo, como diciéndome sin palabras: “Esto también es para ti.”
Michelle se corrió primero, con un grito ahogado contra mis labios. Sus piernas temblaban alrededor de Ramón, y yo la abracé, sintiendo su cuerpo estremecido en mis brazos mientras otro hombre seguía poseyéndola.
Ese instante fue demasiado para mí. El morbo, el amor, la excitación, todo explotó junto. La besé con desesperación, mientras mis manos la apretaban contra mí, compartiéndola, entregándome también a ese juego prohibido.
Cuando todo terminó, los tres quedamos jadeando en la cama, enredados en sudor y silencios. Ramón se vistió sin decir mucho, sólo me miró con respeto y me dio una palmada en el hombro antes de marcharse.
Michelle, aún desnuda, se acurrucó a mi lado, besándome con ternura.
—¿Viste? —me susurró— No es que te quiera menos… es que contigo puedo ser toda.
La abracé fuerte. No tenía respuestas, pero en ese momento supe que había encontrado una nueva forma de amarla… incluso en lo prohibido.

Continuará...

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