Hola amigos de poringa :
Bienvenidos a un nuevo post :
Esta vez la hago realidad la fantasia de un
usuario el cual me contacto por Md
Espero sea de su gusto.
(aviso se vendrán más post así )
A Sol la dejó el novio a una semana del casamiento. La pobre estaba destruida, con la maleta hecha y la luna de miel paga. “No quiero perder el viaje”, me dijo entre lágrimas. Y terminé acompañándola yo, su mejor amigo.

La primera noche en el hotel todo era raro: la cama matrimonial llena de pétalos, champagne, espejos por todos lados. Ella intentaba sonreír, pero le salía una mueca triste. Nos pusimos a tomar en el balcón frente al mar, y en un momento se quebró, me abrazó fuerte y terminó besándome.

Ese beso arrancó con pena y terminó cargado de hambre. Sol me tiró contra la cama como si necesitara sacarse la bronca de adentro. El camisón blanco que llevaba apenas le cubría nada, y cuando se subió encima mío pude sentir todo su calor pegado contra mí.
—“Quiero olvidar… aunque sea esta noche” —me susurró al oído.
No hizo falta más. Mis manos recorrieron su cuerpo como si lo hubieran estado esperando desde siempre. Le arranqué el camisón de un tirón, dejando sus pechos duros al aire, perfectos, temblando de ansiedad. Ella me desabrochaba el pantalón desesperada, mordiéndome los labios.
Cuando por fin me tuvo desnudo debajo, me cabalgó con una fuerza brutal, como si quisiera vengarse de todo el dolor que le habían hecho. Sus gemidos llenaban la habitación de luna de miel, rebotaban en los espejos, mientras sus uñas me marcaban la espalda.
La tomé de la cintura, la hice girar y la poseí con fuerza contra las sábanas bordadas que habían preparado para otro hombre. Su cuerpo se arqueaba, me pedía más, cada embestida la hacía olvidar un poco más su pena. Esa noche Sol no lloró: gritó, gemió y explotó en mis brazos hasta quedarse rendida, sudada y satisfecha.

La luna de miel fue nuestra.
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Gracias por mirar 🙂
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A Sol la dejó el novio a una semana del casamiento. La pobre estaba destruida, con la maleta hecha y la luna de miel paga. “No quiero perder el viaje”, me dijo entre lágrimas. Y terminé acompañándola yo, su mejor amigo.

La primera noche en el hotel todo era raro: la cama matrimonial llena de pétalos, champagne, espejos por todos lados. Ella intentaba sonreír, pero le salía una mueca triste. Nos pusimos a tomar en el balcón frente al mar, y en un momento se quebró, me abrazó fuerte y terminó besándome.

Ese beso arrancó con pena y terminó cargado de hambre. Sol me tiró contra la cama como si necesitara sacarse la bronca de adentro. El camisón blanco que llevaba apenas le cubría nada, y cuando se subió encima mío pude sentir todo su calor pegado contra mí.
—“Quiero olvidar… aunque sea esta noche” —me susurró al oído.
No hizo falta más. Mis manos recorrieron su cuerpo como si lo hubieran estado esperando desde siempre. Le arranqué el camisón de un tirón, dejando sus pechos duros al aire, perfectos, temblando de ansiedad. Ella me desabrochaba el pantalón desesperada, mordiéndome los labios.
Cuando por fin me tuvo desnudo debajo, me cabalgó con una fuerza brutal, como si quisiera vengarse de todo el dolor que le habían hecho. Sus gemidos llenaban la habitación de luna de miel, rebotaban en los espejos, mientras sus uñas me marcaban la espalda.
La tomé de la cintura, la hice girar y la poseí con fuerza contra las sábanas bordadas que habían preparado para otro hombre. Su cuerpo se arqueaba, me pedía más, cada embestida la hacía olvidar un poco más su pena. Esa noche Sol no lloró: gritó, gemió y explotó en mis brazos hasta quedarse rendida, sudada y satisfecha.

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