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Compendio III
LA JUNTA 05: TAREA HERCÚLEA
(Estimado lector: este relato también le puede parecer un poco largo y con la acción al final, pero también lo considero demasiado importante para dejarlo pasar, ya que nos dio la hebra inicial para desenmarañar un enredo corporativo que me ha permitido comerme a algunas de mis compañeras de la junta, por lo que una vez más, le ruego su paciencia. De antemano, gracias.)
Por lo que recuerdo de las notas de Marisol sobre los mitos grecorromanos, Hércules fue condenado a completar doce tareas imposibles, ya fuera como castigo, como prueba de su fuerza o como forma de ganarse la redención, no estoy del todo seguro. Lo que importa es que la leyenda nos dejó una expresión que sobrevivió mucho después de los dioses: una “tarea hercúlea”, algo tan difícil que roza lo imposible.
Estaba tomando un sorbo de café en la cafetería cuando me enteré por el rumor de la tarea hercúlea que Horatio le había encomendado a la chica nueva de finanzas. Casi me atraganto, porque fui yo quien contrató a Ginny.
Ginny es muy guapa, sin duda. Tiene unas curvas endiabladas que podrían hacer que un santo se replanteara sus votos y unos ojos celestes que podrían atravesar las mentiras como un cuchillo caliente atraviesa la mantequilla. Pero lo que realmente me impresionó aquella noche, hace dos años, cuando la conocí trabajando como dama de compañía, fue su inteligencia. Y ahí estaba, trabajando como una esclava en una tarea imposible, en su primer mes en el trabajo. No podía dejarlo pasar.

Así que fingí una visita. Puede que no trabaje en su departamento, pero sé moverme por allí. Y si pensaba que mi trabajo inicial era deprimente, el de Ginny lo llevó a una nueva definición.
El departamento de finanzas es una cuadrícula gris de cubículos, veinte analistas apretujados hombro con hombro, con el constante ruido de sus teclados bajo el zumbido fluorescente. Las conversaciones se superponían en un murmullo constante: discusiones sobre cifras, llamadas apresuradas a los gerentes, carcajadas ahogadas por el zumbido de las máquinas. Desde su escritorio en la fila del medio, Ginny se sentía como una pieza más del engranaje, rodeada de charlas y montones de papeles, con su pantalla bloqueada en el lento sistema financiero que controlaba cada uno de sus movimientos.
Levantó la vista de la pantalla del ordenador, con una expresión que mezclaba esperanza y desesperación.

• ¡Marco, menos mal! - exclamó, con una voz que combinaba alivio y agotamiento. - ¡Pensé que podrías ser mi jefe!
Su escritorio era un caos de hojas de cálculo, reportes y calculadoras, y su cabello formaba un halo salvaje alrededor de su rostro estresado.
Me apoyé en la mampara, cruzando los brazos.
-¿Qué pasa, Ginny? - le pregunté, aunque ya me lo imaginaba.
Sus ojos, esas gemas azules penetrantes, me escudriñaron el rostro.
• ¡Es un presupuesto imposible! - dijo, con una voz que apenas clasifica como un susurro. - Horatio quiere que consolide los informes de flujo de caja de todas las minas en una única previsión presupuestaria, que hay que entregar en una semana. Me quedan cinco días y he estado luchando con el sistema financiero de la empresa, pero cada consulta se alarga durante horas y horas y sé que no voy a poder lograrlo.
Sentí que se me encogía el corazón. Sé cómo es Horatio. Por el amor de Dios, todavía me guarda rencor porque quité las galletas de nuestras reuniones corporativas de los lunes por la mañana, ese gordo pendejo. Pero también es anticuado y estricto.
Sabía que a Ginny le esperaba un camino difícil. Pero no podía simplemente intervenir y resolver su problema. Eso sería demasiado fácil y, a la larga, no le serviría de nada. En cambio, tenía que darle un empujoncito en la dirección correcta, una oportunidad para demostrar su valía sin que pareciera que había recibido ayuda.
- Ginny. - le dije con calma. - Eres más inteligente que eso. Tienes que encontrar la manera de conseguir las cifras que necesitas sin matarte trabajando.
Sin embargo, ella me miró sin esperanza. De hecho, me recordó a mí mismo cuando empecé a trabajar para la minera, ya que la pobrecita casi temblaba de miedo.
Así que decidí preguntarle a mi buen amigo Nelson si sabía qué estaba pasando, puesto que es un experto y genio en informática. Me dijo que el sistema que utiliza el departamento de finanzas es antiguo, lento, peculiar y un tanto obsoleto debido a la falta de actualizaciones. De hecho, me informó de que nosotros mismos podríamos recuperar la información que Ginny necesita de forma más rápida y precisa. Le pedí que lo hiciera y nos pusimos manos a la obra.
Pasamos días revisando datos, abriéndonos paso a través de la jungla de contactos con diferentes jefes de planta, revisando un sinfín de hojas de cálculo y excavando en la arcaica base de datos como exploradores en busca del Santo Grial. Fue un trabajo duro, pero Nelson y yo ya habíamos hecho esto antes. Habíamos trabajado juntos en una faena minera hace años, y nuestra amistad se había forjado en el fuego de los plazos de entrega y los alocados proyectos que nos ordenaban. Teníamos contactos con los diferentes jefes de operaciones y sabíamos dónde buscar las pepitas de oro de datos que Ginny tanto necesitaba.
Mientras tanto, la tensión en el lugar de trabajo de Ginny se estaba volviendo desagradable. La trataban como a una “muerta en vida”, y todo el mundo era consciente de la inminente fecha límite. La cafeína fluía y los rumores sobre el posible despido de Ginny se volvían cada vez más crueles.

Sin embargo, Ginny seguía trabajando sin descanso, con una dedicación inquebrantable a la tarea, a pesar del espectro del fracaso que se cernía sobre ella.
Después de dos días agotadores, Nelson y yo logramos recopilar los datos. Teníamos los huevos de oro que harían brillar el presupuesto de Ginny. Le envié un mensaje de texto a Ginny.
M: Reúnete conmigo fuera de la sala de conferencias a las 7 p.m.
Ella respondió con un simple signo de interrogación, pero yo sabía que vendría. Su desesperación era palpable y yo no estaba dispuesto a dejarla colgada.
Cuando el reloj marcó las siete, Ginny llegó puntual a la cita, con sus tacones resonando contra el frío suelo de mármol. Parecía que no hubiera dormido en días, con ojeras alrededor de los ojos, pero mantenía la cabeza alta. Admiraba su espíritu, su resistencia ante una tarea tan desalentadora.
• ¡Marco! - dijo, con voz cansada pero decidida. - ¿De qué se trata?
Salí de detrás de una columna de estanterías (ahora que lo pienso, actué como si estuviera en una vieja y cursi película de espías), con una memoria USB en la mano.
- ¡Tranquila! - le dije con una sonrisa relajante. - Tengo algo para ti.
Le entregué la memoria USB con los datos que Nelson y yo habíamos recopilado.
- Esto debería facilitarte un poco el trabajo.
Sus ojos se abrieron de par en par con esperanza cuando lo cogió, y una chispa de emoción brilló en su rostro.
• ¿Cómo lo has conseguido? - susurró, mirando a su alrededor nerviosa.
Levanté una mano para hacerla callar.
- No hagas preguntas, Ginny. Solo úsalo con prudencia.
Podía ver cómo le daba vueltas a la cabeza, procesando las implicaciones de lo que acababa de darle.
Supongo que la pobre estaba muy, muy preocupada, por el intenso beso que me dio después. Sinceramente, la forma en que me besó y se colgó a mis hombros me hizo increíblemente feliz en ese momento y ella se dio cuenta. Lo peor es que aproveché la oportunidad para abrazarla un poco más abajo de la cintura de lo que debería.

Pero ella no me detuvo. De hecho, sonrió y se alejó.
• ¡Gracias, Marco! - dijo con la voz un poco entrecortada. - Pero tengo trabajo que hacer.
Se quedó mirando brevemente mi “tremenda felicidad”, muy interesada. Sin embargo, la pobrecita estaba necesitada de tiempo.

Al día siguiente, Ginny entró en la oficina de Horatio con el presupuesto revisado en la mano, los hombros rectos y la cabeza alta. La sala se quedó en silencio cuando dejó el documento sobre su escritorio con un golpe seco. Horatio levantó la vista de su ordenador, entrecerrando sus ojos pequeños con recelo.
> ¡Llegas temprano! - le gruñó.

• Sí. - respondió Ginny con voz firme. - He conseguido recopilar los datos y finalizar la previsión. Aquí está todo.
Imagino que la expresión de Horatio era una mezcla de sorpresa y escepticismo.
> ¿Dos días antes? - le ladró, frunciendo sus gruesas cejas. - ¡Imposible!
Pero Ginny lo había conseguido: se había pasado toda la noche trabajando con los datos.
A la mañana siguiente a aquella, vino directamente a mi oficina, con los ojos enrojecidos, pero con una amplia sonrisa. Parecía una guerrera que acababa de ganar una batalla.
• ¡Marco! - me llamó, con una voz que mezclaba el cansancio y la emoción. - ¡Lo logré!
Me acomodé en mi silla, con el corazón latiéndome con fuerza por la expectación.
- ¡Veámoslo! - dije, señalando el documento que tenía en la mano.
Lo colocó sobre mi escritorio y comencé a hojear las páginas, con los ojos cada vez más abiertos a medida que avanzaba. Los números eran ajustados, los márgenes muy estrechos, pero lo había conseguido. De alguna manera, había convertido lo imposible en realidad.
- ¡Sabía que podías hacerlo! - la felicité y, en el calor del momento, añadí: - ¡Sabía que no solo eras sexy, sino también inteligente!
Sus mejillas se tiñeron de un suave tono rosado, pero me miró a los ojos con una nueva confianza.
•¡Gracias! - dijo, con la voz aún ronca por la noche de insomnio. - ¡No podría haberlo hecho sin ti!
No me gusta mucho que me elogien...
- ¡No hice nada! - respondí. - Solo encontré la información que necesitabas. Tú elaboraste el presupuesto.
Su sonrisa se hizo aún más amplia.
• ¡Lo sé! - dijo, con los ojos brillantes de alegría. - Pero tú me diste la ventaja, la confianza de que podía lograrlo.
Y entonces, se inclinó hacia mí... Es tan sexy y joven... Me sentí indefenso.
Me besó una vez más. Intenté empujarla, pero ella se mostraba persistentemente agradecida. Finalmente, cuando me permitió volver a respirar, se apartó.
• Pero hay algo más que quiero darte. - susurró, con los ojos brillantes por algo más que gratitud. - Algo... más personal.
Sentí una agitación en el pecho, una mezcla de emoción y temor. Sabía a qué se refería. Nuestras interacciones anteriores habían sido mayormente profesionales (salvo la primera, por supuesto), pero siempre había una tensión subyacente, un indicio de atracción que ninguno de los dos había reconocido abiertamente. Ahora, en la quietud de mi oficina, era como si el aire estuviera cargado con la electricidad de nuestros deseos tácitos.
- Ginny. - comencé, con la voz un poco temblorosa. - ¿Qué quieres decir?
Su sonrisa se volvió aún más traviesa.
• ¡Estoy diciendo que te debo una! - respondió, bajando la voz hasta convertirla en un ronroneo seductor. - Y no soy el tipo de mujer que olvida sus deudas.
Su mano se deslizó juguetonamente alrededor de mi verga endurecida, posándose con la yema de los dedos sobre mis testículos hinchados.

Antes de que pudiera reaccionar, se arrodilló y sus suaves labios rozaron mi cremallera. Con un rápido movimiento de muñeca, me bajó los pantalones y se metió mi verga en su cálida y ansiosa boca. Respiré hondo y mis manos se movieron automáticamente hacia la parte posterior de su cabeza, guiándola mientras me tomaba más adentro.
Su boca era celestial, la mezcla perfecta de presión y succión. La silla de oficina crujió debajo de mí cuando me recosté para observarla. La forma en que me miraba, llena de deseo y lujuria, me volvía loco. Nunca me había sentido tan vivo, tan poderoso como en ese momento.

Mientras me chupaba hasta el alma, le di gracias a Dios por mi decisión de cambiar de oficina. Mi oficina puede ser pequeña y modesta, pero está insonorizada. Los tipos con los que hablo en las operaciones mineras sueltan comentarios obscenos que harían sonrojar a cualquier mujer.
Los ojos de Ginny nunca dejaron de mirarme, y trabajó mi miembro como si intentara ganar un premio, con las mejillas hundiéndose con cada movimiento de su cabeza. La sensación era intensa, y yo estaba dividido entre el impulso de apartarla, mantener nuestros límites profesionales, y la necesidad primitiva de dejarme llevar y disfrutar de la dulzura que me ofrecía.

La técnica de Ginny era sorprendentemente buena, teniendo en cuenta que es analista financiera, no una estrella del porno. Lamía la punta de mi pene con el entusiasmo de un niño con un juguete nuevo, mirándome con una mezcla de inocencia y deseo que me resultaba absolutamente embriagadora. Me recosté en la silla, apretándole el pelo con más fuerza mientras ella comenzaba a mover la cabeza arriba y abajo, introduciéndome más adentro de su tibia boca con cada movimiento.
El sonido de sus sorbos llenaba la habitación, como si estuviese encantada con mi sabor y no pude evitar soltar un gemido ahogado. Ella me miró, con los ojos ligeramente llorosos por el esfuerzo, y me di cuenta de que estaba esperando algún tipo de respuesta.
- ¡Qué buena eres! - murmuré, y ella respondió tomándome aún más profundamente, con los músculos de su garganta contrayéndose a mi alrededor de una manera que me hizo ver las estrellas.

Sus mejillas se hundieron al aplicar la succión, y no pude evitar soltar un gemido ahogado. La sensación era exquisita, y el hecho de que lo estuviera haciendo en mi oficina, en medio de la jungla corporativa, añadía una emoción ilícita que solo servía para intensificar la experiencia. La observé, con los ojos nublados por la lujuria, mientras me trabajaba con una pasión que parecía arder más intensamente con cada segundo que pasaba.
Su lengua se arremolinaba alrededor de mi miembro, provocando la sensible parte inferior antes de lanzarse a lamerme los testículos. Apreté los dientes, tratando de contener la ola de placer que se acumulaba dentro de mí.
- ¡Mierda! - susurré, con la voz ronca por el deseo, sintiendo que mi cuerpo empezaba a traicionarme.
Ella me miró con una sonrisa cómplice, con los ojos brillantes de triunfo.

Las manos de Ginny comenzaron a bajarme más los pantalones, sus uñas rozando mis muslos mientras exponía mi pene y mis testículos por completo. La volvió a meter en su boca, con la mano ahora bombeándome desesperada al ritmo de los movimientos de su boca. Era una danza de deseo, una que ambos sabíamos que tenía que terminar con mi corrida y que, al parecer, ella misma deseaba. Podía sentir cómo se acercaba mi orgasmo, la tensión enroscándose en mi estómago, los dedos de los pies curvándose dentro de los zapatos.
Mientras Ginny me chupaba con mayor gula, sentí cómo la presión aumentaba descontroladamente en mis testículos. Sabía que no podría aguantar mucho más.
- ¡Ginny, me voy a correr! - le advertí, con la voz tensa por la excitación.
Ella solo gimió en respuesta chupando más fuerte, sin romper el contacto visual mientras aceleraba el ritmo, pasando su lengua por el punto sensible justo debajo de la cabeza de mi pene. La tensión se volvió insoportable y, con un gemido gutural, exploté en su boca, mis caderas se sacudieron involuntariamente mientras la llenaba con mi semen.

Sus ojos permanecieron abiertos, mirándome mientras tragaba ávidamente cada chorro, con una expresión de triunfo y satisfacción. Se sentó sobre sus talones, limpiándose la boca con el dorso de la mano, con una mancha de mi semen brillando en su barbilla. La imagen era tan erótica, tan tabú, que sentí cómo me volvía a poner duro casi de inmediato.

Pero ella aún no había terminado. Con una sonrisa pícara, se inclinó hacia atrás y me volvió a meter en su boca, lamiéndome con largas y lentas pasadas de su lengua. Era minuciosa, casi tierna en su atención, como si saboreara mi gusto y le encantase. Podía sentir cómo me volvía a excitar y sabía que no podría resistirme a ella por mucho más tiempo.
• ¿Es eso lo que tenías en mente? - preguntó burlonamente.
Asentí con la cabeza, incapaz de articular palabra. Todavía estaba en estado de shock, con mi verga palpitando tras la mamada más intensa que jamás había recibido en mi oficina. Ella tenía una forma de hacerme sentir a la vez en control y completamente indefenso.
- ¡Eso ha sido... inesperado! - admití, con la voz aún cargada de excitación.
Ginny se rió, se levantó para limpiarse la boca, se arregló la falda y se inclinó sobre mi escritorio, mostrándome sus pechos colgantes.
• Pensé que te vendría bien aliviar el estrés después de todo lo que has hecho por mí. Además, es un pequeño... incentivo extra para que sigas cuidándome por aquí. – comentó coqueta, con ese brillo particular en la mirada de una mujer que disfruta de una buena verga.
Se limpió la boca con el dorso de la mano. Pero lo que realmente me sorprendió fue que se la lamiera para limpiarla. Por la forma en que se lamía y mordía el dedo índice, me quedó claro que quería más. Pero, de nuevo, siempre existe el riesgo de que alguien entre y me encuentre tirándome a la nueva empleada de finanzas.
Ginny se dio cuenta de mi vacilación y se inclinó más cerca, con su aliento caliente en mi oído.
• ¡No te preocupes, Marco! - susurró. - Guardaré nuestro pequeño secreto.
Con un guiño seductor, se dio la vuelta y salió contoneándose de la oficina, dejándome aturdido con la visión de su perfecto trasero. No podía creer lo que acababa de pasar. Mi mente estaba acelerada, con una mezcla de euforia y pánico. Tenía que recomponerme antes de que entrara alguien más.

Pero lo que ninguno de nosotros sabía en ese momento era que la “tarea hercúlea” de Horatio trascendería el trabajo de Ginny, dejando al descubierto una brecha empresarial que aún hoy sacude nuestras reuniones corporativas.
Pero tal vez, y como lo bautizó mi buena amiga Sonia, este fue el comienzo de la “Balada del Príncipe de la Junta”. Aunque esa es otra historia...
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