La puerta de mi departamento se cierra detrás de mí con unclic suave. Es esa hora del atardecer en la que el edificio está en silencio,sumido en la pausa entre el bullicio del día y la noche que está por comenzar.Y ahí, en el pasillo, como si el universo hubiera leído mis pensamientos máshúmedos, estás tú.
Victoria. Eso escuché que decían tu nombre. Tienes 19 años,la edad justa en la que la curiosidad y la audacia se funden en una mirada.Llevas unos jeans ajustados y una camiseta holgada que se rinde ante la curvade tus pechos. Una mochila de universitaria colgada de un hombro.
Nuestros ojos se encuentran. No es el primer vez. Es ladécima. La vigésima. La centésima. Pero cada vez es igual de eléctrica.
Una comisura de tus labios se levanta en una media sonrisaque no llega a ser del todo tímida. Es un reconocimiento. Un "otra veztú". Yo respondo con una leve inclinación de cabeza, mis manos hundidas enlos bolsillos del pantalón para disimular el pulso acelerado que me recorre lasvenas.
Pasamos uno al lado del otro. El pasillo es estrecho,insuficiente para los dos. El aire se espesa, se carga con un perfume dulce ytropical que emana de tu piel, mezclado con el aroma de tu champú. Nuestrosbrazos rozan. Es un contacto fugaz, una fracción de segundo donde la tela de micamisa debate con la de tu blusa. Es como si una chispa saltara entre nosotros,un cortocircuito de pura anticipación.
Me detengo, casi sin querer, fingiendo buscar las llaves enel bolsillo. Tú también te detienes frente a tu puerta, hurgando en tu mochila.Es la misma coreografía torpe y deliberada de siempre.
Te arriesgas. Me miras de reojo y tu lengua se asoma parahumedecer tus labios. Es un acto inconsciente, quizás, pero para mí es undiscurso completo. Imagino esa lengua recorriendo otros territorios, trazandomapas de sal sobre mi piel. Mi respiración se corta. Puedo sentir el calor detu cuerpo a apenas treinta centímetros del mío, un campo magnético que me atraeirremediablemente.
Tu mirada baja, desciende por mi pecho, mi abdomen, y sedetiene un instante en la tensión evidente que se dibuja en mi pantalón. No ladisimulo. ¿Para qué? Esto es lo que somos aquí, en este pasillo: dos imanescargados de un deseo crudo y sin adornos.
Sonríes, esta vez con una chispa de complicidad en tus ojososcuros. Es una sonrisa que promete. Que pregunta. Que desafía.
Finalmente, encuentras tus llaves. El tintineo rompe elhechizo por un momento. Introduces la llave en la cerradura, pero antes degirarla, te vuelves. Me lanzas una última mirada por sobre tu hombro. Es unamirada larga, pesada, cargada de todas las cosas que no nos hemos dicho, detodas las fantasías que hemos construido en silencio.
La puerta se abre y te deslizas dentro. Justo antes de quese cierre, nuestros ojos se enganchan una vez más. Es el clímax de nuestroritual mudo. El segundo en el que todo podría pasar. En el que podría seguirte.En el que podrías invitarme.
La puerta se cierra. Quedo solo en el pasillo, con el eco detu perfume y el latido furioso de mi sangre. Me apoyo contra la pared fría,exhalando un aire que no sabía que contenía. Allí, en la intimidad de mi mente,la historia continúa. Te imagino al otro lado de la pared, quizás tambiénapoyada, con la mano en el pecho, sintiendo la misma urgencia.
Al rato llega mi novia y le hago el amor tan salvaje pensadoen tus delgados muslos y jalando tu largo cabello, ambos gimiendo tan fuertecon la esperanza que escuches.
Mañana, sin duda, nos volveremos a topar. Y la tensión,lejos de disiparse, habrá crecido. Porque cada roce, cada mirada, cada sonrisacargada, es solo el preludio de lo que ambos sabemos que inevitablemente ocurrirá.
eso pensaba hasta ayer, pero cuando deseamos con tanta pasión y fuerza, eldestino sonríe, nos encontramos en un bar cerca de nuestro departamento y elresto es historia.




ahora les traje fotos del encuentro y tengo videos que no puedo subir pero intercambio
Victoria. Eso escuché que decían tu nombre. Tienes 19 años,la edad justa en la que la curiosidad y la audacia se funden en una mirada.Llevas unos jeans ajustados y una camiseta holgada que se rinde ante la curvade tus pechos. Una mochila de universitaria colgada de un hombro.
Nuestros ojos se encuentran. No es el primer vez. Es ladécima. La vigésima. La centésima. Pero cada vez es igual de eléctrica.
Una comisura de tus labios se levanta en una media sonrisaque no llega a ser del todo tímida. Es un reconocimiento. Un "otra veztú". Yo respondo con una leve inclinación de cabeza, mis manos hundidas enlos bolsillos del pantalón para disimular el pulso acelerado que me recorre lasvenas.
Pasamos uno al lado del otro. El pasillo es estrecho,insuficiente para los dos. El aire se espesa, se carga con un perfume dulce ytropical que emana de tu piel, mezclado con el aroma de tu champú. Nuestrosbrazos rozan. Es un contacto fugaz, una fracción de segundo donde la tela de micamisa debate con la de tu blusa. Es como si una chispa saltara entre nosotros,un cortocircuito de pura anticipación.
Me detengo, casi sin querer, fingiendo buscar las llaves enel bolsillo. Tú también te detienes frente a tu puerta, hurgando en tu mochila.Es la misma coreografía torpe y deliberada de siempre.
Te arriesgas. Me miras de reojo y tu lengua se asoma parahumedecer tus labios. Es un acto inconsciente, quizás, pero para mí es undiscurso completo. Imagino esa lengua recorriendo otros territorios, trazandomapas de sal sobre mi piel. Mi respiración se corta. Puedo sentir el calor detu cuerpo a apenas treinta centímetros del mío, un campo magnético que me atraeirremediablemente.
Tu mirada baja, desciende por mi pecho, mi abdomen, y sedetiene un instante en la tensión evidente que se dibuja en mi pantalón. No ladisimulo. ¿Para qué? Esto es lo que somos aquí, en este pasillo: dos imanescargados de un deseo crudo y sin adornos.
Sonríes, esta vez con una chispa de complicidad en tus ojososcuros. Es una sonrisa que promete. Que pregunta. Que desafía.
Finalmente, encuentras tus llaves. El tintineo rompe elhechizo por un momento. Introduces la llave en la cerradura, pero antes degirarla, te vuelves. Me lanzas una última mirada por sobre tu hombro. Es unamirada larga, pesada, cargada de todas las cosas que no nos hemos dicho, detodas las fantasías que hemos construido en silencio.
La puerta se abre y te deslizas dentro. Justo antes de quese cierre, nuestros ojos se enganchan una vez más. Es el clímax de nuestroritual mudo. El segundo en el que todo podría pasar. En el que podría seguirte.En el que podrías invitarme.
La puerta se cierra. Quedo solo en el pasillo, con el eco detu perfume y el latido furioso de mi sangre. Me apoyo contra la pared fría,exhalando un aire que no sabía que contenía. Allí, en la intimidad de mi mente,la historia continúa. Te imagino al otro lado de la pared, quizás tambiénapoyada, con la mano en el pecho, sintiendo la misma urgencia.
Al rato llega mi novia y le hago el amor tan salvaje pensadoen tus delgados muslos y jalando tu largo cabello, ambos gimiendo tan fuertecon la esperanza que escuches.
Mañana, sin duda, nos volveremos a topar. Y la tensión,lejos de disiparse, habrá crecido. Porque cada roce, cada mirada, cada sonrisacargada, es solo el preludio de lo que ambos sabemos que inevitablemente ocurrirá.
eso pensaba hasta ayer, pero cuando deseamos con tanta pasión y fuerza, eldestino sonríe, nos encontramos en un bar cerca de nuestro departamento y elresto es historia.




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