Capítulo Final: Rendición Total
Después de esa noche, Erica, sin saber que había caído en el plan de su hijo, pensó que todo en el tema sexual había terminado. Nunca se imaginó que esa noche de sexo con su hijo la llevaría a cometer lo prohibido. Dejó de vestirse sexy para no tentar a su hijo, y pasaron los días. Notó que su hijo no la miraba con deseo y que no intentaba verla desnuda. Se preguntó qué pasaba y no se resistió a volver a vestirse sexy para su hijo de nuevo. Miguel, al verla así, comenzó a mirarla con deseo, pero de ahí no pasaba.
Erica, con sensaciones revueltas, le propuso a su hijo: "Mientras siga la pandemia, vamos a estar desnudos en la casa." Miguel, habiendo logrado su plan, respondió: "Mamá, claro. Verte desnuda es mi mayor alegría." El cuerpo de Erica desnuda era espectacular: sus senos hermosos y grandes, y su vagina mojada, demostrando su excitación, era la más grande sensación que Miguel podía sentir.
Los días pasaron, y cada vez que podían, tenían sexo. Miguel disfrutaba de los placeres de lo prohibido, explorando cada rincón del cuerpo de su madre. La penetraba con fuerza, sintiendo cómo sus senos se movían al ritmo de sus embestidas. Erica, perdida en el placer, gemía y se movía con él, disfrutando de cada momento de esa relación tabú.
A veces, Miguel se arrodillaba frente a ella y le comía la vagina, saboreando sus jugos y haciendo que se retorciera de placer. Otras, la tomaba por detrás, agarrando sus caderas con fuerza, mientras ella se apoyaba en la pared, gimiendo su nombre. Probaron todas las posiciones, cada una más erótica y vulgar que la anterior, dejando atrás cualquier inhibición.
En una ocasión, mientras estaban en el sofá, Miguel le pidió que se sentara sobre su cara. Erica, sin dudarlo, lo hizo, y él comenzó a lamer y succionar su clítoris, haciendo que se corriera en su boca. Luego, ella se dio la vuelta y se sentó sobre su pene, moviéndose lentamente al principio, luego con más intensidad, mientras él le acariciaba los senos y le mordisqueaba los pezones.
Otra noche, mientras estaban en la ducha, Miguel la empotró contra la pared, levantándole una pierna, y la penetró con fuerza, el agua corriendo sobre sus cuerpos desnudos, aumentando la excitación. Erica, con el pelo mojado pegado a la cara, gemía y se movía con él, sintiendo cómo el orgasmo se acercaba.
Cada encuentro era más intenso que el anterior, y ambos se dejaban llevar por el deseo y la lujuria, explorando cada rincón de sus cuerpos y sus mentes. La relación entre madre e hijo se había convertido en una danza erótica y prohibida, donde el placer y el tabú se mezclaban en una explosión de sensaciones.
Así acabó la historia, con Erica y Miguel disfrutando de los placeres de lo prohibido, rendidos por completo a sus deseos y pasiones, sin importar las consecuencias.
Después de esa noche, Erica, sin saber que había caído en el plan de su hijo, pensó que todo en el tema sexual había terminado. Nunca se imaginó que esa noche de sexo con su hijo la llevaría a cometer lo prohibido. Dejó de vestirse sexy para no tentar a su hijo, y pasaron los días. Notó que su hijo no la miraba con deseo y que no intentaba verla desnuda. Se preguntó qué pasaba y no se resistió a volver a vestirse sexy para su hijo de nuevo. Miguel, al verla así, comenzó a mirarla con deseo, pero de ahí no pasaba.
Erica, con sensaciones revueltas, le propuso a su hijo: "Mientras siga la pandemia, vamos a estar desnudos en la casa." Miguel, habiendo logrado su plan, respondió: "Mamá, claro. Verte desnuda es mi mayor alegría." El cuerpo de Erica desnuda era espectacular: sus senos hermosos y grandes, y su vagina mojada, demostrando su excitación, era la más grande sensación que Miguel podía sentir.
Los días pasaron, y cada vez que podían, tenían sexo. Miguel disfrutaba de los placeres de lo prohibido, explorando cada rincón del cuerpo de su madre. La penetraba con fuerza, sintiendo cómo sus senos se movían al ritmo de sus embestidas. Erica, perdida en el placer, gemía y se movía con él, disfrutando de cada momento de esa relación tabú.
A veces, Miguel se arrodillaba frente a ella y le comía la vagina, saboreando sus jugos y haciendo que se retorciera de placer. Otras, la tomaba por detrás, agarrando sus caderas con fuerza, mientras ella se apoyaba en la pared, gimiendo su nombre. Probaron todas las posiciones, cada una más erótica y vulgar que la anterior, dejando atrás cualquier inhibición.
En una ocasión, mientras estaban en el sofá, Miguel le pidió que se sentara sobre su cara. Erica, sin dudarlo, lo hizo, y él comenzó a lamer y succionar su clítoris, haciendo que se corriera en su boca. Luego, ella se dio la vuelta y se sentó sobre su pene, moviéndose lentamente al principio, luego con más intensidad, mientras él le acariciaba los senos y le mordisqueaba los pezones.
Otra noche, mientras estaban en la ducha, Miguel la empotró contra la pared, levantándole una pierna, y la penetró con fuerza, el agua corriendo sobre sus cuerpos desnudos, aumentando la excitación. Erica, con el pelo mojado pegado a la cara, gemía y se movía con él, sintiendo cómo el orgasmo se acercaba.
Cada encuentro era más intenso que el anterior, y ambos se dejaban llevar por el deseo y la lujuria, explorando cada rincón de sus cuerpos y sus mentes. La relación entre madre e hijo se había convertido en una danza erótica y prohibida, donde el placer y el tabú se mezclaban en una explosión de sensaciones.
Así acabó la historia, con Erica y Miguel disfrutando de los placeres de lo prohibido, rendidos por completo a sus deseos y pasiones, sin importar las consecuencias.
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