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Secretos del Hogar 1

Capítulo 1: El Juego de la Tensión


Hola. Me llamo Valeria, tengo 25 años y llevaba lo que cualquiera hubiera considerado una vida perfecta. Era una mujer deseada, lo sabía por las miradas que me seguían en la calle: mi cabello oscuro caía sobre mis hombros, mis labios carnosos solían atraer suspiros, y mi cuerpo, con cintura estrecha, caderas pronunciadas y pechos firmes, despertaba comentarios que fingía no escuchar. Y aun así, jamás respondí a esas atenciones… porque yo era fiel. Siempre lo fui.



Secretos del Hogar 1




Llevaba casada desde los 18 años con Adrián, un hombre trabajador, noble, que me había dado una vida buena, estable y tranquila. Yo me dedicaba al hogar con gusto, cuidaba cada detalle, cocinaba, lo esperaba con la mesa servida y con la esperanza de ser su descanso después de sus largas jornadas. Era una esposa ejemplar, o al menos me esforzaba por serlo.


Pero con el tiempo, algo empezó a cambiar. Adrián llegaba rendido del trabajo, con la mente llena de preocupaciones y el cuerpo cansado. Apenas me dedicaba unas palabras antes de caer dormido. Sus manos, que alguna vez recorrieron cada rincón de mi piel con hambre, dejaron de buscarme. Y yo, yo me descubrí extrañando sus caricias, anhelando sus labios, suspirando por esa chispa que parecía habernos abandonado.


Recuerdo que, a pesar de todo, cada noche me arreglaba para él. Me ponía un vestido ligero o lencería sexy, dejaba que el perfume se quedara en mi piel, y me tendía en la cama con la ilusión de que me mirara como antes lo hacía. Yo seguía esperándolo, porque aunque muchos hombres hubieran querido tenerme, todo lo que era y todo lo que tenía lo guardaba solo para él.


A veces cerraba los ojos y me venían a la memoria sus miradas de antaño, esa pasión con la que solía devorarme. Lo extrañaba con cada fibra de mi ser. Y aunque la rutina nos alejara poco a poco, yo permanecí allí, fiel, paciente, deseando que alguna vez volviera a reclamarme como suya…pero no lo hacia 


Un día fui a tomar un café con mi mejor amiga, Camila. Ella siempre había sido distinta a mí: atrevida, desinhibida, más liberal en sus pensamientos. Aunque también estaba casada, nunca se mostró como la esposa modelo que yo trataba de ser. Su relación con Mauricio, su esposo, parecía más ligera, menos atada a las normas que yo me imponía.


Aquella tarde, mientras revolvía distraída su taza, me confesó algo que me dejó helada. Me dijo que ella también se sentía aburrida con Mauricio, que la rutina la estaba matando, pero que, a diferencia de mí, había buscado una salida.


—Un día —me dijo bajando la voz con una sonrisa traviesa— llegué por pura casualidad a un club. The Reed Door. No era un bar cualquiera, Valeria… era un lugar donde la gente iba específicamente a tener relaciones con desconocidos. 


Sentí cómo la sangre me subía al rostro. Camila me miraba con esos ojos brillantes que siempre tenía cuando estaba a punto de contarme alguna de sus locuras.


—¿Y? —pregunté en un susurro, con un nudo en el estómago.


—Y lo disfruté, Valeria. Mucho más de lo que pensé que podría. No me sentí culpable, al contrario… fue liberador. ¿Sabes qué es estar con alguien que no te debe nada, que solo te desea por el simple hecho de desearte?
Yo no supe qué decir. Me limité a mirar mi café, tratando de procesar lo que escuchaba. Camila, sin embargo, sonrió aún más y tomó mi mano con complicidad.


—Tienes que venir conmigo. Es una casa del sexo, la gente tenia sexo en los pasillos, en la mesa, en el baño. Era increíble, les gusté tanto que me dieron una membresía. Te invito, aunque sea solo para mirar. Te prometo que no tienes que hacer nada si no quieres. Pero, Valeria, ese lugar podría devolverte lo que tanto extrañas.


Me quedé en silencio, con el corazón latiendo fuerte, como si de pronto me hubiera sorprendido a mí misma imaginando lo que jamás debía. Camila notó mi duda, y con esa seguridad descarada que siempre la acompañaba, se inclinó hacia mí, bajando aún más la voz.


—Valeria… no tienes idea de lo que se siente. —me dijo con los ojos encendidos—. En ese lugar nadie te juzga, nadie te pregunta nada, solo eres tú y el deseo. Entré nerviosa, como cualquier mujer que piensa que está haciendo algo prohibido, pero en cuanto crucé esa puerta y sentí cómo las miradas se posaban en mí, todo cambió
Bebió un sorbo de su café y sonrió con picardía.


—Por primera vez en años me sentí viva. Valeria, estaba rodeada de hombres que me deseaban con solo verme, que no veían a la esposa de Mauricio, ni a la ama de casa… solo veían a una mujer. ¿Te imaginas lo que es que tus curvas, tu cuerpo, tu simple presencia despierte tantas ganas?Yo bajé la mirada, incómoda y fascinada al mismo tiempo. 


Ella continuó: —No te voy a mentir, al principio pensé que me sentiría culpable pero no. Sentí libertad. Era como si me hubiera quitado un peso de encima, como si, por fin, fuera yo sin límites. Y lo mejor es que regresé a casa, distinta. Mauricio ni siquiera sospechó nada, pero yo me sentí más viva que nunca. Camila tomó mi mano con fuerza, casi con emoción


—Valeria, yo sé lo que extrañas. Esa chispa, esa pasión que Adrián ya no te da. Ese vacío que tratas de llenar con paciencia, con rutinas, con perfumes y vestidos que él ni nota. Yo lo sé, porque lo viví y créeme, en ese club todo eso se olvida. Ahí vuelves a ser deseada, admirada… adorada.


Sus palabras me recorrieron la piel como un escalofrío. Me descubrí apretando mi taza con fuerza, tratando de no dejar ver que, en lo más profundo de mí, la tentación ya me estaba respirando cerca


Después de lo que me dijo, me quedé callada. Camila hablaba con esa naturalidad que siempre la caracterizó, como si lo suyo no fuera un secreto, sino una verdad liberadora. Yo, en cambio, sentía un torbellino en el pecho. La imagen de aquel lugar, de tantos hombres deseándola, de ella caminando segura entre miradas encendidas se me quedó grabada.


No supe qué responder. Mi mente luchaba entre la fidelidad que siempre había defendido y la curiosidad que empezaba a arder en mi interior. ¿Y si yo también pudiera sentirme así? —pensé—. ¿Y si, por una vez, dejara de ser la esposa perfecta para ser solo una mujer?


Camila notó mi silencio, y como si quisiera darme un respiro, cambió de tema de golpe. Empezamos a hablar de cosas más ligeras: de la nueva receta que había probado, de un viaje que quería hacer, de las vecinas del barrio y hasta de las rebajas en las tiendas. Poco a poco, mi respiración volvió a la calma, aunque la semilla ya estaba plantada.


—¿Vamos al gym? —me dijo al final, sonriendo con ese entusiasmo que parecía inagotable. Acepté. Era nuestra costumbre, y en el fondo agradecí la distracción son embargo esa idea no me abandonó. Desde que Camila me habló del club, me descubrí pensando en cómo sería ser yo la que caminara ahí dentro, rodeada de hombres hambrientos de mí. Y esa tarde, en el gimnasio, esa fantasía me golpeó más fuerte que nunca.


Me había puesto unos leggings azules ajustados y un top deportivo que dejaba mi cintura al descubierto. Al mirarme en el espejo antes de salir, ya me había sentido distinta, más atrevida.



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Cuando entramos al gym, lo noté de inmediato: las miradas. Los hombres dejaron por un segundo lo que hacían para observarme. Sentí cómo me recorrían de pies a cabeza, deteniéndose en mis curvas, en el vaivén de mis caderas, en el sudor que empezaba a humedecer mi piel. Cada mirada era como un roce invisible que me encendía más y más.


Me acomodé en la máquina de piernas y crucé las piernas lentamente, sintiendo cómo los ojos se clavaban en mí. Una parte de mí quería esconderse pero otra, la más profunda, la que había despertado con las palabras de Camila, quería provocar. Y lo hice: arqueé la espalda con cada repetición, dejé que mis labios se entreabrieran al respirar más fuerte, y de reojo confirmé que sí, me estaban mirando.


El calor me subió por todo el cuerpo. Sentí mis mejillas encendidas, mi piel más sensible, como si cada mirada fuera una caricia. Camila, por su parte, lo disfrutaba abiertamente: sonreía coqueta, caminaba erguida, incluso se agachaba de más al recoger una mancuerna. Yo, en cambio, trataba de disimular pero mi cuerpo me traicionaba.


El ritmo de mi respiración se volvió más intenso, y por dentro ardía. “Deseada, admirada, adorada…” recordé sus palabras, y entendí lo que ella había querido decir. Esa tarde, entre el sudor, los espejos y las miradas que me devoraban sin tocarme descubrí que, sin proponérmelo, ya estaba entrando en el juego.


Mientras yo intentaba concentrarme en mi rutina, sentí una sonrisa cómplice detrás de mí. Era Camila. Sus ojos brillaban con diversión y picardía, como si hubiera notado exactamente lo que me estaba pasando.


—Veo que te están mirando… —susurró, inclinándose cerca de mí—. Por qué no juegas un poco? Solo por diversión, Valeria. Nada más que un juegoMi corazón dio un vuelco. Un juego… eso sonaba inocente, ¿no? Pero cuando ella me señaló discretamente hacia el otro extremo del gimnasio, entendí. Allí estaba él: un hombre musculoso, guapo, con esa seguridad que se notaba incluso al caminar, con ojos que parecían seguir cada movimiento mío.


—Mírale, Valeria… —continuó Camila, mordiendo su labio inferior con coquetería—. Solo juega. Haz que te note. Disfruta que te admire, que te desee, aunque sea un instante.


No pude resistirme. Me enderecé, moví las caderas un poco más al caminar hacia la máquina de pesas, arqueé la espalda al ajustar mi postura, y por un instante, su mirada se encontró con la mía. Un pequeño juego de intercambio de deseos, sin palabras, sin tocar. Solo miradas. Y el calor subió por mi pecho, por mi abdomen hasta un cosquilleo que se alojó en mi interior. Camila me observaba sonriendo, satisfecha con mi reacción, y se acercó para recordarme en voz baja:


—Es solo un juego, Valeria. Solo disfruta.


El tiempo pasó volando entre repeticiones, risas y esa tensión eléctrica que se había instalado entre nosotras y los curiosos espectadores. Al final, dimos por terminada nuestra jornada de ejercicio. Nos cambiamos, nos despedimos con un abrazo y una sonrisa cómplice, y cada una se fue a su casa, con la mente ardiendo y el cuerpo recordando cada mirada, cada roce invisible, cada pequeño gesto que había hecho que aquel juego se sintiera demasiado real.


Cuando llegué a casa, todavía sentía el calor del gym recorriendo mi cuerpo, y no podía quitarme de la cabeza las miradas que había recibido. La excitación me había dejado la piel sensible, el pecho palpitando y un cosquilleo en cada curva de mi cuerpo.


Decidí aprovecharlo. Me encerré en el cuarto y me puse una lencería negra, ajustada y reveladora, que resaltaba cada curva de mis pechos, mi cintura y mis caderas. Era provocativa, atrevida… todo lo que había soñado mientras me imaginaba deseada. Me miré en el espejo y sonreí con satisfacción: estaba lista para él



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Pero cuando Adrián llegó, mi entusiasmo se desvaneció de inmediato. Como siempre, entró agotado, dejando escapar un suspiro pesado. Ni siquiera me miró. Saludó de manera distraída, se dejó caer en el sofá y encendió la televisión.


Mi corazón se aceleró al darme cuenta de lo que había sucedido: estaba frente a él, lista para provocarlo, para que me deseara, y él solo me evitaba. Respiré hondo, tratando de contener la frustración que subía por mi garganta. Me acerqué lentamente, moviéndome con intención, dejando que la lencería insinuara cada línea de mi cuerpo.


—Adrián… —susurré, apoyándome frente a él, esperando que levantara la mirada
.
Pero él solo siguió mirando la pantalla, como si yo fuera invisible. Sentí que un calor distinto, de enojo y deseo reprimido, me subía por todo el cuerpo. La paciencia que había cultivado toda mi vida de repente parecía inútil.


—¿Me estás ignorando otra vez? —exclamé, mi voz más firme de lo que había planeado—. ¡Mira lo que me puse! Estoy aquí para ti.— le dije algo exaltada, él suspiró, todavía sin voltear, y mi enojo explotó. Sentí cómo el calor de mi cuerpo se mezclaba con la ira, con la frustración de ser deseada, excitada, y aun así ignorada por el hombre al que pertenecía mi corazón y mi cuerpo.


No podía dejarlo así. Cada fibra de mi cuerpo pedía que él me mirara, que me deseara, que reaccionara al esfuerzo que había hecho para provocarlo. Me acerqué más, rozando su brazo con mis caderas, arqueando la espalda, jugando con mi cabello, dejando que cada movimiento insinuara lo que sentía. Sus manos seguían quietas, sus ojos pegados a la televisión, indiferente a mi seducción.


—Adrián… por favor—susurré, con un hilo de voz cargado de deseo—. Solo míramePero antes de que pudiera acercarme más, él suspiró y finalmente apartó la mirada de la pantalla, con una expresión seria que cortó toda mi energía.


—Valeria… tenemos que hablar.Sentí un escalofrío. Su tono no dejaba espacio para juego.


—Mi papá… va a vivir con nosotros por un tiempo. —dijo, como si nada—. Es por cuestiones de salud.


Mi corazón dio un vuelco y, por un instante, todo el calor de mi cuerpo se mezcló con un nerviosismo inesperado. Mi suegro, Gustavo, siempre había tenido un cuerpo impresionante, musculoso por el ejercicio que hacía de joven, y un rostro que, a pesar de la edad, seguía siendo guapo y atractivo. Yo recordaba claramente cómo él había intentado coquetear con ella en ocasiones anteriores, dejándole un recuerdo inquietante que ahora volvía a la superficie.


—Ah claro— logré decir, tratando de sonar natural, pero sintiendo cómo las mejillas me ardían y las piernas me temblaban— Bien. Está bien—  Decidí que era mejor salir de la situación antes de que mi mente jugara con pensamientos que no debía tener. 


—Creo que… voy a darme una ducha. —anuncié, con voz tensa, mientras me levantaba y caminaba hacia el baño, mi cuerpo todavía encendido, pero con la cabeza llena de nervios y ansiedad.


Cerré la puerta tras de mí, dejando que el agua caliente corriera sobre mi piel, intentando calmar el fuego que aún me recorría, mientras mi mente no podía dejar de pensar en el inesperado cambio de la casa y en la presencia de su padre.


Después de un baño largo y caliente, salí envuelta en una toalla, dejando que mi piel todavía ardiera por la excitación y la frustración del día. Me metí a la cama, esperando que Adrián finalmente reaccionara pero él ya estaba dormido, completamente ajeno a mis deseos. Me di la vuelta, cerré los ojos y, con un suspiro, dejé que el cansancio y la frustración me vencieron. Me dormí, pero con un calor que no desaparecía.


A la mañana siguiente, desperté con la luz del sol entrando por la ventana. Mi esposo ya no estaba; el espacio vacío a su lado me recordó lo distante que se había vuelto. Me levanté, todavía un poco somnolienta, y me puse ropa cómoda mientras me dirigía a la cocina para preparar el desayuno. Cocinaba distraída, con la mente divagando entre lo que había pasado en el gimnasio, la noche frustrante y la sorpresa que Adrián me había dado con la noticia de su padre.


De repente, un golpe suave en la puerta me sacó de mis pensamientos. Al abrirla, me encontré con él: mi suegro. Lucia sorprendentemente joven y guapo, como siempre, con un porte que todavía mostraba la fuerza de los años en el gimnasio. Llevaba una maleta, y sus ojos se iluminaron al verme.


—Hola, querida —dijo con una sonrisa cálida, extendiendo los brazos para abrazarme.
El contacto fue inesperado. Su abrazo era firme y seguro, y por un instante sentí un cosquilleo recorrer mi cuerpo. Me aparté un poco, tratando de mantener la compostura, pero no pude evitar que mi corazón latiera más rápido y mis mejillas se encendieran ante la cercanía de alguien que, en otras circunstancias, había despertado algo prohibido en mí.


—Pasa, por favor —le dije con una sonrisa mientras lo invitaba a entrar. Cerró la puerta tras de sí y dejó la maleta junto a la pared. Su presencia llenaba la cocina, y no pude evitar sentir un cosquilleo de emoción recorriendo mi piel.


Nos sentamos a desayunar y la conversación comenzó de manera tranquila, pero pronto noté cómo sus ojos me recorrían con esa intensidad que antes me había hecho sonreír por dentro.


—Vaya, cada día te veo más bonita, Valeria. ¿Siempre cocinas así de bien o es que la cocina te sienta especialmente a ti? —dijo con picardía, haciendo que un calor agradable subiera por mi pecho. No pude evitar reírme suavemente, disfrutando de su atención. Sus palabras me hacían sentir deseada, viva, y una parte de mí se deleitaba con cada gesto suyo, con cada comentario en doble sentido que me lanzaba entre sorbo y sorbo de café.


—Y esa ropa, muy cómoda, sí, pero no puedo evitar notar lo bien que resaltan tus curvas con esa ropa, tu cuerpo es impresionante Sentí que mi corazón latía más rápido, y un pequeño estremecimiento me recorrió al escuchar su voz tan cerca. Sus bromas y comentarios insinuantes no me incomodaban; al contrario, me gustaba cómo jugaba conmigo, cómo lograba que cada movimiento mío pareciera observado con admiración y deseo.


—Cuidado, Valeria si sigues cocinando así y vistiendo así de sexy, voy a tener que revisar que la cocina no tenga,  efectos secundarios. Solté una risita divertida, mientras sentía cómo la excitación y la curiosidad se mezclaban dentro de mí. Cada mirada, cada palabra, me hacía sentir deseada de una manera que hacía tiempo no experimentaba. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí realmente viva, disfrutando del juego silencioso y provocador que se había instalado entre nosotros en esa tranquila mañana. Después de desayunar, él me dijo con una sonrisa despreocupada:


—Valeria, voy a acomodar mis cosas en la habitación de invitados. ¿Me ayudas a preparar algo para dormir?Asentí, manteniendo la sonrisa, mientras me sentía una vez más atraída por su seguridad y el aire travieso que siempre parecía rodearlo. Lo ayudé a acomodar un par de cosas y le indiqué dónde podía poner su maleta. Luego me despedí y bajé a la cocina de nuevo


Comencé a escuchar ruidos de la habitación de huéspedes no tenía por qué subir; supuse que era Gustavo, que había comenzado a ver la tele que estaba en su habitación, pero aun así fui. Mantuve el hombro izquierdo pegado a la pared por alguna razón, como si me escabullera, pero no sabía por qué.


Pude ver el televisor del salón colgado en la pared antes de ver a Gustavo quien estaba viendo porno con el volumen extremadamente bajo, e incluso me pareció un poco gracioso al principio.


-Claro que está viendo porno. No es que lo tuviéramos escondido en la computadora de casa-  pensé.


Fue en ese momento que sentí un escalofrío que me recorrió la espalda, porque no solo teníamos porno en esa computadora, si no que ahí, Adrián habia decidido guardar las veces que en la excitacion habiamos decidido grabarnos teniendo sexo . Gustavo estaba sentado en la silla de la oficina frente a un escritorio azul, justo a la derecha del televisor de pared. Había una pantalla más pequeña en el escritorio, frente a él, y lo observé con horror mientras revisaba una carpeta llena de fotos mías desnudas.


-Esto no está pasando, esto no está pasando de verdad- Era el único pensamiento que cruzaba por mi mente, no sabía qué hacer. Me daba vergüenza preguntarle qué demonios hacía o irrumpir y confrontarlo.


-¡Es una invasión a mi privacidad!- Traté de convencerme de enojarme. Pero, sinceramente, no sentí que Gustavo traicionara mi confianza ni invadiera mi privacidad; después de todo, le dijimos que usará la computadora cuando quisiera, y supongo que lo hacía. Aun así, me sentía incómodo y extremadamente raro. En mi estado de shock, apenas noté la botella de whisky medio vacía y el vaso junto a él en el escritorio.
-no puedo responsabilizarlo- intenté convencerme -pudo haber sido cualquier otra persona-


Justo antes de comenzar a retirarme lentamente por el pasillo, sin estar segura de lo que debía hacer, Gustavo empujó lentamente la silla en la que estaba sentado hacia atrás con los pies y jadeé audiblemente cuando noté sus pantalones y ropa interior alrededor de sus tobillos con las piernas abiertas y acariciando su polla completamente erecta.


Me congelé en el lugar mientras lo observaba masturbándose con mi cuerpo desnudo en la pantalla. Tuve que ser sincera conmigo misma porque en ese momento me sentí increíblemente sexy y deseada. A pesar de que el hombre que acariciaba su palpitante y sorprendentemente grande pene sin circuncidar de 25 cm era mi suegro. La luz de la pantalla del ordenador y del televisor hacía que el pene de Gustavo brillará con la saliva y el líquido preseminal que lo cubrían.


Sentí que mis piernas no podían moverse mientras mi coño empezaba a calentarse y humedecerse, aunque intentaba contener las ganas. Mi mano derecha se dirigió a mis pechos mientras pellizcaba mis pezones endurecidos, perdiéndome un poco. Si Gustavo hubiera mirado por encima de su hombro izquierdo, me habría visto en el pasillo observándolo mientras jugaba con mis pechos, pero por suerte o por desgracia, según el punto de vista, estaba completamente absorto acariciando su polla dura lentamente mientras susurraba algo al ver mis fotos desnudas


 En ese momento, no supe qué me pasó, pero apoyé la espalda contra la pared del pasillo mientras mi mano izquierda bajaba lentamente mis leggins, dejando al descubierto mi vagina desnuda de casada.


-¡¿Qué demonios haces, Valeria?!- , intentaba preguntarme mi último resquicio de sentido común.


Mi mano derecha se deslizó entre mis muslos empapados y comenzó a frotar mi coño con fuerza, mientras que mi mano izquierda seguía pellizcando mis pezones y apretando mis pechos. Todavía estaba de pie a unos dos metros o quizás dos metros y medio del pasillo. Me dije a mí misma que si Gustavo miraba hacia atrás, podría moverme rápidamente a la pared opuesta del pasillo y evitar que me viera expuesta.


Pero ya no quería moverme. Quería que me viera. Quería que... Las palabras se me atascaron en la garganta y me costaba tanto decirlas o pensarlas. Me frotaba el clítoris palpitante, arqueando la espalda, mientras empezaba a correrme con tanta fuerza que me temblaban las piernas.


"¡Mierda!", murmuré en voz baja al darme cuenta de que estaba chorreando un poco y podía oír los fluidos de mi coño goteando y derramándose sobre el suelo de madera. Me tapé la boca con la mano izquierda, jadeante, mientras la derecha intentaba atrapar el fluido de mi vagina antes de que cayera al suelo. No lo conseguí al 100%, pero aún me quedaba una mano ahuecada llena de fluido caliente que me llevé a la boca y lamí con lujuria desbordante.


De repente, Gustavo extendió la mano hacia su botella de whisky y, por un instante, me dio un vuelco el corazón, temiendo que mirara hacia atrás y me viera. Pero no pareció notar mi presencia y se sirvió otro vaso de whisky antes de volver a la pantalla y empezar a mirar mi carpeta de fotos y los vídeos porno amateur que había protagonizado con su hijo durante los últimos dos años. Poco a poco, empecé a retirarme a la cocina nuevamente intentando recuperar la compostura y, francamente, el sentido común.


Corté los vegetales con más fuerza de la necesaria, intentando que mis manos dejaran de temblar. El cuchillo golpeaba la tabla de madera con un ritmo ansioso que delataba mi nerviosismo. Respiré hondo, concentrándome en el aroma del ajo que empezaba a dorarse en la sartén. “Si no lo pienso, no pasó” me repetí, aunque el calor en mis mejillas parecía burlarse de mi intento de calma.


De pronto, el timbre sonó tan abruptamente que di un salto. El corazón se me aceleró al instante. ¿Quién podía ser? No esperaba a nadie.


Al abrir la puerta, me encontré con la sonrisa amplia y familiar de Camila. Sostenía una malteada en una mano y su bolsa en la otra



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—¡Hola, Val! Pasaba por aquí y pensé en molestarte un rato —dijo, entrando sin esperar invitación, como siempre hacía.


Forcé una sonrisa mientras cerraba la puerta.
—¡Cami! Qué sorpresa… —logré decir, esperando que no notara el temblor en mi voz.


Ella dejó su bebida sobre la mesada y me miró con curiosidad. Sus ojos recorrieron mi rostro, y su sonrisa se tornó en una expresión de preocupación.
—¿Estás bien? Te ves… agitada. ¿Interrumpí algo? —preguntó con esa astucia que siempre la caracterizaba. Sentí que la sangre me llegaba otra vez al rostro.


—No, no, para nada —mentí, volviendo rápidamente hacia la estufa para evitar su mirada—. Solo estaba cocinando. ¿Un poco de café? Pero Camila no se movió. Percibí su mirada fija en mi nuca, y supe que no iba a dejarlo pasar tan fácilmente. ntenté desviar la mirada hacia la cafetera, mis dedos ajustando nerviosamente el mango de la sartén.


—¿Café? Acabo de prepararlo— mentí, sintiendo cómo el rubor subía hasta mis orejasCamila se apoyó contra la mesada, cruzando los brazos. Su sonrisa era ahora una línea curiosa y persistente.


—Val, hace cinco años que te conozco. Sabes que puedo distinguir cuándo estás escondiendo algo— dijo suavemente. Su tono era cálido pero insistente, como el zumbido de un abejorro.
—¿Ocurrió algo con lo del otro día? ¿O es algo más… reciente?Abrí la boca para responder, buscando desesperadamente una excusa creíble, cuando de repente escuchamos pasos en las escaleras.


Ambas giramos la cabeza hacia la puerta de la cocina justo a tiempo para ver a Gustavo entrar, con el cabello desordenado y una camiseta holgada que confirmaba que acababa de masturbarse


Gustavo apareció en el marco de la puerta, con el cabello ligeramente húmedo y una camiseta holgada que parecía puesta apresuradamente. Sus ojos se posaron de inmediato en Camila, y una sonrisa intrigada se dibujó en sus labios al notar a una visitante inesperada.


—Buenos días —dijo con una voz más clara de lo que yo esperaba, dirigiendo su mirada directamente a Camila—. No sabía que teníamos compañía.


Camila le devolvió la sonrisa, con esa seguridad que siempre la caracterizaba.
—Soy Camila, amiga de Valeria —se presentó, extendiendo su mano—. Encantada.


—Gustavo —respondió él, tomándole la mano con un apretón que duró un segundo más de lo necesario—. El placer es mío. La verdad, no suelo bajar a encontrarme con bellezas como tú a esta hora.


Camila rió, halagada.
—Qué galante. Val nunca me había dicho que tuviera un… compañero de piso tan interesante.


Yo me quedé quieta, observando cómo Gustavo llenaba su taza de café sin perder detalle de Camila. Cada movimiento suyo era calculado: la manera en que se apoyaba contra la mesada, cómo cruzaba los brazos para marcar sus bíceps, la mirada intensa que le dirigía.


—Espero que no sea la última vez que te encontremos por aquí —dijo él antes de dar un sorbo a su café—. Val suele aburrirse cuando cocina sola.


Camila jugueteó con una mecha de su cabello.
—Me encantará repetir, entonces.


Gustavo asintió, y por un segundo sus ojos se encontraron con los míos. Había un destello de advertencia en ellos, como si supiera exactamente lo que yo había presenciado minutos antes. Luego, se despidió con un guiño a Camila y comenzó a subir las escaleras.


—Vaya, Val… ¿desde cuándo vives con el? —dijo en un tono entre burlón y admirativo—. Es… intenso.— Me forcé a reír, aunque sentía que mi sonrisa era frágil como el cristal.


—Es solo Gustavo. Mi suegro— respondí. Ella se acercó a la mesa de la cocina, apoyándose con elegancia contra el borde.


—No me mientas. Sé que lo he visto antes —murmuró, frunciendo el ceño en un gesto de concentración—. Hay algo en él… en su forma de moverse, de mirar…— Mi corazón latió con fuerza.


—¿En serio? Debe de ser tu imaginación, Cami—


Pero ella no me escuchaba. Sus ojos se abrieron de pronto, como si una chispa de memoria hubiera iluminado su mente.


—Dios mío.— El color se desvaneció de su rostro.


—El club… The Red Door… ¿verdad?— Quedé paralizada.  Camila bajó la voz a un susurró incrédulo


—Lo vi allí la última vez que fui. Estaba con una mujer morena… llevaba una máscara, pero era él. Estoy segura. —Su mirada se clavó en la mía—


Miré hacia las escaleras, asegurándome de que no hubiera ningún movimiento, antes de bajar la voz.
—Cami, tengo que confesarte algo.


Su expresión se suavizó, curiosa.
—Dime, cariño. ¿Qué pasa?


—Hace media hora… lo vi en su habitación —tragué saliva—. Se estaba… tocando… con fotos mías.


Camila dejó escapar un susurro ahogado, llevándose una mano a la boca. Sus ojos brillaban con una mezcla de shock y fascinación.
—¿Fotos tuyas? Val… eso es… ¿inquietante o increíblemente excitante?


—No lo sé —admití, sintiendo el rubor extenderse por mi cuello—. Pero ahora no puedo dejar de pensarlo.


Ella meneó la cabeza, riendo entre dientes.
—Cariño, con un hombre así mirando tus fotos… ¿de verdad quieres que se vaya?
La pregunta de Camila flotó en el aire como un humo espeso y pesado. ¿De verdad quieres que se vaya? Las palabras resonaron en mi cabeza, chocando contra todo lo que me habían enseñado sobre el bien, el mal, la fidelidad y el decoro.


Mi primera reacción fue el pánico. Un "¡Por supuesto que sí!" casi grita en la cocina, pero la voz se atascó en mi garganta antes de poder formarse. En su lugar, un calor vergonzoso me recorrió el cuerpo, el mismo calor que había sentido al espiarlo, al tocarme pensando en que él me deseaba.


—No lo sé, Cami —logré susurrar, mirando mis manos entrelazadas sobre la mesa—. Es… es incorrecto. Es mi suegro. Es una locura.


Camila se acercó, poniendo su mano sobre la mía. Su tacto era firme y reconfortante.
—Cariño, lo "correcto" te tenía frustrada, infeliz y deseando ser invisible en tu propia casa. Lo que importa es lo que tú sientes, lo que tú quieres. —Su voz era suave pero persuasiva—. ¿Sentiste algo cuando lo viste? ¿Cuando supe que te deseaba hasta ese punto?


No pude mentirle. Asentí lentamente, sin atreverme a levantar la vista.
—Me sentí… viva. Deseada. Como hace años que no me siento.


Una sonrisa triunfal se dibujó en los labios de Camila.
—Ahí está. Eso es todo lo que necesitas saber. No lo eches por la borda por lo que "debería" ser.


—Pero ¿y si solo fue el momento? ¿Y si se arrepiente o… o me ve diferente? —pregunté, mis miedos e inseguridades saliendo a flote.


—Justo por eso —dijo Camila, su tono adoptando un matiz conspirativo y emocionado—, necesitamos más información. Necesitamos saber con qué clase de hombre estamos lidiando exactamente.


—¿Información? ¿Cómo?


—Iré al club —declaró, como si anunciara que iría a comprar pan—. The Reed Door. si el es cliente, es un habitué, que eso espero, lo encontraré. Y podré observarlo. Ver cómo se comporta, con quién habla, qué… gustos tiene. —Su mirada se llenó de picardía—. Todo en tu nombre, por supuesto. Una misión de reconocimiento.


La idea me aterró y me excitó al mismo tiempo. La posibilidad de que Camila espiara a Gustavo en ese mundo prohibido era una invasión a su privacidad, pero también una tentación irresistible. Saber sus secretos me daría una sensación de poder, de control sobre esta situación que se me escapaba de las manos.


—¿Y si te descubre? —pregunté, preocupada.


—No lo hará. Soy una profesional en pasar desapercibida en ese lugar… y en llamar la atención cuando quiero —respondió con un guiño—. Déjame ser tus ojos, Val. Déjame confirmarte que lo que sientes no es solo una fantasía caliente de un momento. Él es un hombre de deseo, igual que tú. Y mereces saber hasta dónde está dispuesto a llegar.


Miré hacia las escaleras, imaginando a Gustavo en su habitación, sin saber que su vida secreta estaba a punto de ser investigada. La duda y la culpa aún me arañaban por dentro, pero un nuevo sentimiento, impulsado por la curiosidad y el deseo, comenzaba a ganar terreno.


Finalmente, asentí con la cabeza, una decisión tomada en la penumbra de mi cocina.

—Está bien —susurré—. Investígalo.







Muchas gracias por leer hasta aqui, este es el comienzo de una nueva y morbosa historia, espero les guste y si es asi dejen puntos, cada domingo se subira un capitulo nuevo asi que siganme y esten al pendiente, muchas gracias y como siempre cualquier duda, comentario, sugerencia es bienvenida :D

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