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Madre e Hija

Madre e Hija


Lucas había conseguido, por fin, mudarse solo.

Un pequeño departamento en un edificio tranquilo, silencioso.
No conocía a nadie, hasta que el ascensor se abrió… y entró ella.

Lorena.

Cabello castaño, rizado. Cuerpo delgado pero con curvas justas. Sonrisa segura.
—Hola. Nuevo vecino, soy del tercero B —le dijo, alzando una ceja—. ¿Vos sos el del cuatro A?

—Sí. Lucas.

Ella sonrió.
—¿Necesitás ayuda con las cajas?

Lucas aceptó. Porque claro que sí.

Una hora después, estaban en su sala, rodeados de cajas sin abrir y calor húmedo.
Lorena se quitó la remera: solo tenía un top diminuto debajo.

—¿Tenés agua? —preguntó, sentándose con las piernas abiertas.

Lucas la miró. Se le notaba todo.
Los pezones marcados. La piel brillosa. El ombligo tenso.

—Sí. Y tengo algo más… si querés —dijo él, dejando el vaso a un lado.

Lorena se mordió el labio.

—A ver…

Y lo besó. No lento. No dulce.
Lo besó como si ya lo hubiera deseado desde el ascensor.
Le montó encima, le tiró la camiseta. Él le bajó el short, y debajo… nada.

—¿Saliste sin ropa interior?

—Me gusta sentirme libre —dijo, mientras agarraba su pija con las dos manos. Y lo mamaba intensamente. 

El la desnudó y la tomó con fuerza y le pasó la pija por su concha , mojada, caliente.
Después se lo metió de una sola vez, gimiendo como si estuviera en su casa.

—¡Ufff… sí! Tenía ganas de esto desde que te vi en musculosa.

Lorena se movía rápido, sucia, intensa. Lo montaba duro, le apretaba los hombros, se agarraba de su cuello.

—¡Más! ¡Más, Lucas! ¡Cogeme como si esto fuera la única vez!

Lucas se la llevaba de las caderas, la penetraba con fuerza, y ella gritaba, se reía, le mordía la boca.

—¡Sos una bestia! ¡Dale, no pares… llename!

Ella acabó agitada, desbordada, sudada…
y se quedó recostada sobre él, con las piernas abiertas y el pecho agitado.

—Me encantó ayudarte con la mudanza —dijo sonriendo—. Ah, y si te cruzás con mi mamá, no te asustes… a veces es muy directa.

Lucas solo sonrió.
No sabía todavía que esa advertencia… iba a marcar el comienzo de su doble infierno erótico.
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Lucas bajó al lobby por correo.
Y ahí la vio por primera vez.

Lucía.

Vestido blanco. Tacones bajos. Perfume suave, Cuerpo de diosa madura, pechos generosos, piernas torneadas.
Los mismos ojos de Lorena… pero con 20 años más de experiencia.

—Vos debés ser Lucas —dijo, con una sonrisa que no dejaba espacio a inocencia—. El nuevo inquilino del cuatro A. Ya me enteré que mi hija te ayudó con la mudanza…

Lucas tragó saliva. ¿Le habría contado?

—Sí, fue muy… colaboradora.

Lucía se rió, sabiendo más de lo que decía.

—¿Te molesta si subo a verte? Tengo algo para darte.

Cinco minutos después, estaban en el departamento. Ella caminó hasta él y se detuvo muy cerca.

—¿Sabés qué fue lo primero que pensé cuando te vi?

—¿Qué?

—Que hacía mucho no veía un chico con esa… presencia.

Lucas la miró fijo.

—Y yo pensé que hacía mucho no veía a una mujer con esa… maldita elegancia.

Ella se rió bajito, se acercó más.
Él no esperó más. La besó.

Lucía respondió con la boca, con el cuerpo, con una mano firme en su nuca.
Le bajó la remera, lo tocó con las uñas en el pecho.
Y le susurró:

—Quiero que me lo muestres.

Lucas se bajó el pantalón. El pene duro desde que la vio.
Ella lo tomó con la mano y sonrió con placer.

—Impresionante… que linda pija tenés.

Se arrodilló frente a él, se lo metió en la boca lento, húmedo, y empezó a mamarlo con maestría.
Cada movimiento de lengua era una clase de lujuria.
Lucas gemía, aferrado a la mesa.

Ella lo miraba, sin dejar de chupársela.

—¿Querías esto desde que me viste? —le dijo, entre succiones.

—Sí… y mucho más.

Lucía se levantó, se bajó el vestido sin pudor. No tenía sostén.
Y debajo, solo un tanga negra diminuta que se quitó con un dedo.

Se sentó sobre la mesa, abrió las piernas y se lo dijo sin rodeos:

—Cogeme. Fuerte. Como si no me conocieras.

Lucas le metió la pija en la concha de una estocada.
Ella soltó un gemido ahogado.

—¡Sí! ¡Así! ¡Dame toda esa pija joven!

Se la cogió de frente, sobre la mesa, apretando sus caderas, hundiéndose en su concha húmeda.
Después la giró, la puso de espaldas y la tomó por detrás.
Lucía se arqueaba, gemía, empapaba la mesa.

—¡No pares, Lucas! ¡¡No pares!!

Él acabó adentro de ella con un gemido, temblando.
Lucía se quedó apoyada, jadeando.

Luego se giró, lo besó suave… y le dijo al oído:

—A Lorena ni una palabra.
Y se fue sin sostén y sin culpa.

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Lucas se dejó caer en el sillón.
Ya no sabía en qué infierno erótico se había metido…
Pero no tenía ninguna intención de salir.



Esa tarde, Lucas estaba saliendo de la ducha cuando alguien golpeó fuerte la puerta.

Era Lorena, sin sostén, en shortcito y con la cara roja.

—Me peleé con mamá… y necesito distraerme —dijo, entrando sin pedir permiso.

Se abalanzó sobre él, lo empujó contra la pared y le arrancó la toalla.

—¡Uff, ya estás duro! ¿Pensabas en mí?

Lo tomó con una mano, se lo metió en la boca y empezó a mamarlo con desesperación.

Lucas gemía, apoyado contra la pared, viéndola arrodillada, su pelo rebotando contra su vientre.

—¡Dios, Lorena!

Ella se puso de pie y se bajó el short.

—Cogeme acá mismo. Contra la puerta.

Se apoyó con las manos contra la madera, piernas abiertas, culo en alto.
Lucas penetró su concha de una sola embestida.
Ella gritó:

—¡Sí! ¡Eso! ¡Dámela toda!

La cogida fue brutal, húmeda, salvaje.
El sonido de sus cuerpos chocando llenaba el pasillo.

Lorena gemía, le pedía más, le decía que la llenara toda.
Y él acabó dentro de ella, jadeando, mientras ella temblaba contra la puerta.

Se giró, le dio un beso con lengua y le susurró:

—Sos mi adicción, Lucas. No se lo digas a nadie.

Él sonrió.
"No se lo digas a nadie"… Justamente."

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Esa noche, Lucía apareció en lencería negra y una botella de vino.

—Hoy no quiero caricias. Hoy quiero controlarte —le dijo, cerrando la puerta con seguro.

Lo hizo sentarse en el sillón, le ató las muñecas con una bufanda y lo dejó desnudo.

—Ahora te voy a usar… como nunca antes.

Se arrodilló, le agarró la pija y lo metió en la boca y comenzó a chuparlo con técnica experta.
Saliva, lengua, presión justa.

Lucas se arqueaba, amarrado, gimiendo.

—¿Querés más? —preguntó Lucía, lamiéndole la punta—. Hoy no mandás vos.

Se subió, se introdujo su pene en su vagina y empezó a cabalgarlo, con movimientos lentos y profundos.
Sus tetas botaban, sus uñas se clavaban en sus hombros.

—¡Dios… Lucía…! —jadeó él.

—Callate —ordenó—. No quiero que grites mi nombre. Solo quiero sentirte reventar dentro de mí.

Aceleró. Lo cabalgó con fuerza. Él no podía moverse. Solo verla, sentirla, llenarla.
Cuando acabó, Lucía se bajó y se limpió con una remera suya.

—Buen chico —le dijo, liberándolo—. Te merecés un premio… pero no esta noche.

Y se fue.

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Lucas quedó solo.
Satisfecho. Exhausto.
Y cada vez más enredado.

Dos mujeres. Dos cuerpos.
Dos mundos…
Y él en el centro de la tormenta.


Lorena subía las escaleras con una sonrisa y una caja de comida.

Había decidido darle una sorpresa a Lucas. Después de todo, venía cogiendo como los dioses.
Y quería más.

—Seguramente está solo… —murmuró, metiendo la llave que él le había prestado “por si acaso”.

Empujó la puerta con cuidado.
Pero lo que escuchó… la detuvo en seco.

Gemidos. Femeninos. Profundos. De placer absoluto.

—¿Lucas?

No respondió nadie. Solo un grito jadeante. Un golpe contra la pared. El chirrido del sillón.

Entonces avanzó, dejando la caja sobre la mesa.
Y lo vio.

Lucas… sentado en el sillón, desnudo, con una mujer encima cabalgándolo. Cabello suelto. Cuerpo perfecto. Tetas maduras rebotando.

Él la sujetaba de las caderas, gimiendo con la boca abierta.

Y la mujer gemía fuerte, sin pudor:

—¡Más… más, nene! ¡Así! ¡Llename toda la concha!

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Lorena se congeló.

La mujer se giró un poco.

Y fue ahí cuando Lorena gritó:

—¡¿QUÉ ES ESTO?! ¡¿LUCAS?! ¡¿MAMÁ?!

El silencio fue brutal.

Lucía quedó sentada, aún encima de la pija de él, con los ojos abiertos de par en par.
Lucas intentó cubrirse, sin éxito.

—Lorena… yo…

—¡Callate! ¡No! ¡No puede ser! ¿Estás cogiendo con mi madre?

Lucía se levantó, desnuda, sin culpa.

—Yo no sabía que vos estabas con él.
Y él… bueno, no pareció tener problema con coger a dos mujeres sin decir la verdad.

Lorena estaba roja. Por la furia. Por la humillación. Por la traición.

—¡Sos un hijo de puta! ¡Y vos… vos no tenés vergüenza!

Lucía, serena, se puso el vestido.

—La vergüenza la tenés vos, por pensar que los hombres te pertenecen.

Y se fue, dejando el olor a sexo flotando en el ambiente.


Lorena miró a Lucas, con lágrimas calientes.

—Te gustaba la idea, ¿no? Tenernos a las dos…
Pero se acabó. No quiero volver a verte.
Y si te volvés a cruzar con ella… que te coja como se le antoje. Yo ya no existo para vos.

Y se fue dando un portazo.

Lucas quedó solo. Desnudo. Sudado.
Marcado por el escándalo.

Pero por dentro…
una parte de él aún ardía.

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Pasaron días de silencio.

Ni mensajes. Ni portazos.
Lucas pensaba que todo había terminado.
Había perdido a Lorena. Había perdido a Lucía.
Y, más allá del fuego… le dolía de verdad.

Pero ellas, en el fondo, tampoco estaban bien.

Una tarde cualquiera, Lorena llamó al timbre de su madre. Lucía abrió con cara de sorpresa.

—¿Podemos hablar?

Se sentaron con una copa de vino en el comedor.

—Mirá… yo me enojé —dijo Lorena—. Pero después me puse a pensar: vos no sabías nada. Y yo tampoco.

Lucía asintió, seria.

—No fue algo planeado. A mí me gustó desde que lo vi. Es joven, sí… pero no es un chico cualquiera.

—No lo es —admitió Lorena, bajando la mirada—. Tiene algo. Y sí… me encanta.

Lucía suspiró, se sirvió más vino y la miró de frente.

—¿Y si lo enfrentamos juntas?

Lorena sonrió, con un toque de picardía.

—¿Lo ponemos contra la pared?

—O sobre la cama —respondió Lucía, medio en broma… medio no.

Ambas se miraron. Brindaron. Y salieron del departamento.


Lucas abrió la puerta sin saber qué esperar.

Al verlas juntas, pensó lo peor.

—¿Vinieron a matarme?

—Vinimos a hablar —dijo Lucía, firme.

—Y a que nos digas la verdad —agregó Lorena.

Él las hizo pasar. Estaban tan hermosas que se le aceleró el pulso.

Lucía habló primero.

—Nos enteramos todo al mismo tiempo. Ninguna sabía de la otra. Pero ahora… ya no hay secretos.

Lorena lo miró.

—Queremos que digas algo. ¿Qué sentís por nosotras?

Lucas respiró hondo. Se acercó.

—No quise jugar con nadie. Me dejé llevar. Las dos me gustaron… desde el primer día.
Y sí, me excita todo esto, pero también… no quiero perderlas.

Silencio.

Lucía se cruzó de brazos.

—¿Y entonces?

—No puedo elegir —confesó él—. Porque no sería sincero.
Con vos, Lucía, siento deseo, admiración, locura.
Con vos, Lorena… es fuego, juventud, chispa.

Lorena levantó una ceja.

—¿Querés a las dos?

Lucas asintió, con nervios.

—Sí. Y lo que más miedo me da… es que me odien por eso.

Lucía se acercó y le puso un dedo en el pecho.

—No te odiamos. Pero vas a tener que demostrar que valés el problema.

—¿Cómo? —preguntó él, tragando saliva.

Lorena se acercó también, susurrando:

—Dejando de mentirnos. Y… dándonos lo que querés darnos.
Pero esta vez, juntos.

Lucas abrió los ojos.
La idea se metió en su cabeza como un rayo.

Lucía se quitó la bata. No llevaba nada debajo.

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—Querías a las dos, ¿no?

Lorena ya se había quitado la remera.
Sus pezones estaban duros. Su mirada, decidida.

—Bueno, Lucas… cumplinos.

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Lucas estaba en el centro de la habitación, la luz iluminaba su cuerpo sudado y expectante. Frente a él, dos mujeres, tan diferentes y a la vez igual de irresistibles.

Lucía, con su piel madura y perfecta, sus ojos llenos de deseo y una sonrisa que prometía secretos prohibidos.
Lorena, joven, ardiente, con su cuerpo esbelto y curvas que invitaban a perderse en ellas.

Ambas se acercaron lentamente, sin prisas, dejando que la tensión creciera como una ola a punto de romper.

Lorena fue la primera en tocarlo, sus manos explorando su pecho, recorriendo cada músculo con delicadeza y a la vez con hambre. Sus labios rozaron su cuello, bajando hacia la clavícula, mientras Lucía observaba con esa mirada profunda y llena de lujuria.

Lucía se acercó, sus dedos cálidos se entrelazaron con los de Lorena, y juntas bajaron hacia la cintura de Lucas, despojándolo lentamente de su ropa con movimientos sincronizados, cargados de complicidad y deseo.

Cuando su pija quedo al descubierto, las mujeres se turnaron para acariciarlo y provocarlo. Lorena se arrodilló frente a él, con una sonrisa traviesa, y empezó a recorrerlo con su lengua, lamiendo con pasión y delicadeza a la vez.

Lucía no se quedó atrás: se acercó por detrás, deslizó sus manos por sus costados y lo besó en el hombro, bajando hasta el pecho, su aliento cálido despertando cada poro.

Lorena subió de nuevo, sentándose sobre sus piernas, guiándo su pene hacia su concha con un movimiento firme y sensual. Lucas sintió cómo su cuerpo joven lo envolvía con intensidad, mientras la experiencia y calma de Lucía le proporcionaban un equilibrio perfecto.

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Lucía se acomodó a su lado, sus manos acariciando tanto a Lucas como a Lorena, creando un juego de caricias y besos que los envolvía a los tres en una atmósfera de lujuria compartida.

Los gemidos comenzaron a llenar la habitación, la respiración se volvió entrecortada, y el deseo los dominó completamente.

Lorena cabalgaba con fuego, cada movimiento lleno de energía y ganas, mientras Lucía seguía acariciando y besando con suavidad, aportando un ritmo sensual y pausado que equilibraba la intensidad.

Luego lorena, cambió de lugar con su madre, dejando que ella cabalgue su pija con intensidad, mientras besaba sus tetas.
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Cuando Lucas sintió que la explosión estaba cerca, las dos mujeres se unieron para acompañarlo, besándose entre ellas y acariciándose mientras él se derramaba sobre ellas. 

El placer los envolvió, y al final, exhaustos y felices, quedaron abrazados, compartiendo ese momento único donde la pasión y la complicidad se fundían en un solo latido.

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