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La Inquilina del Piso 5 - Parte 2

La Inquilina del Piso 5 - Parte 2

—¿Alguna vez te ataron? —preguntó Rocío, acostada boca abajo, moviendo los pies en el aire mientras lo miraba con una sonrisa traviesa.

Lucas levantó una ceja desde la cocina.

—¿Qué clase 
—Una importante —respondió, levantándose, caminando hacia él en ropa interior, descalza, dejando que su bata cayera al suelo—. Porque esta noche quiero jugar a una fantasía que tengo hace años.

—¿Y qué fantasía es esa?

Rocío se acercó hasta quedar frente a él. Lo besó despacio. Luego le susurró al oído:

—Quiero atarte. Quiero tener el control absoluto. Hacerte rogar. Verte retorcerte. Que no puedas tocarme... pero sientas todo.

A Lucas se le aceleró el corazón.

—¿Y si no me dejo?

—Entonces no te daré esto —dijo, bajándose lentamente la tanga frente a él—. Ni esto —añadió, abriendo sus piernas para que viera su concha —. Ni esto —agregó, dándose una nalgada suave a sí misma.

Lucas se rindió.

—Estoy listo.

Minutos después, estaba atado a los barrotes de su cama. Muñecas sujetas con corbatas, los ojos vendados, desnudo, tenso. La respiración agitada.

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—Ahora sos mío —susurró Rocío—. Y vas a obedecer.

El primer roce fue una pluma en el pecho. Luego, su lengua. Luego, sus uñas. Jugaba con él, encendiendo cada parte de su piel sin tocar su pija … hasta que él suplicaba por atención.

—¿Querés que te chupe la pija ?

—Sí… por favor…

—No tan rápido —dijo, y se montó sobre su cara—. Primero, me das placer vos.

Lucas se entregó. lamió su concha con hambre, con desesperación. Rocío gemía y se movía sobre él, mojándolo por completo, acariciándose mientras él hacía todo el trabajo.

—Ahora sí —dijo, jadeando—. Te ganaste el premio.

Se metió su pene entero en la boca, húmedo, caliente, envolviéndolo con los labios, moviendo la lengua en círculos. No dejó que acabara.

—No todavía —susurró—. Ahora voy a montarte. Pero no vas a venirte… hasta que yo diga.

Se lo metió en la concha, lento. Muy lento. Y luego empezó a cabalgarlo con fuerza, sin detenerse. Gimiendo alto, sudando, las tetas rebotando, clavando las uñas en su pecho. Lo tenía a su merced, y le encantaba.

Cuando sintió que él estaba por correrse, le tapó la boca.

—No —dijo, firme—. Aguantá.

Él se contuvo. Una. Dos. Tres veces. Hasta que Rocío no aguantó más.

—¡Ahora sí, Lucas! ¡Dámelo todo!

Y él se vino adentro de ella, profundo, intenso, mientras ella se retorcía sobre su cuerpo, gritando su nombre, temblando.

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Después, desató sus manos y lo abrazó.

—¿Te gustó mi fantasía?

Lucas no podía ni hablar.

Solo asintió. Y pensó que estaba jodidamente enamorado.


Habían pasado unos días desde la última vez que estuvieron juntos. Rocío seguía pensando en aquella noche, atándolo, montándolo, haciéndolo suyo. Pero algo en Lucas había cambiado desde entonces. Más seguro. Más decidido.

Esa tarde, él la invitó a su departamento, con una propuesta.

—Esta vez, mando yo —le dijo apenas cerró la puerta.

Rocío sonrió, intrigada.

—¿Y qué vas a hacerme?

Lucas no respondió con palabras. Solo la besó. Fuerte. Tomándola del cuello, llevándola contra la pared, mientras sus manos le subían la falda. No era un beso suave. Era uno cargado de deseo contenido. De dominio.

—Sacate la ropa. Todo —ordenó, mirándola a los ojos.

Ella lo hizo, sin hablar, excitada como nunca.

—Arrodillate —susurró.

Rocío se puso de rodillas frente a él, con la respiración agitada.

Lucas bajó su pantalón, dejando su pija dura al descubierto, rozándole los labios.

—Me encanta cómo te ves así —dijo—. Pero esta vez, no sos vos la que manda. Ahora me vas a complacer... como yo diga.

La tomó del cabello, guiándola. Ella lo chupó con ganas, profunda, con lengua, babosa, gimiendo contra él, mirándolo desde abajo. Lucas se contuvo, agarrándola con fuerza, marcando el ritmo, disfrutando del poder.

—Basta —dijo de pronto, sacándoselo de la boca—. Vení conmigo.

La llevó a la habitación. Allí, ya tenía preparado todo.

Un pañuelo de seda. Aceite caliente. Un espejo.

—Quiero verte mientras te tengo. Quiero que vos también te veas.

La recostó en la cama frente al espejo. Le ató las muñecas sobre la cabeza con el pañuelo. Luego, le vertió aceite caliente (apenas tibio) sobre el vientre, las tetas, los muslos. Rocío se estremecía de placer.

Lucas comenzó a besarla desde los tobillos, subiendo. Lentamente. Hasta su concha Y allí se detuvo.

La besó, la lamió, le metió dos dedos mientras ella se retorcía, mojada, gimiendo.

—¿Querías saber mi fantasía? —le susurró en la oreja, mientras se la metía lentamente—. Esta. Tenerte rendida. Verte gemir atada, sin poder tocarme, sin poder esconder lo que sentís.

Y empezó a cogerla con fuerza.

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Ella lo miraba por el espejo. Lo sentía profundo, firme, salvaje. Él la agarraba de las caderas, la volteaba de espaldas, le levantaba la cintura.

La cogió de pie, de rodillas, contra el espejo, contra el vidrio de la ventana. Rocío no paraba de acabar. Uno. Dos. Tres orgasmos. El cuarto fue llorando, temblando, diciendo su nombre como súplica.

—Te amo, Rocío —dijo él, en medio del clímax.

—Yo también… Yo también, Lucas…

Ambos cayeron rendidos, sudados, abrazados.

Y sabían que eso no era solo deseo.

Era algo más.
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La noche era tranquila. Lucas y Rocío estaban en un bar de tragos suaves, risas, caricias bajo la mesa. Todo iba bien… hasta que apareció ella.

—¿Lucas? —dijo una voz femenina detrás de él.

Rocío se giró y vio a una mujer alta, de cabello oscuro, mirada felina y un vestido demasiado corto como para ser casual.

—Wow… no puedo creer que seas vos —añadió la chica, sonriendo—. ¿Cuánto tiempo? ¿Un año?

Lucas se puso de pie, algo incómodo.

—Eh… sí, Sofía. Ha pasado un buen tiempo. Te presento a Rocío, mi… bueno, estamos saliendo.

Sofía le extendió la mano a Rocío con una sonrisa tan falsa como provocadora.

—Encantada. He escuchado cosas... interesantes de vos.

—¿Ah sí? —respondió Rocío, apretando los labios—. Qué curioso. Yo de vos no escuché absolutamente nada.

Sofía rió con aire superior. Le puso una mano a Lucas en el brazo.

—¿Te acordás de nuestras escapadas al campo? Dios, no sé cómo terminamos, si el sexo era tan bueno…

Rocío apretó el vaso.

—Disculpame, ¿tenés algo que decir? Porque no es necesario que uses código.

—¿Celosa? —preguntó Sofía, ladeando la cabeza—. Tranquila… Lucas siempre fue de disfrutar la variedad.

Fue demasiado. Minutos después, Rocío estaba subida sobre Lucas en el asiento trasero del Uber, besándolo con hambre, como si necesitara marcarlo. Luego al llegar al departamento. 

—¿Estás bien? —preguntó él, jadeando.

—Shhh —respondió ella, bajándole el pantalón—. Voy a recordarte por qué estás conmigo ahora. Y voy a dejarte tan seco que no vas a poder pensar en nadie más.


Rocío lo empujó contra la cama, se desvistió lentamente y se montó sobre él, mojada, dominante, tomándo su pija con ambas manos, mirándolo con intensidad.

—¿Ella te hacía esto? —le preguntó, mientras se lo metía de a poco, sin dejar de mirarlo. Mamando intensamente.

—No… —jadeó él.

—¿Y esto?

Se metió la pija en la concha y cabalgó con fuerza, gimiendo sin pudor, hasta hacerlo gemir también. Luego bajó, se lo metió en la boca, lo succionó con rabia, lo dejó completamente empapado.

Y cuando ya él no podía más, lo volteó.

—Ahora… me cogés como si yo fuera la única mujer en el mundo. Porque lo soy. ¿Está claro?

—Sí… Rocío…

—Entonces, demostralo.

La tomó por el pelo, le besó la espalda, le penetró profundo. Ella se corrió dos veces más antes de sentirlo venirse dentro, con un grito contenido y los músculos tensos.

Se quedaron abrazados, sudados, agitados.

—¿Celosa? —preguntó él, acariciándole el cabello.

—¿Un poco? —respondió ella—. Pero ya me encargué de eso.
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Lucas había estado planeando todo durante días. Quería sorprenderla. Quería que Rocío entendiera que no era solo deseo: era necesidad, era conexión, era algo más profundo. Algo que iba más allá del sexo.

Reservó una mesa en un restaurante de luces tenues y música suave. Ella llegó con un vestido negro ajustado, elegante y provocador, sin sostén, con una abertura en la pierna que dejaba ver apenas lo suficiente para enloquecerlo.

—¿Y esto? —preguntó ella al ver la mesa, las copas, el vino caro.

—Solo quiero cenar con vos... y decirte algo —respondió él, serio pero con una chispa en los ojos.

Durante la cena, hablaron poco. Se miraban. Se deseaban. Cada sorbo de vino aumentaba la tensión. Hasta que él sacó una cajita pequeña del bolsillo.

Ella lo miró, confundida.

—No es un anillo —dijo Lucas—. No soy tan clásico. Pero sí es algo íntimo. Algo que quiero que uses solo si decís que sí.

Ella abrió la cajita. En su interior había una llave… y junto a ella, una joya íntima, pequeña, elegante, metálica: un adorno para su zona más secreta, delicado, erótico.

—¿Qué es esto? —susurró, con los ojos brillantes.

—Quiero que vivas conmigo —dijo él—. Que seamos pareja. Formal, pero a nuestra manera. Que sigamos jugando, explorando, deseándonos como hasta ahora… pero sin separarnos más.

Ella lo miró. Silencio. El corazón latiendo.

—Sí —dijo por fin, sonriente, mordiendo el labio—. Pero no pienso esperar hasta mañana para estrenarlo.


Llegaron al departamento sin decir palabra. Apenas cerró la puerta, Rocío lo empujó contra la pared, se arrodilló y comenzó a chupárle la pija, desesperada, húmeda, entregada. Quería dejarle claro que estaba suya. Que había dicho sí, y ahora él podía hacer lo que quisiera.

Lucas la levantó del suelo, la cargó con fuerza y la llevó hasta la cama. Allí, se la metió de inmediato, sin quitarle el vestido, solo subiendolo. La tomó de pie, después de espaldas, luego boca arriba con las piernas abiertas.

—¿Estás lista para ser mía en todo sentido? —preguntó él, con la punta de la pija rozándole el culo.

La Inquilina del Piso 5 - Parte 2




—Sí… hacelo —gimió ella—. Tomame toda.

La penetró suavemente, sintiéndola temblar, gimiendo profundo. Ella lo miraba con deseo y entrega total.

Fue salvaje, largo, intenso.

Después, con su cuerpo rendido sobre las sábanas, él le colocó el pequeño adorno íntimo. Ella lo sintió frío al principio, luego cálido. Su símbolo. Su juego. Su promesa.

—Ahora sí —dijo ella, acariciándole el pecho—. Soy tuya por completo.

Y él, besándole el cuello, susurró:

—Para siempre, Rocío.

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